La historia no los absolverá
17.08.2018
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17.08.2018
«No quisimos ver los errores cometidos, ni hicimos oír nuestra voz… fue más fácil no ver ni oír… No quise oír a mi iglesia (católica), me reí de la Vicaría de la Solidaridad, hice bromas… a quienes se les hizo daño, les digo que, por favor, nos perdonen».
Así remeció el 2001 la entonces diputada Pía Guzmán. Tras este inédito mea culpa, ha habido pocos que desde la derecha se atrevan a admitir que (sin ser responsables directos de violaciones a los derechos humanos) no quisieron ver los horrores que sistemáticamente organizaba y perpetraba el Estado de Chile durante la dictadura cívico militar.
El miércoles 14 de agosto fuimos testigos de uno de esos momentos de verdad relevantes, en que un entrevistado marca un hito que remece conciencias. Daniel Platovsky, ex vicepresidente de RN, es hijo y nieto de víctimas de nazis y comunistas. En sus palabras, es alguien que fue un “agradecido de Pinochet y de los militares”, porque les devolvieron las empresas expropiadas durante la UP. Él defendió con fuerza el Museo de la Memoria y fue categórico sobre la defensa de los derechos humanos:
“Hay un concepto equivocado. Hay muchos que hablan de por qué no se ponen ahí las dos verdades. No existen dos verdades. Las violaciones a los derechos humanos la hacen los estados, no las personas…”.
Mientras el silencio en el estudio de televisión era cada vez más profundo, recordó las palabras de su padre: “Me dijo ‘nunca te olvides que cuando el Estado se organiza para asesinar personas, es el fin de la sociedad. Es el fin de la humanidad’”.
Pero lo más relevante vino después. Consultado si no había querido ver los crímenes de la dictadura, el empresario afirmó: “Probablemente, o no entendí los mensajes o no quise ver. Fui parte, quizás, de los cómplices pasivos. Lo quiero reconocer, porque me siento libre de eso ya, porque me di cuenta y reconocí el problema de los derechos humanos. Y eso es lo que le falta al resto de la derecha: reconocerlo. No duele, al contrario, ayuda”.
Fue un gesto de coraje. Porque asumir las propias responsabilidades, aunque éstas sean pasivas, requiere de mucho coraje. Pero es vital que se haga. Es fundamental para nuestra democracia que construyamos un consenso que no tenga que ver con sistemas económicos ni políticos, sino con lo más esencial: con el respeto a la persona humana, con reconocer que no hay contextos que hagan menos grave acallar voces y que los derechos fundamentales no se deben respetar solo a las buenas personas, sino a todas, al peor delincuente y al más ejemplar ciudadano.
Lo de Platovsky es tremendamente valioso en un país donde vemos negación en muchos de los responsables políticos y en la mayoría de los autores materiales. Salvo unos pocos, casi excepciones, como Carlos Herrera Jiménez, quien pidió perdón al hijo de su víctima (Tucapel Jiménez), diciendo:
«Lamentablemente para Chile, y muy especialmente para su familia, y por qué no decirlo también para mi familia, cumplí aquello en la forma, tiempo y modo como se me ordenó. Es bueno que sepa señor Jiménez que por largo tiempo me sentí orgulloso de haber prestado semejante servicio a la Patria… con el paso del tiempo comprendí que aquello fue un desgraciado, torpe e irracional homicidio que no tiene ninguna justificación. A partir de ese momento comencé a cargar una pesada cruz que algo se alivianó cuando declaré judicialmente la verdad de los hechos”.
Pero, lamentablemente, aún hay muchos que justifican a Pinochet, otros que niegan y otros que exigen contexto. Enfrentémoslo: aún no hay un consenso verdadero respecto de la importancia de defender siempre, siempre, los derechos humanos. Y eso hace más débil nuestra democracia, tanto en la izquierda como en la derecha.
En estos días Platovsky fue llamado tantas veces “traidor” por su mea culpa, como “vendido” el diputado Gabriel Boric por cuestionar la forma en que la izquierda enfrenta vulneraciones a los derechos humanos más allá de nuestras fronteras. Desolador: quienes defienden la verdad y justicia como pisos éticos mínimos para las víctimas de la dictadura de Pinochet, dejan solos a los pueblos de Cuba, Venezuela, China o Nicaragua.
La tentación autoritaria es transversal y puede volver. No son los quiebres institucionales los que podemos evitar, sino cómo reaccionamos como sociedad frente a ellos. El valor de la memoria, la educación cívica y el consenso en derechos humanos son el único camino posible, para no repetir una historia de crímenes.
Platovsky es el ejemplo de que es posible lograr ese consenso civilizatorio de derechos humanos. Lo triste es que todavía es sólo una aspiración. Para demasiados aún, en izquierda y derecha, la revolución o la propiedad parece valer más que el ser humano.
Sería tiempo de que los cómplices pasivos de hoy, de izquierda y de derecha, abran los ojos. Porque como dijo Carlos Prats a Augusto Pinochet tras el golpe de Estado: “El futuro dirá quién estuvo equivocado”.
Ya el presente lo advierte: a quienes sigan siendo cómplices pasivos, la historia no los absolverá.