Las penurias de los que no quedaron atrapados
Se salvan 33, mueren 45: siniestro balance de los accidentes de la minería chilena en 2010
16.07.2011
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Las penurias de los que no quedaron atrapados
16.07.2011
El 8 de octubre de 2010, una semana antes de que empezaran a salir los 33 mineros después de su “cautiverio” de 69 días a 700 metros de profundidad, la Compañía Minera San Esteban Primera –dueña de la mina San José- despedía a 242 trabajadores. Muchos de ellos entregaron varios años de trabajo a la mina y habían sido testigos de las muchas veces que las autoridades ordenaban el cierre de faenas por irregularidades en la seguridad del yacimiento. Pero meses más, meses menos, siempre volvían a la producción, incluso después de accidentes fatales.
La propia mina San José exhibía una estadística que al menos ameritaba una mayor fiscalización. Dos trabajadores fallecidos entre 2004 y 2007; dos trabajadores amputados entre 2003 y 2010 y 36 trabajadores heridos producto de accidentes entre 2005 y julio de 2010. Trece de estos últimos fueron provocados por la caída de rocas o planchoneo.
Pero el accidente ocurrido a las 14:05 del 5 de agosto fue muy diferente a los anteriores en el rubro. Porque pocas horas después del desprendimiento de una roca de 3,5 toneladas en una de las galerías de la mina San José, que dejó atrapados a 33 trabajadores a 700 metros bajo tierra, el accidente traspasaba las fronteras del país para ser foco de atención de los principales medios de comunicación internacionales.
La gravedad de lo ocurrido permitió ir más allá de la responsabilidad de los dueños de la mina y sus ejecutivos. Muy pronto desde la Cámara de Diputados apuntarían también a la complicidad de la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) y a la vista gorda e ineficiencia del Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin) y la Inspección del Trabajo.
En los 69 días que duró el rescate, se pudo conocer las historias en varios idiomas de esos 33 mineros que permanecieron sepultados en vida. Historias contadas no sólo por los familiares que permanecían fuera en el famoso “Campamento Esperanza”, sino que también por sus propios compañeros de trabajo que se encontraban en el exterior al momento del derrumbe y que, aun así, no abandonaron el lugar del accidente durante esos dos meses, ocupados por el destino de sus compañeros bajo tierra.
Los más antiguos compartieron sus conocimientos sobre las condiciones al interior de la mina. Los de recursos humanos informaron quiénes eran y en qué se desempeñaban cada uno de los accidentados. Personal del casino de la empresa preparó y repartió comida entre familiares y rescatistas. Los trabajadores que salvaron de la tragedia también se dedicaron a consolar a familiares de sus compañeros más cercanos.
-Éramos todos parte de los 33, también nos sentíamos encerrados allá abajo -dice Arturo Segundo Díaz, de 53 años-. Yo trabajaba en maquinaria pesada y seguí trabajando y ayudando arriba con los movimientos de tierra. Nos sacamos la mugre. Es que no podía ser menos, teníamos a nuestros compañeros abajo y nos sentíamos parte de ellos. Eso duró hasta el día en que salieron del hoyo, pero nunca nos dieron ni las gracias. Tengo mucha rabia con esos huevones.
La rabia de Arturo es compartida por muchos de los trabajadores de la Minera San Esteban. Como dice una ex empleada de la mina, “mientras duró todo el reality show del rescate se nos hicieron muchas promesas enfrente de los medios”. Promesas que, agrega, también les formularon el ministro de Minería, Laurence Golborne, y el Presidente Sebastián Piñera.
En público, este último declaró que “el gobierno buscará reincorporar a cada uno de los trabajadores que se quedaron sin trabajo” y que “no habrá impunidad para los responsables y se perseguirán las sanciones contra quienes tenga algún grado de responsabilidad en este accidente, ya que hoy es más simple para los empresarios pagar las multas que corregir los problemas”.
Esos comentarios suscitaron que el empresario Alejandro Bohn, uno de los dueños de la mina, dijera que “responderé con los bienes de la empresa, y con mis bienes personales si es necesario, para recompensar a cada uno de los trabajadores”.
Todas estas promesas se esfumaron a solo una semana del rescate.
-El 17 de octubre se hizo una misa en el lugar donde estuvo el campamento, y a nosotros no nos dejan entrar -comenta Luis Rojas, de 42 años, quien llevaba cinco en la minera San José-. Rápidamente nos organizamos fuera de la carpa donde estaba siendo celebrada la misa e hicimos unas pancartas para llamar la atención de la prensa que decían: “Piñera: para el Show”, “30 días sin plata y sin trabajo” y “Atrapados en la superficie”.
A pesar de su esfuerzo e indignación, solo consiguieron una tímida mención en uno o dos medios. “Esto ha sido un show y lo peor es que nuestros compañeros participaron”, se lamenta Rojas,
A menos de un mes de cumplirse un año del accidente que catapultó a Chile a las portadas de los medios internacionales, ex trabajadores de la Minera San Esteban Primera S. A. se quejan de que esta historia está lejos del final feliz que se intentó presentar al mundo.
Para agosto de 2010, la empresa tenía 397 trabajadores, de los cuales 242 eran de planta, 59 con contratos a plazo fijo y 97 trabajadores de empresas subcontratadas. La mayoría de ellos resultó perjudicada y eso perdura hasta hoy.
-El final de la historia no terminó con la exitosa salida de nuestros 33 compañeros que quedaron enterrados. Sacaron 33 y enterraron 300. Pero esa parte de la historia es la que se está ocultando. Hace poco llegó el ex presidente de Brasil y se le regaló incluso un pedazo de piedra de la mina. Lo que no se le dijo es que sólo el 20% de los ex trabajadores tiene empleo y que el 80% estamos olvidados de autoridades y pasando muchas penurias -comenta a CIPER Bernardo Mondaca, quién trabajo por 25 años para la Minera San Esteban.
Hoy, con 64 años, ha comenzado sus trámites de jubilación. Es el único sustento de las cuatro personas de su familia.
-Es lo único que me queda, ya que después del despido intenté volver a trabajar, pero por mi edad y por no tener estudios no me llaman de ningún lado. He estado muy mal. Que de la noche a la mañana se te corte la única entrada de dinero, es algo que no se lo deseo a nadie –agrega.
La situación de Mondaca no es la única entre los ex trabajadores de la ahora clausurada Mina San José. Son varios los que desde el cierre de la misma se han quedado en la calle y, sobre todo, aquellos que a pesar de tener mucha experiencia en minería por haber trabajado toda su vida en esto, su edad ya no los hace rentable para ninguna empresa.
A pocos días de conmemorarse un año del derrumbe, el problema que sigue enterrado es que el derrumbe de la San José fue un hito en un período en que las empresas del rubro exhiben las mayores utilidades y que en términos de accidentes laborales resultó un año fatal. El 2010 fue el año con más accidentes de la década (2000-2010) en la minería: 45 mineros resultaron muertos y 1.322 heridos de distinta gravedad.
Son las 10:30 de la mañana del lunes 11 de julio. El movimiento en torno a la plaza Prat comienza a agitarse. Varios cientos de personas cruzan a diario en todas las direcciones esta plaza situada en el centro de la ciudad de Copiapó, frente a la Catedral. En el centro se encuentra la hermosa fuente con una estatua en mármol de una mujer, simbolizando la Minería Atacameña.
Es junto a esta estatua que desde hace ya un año los transeúntes copiapinos se han acostumbrado a ver a un grupo de mineros que se encuentran sin trabajo. Las primeras juntas empezaron en octubre del año pasado. Llegaron a reunirse hasta 300 personas con silbatos, megáfonos y pancartas.
“No somos 33, somos 343”. “Sacaron a nuestros compañeros y nos enterraron a nosotros”. Así rezaban las pancartas de quienes recorrían el entorno de la plaza para después terminar frente a la Intendencia. Hoy es diferente: después de casi un año, el número de los que se siguen reuniendo en torno a la estatua de la Minería no llega a 20.
-Es frustrante, y lo peor es que se sigue lucrando con nuestra desgracia. Hemos dado la lucha pero incluso la prensa nos ha dado la espalda. No existimos -dice Bernardo Mondaca, mientras sus compañeros conversan sobre posibilidades de trabajo. También preguntan si se sabe algo del resto del finiquito que aún no se les termina de pagar en su totalidad.
Un grupo de jóvenes que pasa por la plaza saluda a los manifestantes y bromea entre risas:
-Ya poh, ¿cuándo se van a mandar una marcha?
Bromas como esas y la necesidad de ganarse el sustento en lo que sea han hecho que muchos de los ex trabajadores de la San José abandonara las manifestaciones.
Evelyn Nicole Olmos Munizaga tiene 37 años y toda su experiencia laboral viene de su trabajo en la mina San José, donde se desempeñaba como técnico paramédico. Su aprendizaje fue duro y rápido.
-El problema de la inseguridad en la mina no era nuevo para nosotros. Desde 2004 esta mina presentaba problemas serios. Un mes antes del derrumbe, a partir de 3 de julio de 2010, día del accidente de Gino Cortés, a quién una loza le cortó una pierna, empezamos a ser más majaderos. Incluso fuimos hablar con el gerente de la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) en Copiapó y le advertimos que lo de Gino no iba a ser el único accidente si no se tomaban medidas serias. Éste nos respondió que la ACHS no tenía ingerencia en lo que pasaba en el interior de la mina. Nuestros primeros reclamos cayeron en saco roto. Si ellos que son encargados de la seguridad nos dicen que no tienen ingerencia, ¿a quién recurrir? –dice Evelyn.
Estanislao Morales trabajaba para una empresa contratista que prestaba servicios de transporte a la Minera San Esteban. También supo de reclamos directos que no llegaron a buen puerto.
-Mi empresa tenía 30 trabajadores contratados para la mina San José, y nuestro trabajo era prestar servicios de transporte. Yo entré sólo una vez a la mina y después nunca más quise entrar, ya que por el tiempo que llevo trabajando en diferentes minas me di cuenta de que este lugar no era muy seguro.
Si bien Estanislao no era el jefe en terreno y sus trabajadores dependían de un jefe de faena, no era ajeno a los comentarios que hacían sus compañeros acerca de la inseguridad en la mina. La situación lo animó a hacer sus reclamos al jefe de turno.
-Las primeras veces les decía a mis compañeros que se quejaran al jefe de turno, pero yo mismo había sido testigo y objeto de burlas cuando uno iba con quejas. Inmediatamente te menoscababan dando a entender que no eras muy hombre. En otras palabras, te tildaban de maricón. Y claro, a la segunda que te dan ganas de quejarte, te quedas callado y te convences de que no va a pasar nada.
Del grupo de trabajadores de Estanislao Morales, dos estaban dentro de la mina el día del accidente, Daniel Herrera y Carlos Mamani. A pocas horas del derrumbe, Estanislao se hizo presente en la mina y se quedó por dos días. El día 7, cuando toda la esperanza estaba en una de las chimeneas y el plan falló, tuvo un colapso y acabó sufriendo un preinfarto que lo mantuvo hospitalizado tres meses después del rescate.
No todos los trabajadores mineros se inhibían de presentar quejas. Algunos preferían ser motejados de cobardes o de poco hombres y, en caso de no ser escuchados, renunciar. Pero como las oportunidades de trabajo no abundan en la región, muchas veces terminaban volviendo a la misma empresa. Así ocurrió con Alfredo Gallardo González, de 24 años, que oficiaba de camionero en la mina San José. Entraba y salía cuatro veces al día. La jornada en que ocurrió el accidente estaba de descanso.
-El 3 de julio, el día en que mi compañero Gino Cortés perdió su pierna a causa de que se desprendió un planchón, yo estaba trabajando y quedé muy impresionado. Esperaba que se tomaran medidas más serias sobre la seguridad, pero todo se limitó a que un jefe de turno nos dio una charla de cinco minutos y eso sería todo. No vino ni la Inspección del Trabajo ni gente de la Mutual de Seguridad, nada. Eso me hizo enojar mucho. A los dueños les interesaba más el metal que el recurso humano. Nosotros éramos números para ellos, así que fui a las oficinas y renuncié. Me llamó mucho la atención que cuando llegué ante la persona de recursos humanos y le comenté por qué estaba renunciando, me dijo: “Es la reacción más cuerda que ha habido a causa del accidente, haces muy bien”. Estuve 15 días buscando trabajo y decidí volver. Hice mi turno de 7 días, me fui a mi casa y al día siguiente ocurrió el derrumbe.
Horacio Vicencio Araya trabajó 12 años en la empresa. Hasta el día de su despido se desempeñaba como presidente del sindicato. Su mirada es crítica respecto al modo en que se han abordado las responsabilidades del accidente del 5 de agosto de 2010.
-Es muy fácil descargar todas las culpas en los dueños de la empresa. Trabajar en esta empresa también tenía sus compensaciones y hay que reconocerlo públicamente. Uno tenía trabajo seguro ya que al ser yacimiento de oro y cobre, no pasaba como en otras mineras que cuando bajaba el precio del cobre, se quedaban muchos sin trabajo; aquí, si no era el cobre, era el oro, y eso nos aseguraba estar siempre con trabajo. La necesidad tiene cara de hereje, se dice, y es verdad, ya que por más que algunos al salir de sus casas se despidieran de su mujer diciendo Pueda ser que hoy no salga, igual iban a trabajar. Creo que esto también demuestra que la responsabilidad al final es compartida incluso entre nosotros como trabajadores.
Su “mala suerte” fue no ser parte de los 33.
Los trabajadores pudieron tener alguna responsabilidad, pero esta no se compara con la que le cabe a los entes fiscalizadores. Para el diputado (UDI) Carlos Vilches, uno de los 12 legisladores que conformaron la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados (LINK 1) creada para indagar sobre las causas y responsabilidades del accidente de la mina San José, el problema no fue únicamente que la faena de la mina era un proyecto desarrollado con excesiva precariedad. A esto se sumó que las tareas encomendadas por el Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin) no se cumplieron.
-Hay una falta de todo tipo, de gestión administrativa y de fiscalización, ya que el Sernageomin no podía permitirles funcionar en esas condiciones. Aquí se saltaron muchas de las barreras que se utilizan como seguridad en la minería –dice.
Mediante notificaciones, el Sernageomin había ordenado acondicionar la chimenea con escaleras, de modo de implementar una salida auxiliar que se podría haber utilizado una vez ocurrido el derrumbe. Asimismo, debido al accidente que le costó la pierna a Gino Cortés, se obligó a fortificar variados puntos de la rampa de acceso. También se había dispuesto la instalación de un sistema eléctrico para contar con comunicación desde cualquier punto de la mina. Pero el problema fue que nadie se ocupó de fiscalizar que lo ordenado se hubiera hecho.
-Aquí hay gente que está queriendo lavarse las manos, y va a tener que responder por sus responsabilidades –agrega el diputado Vilches-. Las entidades fiscalizadoras fracasaron en su trabajo. Hay muchos errores técnicos y de responsabilidad de gestión que tienen que ser penalizados. Tiene que haber un antes y un después en el funcionamiento del Sernageomin, en las normas de seguridad, en poner mas exigencia en los proyectos, aunque no me cabe duda de que ya esta ocurriendo y ya se ha empezado a trabajar con más cuidado.
El diputado Lautaro Carmona (PC), de la misma zona, tiene dudas que haya habido un antes y un después en materia de seguridad. Más aún considerando que Chile no ha suscrito el Convenio Nº 176 de la Organización Internacional del Trabajador (OIT), referido a seguridad y salud en las minas. El convenio ha sido ratificado por 125 países, entre los cuales figuran Brasil y Perú.
-El convenio tiene entre sus atribuciones a favor del trabajador la capacidad de paralizar la faena cuando hay indicios de peligro -dice el diputado-. Los propios mineros en sus declaraciones dijeron en la comisión investigadora que a las 10 de la mañana se dieron cuenta de que había que salir. Pero el jefe de turno les contestó que debían esperar hasta las 13 horas. Ahí está la mejor demostración, ya que con el convenio ellos podrían haber salido a tiempo. Es una vergüenza que aún no se haya aprobado el convenio. La única razón es que se lo considere una traba para la inversión minera.
Una opinión similar tiene el senador radical por la región de Antofagasta José Antonio Gómez, quien dice haber realizado gestiones a favor de la aprobación del Convenio 176 de la OIT:
-No encuentro razón de por qué han ido dejando pasar el tiempo en todos los gobiernos y no han tomado la decisión de presentarlo. Mandé una carta al Presidente y otra al ministro de Minería. El Presidente me responde que pasará mi inquietud al ministerio competente. Y del ministerio se me responde que están haciendo un estudio. Pido el estudio, lo reviso y me encuentro con algo muy limitado. Me da la impresión de que hay una convicción desde la autoridad de no dar pié a la aprobación del convenio. En la próxima reunión de Minería voy a citar al ministro Laurence Golborne para pedirle una definición clara frente al tema.
A los 242 trabajadores que fueron despedidos se les adeudaba un total de
$ 1.350 millones. Se pactó un finiquito en tres cuotas. La primera sería de un 50% de la deuda y dos pagos más con el 25% restante.
Hasta el momento la mayoría ha recibido el primer pago y sólo algunos parte del segundo. La empresa ha cancelado $780 millones y restan aún $570 millones. El 80% de los trabajadores despedidos mayores de 50 años se encuentra sin trabajo.