La mano que mece la cuna
25.05.2018
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25.05.2018
La desigualdad socioeconómica empieza en la cuna. Bueno, la de género también. Porque es ahí donde a hombres y mujeres nos empiezan a educar de diferente manera. El camino sigue en el colegio y, como nos lo han hecho ver tan claro las jóvenes chilenas en estos días, se perpetúa en la educación superior.
Pero es también en la cuna donde comenzamos a ver roles injustamente diferenciados. La mamá mece la cuna, el papá trabaja fuera. El apego es solo con la madre, el padre es figura más lejana.
Como afirma la escritora africana Chimamanda Ngozi Adiche: “Si vemos la misma cosa una y otra vez, acaba siendo normal. Si solo ves hombres presidiendo empresas, empezará a parecernos ‘natural’”. Si sólo ves a una mujer cuidando hijos, eso es lo que te parecerá normal.
Aunque esos paradigmas hayan cambiado en algunas familias, lo cierto es que la sociedad chilena aún los consagra. Y es así como las mujeres tienen el derecho, pero también la obligación, de tomar un postnatal de seis meses; y los hombres solo cuentan con algunos días y la “posibilidad” -no el deber ni la obligación- de intercambiar tiempo con su pareja.
Está tan normalizada esta división de roles -el opuesto a la corresponsabilidad de la crianza-, que en la última elección presidencial la gran idea de un candidato que se decía progresista (Alberto Mayol) fue extender el postnatal femenino de seis a ocho meses, y para los hombres ¡dos semanas! Para ser justos, la candidata presidencial de su sector, Beatriz Sánchez, criticó esta propuesta.
Es tan habitual esta división de tareas, que en la Agenda de Igualdad de Género, salvo decir que se iba a “promover” la corresponsabilidad en la crianza y las labores del hogar, el Presidente Sebastián Piñera no presentó muchas medidas en este ámbito, excepto una muy valorable: la sala cuna universal y de cargo a hombres y mujeres.
Triste, pero con distintos grados, el fenómeno es global. “Sorprendente y tristemente revelador: la revolución feminista de los años 60 no ha dado lugar a ninguna reorganización con respecto al cuidado de los niños. Tampoco del espacio doméstico”, como lo explica bien Virginie Despentes.
Avanzar en este ámbito sería verdaderamente revolucionario. Porque es la cultura machista la que desvaloriza a las mujeres y permite que se perpetúe la violencia hacia ellas. Y es la misma cultura y forma de funcionamiento de la sociedad la que hace que ellas se incorporen en menor cantidad que los hombres al mundo laboral, y que una vez ahí no lleguen a altos cargos.
Examinemos lo que ocurre en Chile. Mientras el 71% de los hombres trabaja fuera de la casa, solo el 49% de las mujeres lo hace. Muy por debajo del 61% de la famosa OCDE con la cual nos gusta tanto compararnos. Y más lejos aún del 70% de la inserción laboral de las mujeres en Suecia. ¿Qué tiene Suecia que no tenga yo?, podría preguntarse Chile. Varias cosas, por de pronto, un postnatal masculino no perfecto, pero mucho mejor que el escuálido chileno.
No lo diga ni lo piense: “Suecia es infinitamente más rico”. Pero resulta que cuando decidieron tomarse esta política en serio, los nórdicos tenían un PIB de US$23 mil per cápita, lo mismo que Chile hoy. Y lo hicieron en 1974.
En ese país, hay 90 días exclusivos para madre y 90 para padre. El resto (300 días) pueden dividirlo entre ambos. Y en buena parte del permiso se goza del 80% del salario. Hay mucho más que explicar, pero en lo concreto, hoy el 27% de los hombres suecos usan su postnatal.
En Suecia así se aumentó el apego de los niños con su padre, mejoró la salud de hombres y mujeres (menos licencias laborales de ambos) y ellas hoy son mucho menos discriminadas laboralmente. Es más, los suecos tienen estudios que demuestran que si el postnatal se usara al 50% por cada sexo, el PIB se incrementaría en 1,4%. Nada mal, ¿no?
Más allá de los beneficios económicos, estos cambios estructurales (de los cuales pongo solo como ejemplo un postnatal masculino de verdad) nos hablan de libertad. De eso se trata el feminismo: de cuestionar los roles asignados históricamente y que tanto hombres como mujeres podamos elegir. Y para eso es fundamental que tanto las labores domésticas como el cuidado de los niños sean carga de hombres y mujeres a la par; a menos que libremente (y no condicionados por la cultura y las estructuras sociales) uno de ellos decida dedicar el 100% de su tiempo al hogar.
En Chile, estamos muy lejos de entender y, por tanto, conquistar esa libertad. El machismo nacional tiene raíces vigorosas, aunque algunos, como el ministro de Economía José Ramón Valente, no lo viera hace tres años. En una columna escribió: “Afirmar que Chile es un país profundamente machista es una afirmación que no se condice con la realidad de un Chile abierto al mundo…”. Valente sostiene que si no hay más mujeres en altos cargos, es una decisión de cada familia en que el Estado no debiera intervenir. Discrepo, esa decisión está condicionada muchas veces porque hay una cultura que enseña que es la mujer la que debe postergar su carrera, porque hay gerentes (normalmente hombres) que deciden contratar hombres para los cargos más altos y porque hay una forma de trabajar en que se “castiga” dedicar tiempo a la crianza. Es esa cultura la que debemos cambiar.
De hecho, la brecha salarial sueca es de 4,2% y la de Europa 11%. En Chile, al paso que vamos, recién en 70 años se habrá acortado el 21% de diferencia salarial entre hombres y mujeres. Yo, al menos, quisiera estar viva para ser testigo de ese acto de justicia.
Quisiera estar viva para cuando en las salas de clases se les enseñe igual matemáticas a niños y niñas. Quisiera estar viva para cuando no se le diga más a un niño que no pelee como niñita; viva para cuando los hijos no solo los tengamos hombres y mujeres, sino que los criemos a la par; viva para cuando el talento sea lo único que determine hasta dónde puedes llegar.
“La situación actual en materia de género es muy injusta. Estoy rabiosa. Todos tendríamos que estar rabiosos. La rabia tiene una larga historia de propiciar cambios positivos. Y además de rabia, tengo esperanza, porque creo firmemente en la capacidad de los seres humanos para reformularse a sí mismos para mejor”, dice Chimamanda Ngozi Adiche.
Al igual que Chimamanda, yo también tengo esperanza en los hombres chilenos. En que un día marcharán para exigir por ejemplo SU derecho a un postnatal de veras, a que sea también su mano masculina la que meza la cuna, o que al menos aceptarán la importancia de este cambio. Ese día, será el día en que este país de verdad habrá comenzado a cambiar.