Sacerdote Héctor Valdés, ex superior de los Misioneros de San Francisco de Sales
El historial de abusos del capellán de colegios que ultrajó a menores en Lebu y Maipú
20.05.2013
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Sacerdote Héctor Valdés, ex superior de los Misioneros de San Francisco de Sales
20.05.2013
El lunes 22 de Julio de 2002 Cristián Rocha almorzó alrededor del mediodía con su madre y se preparó para ir al colegio en la jornada de la tarde. Vestía pantalón de buzo azul y polera blanca. Ese día le tocaba Educación Física, uno de sus ramos preferidos porque podía practicar basquetbol, deporte en el que integraba las selecciones de la Escuela N° 22 y de su ciudad, Lebu. Luego del almuerzo, su madre recibió la visita de una amiga. Al cabo de una hora, le extrañó no escuchar a Cristián y le preguntó a su hija Fanny si sabía dónde estaba su hermano. La respuesta negativa la puso en alerta y comenzó a buscarlo dentro de la casa. Lo encontró en el garaje…, colgado del cuello:
-Lo miré tantas veces, porque pensé que era una broma. Lo único que sentí fue como que me abrazó y me dijo “mamá, yo estoy bien”, porque tenía una cara de paz (…). No estaba con los ojos desorbitados, ni con la lengua afuera, nada. O sea, estaba como durmiendo, tranquilo, como que se liberó de lo que estaba viviendo -relata Ana María Figueroa.
Cuando al fin pudo reaccionar, la madre llamó a Carabineros, a la casa parroquial y al colegio, donde estaba trabajando su esposo, Reinaldo Rocha.
El matrimonio Rocha Figueroa no entendía el motivo por el cual su niño, de apenas 13 años, había acabado con su vida. Cristián no dejó mensaje de despedida ni dio señales de lo que pretendía hacer. Sólo al día siguiente, la autopsia que se realizó arrojaría los primeros indicios de aquello que lo angustiaba: una posible agresión sexual.
Semanas después, Reinaldo Rocha se enteró de un rumor que corría por Lebu. El protagonista del comentario era el párroco de la iglesia a la cual asistía frecuentemente su hijo. Se decía que el religioso mantenía relaciones sexuales con presos de la cárcel local. Ese sacerdote era Héctor Valdés Valdés.
En 1994, Valdés fundó la rama chilena de la Congregación Misioneros de San Francisco de Sales (MSFS). Esa agrupación, que este año cumplirá 175 años, contaba a fines de 2005 con 1.253 religiosos repartidos en 25 países, pero en Chile sólo la integran cinco religiosos. Se instalaron inicialmente en Maipú, en la Villa San Luis, pero a fines de ese mismo año se trasladaron a la zona de Lebu, Coronel y Los Álamos, en la Región del Bío Bío. Un año después, en 1995, el entonces arzobispo de Concepción, Antonio Moreno, les confió la parroquia Santa Rosa de Lima, en Lebu.
Fue en esa parroquia donde comenzó a escribirse la historia que sindica al sacerdote Valdés como agresor sexual de menores. Tras el suicidio del niño Cristián Rocha, quien mantenía una relación de extrema familiaridad con el religioso, al punto que se convirtió en acólito, Valdés se transformó en blanco de las sospechas de los padres del niño. Sin embargo, el proceso judicial que investigó las circunstancias que gatillaron la muerte de Cristián no acreditó la responsabilidad de Valdés.
El religioso sorteó otra denuncia, en 2008, formulada por un adolescente de 17 años que lo acusó de abusos en Maipú, proceso que fue archivado por el Ministerio Público sin investigar.
No obstante, en 2012 el nombre de Héctor Valdés volvió a figurar asociado a agresiones sexuales contra menores, pues la justicia eclesiástica abrió una investigación en su contra. Esta vez lo denunció, ante el Arzobispado de Santiago, otro de los chicos que Valdés recibía en la casa parroquial de Lebú a mediados de los años 90. (**)
El fundador en Chile de la congregación MSFS, Héctor Eduardo Valdés Valdés, nació el 19 de noviembre de 1957. Su formación religiosa la hizo en Suiza y fue designado desde India para ser la máxima autoridad de la congregación en Chile. Como tal, era el responsable del grupo que se instaló en la parroquia de Lebu.
Llamada también “la ciudad del viento”, Lebu es la capital de la Provincia de Arauco, en la Región del Bío Bío. Tiene solo una parroquia que está emplazada en la avenida de la plaza principal, donde destaca por su color ladrillo y una cruz superior que se puede apreciar aún antes de ingresar a la ciudad. En la casa parroquial aledaña al templo fue donde se instalaron los misioneros. Primero llegó Roberto Salazar, quien es oriundo de Lebu, y posteriormente se sumaría el resto de la congregación.
En 1998 una profesora de Cristián Rocha lo incentivó a bautizarse. Entonces tenía 8 años y la idea fue apoyada por su madre, quien decidió prepararlo para ese sacramento en la parroquia de Lebu. Poco a poco, Cristián comenzó a adentrarse en la iglesia y, a mediados de 2000, se convirtió en acólito. Así lo confirma su madre: “Le gustó el mundo de los curitas, le llamaba la atención y quería ser cura”.
Cristián comenzó a realizar una serie de actividades recreativas en la iglesia, como salidas a acampar y paseos por el día. Hubo ocasiones en que las salidas tuvieron destinos fuera de la región, como una visita al Templo Votivo de Maipú y otra al Santuario de Santa Teresita de los Andes. Incluso, se barajó la posibilidad de hacer un viaje a Roma, por lo que Cristián juntaba dinero vendiendo dulces en su colegio.
Era tanta la obsesión de Cristián con la iglesia que cuando visitó Santiago todo el dinero que le dieron sus padres lo gastó en comprar cruces.
Pero, repentinamente, el interés del niño por la iglesia se desvaneció. Le mencionó a su madre que ya no quería ser cura, por lo que se alejó un tiempo de sus actividades como acólito. Héctor Valdés lo mandó a buscar a su casa con dos niños para que siguiera asistiendo: “Él me miró con cara de afligido, pero fue igual”, recuerda la mamá.
Luego de la muerte de Cristián, los padres comenzaron a analizar cada detalle de lo que su hijo les había dicho en busca de alguna respuesta a su muerte. Recordaron que tuvo un cambio de actitud, pues le contestaba mal a la mamá, siendo que ambos tenían una relación muy cercana. Pero había otros cambios que concitaron su atención: el último tiempo había dado señales de nerviosismo y también una notoria baja en su estado anímico. En los últimos meses adelgazó mucho y se negaba a ir al doctor. “Tres o cuatro meses antes de su muerte andaba distraído, comía de forma extraña, a distintas horas, o a veces se iba a comer a su pieza”, cuenta su padre.
A la madre le llamó la atención que, cuando lavaba los calzoncillos del niño, en varias ocasiones los encontró manchados con restos fecales. Pero no se le ocurrió que aquello podía ser señal de una agresión sexual: “Nunca imaginé tener a un hijo violado”.
El episodio más revelador que recuerda la madre, fue cuando su hijo le dijo que si él le contaba algo, ella se iba a morir. Ana María le insistió, pero Cristián no le dio ninguna respuesta. El papá, Reinaldo, también tiene una escena grabada en la memoria: “Un día lo seguí a la pieza y le dije que lo amaba, que me contara qué le pasaba. Nos abrazamos, pero nunca me quiso contar”.
“¿Dónde está el cielo y el infierno?”, preguntó Cristián a su padre el día anterior a su suicidio. Reinaldo Rocha recuerda que le respondió con una historia tradicional japonesa, cuya moraleja es que el cielo y el infierno están dentro de cada persona: “Cuando te comportas inconscientemente, allí está la puerta del infierno; cuando estás alerta y consciente, allí está la puerta del cielo. Le conté esa historia pero nunca imaginé porqué me lo preguntaba”, dice el padre afligido.
Luego del suicidio de Cristián, su cuerpo fue llevado a la morgue municipal de Lebu. El médico cirujano Marcelo Azócar realizó la autopsia y constató que Cristián murió a causa de asfixia por ahorcamiento. Pero, además, detectó una dilatación anormal del esfínter anal (de tres a cuatro centímetros de diámetro). Ante esto, el informe sugiere la sospecha de un posible abuso sexual con anterioridad al suicidio.
Al día siguiente de la autopsia, el cuerpo fue velado en la parroquia de Lebu, donde Héctor Valdés ofició la ceremonia litúrgica. Lo que llamó la atención de los padres del menor fue que Valdés no asistiera al entierro, siendo que tenía una relación muy cercana con el niño, la que se extendía por casi cuatro años.
Luego de la reveladora información que arrojó la autopsia, los padres hicieron los trámites para exhumar el cuerpo, a objeto de someterlo a pericias que aportaran información más precisa sobre la posible violación que habría sufrido su hijo. Fue en medio de esas gestiones que comenzaron a circular las sospechas sobre el párroco, pues en el pueblo surgió el rumor de que Valdés sostenía relaciones sexuales con presos. Reinaldo Rocha dice que por esos mismos días, mientras se realizaba una eucaristía dominical, apareció “el loco del pueblo”, una persona con discapacidad mental muy conocida en las calles de Lebu, gritando que Valdés lo había violado: “Es difícil creerle a un loquito que anda botado en la calle, pero toda la iglesia se escandalizó en ese momento”, señala Rocha.
Un mes después de la muerte de Cristián se efectuó la exhumación del cuerpo. La autorización fue otorgada por el magistrado Guillermo Vera, del Primer Juzgado del Crimen de Lebu. El cadáver fue llevado al Servicio Médico Legal (SML) de Concepción, donde lo analizó la médico legista Heidi Schuffeneger. El resultado confirmó nuevamente que el menor había sufrido reiteradas violaciones y fue aún más duro para la familia. Reinaldo Rocha afirma que su abogado, Víctor Saavedra, observó en el expediente secreto que “había restos de semen en el cuerpo de mi hijo (…). El examen del médico legal dice que fueron dos adultos los que abusaron de él”.
La madre de Cristián confirmó que el día de su muerte, un lunes, su hijo estuvo todo el día en casa, pero sostuvo que en la mañana del domingo anterior fue a la iglesia. Lo mismo, dijo, ocurrió el sábado, porque se hizo un bingo para juntar fondos para el viaje a Roma: “El sábado y domingo tuvo harto contacto con la iglesia y yo no estuve todo el día acompañándolo“, afirma.
El papá del menor asegura que la investigación judicial no pudo seguir la pista descubierta por las pericias realizadas por la doctora Schuffeneger, porque las muestras del SML se perdieron.
Después de las revelaciones que arrojó el examen realizado en el SML, el periódico Proa, de Lebu, publicó en octubre de 2002 una portada con la foto y una declaración de Héctor Valdés: “En nuestra iglesia jamás se le ha hecho daño a un niño”. También consignó declaraciones de Reinaldo Rocha: “Tenía la obligación moral de decir lo que dije”, refiriéndose a las acusaciones en contra del religioso. Ese mismo mes apareció una nota en El Mercurio que recogió las palabras del abogado Saavedra: “En el expediente hay cosas horrorosas y que nunca pensamos encontrar”.
La defensa de los religiosos MSFS estuvo a cargo de Fernando Saenger. El diario Crónica, de Concepción, publicó una entrevista con el abogado, también en octubre de 2002, titulada: “Saenger: Ningún cura tocó a niño que se suicidó”. Según recuerda Reinaldo Rocha, Saenger señaló en el proceso que la dilatación del esfínter anal no era una prueba fehaciente de que existiera una violación, pues el niño por su propia voluntad se podría haber introducido un palo.
Lebu se dividió entre partidarios y detractores del sacerdote. El sitio web de radio Cooperativa, también en octubre de 2002, publicó: “Los fieles, entre ellos acólitos con sus padres, incluso realizaron una manifestación frente a la catedral de Concepción. Patricia Fernández, madre de un niño de 12 años, monaguillo de la parroquia, rechazó categóricamente las acusaciones”. Así, enfrentados al reproche de los feligreses que se alinearon con el religioso, sometidos a un proceso judicial que no prosperó y que violentó la memoria de su hijo, los Rocha Fernández se fueron resignando a sobrellevar en silencio su duelo.
En 1999, tres años antes del suicidio de Cristián Rocha, un joven de 15 años llegó a Lebu para cursar la enseñanza media. Venía de un pueblo pequeño, donde solo había un establecimiento de educación básica. Pertenecía a una familia de muchos hermanos, lo que imposibilitaba que sus padres pudiesen pagar por su educación en la ciudad. Impulsado por sus ganas de estudiar, viajaba todos los días hasta Lebu, pero cada vez se le dificultaba más asistir a clases. Una profesora lo contactó con los misioneros. Héctor Valdés se mostró dispuesto a integrarlo en su casa de acogida y pagarle su educación.
El adolescente de entonces, ahora tiene 28 años. Él prefiere que su identidad permanezca bajo reserva y se presenta bajo el seudónimo de “Hugo”. Fue su denuncia ante el Arzobispado de Santiago la que activó la investigación eclesiástica contra Valdés. En ella no sólo relató los abusos que sufrió, sino también los que vio en la casa de los religiosos en Lebu.
Hugo recuerda: “Me ofrecían ayuda económica, regalos. Yo con mi familia no tenía tanto apego, tenía bastantes hermanos, entonces la ayuda y el momento que yo estaba viviendo para mí era bueno, porque me permitía estudiar y poder desplazarme”.
Conforme pasaron los meses se empezó a crear una especie de amistad entre Hugo y Héctor Valdés: “Yo le confié todas mis cosas, mi historia anterior, mis problemas familiares. Hasta que entré un día a su oficina y él comenzó con toqueteos y cosas así. Yo reaccioné en ese momento, después no supe qué hacer. En esos días yo me cuestionaba. Era bastante difícil entender que un sacerdote que está haciendo una misa, que está muy cercano a Dios, pueda hacerle daño a alguien o tenga intenciones sexuales, sobre todo a un hombre. Entonces, la verdad es que no quise contar en ese tiempo a nadie”.
Hugo dice que decidió guardar silencio por vergüenza y relata que la intimidad aumentó hasta llegar a tener relaciones sexuales: “Hubo más cercanía, comenzaron las relaciones (sexuales). Después conocí casi a fondo cómo ellos eran. Ahí descubrí que en realidad no eran padres, sino que eran personas bastantes malas”.
Un dato clave es que Hugo conoció a Cristián Rocha. A pesar de que no vio algún tipo de acercamiento impropio entre Cristián y Héctor Valdés, afirma que el acólito estaba en un grupo de menores que el religioso trataba de mantener unido, pues con esos chicos procuraba tener relaciones sexuales: “Héctor, a los que quería, siempre los trataba de juntar, para que existiera un tipo de relación entre todos. Esto es prostitución, es manejo sexual hacia los demás (…). Quería que yo estuviera con ellos (los niños del grupo), que tuviera relaciones (con ellos) y así después no había secretos”, afirma.
Hugo denuncia que en varias ocasiones mantuvo relaciones sexuales con Valdés y el religioso Roberto Salazar al mismo tiempo: “Yo tuve relaciones sexuales, los tres juntos en la cama, cientos de veces, y con otros jóvenes también”, confiesa. Añade que vio a ambos religiosos, Valdés y Salazar, involucrarse sexualmente con otros jóvenes que no han querido reconocerlo.
Hugo cuenta que, finalmente, tras cuatro años de sufrir y observar abusos reiterados, las agresiones se detuvieron debido al suicidio de Cristian Rocha. Los religiosos, dice, luego de unos meses decidieron abandonar la zona y emprender rumbo a Santiago.
En el 2003 los misioneros se establecieron en una capilla de Maipú ubicada en Camino Vecinal El Bosque. No tardaron en llegar los fieles para hacerse partícipes de las actividades con los sacerdotes. Así lo recuerda Margarita Sáez, vecina de la capilla San Francisco de Sales: “Al primero que nos presentaron fue a Roberto (Salazar). Teníamos un grupo, que era el coro, y limpiábamos la iglesia, pero todo salía del bolsillo de nosotros. Ellos no nos daban nada, ni para comprar ostias ni para el vino añejo ni cera para limpiar la iglesia, nada”.
En 2008, la congregación de los misioneros y la Corporación Educacional Nuestra Señora del Carmen de Maipú decidieron unirse y formar un nuevo colegio, ubicado al lado de la capilla de Camino Vecinal El Bosque. Esta idea surgió debido a que el Colegio Nuestra Señora del Carmen (CNSC), que pertenece al Tempo Votivo de Maipú, quería ampliarse y crear un segundo centro educacional. La idea era que los misioneros pusieran el terreno y el CNSC, el capital. Sin embargo, los misioneros también sirvieron de aval, hipotecando dos propiedades para que el CNSC obtuviera el crédito necesario para la construcción. Además, la congregación cedió el usufructo del nuevo colegio por 15 años a la corporación del CNSC.
Finalmente, en marzo de 2008 se inauguró el Colegio San Francisco de Sales. Héctor Valdés sería su capellán. Tenía su propia oficina, interactuaba con los niños, se encargaba de la orientación espiritual, confesaba y oficiaba misas. En un principio, se mostró como un sacerdote cordial, siempre colaborativo. Pero con el tiempo se transformó en una persona agresiva con algunos funcionarios del establecimiento, aunque frente a los apoderados conservó una imagen de gran espiritualidad. La directora del colegio, Verónica Hinojosa, dice que Valdés “era muy soberbio, déspota, agresivo en la forma de hablar, hacia mí más que nada. En el fondo quería poder, porque no era ni profesor ni pertenecía a una corporación y tampoco sabía de educación”.
Ese cambio de actitud de Valdés detonó en mayo de 2008, cuando en el colegio se descubrió la historia del suicidio de Cristian Rocha. La directora Verónica Hinojosa conversó con los sacerdotes Héctor Valdés y Roberto Salazar, pero ellos la convencieron de su inocencia
Sin embargo, Gladys Silva, directora del Colegio Nuestra Señora del Carmen, establecimiento asociado al nuevo Colegio San Francisco de Sales, quedó con dudas sobre la idoneidad de Valdés para trabajar con menores. Reservadamente, le encargó a la enfermera del colegio recién fundado, Guillermina Palacios, que investigara los antecedentes de Valdés. “Gladys me conversó que al parecer había problemas de pedofilia. A mí, por supuesto, me preocupó mucho porque él trabajaba con niños”, dice la enfermera.
Guillermina Palacios se dirigió a la Biblioteca Nacional para buscar archivos de periódicos de la Región del Bío Bío y encontró en ellos las acusaciones que surgieron en Lebu. Luego consiguió el RUT del misionero cuestionado y, con ese antecedente, pudo dar con otra denuncia. Esta vez la acusación era por un abuso ocurrido en la misma comuna de Maipú. Si ese dato ya resultó sorprendente para la enfermera, el que encontró a continuación fue aún más inquietante: el nuevo abuso había tenido lugar apenas unas pocas semanas atrás.
Héctor Valdés había llevado al colegio a un joven jardinero, un chico humilde que necesitaba trabajo. El sacerdote le preguntó a la directora del establecimiento si le interesaba que el muchacho limpiara la parte de atrás del patio y el antejardín de la capilla. Ella accedió, para ayudar al joven, y se comprometió a conseguir presupuesto para cubrir sus labores.
Cristián Ruiz tenía 17 años en 2008. Ahora, con 21, asegura que lo contrató el sacerdote Héctor Valdés y que sus labores principales las realizaba en la parroquia: “Yo trabajaba para la parroquia, no para el colegio. Pero como la parroquia era parte del colegio, de repente me mandaban a hacer cosas para allá también”.
Recién llevaba una semana como jardinero de la capilla San Francisco de Sales, recuerda Cristián, y ya había advertido ciertos comentarios que le parecieron extraños para un sacerdote, pero que inicialmente no le llamaron la atención:
-Me decía: “¡Uy, que tienes grandes las manos!” o “¡qué grande tienes la espalda!”- recuerda.
El martes 20 de mayo de 2008 Cristian Ruiz entró a las 9:00 a trabajar. Según señaló en la declaración que posteriormente le tomaron en la Fiscalía de Maipú, ese día lo mandaron a echar abajo las casas de un campamento. Almorzó a las 13:00 y después limpió el lugar hasta que comenzó a llover. La lluvia, declaró a la fiscalía, le generaba problemas para llegar a su casa en el fundo El Bosque, ubicado a cuatro cuadras de la capilla, pues sus calles de tierra se inundan rápidamente e impiden el paso. La versión que entregó el joven al Ministerio Público indica que Héctor Valdés le ofreció hospedaje en la casa de los misioneros.
Valdés y el muchacho fueron a dejar a otro sacerdote a la iglesia de Villa El Abrazo, también en Maipú, para que oficiara una misa. De regreso, el superior de la congregación se detuvo en una bomba de bencina en Ciudad Satélite para comprar cigarrillos. Al volver a la casa, sacó de su closet un pisco sour, bebió un vaso y le dio al joven. Para matar el tiempo vieron chascarros en You Tube y después Valdés se fue a acostar, mientras, en la misma pieza, Cristián Ruiz se entretenía viendo televisión. Unos momentos después, el sacerdote le dijo que se acostara, pero el muchacho no sabía dónde. El sacerdote le señaló que a su lado. Cristián no desconfió. Valdés, recuerda el joven, le dijo que se sacara la ropa para no ensuciar la cama, por lo que se acostó en ropa interior y se durmió.
Despertó con las caricias. El superior le tocó la pierna diciéndole que la tenía helada y entonces puso sus piernas encima de él y su brazo bajo la nuca. El muchacho estaba inmóvil, en shock, y sentía que el religioso se le acercaba cada vez más. Al final le tocó sus genitales y lo masturbó. Valdés se levantó a buscar papel higiénico y, según consta en la declaración formulada en la Fiscalía de Maipú bajo el RUC Nº0800457102-K, recién entonces el joven reaccionó y se paró de la cama para llamar a la 52° Comisaría de Maipú.
El llamado a la comisaría quedó registrado a las 00:17. El denunciante recuerda que mientras tenía el teléfono en su mano, el sacerdote amenazó con acusarlo por robo, pero después de rodillas le pedía que no lo denunciara. Incluso, Cristián asegura que le ofreció dinero por su silencio: “Me preguntó cuánta plata quería para quedarme callado”.
El joven entregó su versión primero en el Servicio Médico Legal y luego ante la Fiscalía de Maipú el 19 de junio de 2008. A la segunda declaración concurrió en compañía de la enfermera del Colegio San Francisco de Sales, Guillermina Palacios, quien se había enterado de su denuncia mientras investigaba los antecedentes de Valdés. La enfermera se acercó a la madre de Cristián y le ofreció ayuda para encausar la denuncia. El encargado de llevar la investigación fue el fiscal Carlos Ramírez Moreno. Cinco días después el caso pasó al 9º Juzgado de Garantía de Santiago. Sin embargo, en apenas 24 horas la causa fue cerrada.
Consultada por la abrupta conclusión del proceso, la Fiscalía de Maipú informó que, en vista de los antecedentes, se concluyó que los hechos denunciados no constituían delito, por lo que no se perseveró en la investigación. La decisión, aprobada por el tribunal, se fundó en que el Código Penal establece que entre los 14 y 18 años de edad existe libertad sexual, por lo que se entiende que hay una agresión o abuso solo si la relación se produce bajo fuerza o intimidación, privación de razón y sentido, ignorancia sexual, desamparo de la víctima o estar al cuidado de ésta. De los antecedentes expuestos en la denuncia de Cristián Ruiz, el fiscal dedujo que ninguna de estas circunstancias condicionó el manoseo a que fue sometido por el sacerdote Valdés.
La madre de Cristián, Mónica Ruiz aún no puede creer que Valdés haya salido impune y sostiene que todavía tiene la esperanza de que se haga justicia, para que otros menores no se vean expuestos al abuso del sacerdote.
En el momento en que Cristian Ruiz hizo la denuncia, en el lugar donde ocurrieron los hechos no se encontraba el religioso Roberto Salazar, por lo que fue avisado por la directora del Colegio San Francisco de Sales, Verónica Hinojosa. Ella no olvida la respuesta que le dio Salazar: “Yo le dije (a Valdés) que no se metiera en problemas”. A la directora le extrañó que en sus palabras no hubiese una expresión de sorpresa.
Tras la denuncia de Cristián Ruíz y de la aparición de los antecedentes de Lebu, la administración del Colegio San Francisco de Sales buscó cuanto antes desligar a Héctor Valdés de la institución, porque no consideraba posible que, imputado o no, un sacerdote bajo sospecha de haber abusado de menores siguiera ejerciendo su labor como capellán.
Las acusaciones llegaron a oídos de los apoderados y se generó una polémica, puesto que algunos optaron por creerle al sacerdote y otros al colegio. De todas maneras, los superiores de la congregación a nivel mundial decidieron remover a Valdés del cargo de Superior General en Chile y pusieron en su reemplazo a Roberto Salazar.
Una de las personas que defendió a Héctor Valdés fue la ex superiora de Las Ursulinas, Isabel Lagos Droguett, conocida como Sor Paula. Fallecida en julio de 2012, Sor Paula fue investigada por presuntos abusos sexuales que habría cometido contra niñas de los colegios de su orden religiosa. Coincidentemente, el sacerdote Héctor Valdés también ejercía como capellán del establecimiento educacional de Las Ursulinas en Maipú, por lo que la directora del Colegio Nuestra Señora del Carmen, Gladys Silva, le informó a Sor Paula sobre las acusaciones contra el sacerdote. La respuesta que recibió de la religiosa no fue la que esperaba, porque Sor Paula defendió al sacerdote y enfrentó a la directora por acusar a Valdés.
Finalmente, Héctor Valdés fue despedido de su trabajo como capellán del Colegio San Francisco de Sales. Una vez que abandonó el cargo, los administradores del establecimiento decidieron tomar cartas en el asunto y por su cuenta investigaron el historial que arrastraban los misioneros desde Lebu. Producto de estas indagaciones, conocieron el testimonio del joven “Hugo”, quien culpaba a Roberto Salazar y a Héctor Valdés de haber abusado de él y de otros menores. Los responsables del colegio lo comunicaron de inmediato a los superiores de la congregación en India.
El asistente general de la congregación, Thomas Cherukat, viajó a Chile para interiorizarse sobre el caso. Debido al nuevo testimonio que apuntaba no sólo contra Valdés, sino también contra Roberto Salazar, la congregación dispuso separarlos de sus labores pastorales. Ambos quedaron viviendo solos en la casa que el grupo de religiosos posee en Camino Rinconada 4.477, en Maipú. Salazar, además, debió dejar el cargo de superior en Chile.
Consultado por las acusaciones que pesan sobre Valdés y Salazar, el asistente general de la orden, Thomas Cherukat, respondió vía correo electrónico: “Muchas gracias por su correo sobre el padre Héctor Valdés. Es cierto que ha habido algunas denuncias en su contra. Actualmente hay una investigación en curso en la arquidiócesis. Sólo la arquidiócesis puede proporcionar alguna información al respecto. Por lo tanto le sugiero que se contacte con la oficina de la Arquidiócesis de Santiago para cualquier información que usted pueda tener”.
Los sacerdotes Valdés y Salazar no quisieron entregar sus versiones sobre las denuncias. En la reja de entrada a la casa de Camino Rinconada, Salazar aseguró que el nuevo superior de la orden en Chile es el único que puede dar información, pero indicó que en ese momento se encontraba en India porque la congregación estaba en proceso de elegir a su nuevo superior general. Según señaló, el sacerdote Patricio Aguayo había quedado a cargo del grupo: “Hablen con el padre Patricio, él les va a dar toda la información, porque él es el superior a cargo en estos momentos”.
Salazar se mostró reacio a entregar información, dio respuestas cortas y siempre se basó en que “en una congregación, los miembros no pueden dar información, sólo el superior”. Su reacción cambió cuando se le preguntó sobre las denuncias de abusos sexuales contra Héctor Valdés: “¿Quiénes son ustedes? Yo puedo decir cualquier cosa de cualquier persona. Vayan donde el padre Patricio, él es el superior”, respondió y se entró sin despedirse.
Media hora más tarde llamamos a su celular y le hicimos saber que queríamos conocer su versión acerca de los hechos denunciados. Esta vez se mostró alterado, no quiso responder y simplemente cortó.
Dos semanas después, fue el turno de contactar al religioso Héctor Valdés para que diera su versión. Sin embargo, sólo atinó a cortar la llamada, sin responder siquiera una palabra.
Desde septiembre de 2012, Hugo lleva adelante su denuncia de abuso sexual en el Arzobispado de Santiago. Su caso quedó en manos del experto en justicia canónica David Albornoz. La investigación recopiló el testimonio de Cristian Ruíz. Albornoz se comunicó también con los padres de Cristian Rocha, pero la respuesta fue negativa. No quisieron cooperar, pues no confían en la Iglesia Católica.
Entre las pruebas entregadas al Tribunal Eclesiástico figura una grabación de audio. Ese registro revela una conversación entre Hugo y el sacerdote Roberto Salazar que hace referencia a relaciones sexuales entre el joven y los religiosos:
“Yo me sentí un poco utilizado sobre todo por parte de él, porque el padre Héctor fue el que más me entusiasmó. Yo con él me inicié sexualmente, con ustedes dos. Y para mí, igual fue… no sé si jugaron conmigo o me usaron”, dice Hugo en la grabación. Ante estas palabras, la reacción de Salazar no fue de rechazo tajante. En su respuesta, le dice al joven que deben hablar sobre ese tema.
Hugo asegura que, paralelamente, denunció en la Policía de Investigaciones amenazas reiteradas. “He sido amenazado por correo, por teléfono, todo eso. Por parte de Héctor y de otros de sus adherentes”. Y agrega: “Había conversado este tema con ellos anteriormente. Me ofrecieron plata, quisieron comprar mi silencio y, bueno, opté por denunciarlos y seguir adelante”.
Hugo recuerda a Héctor Valdés como capaz “de manejar sicológicamente a las personas. Tratando siempre de tener el control, como Karadima, que tuvo el control sobre el cardenal, sobre los otros obispos de acá. Así de poderoso era Karadima y así quería ser Héctor en su círculo”.
Actualmente, los sacerdotes Patricio Aguayo y Fredi Navarrete (dos de los cinco religiosos que integran la congregación) desempeñan labores en colegios de Maipú. Navarrete ejerce como capellán en el Instituto O’Higgins y Aguayo, además de ayudar a ancianos y enfermos de la comuna, es profesor en el Colegio Mater Purísima.
A diez años de la muerte de su hijo, la madre de Cristian Rocha asiste sagradamente todos los sábados a visitar su tumba. Ana María Figueroa aún mantiene la esperanza de que lo sucedido se aclare, que se haga justicia y que los responsables paguen, para evitar nuevas víctimas. El matrimonio Rocha Figueroa está consciente de que nada compensará la pérdida de su hijo, pero Ana María y Roberto quieren tener la certeza de que no habrá otras familias que pasen por todo el sufrimiento que ellos vivieron.
(*) Este reportaje es una versión editada por CIPER de la “Tesina para optar al grado de Licenciado en Comunicación Social” elaborada en el segundo semestre de 2012 por Valentina Mery, Catalina Sagredo y Felipe Véliz, estudiantes de la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales. La investigación fue guiada por la profesora Pamela Aravena.
(**) El pasado lunes 14 de mayo de 2013 el Arzobispado de Santiago comunicó que Héctor Valdés fue condenado por abuso sexual de menores “a la pena perpetua de dimisión del estado clerical y de dimisión del instituto religioso al que pertenece. En consecuencia, queda removido de por vida del ejercicio del ministerio sacerdotal y de la vida religiosa”. El comunicado del arzobispado informó que Valdés tiene 60 días, a contar del 24 de abril, para interponer un recurso contra el decreto que lo condenó. Vea el comunicado oficial en la web de la Conferencia Episcopal de Chile).