Los archivos secretos de Ricardo Claro y sus actuaciones en las sombras
31.12.2008
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31.12.2008
Aunque el recientemente fallecido Ricardo Claro logró reconocimiento por sus éxitos empresariales, la fama pública le llegó con el Kiotazo que hundió en 1992 a Sebastián Piñera y Evelyn Matthei. Esa no fue la primera ni la única operación en la que participó para influir en la política nacional y en beneficio de sus negocios. Ya en 1983 conspiró con la oposición al régimen y consiguió llevar a prisión al entonces yerno de Pinochet, Julio Ponce Lerou. CIPER logró que distintas personas relaten cómo el dueño de un holding de empresas y medios guardó y usó información privilegiada para lograr sus objetivos. Conozca los secretos de quien se jactaba de ser el hombre más informado de Chile.
La noche del domingo 23 de agosto de 1992, antes de apretar play en la radiocasete Kioto y provocar el mayor escándalo político de la transición a la democracia, Ricardo Claro se despachó la siguiente introducción frente a las cámaras del canal de su propiedad:
“Hoy día he recibido una información bastante grave, en el sentido de que la independencia de este programa puede aparecer amenazada. Ustedes saben que yo recibo mucha información, la información llega de la forma más increíble, sin que la pida yo, y hoy día, después de almuerzo, recibí a un señor, a quien no conocía, que me dijo: ‘Usted se precia de ser muy independiente, pero en su canal hay gente que está interviniendo’, y me entregó una cinta grabada”.
La cinta contenía la grabación telefónica que delataba el intento de Sebastián Piñera por perjudicar a Evelyn Matthei en su carrera a La Moneda. Entonces, ambos pertenecían a la denominada “Patrulla Juvenil” de Renovación Nacional. Auque en el proceso judicial que siguió el ministro Alberto Chaigneau quedó establecido que Claro obtuvo la grabación de un mensajero de Matthei, quien a su vez la recibió del capitán de Ejército Fernando Diez, en la introducción ante las cámaras de Megavisión aquél dijo algo enteramente cierto: a lo largo de su vida cultivó fuentes de información diversas, algunas al parecer no muy santas, que sirvieron para afianzar su poder e influencia, además de infundir temor.
Dueño de un consorcio de medios de comunicación, entre varias otras empresas avaluadas por revista Forbes en US$ 550 millones, Claro se jactaba de ser uno de los hombres mejor informados de Chile. Diariamente recibía dos informes sobre economía y política internacional, elaborados por un equipo de expertos, y en sus oficinas guardaba bajo llave uno de sus más preciados tesoros: un archivo de carpetas con informes reservados, apuntes y recortes de prensa clasificados por temas y personas que acumuló por décadas.
La existencia de ese archivo, unido a operaciones políticas, conexiones internacionales y la costumbre de elevar el volumen de su radio cuando se proponía revelar secretos, conforman una personalidad típicamente conspirativa, propia de una lógica de Guerra Fría, la que se manifestó mucho antes de provocar el estallido del Piñeragate.
En 1956, una década antes de irrumpir en el mundo de los negocios, Ricardo Claro Valdés protagonizó su primera gran polémica pública. Tenía 21 años y adscribía a la Juventud Conservadora cuando el joven estudiante de Derecho de la Universidad de Chile tuvo la ocurrencia de delatar a una compañera de curso por su militancia comunista. La Ley de Defensa de la Democracia aún estaba vigente y el estudiante adujo razones morales y religiosas para acusar a la mujer ante Carabineros.
“Soy católico y, por lo tanto, forzosamente tengo que respetar la declaración del Sumo Pontífice que ha declarado al comunismo como una doctrina intrínsecamente perversa”, se justificó entonces en declaraciones a revista Vistazo.
El hecho, que fue recordado profusamente en el número 117 de The Clinic, no sólo condujo a la expulsión de Ricardo Claro de la Federación de Estudiantes de Chile, FECH. También marcó la pauta de un estilo que en adelante se expresará en un nivel más selecto y reservado, propio del espionaje internacional, con el propósito de influir en la vida nacional.
Las biografías publicadas tras su muerte hablaron del abogado implacable pero sobre todo del empresario exitoso. Del dueño de Sudamericana de Vapores, Elecmetal, Viña Santa Rita, Cristalerías Chile y Megavisión, entre otras empresas, que amasó la quinta mayor fortuna del país a partir de su actuación en el grupo “Los Pirañas”. Formado junto a Javier Vial y Fernando Larraín, el grupo obtuvo el apodo por su afán depredador de especies mayores. Entonces Claro era un pez chico de dientes afilados.
Las biografías también recordaron el carácter ultra conservador y antimarxista del empresario, aunque la mayoría obvió el hecho de que, poco después de que asumiera Salvador Allende la presidencia, Claro se radicó en Madrid. Ninguna reseña biográfica relató las actividades que éste realizó en el extranjero en ese periodo.
Un dirigente de la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa) de la época, que pide reserva de su nombre, cuenta que Ricardo Claro no sólo permaneció en Madrid y se dedicó únicamente a los negocios. En esos primeros meses de gobierno de la Unidad Popular, el abogado contribuyó a que dirigentes empresariales chilenos tomaran contacto con autoridades políticas de Estados Unidos. Los contactos también se extendían al ámbito empresarial europeo y estaban orientados a conspirar contra el gobierno de Allende.
“Esas misteriosas relaciones privilegiadas que Claro tenía con los norteamericanos eran una rara mezcla de política y economía empresarial”, señala el ex dirigente de la Sofofa, quien participó en algunas de las reuniones con los norteamericanos. “Para empezar, gente como Charles A. Meyer, el secretario adjunto para Asuntos Interamericanos, que había sido gerente de Sears. También el secretario del Tesoro y jefe del Consejo de Política Económica de Nixon, George Schultz. Gente de mucho calibre en Washington”.
El ex dirigente empresarial precisa que los contactos con autoridades políticas estadounidenses jamás se tradujeron en ayuda monetaria:
-Fueron siempre de análisis e intercambio de información. Las gestiones de Ricardo resultaron muy útiles. Era un gran abridor de puertas, de un modo similar a Agustín Edwards -acota.
Este es el origen de las versiones que vincularon al dueño de Megavisión con la CIA. Lejos de ofenderse, Claro parecía sentir un cierto orgullo cuando alguien sugería sus conexiones con los servicios secretos de Estados Unidos. A veces respondía con silencio y esa típica mirada suspicaz e intrigante. Otras, lo negaba abiertamente. Aunque en el famoso artículo de 2001 de El Mercurio que lo señaló como el personaje más temido de Chile, por sobre Manuel Contreras, se lee que alguna vez reconoció que “fue amigo de dos ex directores de la agencia de inteligencia norteamericana cuando ya habían dejado sus cargos”.
Unos días después del golpe de Estado, sin que nadie lo llamara, Ricardo Claro se ofreció a colaborar con el nuevo gobierno. Sus contactos con los militares eran a través de dirigentes de la Sofofa, que sabían de sus conexiones internacionales y lo recomendaron como asesor económico en el ministerio de Relaciones Exteriores. Fue el comienzo de una relación de altibajos, de dulce y agraz, con el régimen militar.
Sin descuidar sus actividades privadas, Claro se tomó muy en serio su tarea de asesor. En 1976, en calidad de embajador especial en Pekín, logró el apoyo del gobierno chino para evitar una condena de Naciones Unidas contra Chile por violaciones a los derechos humanos. Y a mediados de ese mismo año, al asumir la coordinación general de la Sexta Asamblea de la OEA realizada en Santiago, gestionó la participación del secretario de Estado Henry Kissinger. Los servicios prestados le valieron figuración pública y un futuro ofrecimiento de Pinochet para que se hiciera cargo de la embajada de Chile en Washington.
Aunque se trataba de un gran reconocimiento, el asesor lo rechazó. Aspiraba al puesto de canciller.
Esta primera decepción estuvo aparejada de sus primeros desencuentros con colaboradores civiles del régimen, especialmente con los gremialistas a cargo de la economía y con el canciller Hernán Cubillos, a quien responsabilizó públicamente del bochornoso viaje de Pinochet a Filipinas.
De todas formas, hasta principios de los ’80 fue un incondicional partidario de la dictadura. Sus vínculos al interior del gobierno eran vastos y profundos. Según El Mercurio, en un artículo publicado en 1992 a propósito del Piñeragate, “se ha dicho también que alguna ligazón ha mantenido con los servicios de seguridad, lo que nunca se ha podido demostrar”. Al respecto, recientemente The Clinic publicó un reportaje donde se recogen testimonios de ex agentes de la DINA que lo vinculan a la agencia dirigida por Manuel Contreras.
En la época, Claro no pasaba de ser un actor de segundo o tercer orden en la política chilena. Ya sin cargo alguno en el gobierno, su influencia operaba desde las sombras, o bien, desde la columna semanal que tuvo a partir de 1979 en La Tercera. En esa tribuna, además de comulgar con el régimen y la Santa Sede, hacía gala de su permanente actualización en política internacional.
En una de esas columnas, en septiembre de 1981, sorprendió al destacar la importancia de las reformas económicas que había emprendido el gobierno de la República Popular China. Citando un artículo de la prensa extranjera, señaló que “la economía china se halla en el punto de viraje más importante desde la socialización del sistema de propiedad sobre los medios de producción”.
El análisis sobre lo que venía ocurriendo en China no sólo estaba confiado a lecturas. Varios años después Claro contará que en 1978, en un viaje a Pekín realizado junto al canciller Cubillos, Deng Xiaoping recibió en privado a la delegación chilena y expuso sobre las reformas económicas que apuntaban a la apertura de capital y tecnología extranjera.
Desde entonces, el futuro controlador de la Compañía Sudamericana de Vapores (CSVA), la más globalizada de las empresas chilenas, estrechó lazos con autoridades y empresarios chinos. Hoy la CSVA tiene su filial norasia en ese país, además de nueve oficinas.
Ya a partir de fines de los ‘70, cuando muy pocos apostaban por China, el empresario chileno movía sus piezas en ese sentido. Lo corrobora el abogado Gregorio Amunátegui, que ha sido director de las empresas de Ricardo Claro y su amigo de infancia:
-En ese tiempo recuerdo que Ricardo me comentó en más de una oportunidad que China sería el país del futuro, pese a sus limitaciones políticas. Y junto con eso, aparte de predecir el desastre que se venía en la Unión Soviética, más tarde también anticipó la crisis asiática y la actual recesión en Estados Unidos. Era un hombre tremendamente bien informado.
En más de una oportunidad también se jactó de haber predicho la recesión de 1982. Dijo incluso habérselo anunciado al general Pinochet en persona, sin que haya sido tomado en serio. Ese fue el punto de inflexión. El fin de su romance con el régimen. La prueba está en el apodo de “gásfiter” que recibió ante sus criticas públicas a los conductores de la política económica.
En 1982 el desafecto subió de nivel. La crisis económica estaba desatada cuando el columnista de La Tercera lanzó durísimas críticas contra el ministro Sergio de Castro, contra el conjunto de los Chicago Boys y, de paso, contra El Mercurio, al que calificó como “el periódico que incita a la destrucción sistemática de la economía del país”. La columna se tituló ¡Basta! y no fue publicada hasta la muerte del empresario.
Censurado por el diario de su amigo Germán Picó Cañas, y en franco enfrentamiento con los gremialistas, estrechó sus vínculos con la oposición y llegó a declararse disidente al régimen. Eso, en el lenguaje de Ricardo Claro, era una declaración de hostilidades.
El panfleto comenzó a circular a mediados de 1983, pocos meses después de que la columna contra los Chicago Boys fuera censurada. Se trató de un cuadernillo anónimo y fotocopiado en el que se denunciaba el modo en que Julio Ponce Lerou, yerno de Augusto Pinochet, había pasado de ser un modesto empleado público a uno de los hombres más ricos de Chile.
En resumidas cuentas, el folletín acusaba al yerno del dictador de haberse beneficiado de sus privilegiadas posiciones en la dirección de empresas públicas como Corfo, Conaf, Enami, Endesa, Soquimich y Compañía de Teléfonos, al tiempo que realizaba millonarias inversiones vinculadas a la actividad forestal y ganadera. “Un verdadero escándalo nacional, que los chilenos murmuran a viva voz, entre incrédulos y furiosos”, se lee en el anónimo.
Aunque circuló de manera clandestina, de mano en mano, el panfleto provocó consecuencias insospechadas.
La primera de ellas significó la salida de Ponce Lerou de la gerencia de Corfo. En la carta de renuncia dirigida a Pinochet, su yerno se lamentó de que “desde hace un tiempo he sido blanco de los más deleznables ataques y calumnias, que sin asidero ninguno en la verdad y en forma anónima y cobarde se han lanzado en mi contra”.
La segunda consecuencia fue más mediática y sabrosa: entrevistado por revista Qué Pasa, donde por cierto negó las acusaciones, Ponce Lerou acusó a Ricardo Claro y al ex fiscal militar Alfonso Podlech (actualmente detenido en Roma por sus actuaciones como fiscal militar en Temuco durante la dictadura) de ser los autores intelectuales del libelo. Como autora material apuntó a la periodista Vivianne Schnitzer. La respuesta del primero no tardó en llegar.
A la semana siguiente, en la misma revista, Ricardo Claro negó la imputación en los siguientes términos: “La opinión pública, que me conoce, sabe que cuando quiero criticar o atacar lo hago directamente, bajo mi firma, no obstante las amenazas de que he sido objeto”. Luego advirtió que no permanecería impasible y demoró unos pocos días en querellarse por injurias.
No hay certezas acerca de las motivaciones que pudo haber tenido el futuro dueño de Megavisión para embestir contra el yerno de Pinochet. Pueden haber sido cuentas pendientes con el general. Pueden también haber influido los intereses que Claro tenía en un fundo de Villarrica, zona donde operaba Ponce Lerou en sus negocios privados. El hecho es que en este capítulo el empresario tuvo motivos para operar desde las sombras.
Al teléfono desde Estados Unidos, donde reside, la periodista Vivianne Schnitzer sostiene que Claro fue una de las personas que financió la investigación sobre Julio Ponce Lerou. “Nos contactamos a través de políticos de oposición de la zona y en una oportunidad nos reunimos en las cercanías de Temuco. Después no lo volví a ver. No quise saber de él”.
Aunque no se arrepiente de haber dado a conocer los negocios turbios del yerno de Pinochet en las condiciones descritas, la periodista, que entonces tenía 26 años y vivía en Temuco, reconoce haber sido víctima de su inexperiencia, por la que pagó un alto precio.
Hostigada por los servicios de seguridad del régimen, y arriesgando una condena por injurias, Schnitzer se vio obligada a abandonar abruptamente el país. En tanto Claro, representado por su socio y amigo Juan Agustín Figueroa, se solazaba con la batalla legal.
En esos días, la prensa de tribunales lo retrató “con una sonrisa de satisfacción y desafío”. De paso, recogió una provocación: “Me ha extrañado que el señor Ponce, que dice dar siempre la cara, no estuviera aquí (para el comparendo). Vine solo con mis abogados, sin guardaespaldas, sin agentes de seguridad, y él no apareció”.
Tenía al yerno de Pinochet contra las cuerdas y no lo soltó hasta que a fines de septiembre de 1983, transcurrido un mes de presentada la querella, el juez Carlos Botacci decretó la detención de Ponce Lerou. Recién entonces, con el adversario arrodillado, se allanó a negociar.
No pasó mucho tiempo antes de que volviera a encontrar tribuna. Tras el abrupto fin de su columna de opinión en La Tercera, el abogado fue integrado como panelista estable del programa “Improvisando”, versión radial del programa televisivo “A Esta Hora se Improvisa”. Era transmitido los domingos por radio Chilena y contaba con personalidades como Ricardo Lagos, Herman Chadwick, Domingo Durán, Pablo Barahona, Alejandro Foxley, Edgardo Boeninger y Jaime Celedón, que oficiaba de conductor.
En ese programa, según recuerdan panelistas, Claro acostumbraba a llegar con carpetas de su archivo y cada cierto tiempo entregaba una que otra primicia. La primicia a veces iba acompañada de una polémica.
Una de las más recordadas ocurrió en abril de 1986. En vivo y en directo, de manera sorpresiva, en un estilo que anticipó el Piñeragate, emplazó a Edgardo Boeninger a que explicara por qué la Democracia Cristiana mantenía reuniones secretas con el Partido Comunista. La acusación estaba basada en un documento foliado proveniente del último consejo nacional de la DC que había llegado a manos del empresario por medio de un informante.
“Ricardo Claro era de los que manejaba la mejor información en sentido periodístico, le gustaba impresionar con ella”, recuerda el periodista Jaime Moreno Laval, que oficiaba de conductor y director de prensa de radio Chilena. “Valoraba mucho el tener una buena información, lo mismo que un buen análisis, y él mismo era una muy buena fuente. Tenía conexiones muy transversales, no sólo en Chile, y estaba al tanto de absolutamente todos los temas más relevantes”.
Moreno Laval recuerda haberlo visitado en sus antiguas oficinas de calle Moneda, sobre el desaparecido cine Windsor, para consultarle acerca de temas de actualidad política o económica. En esas ocasiones, cuando quería tratar materias reservadas, el abogado tenía la costumbre de elevar el volumen de la radio:
-Sabía perfectamente que lo escuchaban (los servicios de seguridad) y hasta bromeábamos con eso. “Ya pues, don Ricardo, súbase el volumen”, le decía. Porque cada vez que subía el volumen de la radio era porque iba a soltar un buen dato –cuenta Moreno Laval.
El periodista también fue testigo de las carpetas que guardaba en su estudio de abogado y que más tarde trasladó a sus oficinas en Las Condes. Ese archivo, que ha dado pie a múltiples especulaciones sobre su origen y contenido, estuvo a la vista de su amigo de infancia Gregorio Amunategui.
-Lo de las carpetas viene desde siempre. Eran parte de su trabajo y las tenía guardadas con un cierto desorden que él entendía perfectamente –recuerda el abogado y director de Mega.
Claro parecía disfrutar del mito que contribuyó a crear sobre sí mismo. “En el fondo le encantaba que lo consideraran un hombre peligroso y de cuidado. Alguna vez alguien en la radio deslizó un comentario sobre sus supuestos vínculos con la CIA y él sonrió de manera irónica y misteriosa, sin confirmar ni desmentirlo. Le gustaba jugar con eso”, dice una de las personas que coincidió con él en el programa “Improvisando”.
Una muestra de lo anterior ocurrió en el segundo capítulo del programa radial. En esa edición, que tuvo a Juan Agustín Figueroa de invitado, Jaime Celedón preguntó si Claro también tenía que ver con la propiedad de la revista Cauce. Según se escucha en el registro de ese programa, el aludido, que según el relato de Celedón portaba una gorra china al estilo Mao Tse Tung, respondió haciéndose cargo de su leyenda:
“En cuanto a revista Cauce, son esos líos que me alistan, siempre me andan inventando toda clase de historias a mí. Desgraciadamente no lo soy porque habría ganado mucho dinero”.
A decir de sus cercanos, Claro siempre anheló tener un medio de comunicación. Ya a mediados de los ‘60, cuando se iniciaba de empresario, intentó sin éxito comprar parte de la editorial Zig-Zag. Y hacia fines de los ’80, una vez que consolidó su posición económica, también habría participado de tratativas para ingresar a la propiedad del Consocio Periodístico de Chile S.A., Copesa, que en ese entonces publicaba La Tercera, La Cuarta y Qué Pasa.
Gregorio Amunátegui sostiene que la atracción por los medios de comunicación es un asunto de larga data. “A Ricardo le interesó el periodismo desde muy joven. Pensaba que esa actividad podía ser muy formativa para la gente, de mucha utilidad. Por eso se tomó tan en serio su función de columnista en La Tercera y después en El Mercurio. Para él los medios de comunicación, y el periodismo en particular, eran un instrumento para orientar sus dos grandes preocupaciones: la religión y el bien del país”.
Como director de Mega desde los primeros días, Amunátegui fue testigo de que el interés por desembolsar más de 15 millones de dólares de la época por un canal de televisión estaba animado por un asunto que trascendía lo económico. De hecho, los primeros diez años el canal arrojó cifras rojas. Su mayor interés entonces, dice el abogado, era “el deseo de que Chile fuera un gran país”.
Lo anterior ayuda a explicar el modo particular en que se relacionaba con su canal de televisión. Aparte de atender a los lineamientos generales de la programación, estaba preocupado de los detalles. Según una fuente de Mega, fue iniciativa suya que gente como Claudio Sánchez y Raúl Hasbún, ambos marginados de Canal 13 durante la era de Rodrigo Jordán, llegaran a trabajar a Mega.
La idea de incorporar comentarios religiosos también fue obra suya, al igual que la decisión de sacar de la programación un proyecto de reality show, que a su entender reñía con la moral. De acuerdo con una fuente de Mega, más de una vez llamó para protestar por la escasa o nula cobertura de algún asunto de la Iglesia Católica, protesta que a la vez estaba motivada por llamados de religiosos cercanos a él, como el cardenal Jorge Medina, el entonces obispo de San Bernardo Orozimbo Fuenzalida o el mismo cura Hasbún. Otras veces, los llamados de atención no tenían nada que ver con la religión católica sino con una cosa personal. Todavía se recuerda en ese canal el día en que el dueño llamó para quejarse de un joven periodista de Mega que tras pedirle una impresión sobre un evento empresarial, le preguntó el nombre. “¿No sabe quién soy yo?”, fue su respuesta.
Los llamados no sólo eran internos. En agosto de 2000, cuando el programa “Aquí en Vivo” de Mega emitió un capítulo sobre el fenómeno de los desnudos, Claro entró en cólera y calificó el programa de “vulgar e inmoral”. El asunto no paró ahí. Enterado de que una periodista de La Tercera intentaba contactar por este tema al obispo Orozimbo Fuenzalida, identificado por la misma periodista como uno de los censores morales del canal, el empresario la llamó directamente. Le preguntó si sabía quién era él y le advirtió que podía perder su trabajo si seguía molestando al obispo.
Con algunas diferencias, esa relación también se trasladó a los otros medios de su holding, conformado por Mega, editorial Zig-Zag., revista Capital y el Diario Financiero. En el caso de la revista, por la que pagó US$ 6.5 millones, su estilo se hizo sentir al cabo de unos meses, luego que Celia Eluchans abandonara la dirección y el nuevo propietario nombrara a Héctor Soto en el cargo.
Cuando Papavilla, una serie de dibujos animados de MTV, levantó cierta polvareda con sus parodias al Papa, Claro resistió la columna escrita por Patricio Navia en la que se manifestaba en contra de que la serie fuese censurada. Finalmente accedió a publicar su artículo, a condición de que esa posición fuese contrapesada por una columna escrita por el abogado José María Eyzaguirre.
En su momento Claro también cuestionó que se pautease un reportaje sobre los 50 años del colegio San Ignacio. ¿Por qué el San Ignacio y no el San George?, se preguntó. El ruido en este caso tenía que ver puntualmente con sus consabidas diferencias con la orden de los jesuitas. El artículo igual se publicó, pero durante largo tiempo Claro insistió que ese establecimiento estaba en decadencia, no obstante que los puntajes y la matrícula decían otra cosa.
A propósito del tira y afloja con Papavilla, el antiguo director de Capital, Héctor Soto, recuerda que en una oportunidad, a puertas cerradas, Claro le confidenció que si estaba en el negocio editorial y en el mundo empresarial no era exactamente por el dinero. “Me dijo que lo único que realmente le importaba, no era la plata, no eran las empresas, sino la Iglesia y el Papa”.
Héctor Soto dice que su relación con Claro estuvo marcada por dos factores determinantes. “Uno eran las buenas maneras, el buen trato, como esas relaciones caballerosas, a la antigua, aspecto que para mí es importante y que soy el primero en valorar; el otro era una profunda y visceral desconfianza de él hacia mí. Tengo la impresión de que era una persona tremendamente desconfiada, especialmente con la gente que no conocía. Tuvimos algunas diferencias, muchas de ellas mínimas, y finalmente preferí renunciar atendido que era difícil en ese contexto de sospecha pensar en nuevos desarrollos del proyecto editorial”.
El sucesor de Soto en Capital, Guillermo Turner, cree que resulta natural y necesario que los dueños de medios de comunicación se involucren en sus empresas, «porque para eso son
presidentes y eso es lo que espera el resto de los accionistas: presidentes involucrados y responsables».
“Ahora, si tu me preguntas si se metía en el detalle, en el titular, no. Era muy respetuoso en eso. Te lo pongo así: había semanas donde hablábamos todos los días y semanas en que no hablábamos nunca. La mayoría de las veces era para compartir y analizar noticias, particularmente vinculadas al sector económico e internacional. Ricardo Claro era una persona muy informada en todos los planos. Esa es la historia. Menos glamorosa y menos insidiosa de lo que la gente cree”.
Turner dice haber tenido una relación “muy llevadera” con el dueño de la revista. “Primero, porque le gustaban los medios y tenía una historia detrás. Y segundo, porque sabía que los medios tienen que ser económicamente sustentables en el tiempo, y para eso tienes que tener una pauta que responda a intereses tanto de avisadores como de audiencia. Eso hace que hayamos tenido una relación extremadamente profesional”.
Que Ricardo Claro usaba la influencia que le significaba ser dueño de medios, no hay duda. Una de sus últimas actuaciones como dueño de Capital ocurrió al momento de la muerte del general de Carabineros José Bernales. Claro pidió un espacio en la revista. No sólo quería hacerle un homenaje; de paso aludió al rector de la Universidad Diego Portales y columnista de El Mercurio, Carlos Peña, llamándolo “columnista resentido que se dedica a la labor antivalórica”. A fin de cuentas, para eso tenía una revista.
El round con Julio Ponce Lerou no fue ni por lejos el único que protagonizó Ricardo Claro en tribunales. Más célebre fue todavía el enfrentamiento que tuvo con el abogado y ex diputado del Partido Conservador, Edmundo Eluchans Malherbe.
De acuerdo con un antiguo dirigente empresarial, los problemas entre ambos comenzaron a los pocos días del golpe militar. Tras regresar de un viaje a Bogotá, donde representó al gobierno chileno en su calidad de asesor económico en materias internacionales, Claro fue acusado por Eluchans de haber aprovechado el viaje para hacer negocios particulares con el presidente del Banco de Bogotá.
-Ricardo montó en cólera, gritó, dijo que eso era una infamia, que efectivamente había visitado al presidente del Banco de Bogotá, pero que lo había hecho en calidad de funcionario de gobierno para invitarlo a venir a Chile, jamás por un asunto privado. Finalmente fuimos a hablar con el canciller (Ismael) Huerta y el asunto no pasó a mayores. Pero Ricardo quedó muy molesto.
La primera oportunidad de cobrar cuentas ocurrió poco después, con motivo de una junta de accionistas de la CCU, cuya propiedad estaba manos de la CORFO. Como Eluchans representaba los intereses de Agustín Edwards, que conservaba parte de las acciones a través del Banco Edwards, Claro se las arregló para representar a una parte minoritaria de los accionistas. De esta forma, participó de la junta celebrada en Valparaíso y consiguió, mediante un tecnicismo, que se impugnara el poder otorgado por el Banco Edwards a su rival.
Entonces ocurrió aquella escena en que Claro tomó la palabra ante la junta de accionistas y maltrató a Eluchans. De vuelta, éste hizo lo propio y sacó a relucir el hecho de que el empresario no haya podido tener hijos en su matrimonio con María Luisa Vial.
De acuerdo con el testimonio a CIPER de una de las personas que se encontraba presente en la junta de accionistas, al tomar la palabra Eluchans dijo: “El señor Claro es un amargado y su posición en la vida proviene de su reconocida impotencia sexual”.
La guerra quedó declarada y tardó unos años en resolverse. A principios de los ‘80, al enterarse que uno de los bancos intervenidos estaba vinculado a Eluchans, Claro vio una inmejorable oportunidad para cobrarse venganza. Sólo tenía que ver la forma de participar del litigio que siguió a la intervención de la banca.
Al respecto hay dos versiones. Una dice que Claro contrató un aviso comercial ofreciendo sus servicios gratuitos a los acreedores del banco de Eluchans. El otro cuenta que tuvo la ocurrencia de comprar una acción del banco, que le costó unos pocos pesos, para lograr su cometido. El hecho es que el abogado se las ingenió para hacerse parte del proceso y consiguió que Eluchans cayera en la cárcel por varios meses.
“Durante mucho tiempo Claro se opuso a levantar el arraigo que pesaba contra Eluchans”, dice un empresario que conoció detalles de la historia. “Finalmente, ante la intervención de amigos en común, Claro accedió a cambio de que el otro le pidiera perdón personalmente y se comprometiera a pagarle un peso como indemnización”.