El error policial que provocó la detención del más legendario combatiente del FPMR
20.10.2010
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20.10.2010
Su arrojo y afición por el físico culturismo le valieron el apodo de Tarzán. Así conocían a Rodrigo Rodríguez Otero quienes lo trataron de cerca en el Frente Patriótico Manuel Rodriguez (FPMR). Hijo de la destacada periodista Marcela Otero Lanzarotti, tuvo un rol protagónico en el atentado de 1986 a Augusto Pinochet y en otras acciones de relieve en contra de la dictadura. A fines de los ’80 abandonó la lucha armada. El ex inspector Jorge Barraza lo confundió con otro ex frentista apodado Rambo, lo que provocó una seguidilla de equívocos policiales que lo vincularon al asesinato de Jaime Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards. A comienzos de esta semana, cuando ingresaba por el Aeropuerto Pudahuel con su pasaporte en regla, fue detenido y mas tarde, ante el juez Mario Carroza, se hizo cargo de todas las acciones anteriores a 1990.
Sólo un desmedido entusiasmo policial podía llevar a pensar que una de las personas más buscadas del país -a quien se responsabiliza de oficiar de jefe de la casa donde permaneció secuestrado Cristián Edwards, además de robar el taxi que usaron los asesinos del senador Jaime Guzmán- caería detenido al ingresar a Chile de manera legal, con su verdadero nombre y documentos al día, por el principal aeropuerto del país. Tal como cayó la noche del lunes último Rodrigo Rodríguez Otero, quien tenía una orden de captura por los hechos descritos.
De ser el hombre que se dice que es, una pieza clave del asesinato del senador y fundador de la UDI y del secuestro del hijo del dueño y director de El Mercurio, ¿cómo pudo caer tan fácil? ¿Cómo llegó prácticamente a entregarse a los brazos de la policía? Más aún dado el contexto y expectación que se creó luego de que el proceso por ambos delitos fuera reabierto por el juez Mario Carroza tras la entrevista a Chilevisión que dio Mauricio Hernández Norambuena, alias Ramiro, desde una cárcel en Brasil.
Esta es sólo una de las dudas que rondan a la detención de Rodríguez Otero, uno de los más célebres y legendarios integrantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Una detención que se origina por una serie de errores policiales que se arrastran por años y surgen de las pesquisas realizadas por el ex comisario Jorge Barraza, a quien se le atribuye la resolución de los principales hechos subversivos que marcaron la transición política chilena.
La confusión nace entonces de una desprolijidad. También de una leyenda.
A Rodrigo Rodríguez Otero nadie lo conoció como tal. Para quienes lo trataron de cerca en el FPMR era Tarzán. El apodo venía de su afición por el físico culturismo, que desarrolló en el gimnasio de Enzo Ramírez. Lo había practicado en el exilio que vivió desde los 13 años en La Habana junto a su hermano y su madre, la connotada periodista Marcela Otero Lanzarotti, ya fallecida, quien trabajó por años en la desaparecida revista Hoy.
Fue jefe del Grupo de Exploradores de Nuevos Objetivos y como tal tuvo la misión de dirigir un sistema de seguimiento y chequeo a los movimientos de Augusto Pinochet. Estuvo abocado a eso desde que ingresó a Chile de manera clandestina, en marzo de 1985, y fue el encargado de elegir el lugar en que se atentaría contra el dictador.
El plan inicial en el que trabajó por meses consistía en detonar una poderosa carga explosiva al paso de la comitiva del general en el camino Las Vizcachas. Un plan similar al aplicado por ETA contra del ex presidente del gobierno franquista, Luis Carrero Blanco. Pero finalmente se optó por una emboscada de aniquilamiento, de la que tomó parte como uno de los 21 fusileros que la tarde del domingo 7 de septiembre de 1986, en la cuesta Las Achupallas del Cajón del Maipo, abrió fuego contra la caravana del general.
En esa acción, que terminó con cinco escoltas muertos y nueve heridos, Tarzán dirigió el Grupo de Contención y Choque con el alias de Juan Carlos. Vestía enteramente de negro y tenía la misión de detener la caravana, mediante una casa rodante cruzada en la carretera, y abrir los fuegos con un lanzacohetes LAW. En esto último falló, pues su rocket –al igual que otros- estaba averiado.
En su declaración del martes ante el juez Carroza, no entró en detalles. Pero lo significativo es que -junto con descartar su participación en el asesinato de Jaime Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards- Rodrigo Rodríguez Otero reconoció abiertamente su participación en el atentado a Pinochet.
Su verdadera identidad quedó al descubierto tras la caída de la estructura encargada de la distribución de las armas que se usaron en el atentado a Pinochet. En ese grupo se encontraba Marcial Moraga Contreras, quien tras ser detenido y sometido a tortura por funcionarios de la Brigada Investigadora de Asaltos de la Policía de Investigaciones dio cuenta de un lío de faldas: su pareja, la suiza Isabelle Mayoraz, se había involucrado sentimentalmente con Tarzán, el jefe del grupo de exploradores en el que participaba la mujer. De hecho, ella chequeó los movimientos del general y el 7 de septiembre de 1986 estuvo encargada de realizar el llamado telefónico desde San José de Maipo alertando el paso de la comitiva.
En su declaración al entonces fiscal militar Fernando Torres Silva, quien investigaba el caso Atentado, Moraga Contreras dijo:
“Yo andaba mal emocionalmente debido a que mi relación con Isabelle Mayoraz se había entorpecido por la presencia de otro miembro del Frente de nombre político Juan Carlos, cuyo nombre real es Rodrigo Otero”.
Con ese y otros datos, a la policía no le fue difícil dar con el nombre completo de Tarzán. Y a partir de entonces, su verdadera identidad quedó en conocimiento y bajo encargo de captura. Pese a ello, siguió viviendo en la clandestinidad y participando de acciones de relevancia hasta fines de los ochenta. Una de ellas está relatada en Una larga cola de acero: historias del FPMR, el libro de Ricardo Palma Salamanca, uno de los dos autores de los disparos contra Jaime Guzmán.
En uno de los capítulos de ese libro se narra el papel que le cupo a Tarzán en el frustrado atentado contra el ex fiscal militar Torres Silva. De acuerdo con el relato de Palma Salamanca, Tarzán habría dirigido y ejecutado esa operación de mayo de 1988, que consistió en sorprender al fiscal militar en un semáforo para posar sobre su auto una plancha cargada con explosivos. Pero el plan falló y Tarzán terminó con una bala en el brazo.
Junto con dar cuenta de que se trata de uno de los hombres más cercanos al ex líder del FPMR, Raúl Pellegrin, el libro de Palma Salamanca ofrece una descripción de Tarzán: “Un tipo bajo y tan musculoso como una bola de carne (…) Era de los que se querían quedar hasta el final”.
Pero lo cierto es que Rodrigo Rodríguez Otero colgó el fusil a tiempo.
Varios testimonios de ex frentistas coinciden en que a Tarzán se le perdió la pista a mediados de 1989. Más precisamente una vez que dos de los fusileros del atentado a Pinochet que estaban a su cargo, Juan Órdenes y Héctor Maturana, fueron detenidos tras un violento enfrentamiento en el centro de Talca. El hecho terminó con dos muertos y quince heridos, entre civiles y uniformados.
Ya había muerto Raúl Pellegrin, el líder del FPMR, y el rechazo a la continuidad de Pinochet al frente del gobierno se había expresado en las urnas. Entonces Tarzán –de acuerdo con versiones diversas- abandona el país y decide radicarse en España, donde reside hasta hoy. Tarzán renunció a las armas, pero su leyenda le siguió penando a la policía chilena.
En marzo de 1992, cuando cayó detenido por el atentado al senador Jaime Guzmán, Palma Salamanca le confesó al entonces comisario Jorge Barraza que el auto que usó junto a Emilio (Raúl Escobar Poblete) para cometer ese hecho había sido robado por un tal Simón. A éste lo describió como “un hombre alto, más que yo, maceteado, moreno, de pelo crespo negro”. Ese fue el primer indicio que llevó al comisario Barraza a identificar al tal Simón como Rodrigo Rodríguez Otero. Un segundo dato lo obtuvo a partir de las diligencias por el secuestro de Cristián Edwards.
Algunos de los detenidos por ese hecho reconocieron al jefe de la casa donde permaneció secuestrado Edwards, como Rodolfo o Rambo. La descripción tenía algunas semejanzas con Tarzán: era fornido y había participado del atentado a Pinochet. Las conclusiones de sus informes policiales están expresadas en su libro Tributo a nuestra patria (1999), donde Barraza sostiene que Simón, Rambo o Rodolfo son una misma persona: Rodrigo Rodríguez Otero.
Incluso el ex policía va más allá al señalarlo como el hombre fornido y de bigotes que aparece en el famoso video del camping de Colliguay, donde a principios de 1992 se reunió el grupo que participó del asesinato e Guzmán y el secuestro de Edwards.
A Barraza hay que concederle que la foto de archivo de Tarzán es muy parecida a la de Rambo o quien quiera que sea la persona que aparece en el video de Colliguay. En esas imágenes ambos llevan bigotes y tienen el pelo oscuro y la cara redonda. Pero lo que definitivamente no calza es que Rodrigo Rodríguez Otero no le llega ni a los hombros a la persona que aparece en el video.
Hay un dato adicional que terminó de confundir a las policías. En 1997, cuando Barraza ya estaba fuera del caso, el frentista Eduardo Vivian Padilla fue detenido en un hecho delictual. Al narrar su pasado subversivo, señaló a un tal Simón como uno de los jefes del FPMR en la zona norte, quien habría usado ese mismo apodo para actuar en el secuestro de Cristián Edwards. Agregó que el aludido tenía “formación y entrenamiento en el extranjero” en calidad de guerrillero y buzo táctico.
Aunque oportunamente ese Simón fue identificado como Miguel Ángel Peña Moreno, un antiguo integrante del FPMR que hasta el día de hoy continúa prófugo, los informes policiales insistieron en confundirlo con Rodríguez Otero.
El equívoco, que ya parece obra de aficionados, se reitera en una minuta reservada enviada al entonces juez Hugo Dolmestch por la Brigada de Investigaciones Policiales Especiales (BIPE). Fechada el 8 de enero de 1997, el documento que quedó adjunto a fojas 2079 del caso Guzmán señala que gracias a un informante se han logrado avances en la identificación de “un sujeto de nombre político Rambo o Rodolfo, quien, como es sabido, tuvo activa participación en el secuestro del señor Cristián Edwards del Río”.
A continuación vienen las pistas:
“Antecedentes aportados por el informante indicarían que su nombre verdadero correspondería al de Rodrigo, y que su madre, que ya se encuentra fallecida, habría tenido la condición de periodista, siendo su segundo apellido Lanzarotti”.
La minuta antecede a una segunda fechada tres semanas más tarde por la misma BIPE que concluye que el sospechoso ha resultado ser Rodrigo Rodríguez Otero. Entre otros datos del sujeto se consigna que en 1987 “se encarga su detención por encontrarse implicado en el atentado al ex Presidente, señor Augusto Pinochet Ugarte y muerte a escoltas”.
Veinte años más tarde, el aludido consiguió que la justicia chilena decretara la prescripción de su caso.
Las diligencias policiales parecen haberse enredado aún más por un dato contenido a fojas 1500 del caso Edwards. Ahí se encuentra un informe confidencial que la antigua Dirección de Seguridad Pública, conocida como La Oficina, hizo llegar a la justicia con el siguiente antecedente proporcionada por un informante identificado como F1: “El jefe de la casa (donde permanece secuestrado Cristián Edwards) es Marcos o Trotil”.
El apodo corresponde al usado por uno de los autores del atentado a Pinochet. Antiguos compañeros que compartieron con él lo recuerdan alto y musculoso. Por eso también lo llamaban Rambo.
F1, el informante de La Oficina, no pudo seguir aportando antecedentes. En 1995 fue asesinado por su colaboración a las policías y algunos testimonios presentes en el proceso del caso Guzmán sindican a Rambo como uno de sus ejecutores.
En estos días, con los testimonios reunidos, el juez Carroza parece haberse convencido de que en el FPMR Rambo es muy distinto a decir Tarzán. Por eso habría decidido dejar en libertad al segundo, apodo de Rodrigo Rodríguez Otero, que vino a Chile como cualquier hijo de vecino, tal como lo había hecho en numerosas ocasiones anteriores con su pasaporte normal y sin que nadie lo interpelara.