Parque Jurásico
26.07.2018
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26.07.2018
Hace poco el senado uruguayo votó por unanimidad una resolución de condena a la represión sangrienta que sufre Nicaragua. El Frente Amplio, que cobija a la izquierda de distintos matices, el Partido Nacional y el Partido Colorado, de derecha y centro derecha, y los social demócratas, liberales, socialcristianos, todos concurrieron en reclamar a Ortega «el cese inmediato de la violencia contra el pueblo nicaragüense».
Durante el debate, el expresidente José Mujica, al referirse a los cerca de 350 muertos de la masacre continuada, dijo unas palabras que suenan ejemplares:
«Me siento mal, porque conozco gente tan vieja como yo, porque recuerdo nombres y compañeros que dejaron la vida en Nicaragua, peleando por un sueño… y siento que algo que fue un sueño cae en autocracia… quienes ayer fueron revolucionarios, perdieron el sentido en la vida. Hay momentos en que hay que decir me voy”.
Son palabras ejemplares porque representan lo que siempre he creído son los fundamentos éticos de la izquierda, basados en ideales permanentes más que en ideologías que se quedan mirando hacia el pasado. Una postura similar la han asumido partidos y personalidades de izquierda en España, Chile, Argentina, México, que rechazan el fácil y trasnochado expediente de justificar la violencia del régimen de Ortega contra su propio pueblo, echando las culpas al imperialismo yanqui, según la cartilla.
Es lo que ha hecho el Foro de Sao Paulo, reunido en La Habana, al emitir una declaración en la que, con pasmoso cinismo, se rechaza “el injerencismo e intervencionismo extranjero del gobierno de Estados Unidos a través de sus agencias en Nicaragua, organizando y dirigiendo a la ultraderecha local para aplicar una vez más su conocida fórmula del mal llamado ‘golpe suave’ para el derrocamiento de gobiernos que no responden a sus intereses, así como la actuación parcializada de los organismos internacionales subordinados a los designios del imperialismo, como es el caso de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)”.
Hay que leer en voz alta a estos señores reunidos en La Habana, la declaración de Podemos emitida en Madrid: “reclamamos la investigación y el esclarecimiento de todos los hechos sucedidos durante las movilizaciones, incluyendo la rendición de cuentas ante los tribunales por parte de las autoridades policiales y políticas que se hallen responsables de las violaciones de los Derechos Humanos cometidas”.
A un discurso trasnochado lo acompaña siempre un lenguaje obsoleto. ¿La del Foro de Sao Paulo es la izquierda, o lo es la que representa el pensamiento humanista de José Mujica? Aquella pesada diatriba nada tiene que ver con la realidad de Nicaragua. Es la retórica hueca, lejana a todo contacto con la verdad, que se quedó perdida en las elucubraciones de una ideología fosilizada. En el parque jurásico no hay pensamiento crítico.
El canciller Jorge Alberto Arreaza de Venezuela, que venía de La Habana de participar en el Foro de Sao Paulo, se presentó vestido con una camisa rojo encendido en la plaza donde esta dictadura celebraba el 39 aniversario de la revolución que derrocó a la otra dictadura, la de Somoza, con un alentador mensaje: “sepa, presidente Daniel Ortega, que si el pueblo bolivariano, los revolucionarios de Venezuela, tuviésemos que venir a Nicaragua, a defender la soberanía y la independencia nicaragüense, a ofrendar nuestra sangre por Nicaragua, nos iríamos como Sandino, a la montaña de la Nueva Segovia».
Es decir, el ofrecimiento de una intervención militar para apoyar la represión, que se volvería entonces más dura de lo que ya es. Y vendrían no a defender a Sandino, sino a pelear a balazos contra sus ideales. ¿Habríamos podido ver alguna vez a Sandino cazando jóvenes estudiantes con rifles de alto poder de fuego?
El oficio ético de la izquierda fue siempre estar del lado de los más pobres y humildes, con sentimiento y sensibilidad, como lo hace Mujica. En cambio, el coro burocrático jurásico termina justificando crímenes en nombre de una ideología férrea que no acepta ni los cambios ni las realidades de la historia. Defender el régimen de Ortega como de izquierda, es solo defender su alineamiento dentro de lo que queda del ALBA, que ya no es mucho, tras el fin de la edad de oro del petróleo venezolano gratis, y el golpe mortal que le ha dado, también desde una posición ética, el presidente Lenin Moreno de Ecuador.
Para entender el lenguaje perverso de quienes redactaron la resolución del Foro de Sao Paulo, y los sentimientos de quienes la aprobaron, hay que ponerse la capucha de los paramilitares que sostienen a sangre y fuego al régimen en Nicaragua, y olvidarse de las centenares de víctimas, entre ellos niños y adolescentes, crímenes documentados con rigor por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la que, fiel al guión, el Foro de Sao Paulo descalifica sin el menor sonrojo, por ser, también, proimperialista.
No puedo imaginar a un ultraderechista aliado del imperialismo yanqui más atípico que Alvarito Conrado, el niño de 15 años, estudiante de secundaria del Colegio Loyola de Managua, que por un natural sentido de humanidad corría a llevar agua a unos muchachos desarmados que defendían una barricada en las cercanías de la Universidad Nacional de Ingeniería, y le dispararon un tiro en el cuello con un arma de guerra.
Fue cerca del mediodía del viernes 20 de abril, muy al inicio de las protestas que ya duran tres meses. Lo llevaron, herido de muerte, al hospital Cruz Azul del Seguro Social, y como había órdenes superiores de no dar asistencia médica al enemigo, se negaron a atenderlo. Murió desangrado. «Mi hijo seguiría con vida si ellos lo hubieran estabilizado… es una lástima que existan personas que le nieguen ayuda a alguien que esté herido, más a un niño», dijo su padre.
Alvarito es hoy un ícono. Está en los muros, en los pósteres, con su cálida sonrisa inocente y sus grandes lentes. Un niño agente del imperialismo, conspirador de la ultraderecha local, empeñado en derrocar a un gobierno democrático de izquierda. La izquierda jurásica.
Masatepe, julio 2018