La dictadura de los narcos que se adueñaron de La Legua
10.01.2011
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10.01.2011
Con una voz bien afinada y sin perder la rima, Alexis Labraña, más conocido como Di-One el Capo (21) rapea frente al ataúd de Israel Díaz Martínez (21) (Ver galería), quien fuera su compañero de colegio y que tres días antes perdiera la vida en el incendio de la cárcel de San Miguel. Le siguen el ritmo meneando sus cuerpos y con los ojos llenos de lágrimas un grupo de jóvenes -todos con jockey y ropas anchas de marca- que llenan el pequeño living de la casa del pasaje Karl Brunner de La Legua Emergencia.
Apenas termina la canción, de a uno se acercan al cajón para tocarlo y despedirse de su amigo. “Hermano, siempre te recordaré, fuiste pulento”, dice uno. “Isra, lo conseguiste, ¡moriste choro!”, grita el Pitilla al salir de la habitación, al tiempo que saca de entre sus ropas una pistola 9 mm. Nadie se inmuta.
En la puerta de la casa el Pitilla martilla el arma, la levanta al cielo y deja escapar los primeros balazos al aire. En sólo segundos desde todos los rincones surgen brazos armados que al unísono comienzan a disparar al aire. El ruido es ensordecedor. También intimidante para los que hemos visto estas escenas sólo en películas.
Los presentes sólo se cubren los oídos. A no más de dos cuadras está un blindado de las Fuerzas Especiales (Gope) de Carabineros de la 50ª comisaría de San Joaquín que rápidamente sale marcha atrás desapareciendo del lugar.
-Levanten el cajón en brazos. Vamos a dar la vuelta por el pasaje, de ahí volvemos y nos vamos –ordena Joseph Azola Martinez, primo hermano de Israel y quien se ha hecho cargo del funeral.
Desde el jockey a las zapatillas que viste Joseph son de marca Lacoste. En su pecho luce una gran «I» de oro con circonios. La misma que solía llevar Israel y que mandó a hacer especialmente a una joyería del centro de Santiago pagando por ella 2 millones 400 mil pesos.
Siguiendo el rito narco de La Legua Emergencia, Joseph organizó cada detalle del sepelio para demostrar su poder. Para la noche del velorio compró 35 litros de whisky Johnny Walker. Luego, pasó marihuana para hacer un “pito” de más de 20 centímetros que se dejó en un cenicero encima del cajón y que fue siendo consumido por los que vinieron a pasar la noche junto al cuerpo de Isra.
Al día siguiente Joseph repartió más de 500 balas y exhibió lo mejor de su arsenal para el ritual de despedida: pistolas 9 mm, revólveres y una escopeta calibre 12 que algunos se disputaron por su alto poder de fuego. Las 10 camionetas van que contrató para el cortejo al cementerio ya esperaban en la calle.
-Soy el encargado de recibir el pago. Son $40 mil por cada Van. Eso suma 400 mil pesos –le dice el chofer de una de ellas a Joseph.
Azola le pide a su madre que le traiga dinero. Sonia Martínez entra a la casa y sale a los pocos minutos con una bolsa del tamaño de una pelota de fútbol llena de monedas de 50 y 100 pesos.
-Aquí tienes $200 mil, el resto te lo doy en billetes –le dice Joseph al cobrador, sacando un fajo de billetes de uno de los bolsillos de su pantalón.
Las armas se guardan debajo del sillón del living y el cortejo parte. José Benito Ormeño, antiguo habitante de la población y dirigente de la asociación “Raíces de la Legua”, tiene pena por la muerte de Israel, pero algo lo incomoda. El ritual de su despedida va en contra de lo que ha sido por años su lucha: despojarse del mito de que todos en La Legua son delincuentes.
-Esta manera de mostrar status disparando y gastando tanto dinero yo la repudio. Se lo digo a los chiquillos, pero no me hacen caso. Es su manera de protestar contra el sistema, de rebelarse ante esta sociedad -afirma Ormeño.
La Legua fue una de las primeras poblaciones obreras de Santiago que albergó a los trabajadores del salitre que emigraron del norte cuando esta industria extractiva inició su declive en el siglo pasado. La llamaron así porque quedó ubicada a “una legua” del centro de Santiago.
Y se convertiría en “La Legua Vieja” cuando en 1947 un grupo de pobladores sin casa protagonizaron allí una de las primeras tomas de terreno en la capital dando paso a “La Legua Nueva”. En 1951, la Municipalidad de San Miguel aprobó un loteo de sitios para familias que debieron ser desplazadas de poblaciones callampas emplazadas en la insalubre ribera norte del río Mapocho y de conventillos de la Manzana Alta del canal La Punta. Entonces nació “La Legua Emergencia”.
El popular barrio se convertiría en feudo de la izquierda tradicional con fiestas callejeras y una ebullición política que la marcaron a fuego. Porque en septiembre de 1973 la violencia inundó sus calles y arrasó con todas las organizaciones sociales. Los muertos de aquellos días serían el preludio de lo que vendría más tarde.
Hoy, con sus 1.093 viviendas (de 3 metros de ancho por 22 de largo) y aproximadamente 3.293 habitantes, ni la ley ni el Estado han logrado instalar un pie en La Legua Emergencia. Son sólo 5 cuadras de largo y 11 pasajes que la cruzan de norte a sur. Una superficie explosiva de 15,36 hectáreas que con sus calles sin salida y sus casas interconectadas ha conseguido poner en jaque las políticas públicas de seguridad durante los últimos diez años.
Narcotraficantes y delincuentes imponen sus reglas. Y la violencia extrema. Al interior, sin rejas pero bajo el terror permanente, cientos de familias se ven obligadas a vivir al igual que prisioneros en sus viviendas.
De las 1.093 casas, más del 10 % estarían deshabitadas, según fuentes policiales. No son casas en ruinas, sino inmuebles utilizados como “oficinas” –caletas de distribución y consumo- del narcotráfico. Una cifra que constatamos en terreno.
-En esta cuadra hay varias casas que han sido compradas por extraños. Son narcotraficantes que se las pasan a sus cómplices para usarlas como almacén. Y a veces pasan cosas muy raras. Cuando uno de los importantes cae, datea a la policía con droga que hay en otra casa. Pero son ellos mismos. Lo hacen para obtener rebajas con los ratis –nos cuenta uno de los vecinos antiguos.
Las llamadas “casas cargadas” están listas para ser usadas por un narcotraficante cuando cae detenido. Una vez que es llevado a la fiscalía, entrega el dato y obtiene atenuantes para pasar menos tiempo bajo rejas.
A pesar de todos sus esfuerzos, los habitantes de La Legua Emergencia deben luchar a diario contra el estigma de vivir en una población cuya sola mención genera miedo y sospecha. Y también contra la tentación del dinero fácil que les ofrecen los narcotraficantes que han convertido a esa población en refugio de avezados delincuentes.
-Aquí nos conocemos todos. Sabemos perfectamente cuando entra gente de afuera y a qué viene. Por eso es que para entrar, si no vienes “recomendado” o con alguien de aquí es muy posible que te asalten. Porque aquí todos nos protegemos –me dice el primer día que ingreso al sector un hombre de no más de 30 años.
Como muchos otros, W.M. pasa varias horas al día parado en una esquina. Hoy está justo en la esquina de Sánchez Colchero con Jorge Canning, a la entrada de uno de los tres pasajes más peligrosos de La Legua Emergencia.
-¿Qué haces aquí? -pregunto
-Yo “presto guata”, compadre. He estado muy mal y me han ayudado, así que trabajo prestando guata. Ahora uno no se debe cuidar sólo de los pacos y de los ratis, hay mucho huevón brígido. (Ver glosario en la presentación multimedia)
A sus 29 años, W. M. es un “soldado” de los narcotraficantes del pasaje Sánchez Colchero. Atrás quedó su propia lucha contra la droga en un tratamiento inútil. Su trabajo es la protección y la vigilancia. De la policía y de otros “soldados” de narcos que pueden intentar robar la droga que está a la venta.
Un mes después regreso nuevamente a La Legua Emergencia. Me cuentan que W.M. anda “piola”, que se enfrentó pistola en mano a unos hermanos, pero no disparó. Ahora los dos hermanos han jurado vengarse y lo buscan para matarlo.
Son las 7:35 del miércoles 6 de octubre. La hora recomendada por los vecinos para recorrer La Legua Emergencia sin problemas. Entre sus pasajes de casas continuas, bajas, estrechas y de distintos colores, destacan antenas de TV cable y uno que otro auto del año estacionado en el frontis de la vivienda de su propietario. Algunos vehículos valen hasta diez veces el valor de la casa. Un curioso contraste entre pobreza y opulencia en este sector de la comuna de San Joaquín donde vive parte de ese 13,5% de las familias que según la última encuesta Casen engrosan los índices de pobreza.
A esta hora sólo se ven por sus calles niños en uniforme escolar, vecinos que salen a sus trabajos y perros callejeros. Por la mañana, los “soldados” que se toman esquinas y entradas de pasajes, los mismos que disparan a los carros policiales y hacen respetar las leyes de los narcos, duermen.
-Es la hora que usamos para sacar fotos y chequear la información sobre las casas usadas como “oficinas”. Cuando los traficantes se percatan que la policía está detrás, se cambian de casa o las pintan de otro color ya que nosotros las reconocemos por los colores. Solo en las que viven familias honestas se mantienen los números en la entrada -comenta Juan León, detective de la PDI.
Otra señal que devela la existencia de una “oficina” son las puertas de fierro. Actúan como barrera en los operativos para retrasar la entrada de los policías mientras los narcos escapan por escaleras que comunican con los techos o túneles subterráneos.
-En algunas ocasiones, después del operativo, se ha procedido a requisar las puertas blindadas. Pero al día siguiente ya la han suplantado por una nueva -afirma el subinspector de la PDI, Germán Bravo.
A las 11:25 las calles de La Legua Emergencia adquieren otro ritmo. Otra vida. Cada entrada de pasaje está ocupada por hombres de entre 20 a 40 años en actitud de vigilancia. Alertas a todo movimiento de personas y vehículos. Unos silbidos de tono corto y rápido se sienten a lo lejos. A los segundos se divisa un furgón de Carabineros que avanza lento, muy lento. Algunos de los “soldados” que custodian las esquinas hacen discretos gestos hacia un grupo que conversa en la entrada de una casa-oficina. Al instante los hombres desaparecen en su interior tras cerrar el portón de fierro.
A esta hora solo transitan quienes habitan en esas calles o tienen salvoconducto de los “soldados” o de alguna banda para entrar a comprar droga. “Aquí no se entra a vitrinear. Por eso te dije que me esperaras en Santa Rosa”, nos dice J.M., madre de varios hijos y que tiene a casi toda su familia presa por tráfico de drogas:
-Nosotros vivíamos bien. Mis hermanos trabajaban en un puesto en la feria y no nos faltaba para comer. Pero cuando te ofrecen en una semana lo que tú ganas trabajando duro en dos meses, ese dinero fácil nos tentó. Nos metimos todos y acabamos perdiendo el puesto en la feria. Ahora, cuando voy a visitar a mis hermanos a la cárcel, ellos recién se dan cuenta que no valió la pena -confiesa.
J.M. se queda pensativa. Frente a una casa del pasaje Karl Brunner un joven maniobra arriba de una escalera artesanal casi colgado de los cables de luz.
-Es el Marco Yegua, se hace sus monedas colgando a los vecinos de la luz por $30 mil. A muchos les conviene porque Chilectra no se atreve a mandar gente a descolgarlos. Lo mismo pasa con el agua. Aquí muy rara vez te cortan el agua o la luz. No se atreven a entrar. Por eso, aunque lo pasen mal, mucha gente se queda aquí: tiene ciertos privilegios y es mas barato vivir en La Legua –nos cuenta nuestra guía.
A medida que avanzamos las miradas y gestos de los que están parados en puertas y esquinas aumentan. Mi guía responde con señas de negación o con un raro movimiento de manos.
-Unos preguntan si eri rati, otros si estai buscando merca. A los primeros les dije que no y a los segundos que sí. Por eso me hacían el gesto para que les compres a ellos –me explica.
En otro pasaje me encuentro con Rosa (31). Desde hace una semana la fiebre y los dolores mantienen en cama a Miguelito (8), el mayor de sus tres hijos. Ya no queda nada que comer en su casa. Desde que nació su hijo menor, hace ya dos años, Rosa es el único sustento de sus hijos.
-Desde que mi hijo comenzó con la bronquitis tuve que dejar de ir a trabajar. Y como trabajo haciendo aseo y me pagan por día, ya no tenía a quién más pedirle prestado dinero –cuenta.
En la desesperación, decidió pedirle ayuda a su vecino. Rosa sabe que es narcotraficante y también, que en múltiples ocasiones ha ayudado a vecinas de su pasaje en problemas. A cambio de protección y ciertas complicidades.
-Me quede esperando detrás de la ventana hasta que a media mañana llegó en su camioneta. Salí muy nerviosa a la calle. Lo saludé. El ya sabía que mi hijo estaba malito. Le conté que no mejoraba, que no podía salir a trabajar y que necesitaba algún trabajo en la población para poder comprarle medicamentos y llevarlo al hospital. Se metió la mano al bolsillo, sacó $130 mil y me dijo: “Tome vecina, pero yo no quiero que se meta en esta huevada. No vaya a ser que después la detengan y se queden sus hijos tirados” –cuenta Rosa.
La mujer le agradeció. Pero se siente culpable al recordar a su marido. Una noche de viernes, cuando él volvía del trabajo en su motocicleta, lo atropelló una micro. Su esposo era nacido y criado en La Legua Emergencia y apenas salió del liceo se fue a trabajar a la misma empresa que empleaba a su padre. Muchas veces los narcos le vinieron a pedir su moto para hacer “unos encargos” a cambio de dinero, pero él jamás aceptó. “Era muy estricto con esto de la droga”, recuerda Rosa.
-Imagínese lo mal que me sentí por ir a pedirle dinero a mi vecino… ¡Pero cómo después de lo que me ayudó lo voy a denunciar! Imposible. Así como yo hay muchas mujeres y familias en esta población que aunque rechacemos esta porquería les debemos lealtad –afirma.
Carmen (37) y Luis (42) saben bien de lo que habla Rosa. Hace algunos años, cuando el matrimonio empezó a ver a narcotraficantes pasarles droga a los niños del barrio frente a su casa, decidieron enfrentarlos. Un día, Luis vio a uno de estos “soldados” (el Gigio), llevarse su bicicleta. Salió tras él y lo vio refugiarse en una casa del pasaje Zarate.
-Eran las 2 de la tarde. El pasaje estaba lleno de gente. Me acerqué a la puerta y le pedí que me devolviera la bicicleta. En cosa de segundos, el Gigio salió con un revólver y me disparó tres balazos a quemarropa. Y ya no supe más nada. Diez días después me desperté en el hospital – recuerda Luis.
En el Hospital Barros Luco el neurocirujano Mario Canitrot le dijo que un 90 % de los pacientes con la misma pérdida de masa encefálica que él tuvo, en el mejor de los casos queda parapléjico. Después de 10 días en coma, 23 días hospitalizado y 4 meses de recuperación, Luis volvió a trabajar. Y se siente un privilegiado. A medias. Porque por miedo no hizo la denuncia. Desde entonces, él y su señora prefieren “no ver” lo que ocurre más allá de su puerta. El autor de los disparos vive a dos cuadras de su casa.
Desde hace años la opinión pública escucha de la inminente intervención estatal de La Legua Emergencia. Como la gran operación policial que tuvo lugar en 2002 y que al poco tiempo terminó con los narcotraficantes nuevamente dueños del territorio. El año pasado, en diez operaciones y con un minucioso trabajo de inteligencia, el grupo antinarcóticos de la Brigada Criminal de la PDI de San Miguel, encabezada por Oscar Norambuena, consiguió incautar 3.148 gramos de clorhidrato de cocaína, 12 kilos de pasta base de cocaína y 27 kilos de marihuana procesada. 44 detenidos y 3 vehículos incautados completan el balance.
Las incautaciones de drogas y encarcelamiento de algunos de los que manejan el mercado de la droga han seguido alimentando la esperanza de los vecinos. Pero la percepción general de los habitantes de La Legua Emergencia apunta a que los niveles de delincuencia han aumentado en los últimos 12 meses.
Así lo reconoció en la primera quincena de octubre el 90 % de los encuestados por la Municipalidad de San Joaquín a pedido de la Fundación Paz Ciudadana. Los siete encuestadores que desembarcaron en su primer día en terreno en la esquina de Comandante Riesle con Juegos Infantiles también lo constataron.
-No habíamos dado dos pasos cuando aparecen dos camionetas y nos cierran el paso. Se bajan unos jóvenes y nos advierten que si entramos ellos no se hacen responsables si nos pasan “cosas malas”. Claramente era una amenaza. La encargada del grupo decidió que volviéramos al centro comunitario. Las siguientes encuestas las tuvimos que hacer invitando a las personas a acercarse a nosotros y no concurriendo a sus casas, como se hace en la mayoría de las comunas –relata P.A., psicóloga del grupo “Previene” de la Municipalidad de San Joaquín.
A las 23:21 horas del viernes 15 de octubre una limousine Hummer negra ingresa a La Legua Emergencia por calle Jorge Canning. El lujoso auto se detiene en el número 556. Nada distingue por fuera la casa escogida. Un pequeño portón de fierro enchapado en madera esconde la entrada.
Un adolescente de jockey negro y pantalones anchos sale de la casa seguido de otros cuatro jóvenes de similar aspecto. Con movimientos rápidos suben al vehiculo que enfila rápido hacia Santa Rosa. Ya son decenas de pobladores los que han salido a mirar la limousine que recorre las calles que ni siquiera la policía se atreve a transitar. Nadie tira una sola piedra.
Todos saben que allí arriba va J.F., el hijo de uno de los hombres más poderosos de La Legua Emergencia y el más escurridizo para las policías. También el más temido. Para los 15 años de su hijo, Julio Fuentes Arancibia, más conocido como el Guatón Julio, arrendó una Hummer (a $230.000 la hora) y la sala 2 del teatro Caupolicán (a $600.000). Pero a J.F. lo esperan nuevas sorpresas esa noche. Su padre ha contratado a los “Regeton boys”, la banda top de los adolescentes y a una ex protagonista del programa juvenil de TV “Yingo” para animar la fiesta (Ver galeria de fotos). No hubo límites en los gastos. Cercanos a Fuentes Arancibia que participaron del festejo dicen que desembolsó unos $15 millones.
Fuentes tiene recursos. De orígenes difusos. Todos los habitantes del sector saben que es uno de los hombres que controla el mercado de la droga. Pero en Chile sólo registra una corta estadía en la cárcel.
Han transcurrido 40 días desde la celebración del hijo del Guatón Julio en el Caupolicán. Aún resuenan en las calles de La Legua Emergencia los comentarios por el festejo apoteósico. Pero este jueves 25 de noviembre otro sonido provocará la estampida de las cucarachas. El ruido de motores que invade la calle donde habita el Guatón Julio es de una flota policial. Tampoco habrá reggaeton, sino balas y gritos. Julio Fuentes Arancibia acaba de ser detenido. Debajo de su cama de dos plazas la policía encontró un kilo de cocaína.
-El Julio está en el lado oscuro, pero en la casa jamás guardamos nada. Eso lo pusieron los ratis y lo vamos a demostrar -me dice en tono enérgico su esposa, Maria Pinto, quien insiste en que la policía “lo cargó”.
Otros kilos de la misma droga pero sin refinar se descubrieron en una de las «oficinas» del Guatón Julio en Colchero. En la misma casa -comprada en 2004 por una persona que sólo prestó su nombre- el 28 de octubre se habían descubierto 3 kilos de clorhidrato de cocaína. El inmueble registra más de 10 allanamientos en los últimos seis años.
La defensa de Julio Fuentes, en prisión preventiva por ahora, tendrá 120 días (hasta marzo) para probar que su cliente no ejerció maltrato de obra a la policía y tampoco infringió la Ley de Drogas. Los mismos días de que dispone la fiscalía para probar que es uno de los zares de la droga de La Legua Emergencia.
A la caída del Guatón Julio se agrega la detención de uno de sus “soldados”: Orlando del Carmen Orellana Rodoureira. Su trabajo principal era ser pistolero y “canguro” (guardar y custodiar armas). En su prontuario se inscribe su historial como lanza en Argentina y siete años de cárcel por homicidio.
Hasta mediados de los ‘90, si bien La Legua Emergencia albergaba un gran número de delincuentes, esto no la diferenciaba de otros barrios bravos de la Región Metropolitana. Hasta que llegó el lanza internacional Manuel Fuentes Cancino (el Perilla), quien instaló allí su cuartel central de narcotráfico.
Fuentes fue el primero que empezó a transitar por la población en buenos autos y siempre custodiado por tres o cuatro guardaespaldas armados.
José Ormeño, dirigente de la asociación Raíces de La Legua, conoció a Manuel Fuentes Cancino en sus dos facetas: lanza y narcotraficante.
–El Perilla era un choro respetado y querido en toda la comuna. Cuando sabía de un vecino que lo estaba pasando mal, no dudaba en ayudarlo. Yo lo vi ayudar a mi vecina porque no tenía dinero para comprar útiles para el colegio de su hijo. En Navidad, repartía regalos para los niños más pobres de la población. El llegó por seguridad para su negocio. En El Pinar, donde vivía con su familia, no estaban las condiciones que se dan aquí –cuenta José.
Casas iguales contiguas e interconectadas, pasajes cerrados, gente con necesidades extremas que él ayudaba y que le devolvían la mano con silencio. Un territorio ideal para su negocio. Fuentes Cancino comenzó comprando varias casas para ocuparlas como “oficina”. Ahí llegaba la droga y se distribuía para todo Santiago. También hacia el extranjero. Como las fachadas de las casas son todas iguales y no tenían número en la entrada, él mandó a pintar todas las casas del mismo color. Un eficaz método de protección.
En esa época comenzaron a aparecer los primeros “soldados” y “sicarios”: hombres que aseguraban la protección de su negocio que fue en ascenso. Pero aún así las balaceras no eran parte de la rutina de los habitantes de la población.
-Hasta ese momento aquí uno convivía con delincuentes y choros, pero para nosotros la vida no era insegura porque nos respetaban. Y si algún choro tenía un problema con otro, se agarraban a combos, a lo sumo a cuchillazos, pero era muy raro ver un arma en una pelea vecinal –dice un vecino antiguo.
Todo cambió en 1999, cuando Fuentes Cancino (el Perilla) fue detenido. Un duro golpe para la banda del hombre sindicado como jefe del “Cartel de La Legua”.
El narcotráfico no tardó en reorganizarse en un nuevo cartel: “La Banda de los 40”. Con la ayuda de celulares introducidos por algunas de las visitas o gendarmes a los cuales pagaba en dinero o en especies, el Perilla consiguió mantener desde su celda el control de la droga que se distribuía en el sector sur de la capital.
Los líderes principales del nuevo “Cartel de los 40” eran dos sobrinos del Perilla: Julio Fuentes Arancibia (el Guatón Julio) y su hermano, Juan Fuentes Arancibia (el Vaticano).
A fines del 2003, la PDI consiguió desbaratar la banda. En el juicio, las escuchas telefónicas fueron la prueba de que todas las operaciones eran dirigidas por el mismo Perilla desde la cárcel.
Fuentes Cancino fue trasladado a la que hasta ese momento era usada solo para reos por delitos terroristas: la Cárcel de Alta Seguridad (CAS), mientras los principales líderes de la banda fueron condenados a distintas penas de reclusión.
-Ahí quedo la escoba: ¡cayeron casi todos! Y los que quedaron libres a los pocos días ya se estaban disputando la droga que no había sido incautada por los ratis. Todo cambió. Aparecieron los “picao a choros” y los balazos iban y venían los fines de semana y hasta en la feria de los jueves o los domingos, porque varios se las dieron de traficantes -cuenta la pareja de uno de los condenados.
-Cuando el “Cartel de los 40” entró en guerra las balaceras se escucharon prácticamente todos los fines de semana y empezamos a tener los primeros muertos en las calles -dice un vecino de rostro abatido.
Todos los vecinos han vivido en primera línea la guerra que dio paso a nuevas bandas del crimen organizado. El campo de batalla han sido las calles y pasajes de La Legua Emergencia. Y sus primeras víctimas, sus habitantes. (Vea el multimedia: Los dueños del narcotráfico: ¿Quién controla hoy la Legua Emergencia?)
G.A. (41) tiene tres hijos. Vive desde hace 15 años en uno de los tres pasajes más conflictivos de La Legua Emergencia y el terror forma parte de su vida cotidiana. A veces se da permiso para soñar con esa plácida ciudad del sur desde donde llegó cuando conoció a M.R., se enamoró y se vino a vivir con él a Santiago. Este es su testimonio:
“Mi marido era cariñoso y trabajador y cuando llegué aquí me di cuenta que era respetado: nunca se había metido en problemas. Pero hace tres años empezó a faltar al trabajo, terminó siendo despedido y se metió al vicio de la droga. Es lo más terrible que me ha pasado. No podía creer que en tan poco tiempo él cambiara tan radicalmente: ya no le importaban ni los niños ni yo ni sus padres. Hasta que con mis suegros decidimos prohibirle entrar a la casa. Lo vimos durmiendo en la calle… En una redada policial se lo llevaron y ahora está preso en Colina”.
Los ojos de la mujer se endurecen: “Aunque me duela decirlo, fue para mejor. Espero que en la cárcel se de cuenta de lo que perdió y pueda volver a ser el mismo hombre que conocí y del que me enamoré”.
“Cuando lo echaron del trabajo, yo empecé a trabajar. Por suerte, porque cuando cayó preso ya hacía aseos y mis niños se quedaban con mis suegros. Pero en estos tres años hemos pasado de todo. Lo único que quiero es poder irme al sur con mis niños, donde mi familia. Aquí cada día se me hace más terrible a medida que mis hijos van creciendo”.
“Es muy difícil mantenerlos todas las tardes dentro de casa. Y no es chiste, sabe. Es por el terror a las balaceras, o cuidando de que no les ofrezcan droga o les regalen cosas para ir comprándolos”.
“Aquí en La Legua sólo somos pobres los que nos mantenemos al margen del negocio de la droga, porque el resto los verás con ropas de marca muy caras y vistiendo siempre los últimos modelos de zapatillas”.
“Ayer mismo una vecina que tiene un hijo de 16 años, me contó que le llegó con zapatillas nuevas. Le dijo que se las habían regalado. Ella lo mandó a devolverlas. Y el cabro llorando lo hizo. Es una lucha constante, porque esos regalos se cobran después”.
“He llorado mucho. Ha habido días en que no he tenido nada que darles de comer a mis hijos y algunas amigas me ofrecían entrar al negocio… Cuesta mucho en esas condiciones decir no. Y cada vez más”.
“En una ocasión tenía al más pequeño enfermo y no tenía ni plata para la micro para llevarlo al hospital. Se lo comenté a una vecina. Al rato, llegó una persona y me ofreció guardar unos paquetes por cinco días a cambio de $100 mil. Le dije que no, que me perdonara pero por mis hijos no me atrevía”.
“Vivo aquí como una prisionera. Lo único que quiero es poder conseguir un mejor trabajo para no tener que enfrentarme a mis hijos cuando me piden cosas que sólo se pueden comprar con dinero de la droga. No es mucho, pero a veces pienso que es un sueño imposible”.
Hay dos tipos de narcos en La Legua Emergencia: los grandes vendedores y los distribuidores o microtraficantes. Los primeros funcionan en horarios de oficina. De ahí el nombre que se le dio a las casas que usan para la preparación, almacenamiento y venta de droga. Llegan a sus “oficinas” entre las 10 y 11 de la mañana con la droga en paquetes. Allí la “cocinan” (la mezclan con otros ingredientes para hacerla mas rentable) y después comienzan las ventas.
Es muy común que a medio día entren taxis a la población. Son vehículos ya conocidos por los “soldados” de quienes vienen a comprar para clientes importantes. Desde la población saldrán otros al encuentro de los que se estacionan en los límites y también los que parten a distribuir los paquetes a otras comunas.
Esta actividad ocupa muy pocas horas para evitar mayores riesgos. Lo importante es deshacerse lo más rápido posible de la droga en grandes cantidades. El resto se lo entregan a los microtraficantes que la venden hasta altas horas de la noche donde saben hay clientes.
*Una versión de este reportaje fue publicado en revista Qué Pasa el viernes 7 de enero de 2011.
*Vea además la entrevista: Párroco de La Legua: “La batalla contra la droga ya la perdimos”
*Vea el multimedia: ¿Quién controla hoy el narcotráfico en La Legua Emergencia?
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Vea la galería fotográfica de La Legua Emergencia
*Las fotografías aereas de la Legua son gentileza de Aerotop.