En El Bosque todo sigue igual
La temeraria resistencia de los obispos Arteaga y Valenzuela a condenar a Karadima
04.03.2011
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En El Bosque todo sigue igual
04.03.2011
Hace una semana el ex arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, dijo a Qué Pasa que lamentaba haber suspendido la investigación en contra de Karadima por casi 6 años. Y agregó, a modo de explicación, que mientras el investigador eclesiástico le decía que las denuncias eran gravísimas, otra persona argumentaba en sentido contrario.
«Cometí un error», precisó el cardenal en la entrevista. Y detalló: “Pedí y sobrevaloré el parecer de una persona muy cercana al acusado. Mientras el promotor de justicia pensaba que era verosímil la acusación, esta otra persona afirmaba justamente lo contrario».
El promotor de justicia al que hace referencia el cardenal es el sacerdote español Eliseo Escudero. Entrevistado por CIPER en diciembre pasado, Escudero recalcó que los testimonios que recogió en su investigación siempre le parecieron graves y creíbles. El recibió las acusaciones de José Murillo, de James Hamilton y su ex esposa y de Juan Carlos Cruz.
-Si en este caso hubo negligencia u omisión no será por mi culpa- dijo a CIPER.
Y agregó: “Yo cumplí paso a paso con lo que se me encomendó, desde mi primera diligencia hasta la última. Todas las veces hice mi informe incluyendo algo que ni siquiera estaba en mis atribuciones: explicitar mi parecer”.
Y su parecer era que las acusaciones que le relataban eran verosímiles.
Respecto de la identidad de la “otra persona” que influyó decisivamente en la opinión de Errázuriz y tuvo el poder de contradecir la fuerza de los testimonios que recogía Escudero, no hay dudas en la jerarquía de la Iglesia Católica. Menos entre los sacerdotes de la Unión Sacerdotal que controlaba Fernando Karadima
Aunque Errázuriz dijo que jamás lo identificaría, diversas fuentes eclesiásticas ligadas al Arzobispado y a la Unión Sacerdotal aseguran que se está refiriendo a su obispo auxiliar Andrés Luis Arteaga Maniu, elegido para ese puesto en 2001. Un hombre de la más absoluta confianza de Fernando Karadima. Un nexo férreo que data de años y que le significó que Karadima lo eligiera y le confiara la cabeza de la Pía Unión Sacerdotal, la organización que le permitía tener control sobre los millonarios bienes de la parroquia El Bosque y sobre los 50 sacerdotes que se formaron ahí.
Varios medios de comunicación han dicho en estos días que la responsabilidad de Arteaga en los abusos que cometió Karadima se reducen a haber hablado a favor del sacerdote, condenado por la justicia vaticana a una vida de oración y penitencia, entre otras cosas por haber abusado de menores. Pero lo cierto es que la huella de Arteaga está presente en varios momentos de las denuncias de que fue objeto ante el Arzobispado de Santiago.
Así lo declararon los propios denunciantes en la investigación judicial que llevó adelante Xavier Armendáriz y que podría reactivarse la próxima semana con un ministro en visita, como lo expresó el presidente de la Corte Suprema, Milton Juica.
El cuestionamiento más duro proviene del filósofo José Andrés Murillo. En su declaración ante Armendáriz relató que tiempo después de que Karadima intentara masturbarlo, él se acercó a hablar con Andrés Arteaga, quien ya era obispo auxiliar.
-Pensé que si era inteligente y justo, podría ayudarme. Pero sólo me recomendó que fuera al psicólogo, que todo era un malentendido mío. Que no siguiera diciendo esas cosas de Karadima pues ellos tenían muy buenos abogados. Me dijo que había leído la carta que yo le había a enviado a monseñor Errázuriz hacía años atrás y que no continuara hablado cosas porque estaba haciendo mucho daño. Le dije que era yo el que había sufrido daños y que no me convirtiera en el victimario cuando yo había sido la víctima –afirmó Murillo.
La carta a la que Murillo se refiere en su declaración es la denuncia que en 2003 le hizo llegar al cardenal Errázuriz a través de Juan Díaz, vicario de la Educación. Consultado por CIPER, Díaz dijo que efectivamente había hablado con Errázuriz sobre las acusaciones que hacia Murillo, entregándole luego una carta en la que el mismo filósofo relataba los hechos (Ver entrevista a Juan Díaz)
Este episodio cobra hoy una relevancia especial: ¿Cómo fue que Arteaga tuviera acceso y leyera una carta privada que un vicario le entregó personalmente al cardenal Errázuriz? La historia no hace más que confirmar que efectivamente el cardenal consultaba con Arteaga cualquier acusación que afectara a Karadima, como cree buena parte de los sacerdotes vinculados o que conocieron bien el círculo de El Bosque.
Otro testimonio que retrata el nivel de intervención que tuvo el obispo Arteaga para parar las investigaciones que afectaban a su guía espiritual (Karadima) y a su grupo, es el que entrega el sacerdote Fernando Ferrada Moreira, también miembro de la Unión Sacerdotal. Ferrada, párroco de la iglesia Jesús Carpintero, declaró ante Armendáriz que a través de unos correos electrónicos supo que un feligrés llamado Oscar Osben, acusaba al sacerdote Diego Ossa –predilecto de Karadima y vicario de la Parroquia El Bosque- de haber abusado de él y le exigía en compensación 100 millones de pesos.
Ferrada relató al tribunal que el asunto le pareció grave y decidió comunicárselo a Andrés Arteaga: “Él me dijo que había muchas falsas acusaciones, que se arreglaran entre ellos y no nos metiéramos nosotros. Le dije que él era el obispo y me señaló que él haría lo que tenía que hacer”.
Pero el sacerdote Ferrada constató que nada ocurrió: los pagos que solicitaba Osbén se hicieron y no se investigó. “Ante esto fui hablar por segunda vez con Arteaga. Me escuchó, pero lo llamaron avisándole de una noticia en el diario que lo puso nervioso. Me dijo que no diera nombres de esto. Y por segunda vez dijo que él haría lo que tenía que hacer”.
En su testimonio, Ferrada agrega algo que vuelve a demostrar el vínculo que se había forjado entre Errázuriz y Arteaga para enfrentar los abusos de Karadima: “Luego tuve una conversación con el cardenal Errázuriz en su casa, a principios de junio. Me dijo que era correcto habérselo comentado al padre Arteaga y me agradeció que se lo dijera a él”.
Lo concreto es que ninguna de estas gestiones evitó que el pago por el silencio de Osbén se hiciera (ante la justicia Karadima asumió un pago de $10 millones), utilizando como intermediarios al abogado Juan Pablo Bulnes y al obispo de Linares Tomislav Koljaticv, del mismo círculo de Karadima. Pero la Iglesia no investigó ni la entrega de dinero a Osben y tampoco de dónde provenía el dinero para ese y otros pagos de millones a distintos empleados de la Parroquia El Bosque. La única indagación corrió por cuenta de la fiscalía, pero sin que se pidiera abrir las cuentas del ex párroco de El Bosque y tampoco las de la parroquia y la Unión Sacerdotal.
El rol del obispo Arteaga en el círculo de Karadima ha sido clave. De hecho, desde que monseñor Ricardo Ezzati anunciara la condena vaticana, el actual vicecanciller de la Universidad Católica se ha instalado en El Bosque, en donde todo transcurre como si no hubiera existido el fallo. Una articulación del poder que ejercía Karadima que bien conoció el doctor James Hamilton, quien sitúa a Arteaga en el centro del drama que el vivió.
A comienzos de 2010 Hamilton contó ante la fiscalía que cuando no quería ceder a las presiones sexuales del sacerdote Karadima y evitaba subir a su pieza, éste lo recriminaba duramente o pedía ayuda a otros sacerdotes. “Recuerdo que en una oportunidad mandó a varios sacerdotes, entre ellos a monseñor Arteaga, monseñor Juan Barros (actual vicario castrense) y otros que ya no recuerdo. Eran seis sacerdotes que me hablaron en una de las salas de reuniones del templo. Se me indicó que mi fe flaqueaba y que el padre Karadima no estaba contento conmigo y que debía rezar más y comprometerme con la parroquia. La presión fue superior a mis fuerzas y cedí nuevamente”.
Hamilton no acusa a esos sacerdotes de haber estado en conocimiento de los abusos sexuales a los que era sometido por su guía espiritual, pero sí reclama que la soledad en que se encontraba frente al poder de Karadima permitió que la relación con el sacerdote se prolongara por 22 años. Los otros abusos por los que se condenó a Karadima, los psicológicos, eran en los hechos reforzados por el círculo de sacerdotes que lo ha rodeado por años.
Precisamente por estos hechos aquí relatados y otros que figuran en la investigación que finalmente llegó al Vaticano, es que las declaraciones expresadas por Arteaga luego de hacerse pública la condena del Vaticano -que reconoce los abusos a menores-, provocaron estupor en el Arzobispado. El obispo auxiliar de Santiago evitó utilizar la palabra “condena” y “víctima”, desligándose de todo mea culpa respecto de actos en los que participa directamente (amenazar a Murillo con buenos abogados, cuando le cuenta que ha sido abusado) o por omisión (presiona a Hamilton para que fuera dócil con Karadima, situación que prolongaba el abuso), entre otros.
En su declaración, Arteaga pide disculpas y solidariza con quienes han sido directamente “afectados”, sustantivo amplio que evita definiciones centrales: no admite abusos y mucho menos víctimas. Una ambigüedad que, junto a las declaraciones del cardenal Errázuriz a Que Pasa, reafirma el convencimiento de muchos de que Arteaga fue el principal operador de la defensa de Karadima en el Arzobispado.
Así lo entendieron muchos profesores de la Universidad Católica de la cual Arteaga es la máxima autoridad eclesiástica como representante del Gran Canciller, rol que le corresponde a monseñor Ezzati. Si antes de su declaración ya existía malestar en la comunidad de la UC, sus dichos provocaron indignación entre alumnos y profesores los que por distintas vías lo han hecho saber al consejo superior de dicha casa de estudios.
Así, tras largos debates y una entrevista con Ezzati, la federación de estudiantes de la UC le pidió al arzobispo que reflexione sobre la permanencia de Arteaga en el cargo de vice gran canciller de la Universidad Católica. Una petición que interpreta a muchos profesores que están evaluando el daño institucional que provoca su permanencia.
Pero si en el arzobispado hay molestia por los ambiguos dichos de Arteaga, la intervención del obispo de Talca, Horacio Valenzuela, uno de los miembros de la Unión Sacerdotal más estrechamente ligado a Karadima, causó indignación. En entrevista con Radio Bío Bío el prelado señaló que este fallo del Vaticano era una suerte de primera instancia porque los cargos que se le imputan a Karadima no pueden ser reconocidos todavía, puesto que aún falta la apelación del ex párroco: «Estrictamente hay un juicio civil abierto y todavía falta una apelación en el juicio eclesiástico». Por eso, agregó, «mientras no terminen los juicios no podríamos reconocer (la sentencia)».
El intento de moderar la fuerza y validez del fallo fue calificado de “temerario” por tres autoridades de la Iglesia Católica quienes dijeron a CIPER que “con sus declaraciones, Valenzuela se ha puesto al borde de la desobediencia”. Y ello, porque esa actitud, entre la obediencia a la Iglesia y la lealtad a Karadima, no tiene cabida luego del contundente veredicto enviado desde Roma y que leyó Ricardo Ezatti ante la expectación de los medios: una condena y no un fallo de primera instancia. Si bien existe la posibilidad de una apelación, un derecho de todo acusado, nadie puede negar que lo que emanó del Vaticano -y no del Arzobispado de Santiago- es una condena.
De hecho, tanto la reclusión como el impedimento de ejercer el ministerio y la prohibición de todo contacto con el círculo de la Parroquia El Bosque y de la Unión Sacerdotal, ya lo está cumpliendo, aunque con algunas peligrosas ventanas abiertas.
Es más, en un mensaje que tiene algo de advertencia algunos canonistas han dicho que las sanciones que recibió el ex párroco de El Bosque son menores a las que debiera haber recibido. Así lo explicó recientemente el sacerdote Augusto Rojas, presidente de la Asociación Chilena de Derecho Canónico al medio eclesiástico www.periodicoencuentro.cl aludiendo a que estas sanciones tiene que ver con “la edad del sacerdote y su estado de salud”.
Los signos ambiguos de los partidarios de Karadima, que ocupan posiciones de gran influencia en la Iglesia, se repiten entre los sacerdotes que se mantienen en la parroquia de El Bosque donde tras el duro golpe del Vaticano, las cosas han vuelto lentamente a la normalidad de los días en que insistían en que Karadima era completamente inocente.
Al regreso del obispo Andrés Arteaga, se ha sumado la ausencia del párroco Juan Esteban Morales, quien pasa sus días junto a Karadima, y el retorno de los habitantes nocturnos de la parroquia: el sacerdote y vicario de El Bosque, Diego Ossa; el presidente de la Acción Católica de El Bosque, Francisco Costabal, quien acompañó a Karadima en las distintas casas donde se refugió hasta su reclusión en el Convento de las Siervas de Jesús; Pedro Ariztía y el joven estudiante Jorge “Tote” Álvarez. Todos ellos duermen en la parroquia sin que exista explicación para ello.
Distintos empleados de la parroquia aseguraron a CIPER que Karadima sigue controlando a su manera El Bosque a través del párroco Juan Esteban Morales, el único autorizado a visitarlo, pero que se instaló a vivir con él en el convento; y de sus llamadas por celular a los sacerdotes y laicos de su mayor confianza.
Aunque CIPER no pudo confirmar este hecho, si está claro que los lunes una decena de sacerdotes de la Unión Sacerdotal que se mantienen leales a Karadima sigue reuniéndose a puertas cerradas en El Bosque, como lo han hecho por décadas cada lunes del año cuando su guía espiritual allí vivía.
Por ello no es de extrañar que todos ellos persistan ante los fieles y otros sacerdotes con el mismo discurso: no se puede hablar de condena porque está pendiente la apelación.
Algunos sacerdotes del núcleo más duro de Karadima han llamado a los que se alejaron de la Unión Sacerdotal para decirles que “no pueden olvidar todo lo que el padre hizo por ustedes”. Una frase que todos los lunes pronunciaba el párroco Juan Esteban Morales al término de la misa en que se reunía la Pía Unión, por entonces formada por medio centenar de sacerdotes: “Gracias padre, hemos recibido tanto de usted”.
La inmovilidad –o resistencia- del grupo de Karadima en El Bosque volvió a sorprender el lunes pasado (28 de febrero) cuando quien ayudó a oficiar la misa de los miembros de la Pía Unión fue nada menos que el vicario Diego Ossa. Y ello, porque Ossa está destinado a la Parroquia Cristo de Mayo, en La Florida, cuyo párroco será el sacerdote Francisco Cruz Amenábar, otro religioso de la Pía Unión.
La destinación fue confirmada a CIPER por uno de los más estrechos colaboradores de Morales en El Bosque, quien se mostró sorprendido al escuchar a uno de los sacerdotes responder a una feligresa que preguntaba por la ausencia del párroco Morales y el vicario Ossa: “Sí, sí, claro, es que como usted sabe ellos han tenido algunos problemas pero ya pronto estarán aquí, como antes…”. Lo anterior fue dicho en presencia de un periodista de CIPER.
Diego Ossa contaba con la completa predilección de Karadima. Y confianza. Al punto que distintas fuentes de la parroquia indican que incluso tenía acceso a su cuenta bancaria personal. Durante los meses en que el ex párroco de El Bosque se refugió en fundos cercanos a la capital, Ossa le llevaba diariamente la comida que la cocinera de la parroquia, Silvia Garcés, le preparaba.
Como se estima que Ossa fue otra de las víctimas de Karadima –llegó de 14 años a El Bosque- se decidió trasladarlo para que inicie su sanación en otra parroquia. Pero ahí estaba el lunes pasado. Una nueva señal que envía Karadima hacia el exterior de que allí en su círculo todo sigue igual. Una señal que llega al corazón del Arzobispado de Santiago, pero también a las víctimas y feligreses que no entienden qué está ocurriendo.
No son pocos los que leen con honda preocupación las señales de desobediencia que surgen desde El Bosque y también a través de los dichos de los obispos Arteaga y Valenzuela (el obispo de Linares Tomislav Koljaticv no se ha pronunciado a pesar de haberlo defendido con vehemencia con antelación). Y hay quienes interpretan esos comportamientos como los de una secta, en la que sus miembros, enfrentados a evaluar los hechos, a decidir en conciencia, terminan optando por la obediencia ciega a su guía y líder a pesar de las pruebas, evidencias y del fallo de la máxima jerarquía de la Iglesia Católica apostada en el Vaticano.