Mujeres Chilenas 4 : Temporeras, eslabón olvidado del modelo económico
12.12.2007
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
12.12.2007
Violencia intrafamiliar, vulneración de derechos laborales, acoso sexual en el trabajo y hasta femicidio, todo ello se mezcla en las vidas las cerca de 250 mil temporeras que operan en Chile.
En la cosecha de la uva de la temporada 1986-1987, María Cartagena trabajó en los parronales de Copiapó desde las siete de la mañana hasta las seis de la madrugada del día siguiente. “Dormía una hora y seguía trabajando”, relata esta mujer de 59 años, integrante de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Anamuri), la más grande organización femenina chilena con sus cerca de 7 mil representadas.
Al finalizar esa cosecha, María había ahorrado $850.000 (US$ 1.597). Los necesitaba para buscar a su hermana, detenida desaparecida desde el Año Nuevo de 1973. Para conseguir ese dinero, había dejado el cuerpo y el alma en los campos. El dolor de espalda era insoportable, pues debía cargar la fruta, su comida y el agua para beber durante el día. Además, como no les ponían baños en la faena, frecuentemente ella y sus compañeras sufrían infecciones urinarias por hacer sus necesidades a campo abierto. El salario era escaso y la única forma de sobrevivir era cumpliendo las extenuantes horas extras.
La historia de María Cartagena resume con dramatismo todos los sinsabores que viven las mujeres del campo hasta hoy: maltratada primero por su madre, luego por su esposo, después por los carabineros en la dictadura y finalmente expulsada de los parronales por “conflictiva”. Violencia intrafamiliar, vulneración de derechos laborales, acoso sexual en el trabajo y hasta femicidio, todo ello se mezcla en una vida que retrata la de gran parte de las cerca de 250 mil temporeras que operan en Chile.
La situación ha cambiado poco en los últimos 20 años. El salario de los temporeros prácticamente no ha subido en estas dos décadas, pues los incrementos han sido absorbidos por los “contratistas”, los nuevos enganchadores de la mano de obra.
En esta área la ganancia se basa en la sobreexplotación de la mano de obra. El jefe de los trabajadores del campo que trabaja conmigo gana $180.000 (US$ 350) al mes, tiene cinco hijos y yo no sé cómo vive.
Si tomamos como ejemplo la cosecha de arándano, la “joya” de esta temporada, según Carlos Abujatum, productor de la zona de Linares, el salario base que paga a los trabajadores es de $180.000 (US$ 350) mensuales. Un ejecutivo de otra empresa del rubro, Valle Maule, informa que se paga un mínimo de $6.000 (US$11,6) al día, a lo que se puede agregar bonos por producción: “Una temporera puede llegar a ganar $16.000 (US$31) diarios, cobrando $450 (US$ 0,8) por cada caja de kilo y medio de arándanos”, explica. Los 0,8 dólares habría que compararlo con el precio de venta del arándano en el mercado. Según información de El Mercurio del 26 de noviembre de 2007, la misma caja de kilo y medio del preciado berry se llegó a vender a US$ 9,1.
Una indagación en el sector indica que no hay mayor variación en los salarios de temporeros aunque se trate de productos que estén con precios de punta en el mercado exportador.
-En esta área la ganancia se basa en la sobreexplotación de la mano de obra. El jefe de los trabajadores del campo que trabaja conmigo gana $180.000 (US$ 350) al mes, tiene cinco hijos y yo no sé cómo vive. Acá a los trabajadores de temporada se les paga entre $4.800 a $5.000 (US$ 9,6) líquidos diarios, lo que corresponde aproximadamente a $180.000 mensuales imponibles. Además, se paga un bono por productividad que, dependiendo del campo, va de $20 a $50 por “capacho” (el tiesto con el que se cosecha). Nosotros pagamos $30. Una buena temporera, en una jornada de 12 horas, puede llegar a 100 “capachadas”, lo que le agrega $3.000 por día. Al final, puede salir con $8.000 (US$ 15,3) diarios. Pero lo normal para las mujeres es sumar entre $1.000 y $2.000 por “capachadas”- explica un administrador de un campo exportador que prefiere, por razones obvias, la reserva de su identidad.
Si la tarea de temporada se hace en el packing, el salario es mayor: entre $8.000 y $15.000 (US$ 28,8) diarios. Pero ahí sí que el régimen es duro y esa labor sólo está abierta un par de meses. Por ejemplo, si se trata de duraznos, el trabajo fuerte comienza a mediados de enero y se detiene a mitad de marzo.
Si en salarios la situación es claramente discriminatoria, en otros beneficios laborales y legales es peor. La ley que obliga a las empresas a abrir una sala cuna cuando se juntan más de 20 trabajadoras sencillamente no se cumple, porque los campos son divididos en varias “razones sociales” (distintas empresas). Y el único logro visible es paupérrimo: los empleadores están obligados a poner baños cada 125 metros. Pero en su gran mayoría son mixtos además de muy precarios.
Según las dirigentas de Anamuri, el único estudio serio sobre la cantidad de temporeros que trabajan en el país lo realizó la Universidad de Talca en conjunto con el Ministerio Servicio Nacional de la Mujer (Sernam). Y éste indica que entre 400 mil y 500 mil chilenos trabajan en la cosecha de frutas en cada temporada (de septiembre a marzo). El 50% son mujeres y el 70% de ellas trabaja sin contrato, sometidas al arbitrio del “contratista”.
-Los contratistas son ex temporeros que los jefes ven eficientes para enrolar gente. Y les pagan por obra hecha. La ganancia el contratista la saca recortando a cada temporero de su salario. Cuando se masificó esta subcontratación, dejaron de aumentar los salarios de los temporeros por más trabajo realizado, ya que ese albur se queda en manos de los contratistas. Muchas temporeras ganan menos que antes- señala Alicia Muñoz, una de las fundadoras de Anamuri.
La nueva ley de subcontratación, que obliga a las empresas a hacerse responsables de los derechos laborales que no sean respetados por el contratista, no generó modificaciones sustanciales a juicio de las temporeras de Anamuri:
-Lo único que se logró fue legitimar lo ilegítimo, porque no cambió la situación de las temporeras. Se ponen tantas trabas en el camino para que las empresas sigan no haciéndose responsables de lo que hace el contratista, que la ley puede ser letra muerta -asegura Francisca Rodríguez, la primera presidenta de Anamuri.
La escasas mejores condiciones laborales contrastan con el crecimiento de las agroexportaciones. La uva de mesa, por ejemplo, aumentó sus exportaciones de US$ 553 millones en 1996 a US$ 1.041 millones en 2006. En la misma década las exportaciones de vino crecieron de US$ 293 millones a US$ 965 millones. Y los embarques de frutas, en general, se incrementaron en esos diez años, de US$ 1.266 millones a US$ 2.407 millones.
Hoy existen en Chile tres categorías de trabajadores agrícolas: permanente, temporal directo y temporal subcontratado. Según una investigación del Centro de Estudios de la Mujer (Cedem) en el sector vitivinícola -la actual estrella de las agroexportaciones-, el trabajo permanente lo conforman 70% de hombres y 30% de mujeres; el temporal directo en un 60% es ejecutado por hombres y 40% por mujeres. Pero en el temporal subcontratado, el más precario, el 60% son mujeres.
Esta estratificación del trabajo en el campo revela que es en el sector rural donde se mantiene más férreamente atrincherada una estructura patriarcal que coloca a las mujeres en una posición de subordinación respecto del hombre.
La cosecha destinada a exigentes mercados del primer mundo requiere del trabajo de manos femeninas, dice Pamela Caro, investigadora del Cedem, pero no se retribuyen proporcionalmente las ganancias que esas mujeres generan:
-Hay una valoración de la delicadeza y minuciosidad que aportan las mujeres. Pero ellas, en su mayoría, ingresan al segmento más precario: trabajadores temporales subcontratados.
Rosa Pallares (53), dirigente de las temporeras de Andacollo, cuenta su historia: “He trabajado incluso embarazada (tiene cuatro hijos), he regado, aprendí la siembra del melón y del tomate igual que un varón.
Después entré a otra empresa donde aprendí el proceso de los limones y luego al packing. He trabajado desde muy joven, cuando aprendí a procesar las papayas, y todo eso para que mis cotizaciones previsionales alcancen a $200.000 (US$ 375)”.
Por ello, las temporeras cifraron su esperanza en la reforma previsional impulsada por Michelle Bachelet. Estas mujeres trabajan en promedio cuatro meses por año y sólo aquellas que tienen contrato imponen en ese período. La pensión mínima es de $82.000 mensuales (unos US$ 154) y requiere de a lo menos 240 cotizaciones al momento de jubilar. Una temporera tendría que trabajar 60 años para alcanzarla.
-De los cien actores sociales que entrevistó la comisión que estudió la reforma, Anamuri fue el tercero en presentarse y llevó una propuesta de diez carillas. Y al final, no la tomaron en cuenta. De nuevo no se consideró el trabajo temporal como un tipo de labor que requiere un sistema especial de previsión -señala Pamela Caro.
-Se requiere cirugía mayor y no cambios menores. Hemos planteado la necesidad de crear un Fondo Solidario de Reparación que permita entregar una pensión digna y no asistencial a las temporeras, las que no han recibido los beneficios de la riqueza que han ayudado a generar -afirma Francisca Rodríguez.
En el mundo de las mujeres rurales, no sólo hay temporeras. Aunque cada vez son menos, por el proceso de concentración de la propiedad en manos de grandes compañías, también subsisten las pequeñas productoras agrícolas. Gladys Cortés (52 años) es una de ellas. Como María Cartagena, ella sufrió maltrato infantil en la casa de su abuela y luego, durante años, la violencia sicológica de su pareja. Nunca se cuestionó los rígidos moldes sociales rurales que le imponían sólo a ella el trabajo en el campo además del lavado y la cocina, entre otros.
Pero los tres hijos de Gladys crecieron. Y le exigieron a su padre un trato digno. Gladys cuenta que fue como un renacimiento. Comenzó a valorar su trabajo, organizó a su comunidad -en la zona rural del municipio de Canela- para conseguir agua potable y electricidad, presidió su junta de vecinos, apadrinó a los alumnos del Liceo Técnico Agrícola para que estudiaran computación y consiguió becas para que dos de ellos siguieran estudios superiores en Venezuela:
-Están en la carrera de Tecnología en Agroecología. Cuando se tenían que ir, no sabían qué era un computador, así que mientras les hacía los papeles para el viaje los fui preparando y ahora me mandan correos electrónicos. ¡Me siento tan orgullosa de ellos!
Pero el mayor orgullo de Gladys es la parcela agroecológica en la que produce hortalizas sin fertilizantes químicos ni pesticidas. Un proyecto auspiciado por Cedem y destinado a recuperar la capacidad de subsistencia de la familia rural:
-El proyecto está diseñado para que de una parcela viva autoabasteciéndose una familia de cuatro personas y sólo gaste el 15% de sus ingresos afuera, para vestirse, por ejemplo. Se plantan zanahorias, cebollas, cilantro, lechugas, de todo para la cocina y hay frutales de duraznos, naranjos…Vamos al campo a capacitar personas y les enseñamos la rotación del cultivo, para que no les falte nada durante el año.
Como muchas productoras, Gladys se queja de que los programas de ayuda del gobierno están muy enfocados a la producción para el mercado:
-Los proyectos del gobierno no nos sirven. Si postulamos al Prodemu nos dicen: “Tiene que usar pesticida, para que tenga un producto bonito y lo pueda vender”. Nos les interesa que mejoremos nuestra calidad de vida familiar, sino que genere plata. Acá hay gente que ha hecho proyectos de árboles frutales, pero no tomaron en cuenta la sequía, que es muy grande en la Cuarta Región, y se están secando. Los campesinos quedan endeudados. Yo no trabajo con proyectos, porque me ofrecen del Prodesal o de Sercotec, pero para postular tengo que tener 300 mil pesos (US$ 560). ¿De dónde los saco?
La tierra cultivable, señala Pamela Caro, está en un 70% a 80% en manos de empresas medianas, grandes y transnacionales:
-El mundo campesino es fundamentalmente asalariado y una mínima parte es productor. Y dentro de los productores, el 80% son hombres. Por herencia o estructura cultural el jefe de la unidad productiva es el hombre. Y eso es así para la familia campesina y para el Indap (Instituto de Desarrollo Agropecuario) y todos sus instrumentos de fomento a la producción. Hay algunos instrumentos para mujeres, pero no rompen con la lógica patriarcal. Son de menores montos, de menor riesgo y colaterales al centro del negocio familiar. Si se trata de una familia chilota que produce papas, el Prodesal (Programa de Desarrollo Local) fomenta la producción de claveles entre las mujeres. Feminiza la producción hacia rubros de difícil comercialización.
La principal reflexión de Pamela Caro está en que si bien todos los gobiernos de la Concertación ha tenido voluntad política para promover cambios que mejoren la calidad de vida de la mujer rural, las cosas se trancan:
-Desde 1990, en los cuatro gobiernos de la Concertación, Indap ha sido intervenido para hacer transversal el tema de género, pero su estructura pesada hace que las cosas cambien muy lentamente. El mismo gesto simbólico de que Michelle Bachelet sea Presidenta es muy importante, pero los anclajes culturales de la desigualdad son muy estructurales.
Para muchas mujeres campesinas el primer año de gobierno de Bachelet no significó un cambio importante de sus condiciones de vida.
-Las mujeres del campo están tan desprotegidas como siempre. Hay campesinas con mucho talento, pero se quedan en sus casitas. No tienen la capacidad de decir “yo puedo”, tienen miedo. Y a muchas sus maridos no las dejan salir, y si salen no saben dónde ir. Nosotras queremos hacerles capacitación personal, para que crezcan. El gobierno, antes que ofrecer proyectos productivos, tiene que trabajar la autoestima, para mejorar la valoración que las mujeres campesinas tienen de ellas mismas –cuenta Gladys Cortés.
En el Cedem concuerdan con el diagnóstico de Gladys. Pamela Caro dice que cada vez que las mujeres del campo verbalizan sus problemas lo hacen desde el rol de madres:
-No se ven como mujeres, con cuerpo ni sexualidad. Si les preguntas por sus problemas de salud, por ejemplo, te dicen: “No hay consultorio para los niños”. No se refieren a su propia salud mental o reproductiva. Conceptos de la sociedad moderna como el yo, el ego, el sexo, el cuerpo, el sujeto o la autonomía, en el campo sencillamente no se ven.
Por lo mismo, la investigadora del Cedem estima que la mayor parte de las políticas de género que ha impulsado el gobierno de Bachelet no han tenido gran repercusión en el sector rural. Y toma como ejemplo las conclusiones del Primer Congreso Nacional de Anamuri, donde las políticas públicas favorables a la mujer adoptadas en el último año prácticamente no se mencionan.
Lo más gráfico respecto de la invisibilidad en que se encuentran las mujeres rurales fue que el Congreso de Anamuri -celebrado en los mismos días en que Bachelet cumplía su primer año en La Moneda, en marzo de 2007- no tuvo espacio en los medios de comunicación. Tampoco fue visitado por la Mandataria.
-Ninguna de estas políticas apuntó directamente a la mujer rural y por eso puede haber una visión pesimista de ellas. Cuando les anuncias que se amplió el postnatal masculino, les importa un maní, porque nunca lo vieron como una necesidad. Lo mismo cuando les dices que se universalizó el derecho de amamantamiento. La ampliación de la cobertura de los jardines infantiles o salas cuna son políticas distantes para ellas. Lo que sería potente son cambios en el acceso a la tierra y los derechos de agua, a la producción y comercialización. Y eso tiene relación directa con que las mujeres del campo se ven como productoras o como madres, no como mujeres-mujeres –dice Pamela Caro.
En la declaración final del Congreso de Anamuri precisamente agua y tierra fueron los temas centrales. Pero aparte de sus 7 mil representadas, casi nadie los conoció.
(*) Cifras correspondientes al presupuesto fiscal 2008 y a precios actuales se expresan en dólares al cambio promedio de 2007: 520 pesos por dólar. Las cifras de salarios, pensiones o precios de años anteriores a 2007 se expresan por la paridad en dólares de cada año: 550 por dólar en 2005; 530 pesos por dólar en 2004 y 525 pesos por dólar en 2000.
María Cartagena tiene 59 años y desde hace tres ya no la reciben en los parronales de Copiapó por “conflictiva”. Dirigenta de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas, Anamuri, desde mediados de los años 80 se ha dedicado a organizar a la temporeras que cosechan uva en los campos aledaños a la capital de la árida región de Atacama.
-¿Cómo era trabajar en los patronales cuando usted comenzó en 1985?
Cuando comencé, salía de mi casa a las cuatro de la madrugada a pie hacia el parronal. Muy pronto supe que debía salir con un palo porque muchas veces nos salían por la carretera los “sureños”, los trabajadores que venían del sur y que sabían hacer el trabajo pero también abusaban de la gente de Copiapó. Recuerdo que nos juntábamos nueve mujeres y nos íbamos palo en mano por la carretera. Fíjese que las mismas sureñas nos enseñaron a defendernos con las tijeras que usábamos en los parronales. Además, no nos daban comida, no teníamos baño: hacíamos nuestras necesidades a campo abierto. Fue entre 1992 y 1994 cuando empezó a arreglarse lo de la comida y también pusieron transporte, pero sólo en algunos parronales. Desde entonces se han conseguido muchas cosas, pero los sueldos siguen iguales que cuando yo empecé, incluso menos. Ahora, en cambio, hay más control, va todo embolsado y eso no deja ganancias. Antes yo me hacía 600 cajas. Ahora nadie se hace más de 200. La más capa se puede hacer 300. El trato sí ha mejorado. Pero siguen los problemas de acoso sexual. En algunas partes tienen casinos, incluso los hay muy bonitos, pero en otros se come en el suelo. De los baños mejor ni hablar. ¡Cómo podemos llamarle baños a esas cosas químicas inmundas que ponen! Tampoco nos dan el agua para beber y la gente tiene que llevarla de su casa.
-¿Todavía trabaja en los parronales?
Hace tres años que paré porque no me reciben. Hace poco supe que en un fundo había un niñito de 13 años trabajando como temporero. Y me dije que si había luchado por más de 20 años para mejorar las condiciones de trabajo no podía dejar que a otros niños les pasara lo mismo que a los míos, que a los 7 años los dejaba solos por irme a los parronales. Tengo cuatro mujeres y tres hombres y todas mis hijas parieron solteras, solo uno de los hombres llegó a la universidad. Es mi orgullo, ahora se recibe de ingeniero. Y decidí ir a ver a ese niño y entré a trabajar al fundo. Y cuando llegué, las mismas temporeras empezaron a gritar “¡esa es la vieja que sale en el diario, que denuncia!”, y me insultaban. Todavía no empezaba a trabajar cuando ya me habían echado. ¡Cómo no entienden que sólo quiero que no pasen por lo que yo pasé!
-María, ¿siente que ha habido un cambio con una mujer Presidenta?
Lo que sé es que las mujeres hoy son más decididas. Y eso no es poco. A mí me hizo fuerte buscar a mi hermana en dictadura. Mi marido nunca más me volvió a pegar. ¡Chis, que me pegue ahora! Hoy ni mujeres casadas ni convivientes aguantan que les peguen. Han aprendido a defenderse. Antes de que el obispo Ariztía se muriera, me dijo: “María, ya está bueno de luchar”. Me dijo que me preocupara de mi familia y de nadie más. Y eso quiero hacer ahora, ocuparme de mis 20 nietos. Pero las condiciones de las temporeras no cambian… Por eso no me puedo quedar en mi casa.