Introducción a «Allende en persona»
01.08.2008
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01.08.2008
Miguel Labarca Labarca
Allende en persona
Testimonio de una intensa amistad y colaboración
Historia de este libro
Miguel Labarca Labarca, nuestro padre, nació en Chillán el 21 de febrero de 1909 en el seno de una familia acomodada que no tardó en emigrar a Santiago. Estudió en el Instituto Nacional y luego en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Se incorporó a las luchas juveniles siguiendo la estela de su hermano mayor, Santiago Labarca, que en 1920 había sido presidente de la Federación de Estudiantes de Chile, FECH.
Conoció a Salvador Allende durante las acciones estudiantiles de comienzos de los años 30 contra la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo. Trabajó en la Cámara de Diputados donde, pese a su juventud, redactaba los discursos del diputado “termal” Gabriel González Videla. Aunque elegido sobre la base de una componenda con el dictador efectuada en las Termas de Chillán, este parlamentario, futuro Presidente de la República, había adoptado una actitud de abierta oposición a Ibáñez. Involucrado en la llamada Conspiración del Avión Rojo, nuestro padre estuvo preso y fue deportado a Ecuador. Regresó a Chile en 1931 a la caída del tirano y fue secretario de la comisión que investigó los actos de la dictadura. Aunque alumno brillante, nunca se recibió de abogado. En 1933 se casó con nuestra madre, Lillian Goddard Álamos, belleza chillaneja también de antigua familia, y fuimos naciendo los tres hijos. Restablecida la legalidad, fue secretario de su hermano Santiago Labarca, que desempeñó la cartera de Educación durante el gobierno de Juan Esteban Montero. Tuvo un puesto destacado en la Municipalidad de Santiago junto al alcalde Guillermo Labarca Húbertson, con quien colaboraba en todos los aspectos. Aunque don Guillermo era un escritor eminente, solía redactarle los discursos, como el que pronunció para dar la bienvenida al Presidente de Ecuador José María Velasco Ibarra. Cuando se advirtió que Velasco Ibarra no traía un discurso de respuesta, nuestro padre escribió a marcha forzada la alocución de agradecimiento del visitante. Participante activo en el Frente Popular, pasó a ser el colaborador más íntimo de la alcaldesa de Santiago Graciela Schnake. Siempre fue vehementemente de izquierda, individualista, sin militancia en partidos, miembro –aunque a menudo “en sueño”– de la masonería.
A comienzos de los 40 partimos a Buenos Aires, donde representó a la editorial Zig-Zag. En Argentina se independizó y creó su propio negocio: Ediciones Labarca. Estando allí asumió un puesto diplomático en la embajada de Chile, donde no tardó en convertirse en brazo derecho del embajador Alfonso Quintana Burgos. Juan Domingo Perón surgía en el horizonte y en la elección de presidente y vicepresidente la embajada chilena cometió el error de abanderizarse con la fórmula Tamborini y Mosca, contra la dupla de Perón y Quijano. Se corrió la voz de que las declaraciones y discursos antiperonistas del embajador Quintana las redactaba Miguel Labarca y que en una tenida masónica había criticado los arrestos dictatoriales de Perón. Cuando éste triunfó con votación arrolladora, nuestro padre tuvo que ser trasladado a París, a un puesto en el Consulado de Chile. Era el año 1946 y allá nos fuimos. En la Embajada en Francia se convirtió en consejero del embajador Joaquín Fernández y Fernández, pese a no ser titular de esa función. Cuando el embajador Fernández estuvo a punto de ser nombrado gobernador de Trieste, que se hallaba bajo fideicomiso internacional, puso como condición que lo acompañara Miguel Labarca. En Chile el presidente González Videla iniciaba la persecución contra los comunistas y nuestro padre se negó a seguir representando a su gobierno. Renunció y permaneció en París dedicado a los negocios. Ganó muchísimo dinero vendiendo productos agrícolas chilenos a la Europa devastada por la guerra.
En 1950 regresamos a Chile y volvió a encontrarse con Salvador Allende. Ese encuentro y la curiosa relación que se desarrolló entre ambos forman la sustancia de este libro. La situación económica de la familia tenía altos y bajos al ritmo de los negocios en que nuestro padre participaba. Hubo períodos de pobreza en nuestra casa, pues la cooperación con Allende era absorbente y tuvo carácter estrictamente voluntario hasta el momento en que fue contratado como secretario de Salvador Allende en el Senado. A lo largo de 22 años, cuatro campañas presidenciales y el trienio del gobierno de la Unidad Popular, volcó todas sus energías y capacidades, que eran muchas, a una estrecha y multifacética colaboración personal con Allende. Entretanto, nuestra madre, comprometida también políticamente, se desempeñaba como dirigenta de la Unión de Mujeres de Chile y de la rama femenina del Frente de Acción Popular, FRAP.
«Hace algunos meses, al ordenar algunos efectos que habían pertenecido a nuestra madre, apareció una caja negra de cartón que no habíamos abierto. Estaba repleta de hojas de papel cebolla ajadas y amarillentas. Era el libro. En realidad se trataba de copias bastante borrosas sacadas con papel carbón. Entre los renglones, en los márgenes y al dorso, abundaban las correcciones y agregados hechos por el autor con lápiz de grafito. Ordenar ese cuerpo fue tarea compleja. Había hojas sueltas sin continuidad aparente, capítulos que parecían inconclusos, versiones diferentes de algunos fragmentos. En total eran unas 650 páginas».
Nuestro padre era un hombre de mente bullente, original, irascible, y su relación con Salvador Allende no estaba exenta de conflictos. Hasta la llegada de Allende al gobierno actuó siempre entre bambalinas, pues prefería el perfil bajo. Pero una vez en la Presidencia, Allende lo nombró Presidente del Consejo de Administración y Gerente General de la Sociedad Química y Minera de Chile, Soquimich. Desde ese puesto negoció la nacionalización del salitre y el yodo, cuya explotación y comercialización pasó a dirigir. Diez meses antes del golpe militar, en un gesto típico de su carácter, renunció al cargo por desacuerdos con algunos funcionarios impuestos por los partidos.
La mañana del golpe la diputada Laura Allende, hermana del Presidente, lo recogió en su citroneta. Rodaron en dirección al palacio de La Moneda, pero las barreras militares ya estaban tendidas y no consiguieron llegar. Más tarde se asiló en la Embajada de Francia y llegó a París, donde él y nuestra madre vivieron muy modestamente. Trabajó hasta jubilarse en una biblioteca municipal de las afueras. En el exilio siempre usó corbata negra en memoria de Allende y siguió los acontecimientos de Chile con angustia y pasión. Durante años escribía largas horas a mano o a máquina en una mesita instalada en uno de los dos cuartos diminutos del departamento parisino. Así nació el presente libro.
En 1987 padeció un infarto cerebral que lo dejó muy limitado hasta su muerte, acaecida en 1989. Esparcimos sus cenizas en el cementerio parisino del Père Lachaise, donde fue despedido con el rito masónico. Buscamos el original del libro que escribía y no lo pudimos encontrar. Averiguamos en las editoriales de Francia, donde quería publicarlo, y también en Chile, adonde había hecho un viaje cuando los militares le levantaron la prohibición de regresar. Nadie sabía nada. En 2000 falleció nuestra madre y dejamos también sus cenizas en el Père Lachaise. Del libro perdido no se volvió a hablar.
Hace algunos meses, al ordenar algunos efectos que habían pertenecido a nuestra madre, apareció una caja negra de cartón que no habíamos abierto. Estaba repleta de hojas de papel cebolla ajadas y amarillentas. Era el libro. En realidad se trataba de copias bastante borrosas sacadas con papel carbón. Entre los renglones, en los márgenes y al dorso, abundaban las correcciones y agregados hechos por el autor con lápiz de grafito. Ordenar ese cuerpo fue tarea compleja. Había hojas sueltas sin continuidad aparente, capítulos que parecían inconclusos, versiones diferentes de algunos fragmentos. En total eran unas 650 páginas. Comenzamos por fotocopiarlas, trabajo que hubo que realizar manualmente hoja por hoja. Luego ordenamos los temas y secuencias, y las páginas aisladas fueron encontrando su lugar.
El libro constaba de dos partes muy distintas. La primera era la rica descripción de la personalidad de Salvador Allende, su forma de ver la vida y la experiencia del trabajo con él. La segunda, un ensayo histórico, político y económico sobre la evolución de la sociedad chilena hasta el período de la dictadura. Esta parte abordaba algunos temas relacionados con el golpe militar que en el momento de la escritura eran novedosos, pero que en las dos décadas transcurridas han sido aclarados y documentados con más amplitud: intervención norteamericana contra el gobierno de Allende, violación de los derechos humanos, política económica de la dictadura militar… Leyendo y releyendo el texto llegamos a la conclusión de que a comienzos del siglo XXI, la parte que conservaba interés era la primera.
Ése es el libro que hoy entregamos. El autor lo había titulado Veintidós años con Salvador Allende – Ensayo biográfico-político. La similitud de la primera frase con el título del libro de otro colaborador de Allende y la decisión de excluir el ensayo nos han llevado a dar a la obra otro nombre, que a nuestro juicio refleja su contenido. Sólo hemos corregido las erratas y hecho algunos retoques, convencidos de que se trata de ajustes que nuestro padre no alcanzó a realizar.
Margarita Labarca Goddard, México D.F.
Miguel Labarca Goddard, París
Eduardo Labarca Goddard, Viena – Las Cruces
Junio de 2008
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