Elecciones 2017: ¿Quién representa mejor a la clase media?
09.06.2017
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09.06.2017
Otras columnas de la Serie sobre las clases medias
No hay partido político en Chile que no apele a la clase media en su afán de conseguir votos y conquistar el poder. En su campaña de 2009, Sebastián Piñera se definió como integrante de esa clase y, ya en el gobierno, llevó adelante una rebaja del impuesto a la renta que buscaba “aliviarla”, en circunstancias que, cómo evidenció en su momento el abogado Francisco Saffie, ese impuesto lo paga solo el 18% con más ingresos de la población. Hoy hasta la CUT apela a este grupo en vez de enfocarse en los trabajadores, lo que muestra lo ambiguo del término y los variados usos que la política puede hacer de él.
En esta serie hemos examinado qué es la clase media, cuáles son sus miedos y ambiciones, las desmedidas expectativas que pone en educación, y la ambigua relación que tiene con la meritocracia y el pituto. En esta última columna abordaremos un asunto clave de cara a las elecciones que se aproximan: quién la representa mejor. O más precisamente, cómo se canalizan y se tratan las demandas de este grupo tan heterogéneo, en el que se pueden observar desde sectores con participación política, hasta grupos que buscan “soluciones privadas” a sus problemas.
Gran parte de la oferta política se basa en la ambigüedad de quienes son de clase media y quienes aspiran a serlo”.
En un contexto mundial en que algunas clases medias se han visto seducidas por movimientos populistas-nacionalistas, y en un contexto nacional en el que se observa una fuerte desafección de los electores, y a la vez el auge de movimientos sociales en las calles, ¿qué esperan las clases medias en términos de proyecto político? ¿Los convoca el pragmatismo y el libre mercado de Piñera o el talante reformista de la Nueva Mayoría? ¿Se sienten más representadas por nuevas propuestas, como el Frente Amplio, Revolución Democrática, Evópoli o el Movimiento No+AFP? ¿O prefieren refugiarse en la abstención, que es hoy el “primer partido de Chile”?
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En la primera columna de esta serie describimos quienes integran la clase media, desde el punto de vista de las mediciones de ciencias sociales. Cuando se consideran factores como la ocupación (cualificada o semi cualificada), el nivel de ingresos (entre $ 600.000 y $ 2.000.000 por hogar), el nivel de consumo o de educación (media, técnica y universitaria), solo un 30% de la población chilena tiene las características que definen a ese grupo. Por ello, aunque el 70% se identifica con la clase media, un poco menos de la mitad de ellos pertenece en realidad a grupos acomodados o populares (o clases trabajadoras en otra clave).
Los vendedores de malls, secretarias y empleados de oficina poco calificados creen ser de clase media, pero son los grandes perdedores del sistema… hasta el momento no han sido representados por ningún movimiento social, ni ven sus demandas tomadas en consideración por los partidos”.
Considerando que gran parte de la oferta política se basa en esta ambigüedad de quienes son objetivamente los integrantes de la clase media y quienes aspiran a serlo, para efectos de este análisis agregamos a la clase media, aquellos sectores populares que se consideran como parte de la mesocracia, aunque no lo son. Así, se pueden distinguir cuatro grupos principales:
a) lo que queda de la clase media tradicional, empleada en el aparato público, con sueldos que apenas cubren sus necesidades y que cuenta con educación media técnica o universitaria;
b) la nueva clase media de profesionales más especializados, con niveles de ingresos más altos, que se desempeñan en sectores competitivos, como las finanzas, la administración privada, el retail, la minería o el comercio y que surgieron exitosamente con la transformación económica;
c) los auto-empleados, es decir, los sectores con diversos niveles de educación, que son independientes o dueños de su pequeña empresa, sea familiar o unipersonal;
d) y los sectores “emergentes” (más precisamente, emergidos desde la pobreza en las últimas décadas), que encubren muchas realidades, en general, con educación media y en algunos casos técnica o universitaria de baja selectividad, que se desempeñan en ocupaciones manuales y reciben salarios bajos.
Mientras los del grupo “a” se saben de clase media, los integrantes de los tres últimos grupos (b, c y d) no necesariamente tienen claro cómo definirse. En sus vidas han experimentado fuertes cambios, y si se comparan con el lugar que ocupaban sus padres y madres en la estructura social, observan una importante mejora. Sin embargo, hoy la clase no es un marcador social tan potente como era hasta los años ’60 cuando el grupo “a” ya había adquirido su identidad. Esa pérdida de centralidad de la clase se debe, entre otros motivos, a que los partidos políticos ya no se identifican con una clase, sino que son “atrapa todo”. Esto implica que las definiciones de quienes son socialmente los integrantes de cada grupo no sean tan obvias como en décadas pasadas.
Antes de considerar las adhesiones políticas de estos grupos, es necesario tomar en cuenta un elemento adicional: el ambiente general de desafección que reina en la política chilena. Sin ser un fenómeno local (la crisis de la democracia representativa está ampliamente documentada desde los ´90 a nivel internacional), esta desafección se manifestó con claridad desde el año 2000 y se agudizó a partir de 2015 con los escándalos político financieros de SQM, Penta y Caval, entre otros. Así, la participación política -es decir, la cantidad de personas que votan- pasó de un 85% en 1989 a un 32% en las reciente municipales, desidia que se refleja en la reforma que hizo voluntario el voto.
Son las clases medias bajas -más expuestas a la degradación de la economía- las que podrían contribuir al “invierno de la democracia”, si no cuidamos sus intereses y necesidades”.
En paralelo, desde 2005, el número de protestas ha aumentado de forma sostenida y muchas de ellas surgen de demandas que interesan a la clase media, como la defensa de barrios patrimoniales, la protección del medio ambiente o la educación gratuita y de calidad. Las huelgas también, particularmente las extra-legales, se han disparado. En 2015, las huelgas extra-legales ascienden a 206 y las legales suman 176, cifras cercanas a los primeros años de la transición (OHL, 2016).
Esta aparente ligazón entre la clase media y determinadas causas e intereses, no se traduce en un vínculo directo con algún partido político. De hecho, los estudios registran un aumento de la cantidad de personas que no se identifica con partidos, cifra que pasa de un poco más de un 30% a fines de los 90 a un 60% en 2015 (Castiglioni, Rovira, 2016). Estudios recientes han mostrado que las personas pueden cambiar de orientación de una elección a otra, como fue la desafección de parte de los grupos medios por la candidatura concertacionista de Eduardo Frei Ruiz-Tagle en 2009 a favor de Sebastián Piñera (Barrueto and Navia 2015), confirmando la hipótesis de la volatilidad política de los sectores medios. Dicho de otro modo, no existiría una relación directa entre origen socioeconómico y preferencia política, pues operan simultáneamente varios clivajes o líneas divisorias en tornoa la valoración de la democracia, religión y tamaño de la población en el lugar de residencia, entre otros factores (Contreras, Joignant, and Morales 2015).
A este contexto de desafección general, la heterogeneidad de las clases medias agrega otro gran desafío para la representación y el régimen político chileno. Se observa, por un lado, que la mesocracia de mayores ingresos y más educada tienen canales de representación más consolidados, como gremios y sindicatos, para llevar adelante sus demandas, mientras que los nuevos integrantes de este grupo, que buscan sobre todo estabilizar su situación económica, tienen canales y demandas más difusos. Junto a ellos hay importantes contingentes que siguen “ni ahí” con la política, seguros de que la movilidad social que han experimentado en sus familias se debe a su propio esfuerzo, en el marco de una percepción de la vida en un modo sacrificial, como lo vimos en la columna 2. El canal de estos últimos es el mercado, lo que los hace especialmente vulnerables a variaciones en el crecimiento de la economía.
En lo que sigue examinaremos las necesidades de los grupos que componen la clase media, chilena tratando de precisar las propuestas que los seducen. Para ello echaremos mano a dos hipótesis dominantes en las ciencias sociales sobre lo que busca la mesocracia. La primera, que se deriva de las ideas de la cientista política británico-estadounidense Pippa Norris (2011), sostiene que las clases medias, particularmente las que protestan en la calle, estarían integradas por ciudadanos críticos más progresistas, que creen en la democracia como valor, pero no están contentos con el funcionamiento actual del sistema.
El éxito de las demandas de los ambientalistas se debe, en parte, al origen socioeconómico de sus militantes (clase media alta) y su nivel de calificación. A ello se debe que establezcan relaciones directas con los distintos gobiernos; es decir, no canalizan sus demandas mediante partidos, sino que actúan por encima de ellos”.
La segunda hipótesis, que retoma las teorías de la modernización popularizadas en los años ’60, considera que las clases medias son pragmáticas en sus opciones políticas y, por lo tanto, propensas a ser apolíticas o a dejarse llevar por propuestas populistas, situación que afectaría especialmente a los sectores que salieron de la pobreza más recientemente (Munijin 2010; Paramio 2010). Esta tendencia al populismo sería un mal recurrente de las clases medias de América Latina, pero también de las de todos los países que pasan por crisis institucionales.
De hecho, los recientes casos de la elección de Donald Trump en los Estados Unidos y la opción que tomaron los británicos por la salida de la Unión Europea (Brexit), pueden interpretarse en esta clave: como expresión del miedo y de las dificultades propias de sectores medios empobrecidos y sectores populares asustados por las consecuencias negativas de la globalización. Esta ansiedad respecto del destino de las clases medias, ha teñido también gran parte del debate político y académico en Chile.
Los ciudadanos críticos a los que se refiere la primera hipótesis, pueden observarse en distintos grupos de las clases medias, por lo que existe mucha fragmentación en sus demandas. En primer lugar, está lo que queda de la clase media tradicional, que sigue ligada al sector público. Ese grupo, si bien no tiene grandes ingresos, cuenta con eficientes canales de representación, negociación y defensa de sus intereses (Anef, gremios de profesores, Confusam). Los profesores, por ejemplo, han logrado en los últimos años mejoras en su condición profesional y beneficios remediales a la merma de los años 70 y 80, que no son despreciables en relación con grupos equivalentes del sector privado. Otro ejemplo son los mineros de la estatal Codelco, que cuentan con contratación directa y han obtenido beneficios muy importantes debido al alto precio del cobre. Su capacidad de presión mediante huelgas ha sido muy efectiva.
Luego existe un grupo cuya posición la define tanto la edad como la clase: los estudiantes. Su organización colectiva se relaciona –no solo recientemente sino a lo largo de la historia- con la clase media. Prueba de ello son los ciclos de protesta en Europa, Estados Unidos o México a lo largo del siglo XX, particularmente a partir de los años 60, con el aumento del nivel educacional de la población. La directiva estudiantil de 2011 en adelante, particularmente la que comanda en las universidades tradicionales, ha sido descrita como perteneciente a familias de clase media más bien acomodada, mientras las movilizaciones más recientes en las universidades privadas reflejarían las aspiraciones de nuevos sectores de clase media, que conforman la primera generación en la universidad. Obviamente las demandas que porta el movimiento estudiantil también tienen ambigüedades (ver columna 3), las que hacen que las dirigencias cambien los énfasis de sus programas políticos y que algunos grupos estudiantiles actuales consideren muy críticamente a sus pares de años anteriores.
Entre los grupos quizás más propensos a una eventual tentación populista destacan los consumidores de clase media baja, que expresan su molestia por internet o interponiendo demandas ante el Sernac o ante tribunales. El malestar que expresan estos grupos es el que en Europa y Estados Unidos ha sido recogido por referentes populistas”.
Otro grupo crítico del cual se habla mucho menos, pero que es muy potente respecto del tratamiento de sus demandas, es el de los ambientalistas. En el mundo de la acción colectiva es, sin lugar a dudas, el grupo más efectivo en los últimos años en conseguir sus metas de mejoramiento de la calidad de vida: desde la protección de los barrios patrimoniales hasta la exitosa campaña de Chile Sin Represas o Ciudad Viva. Cabe señalar que el éxito de estas demandas se debe, en parte, al origen socioeconómico de sus militantes (clase media alta) y su nivel de calificación. A ello se debe que establezcan relaciones directas con los distintos gobiernos; es decir, no canalizan sus demandas mediante partidos, sino que actúan por encima de ellos.
Una parte de las demandas descritas en los párrafos anteriores están siendo recogidas por nuevos referentes políticos de derecha e izquierda: Evopoli, Ciudadanos, Amplitud y Revolución Democrática, lo que refleja la actual reconfiguración de estos grupos dentro del esquema de representación tradicional y que señala una buena nueva para la política chilena.
Respecto de la segunda hipótesis, que entiende a las clases medias como pragmáticas, podemos señalar como ejemplo a los auto-empleados o empleados por cuenta propia. Si bien muchos enfrentan una gran inestabilidad, varios también cuentan con gremios poco conocidos pero potentes que defienden sus derechos, particularmente en el sector transporte y las pymes. Por su lado, los “nuevos grupos profesionales” que han surfeado exitosamente sobre la ola del cambio económico -y que integran la parte alta de la clase media-, en general cuentan con suficientes recursos para resolver en el mercado la mayor parte de sus demandas por salud, educación o protección social.
Entre los pragmáticos, pero ahora sin representación política y, por lo tanto, quizá más propensos al apoliticismo o a una eventual tentación populista, cabe destacar algunos grupos adicionales. Primero, los consumidores de clase media baja, que en general expresan su molestia por internet o interponiendo demandas ante el Sernac o ante tribunales, cuando lo pueden hacer. Han dejado su huella en los últimos años, como respuesta a los distintos casos de colusión, pero son un grupo difuso, que tienen acceso al consumo, pero no está organizado. Lo interesante es que no dirigen sus demandas hacia el Estado: se trata de demandas de consumidores que son tratadas por instancias de mercado y luego desaparecen. El malestar que expresan estos grupos es el que en Europa y Estados Unidos ha sido recogido por referentes populistas. Felizmente en el horizonte chileno no se ven grupos de ese tipo aún.
Un último grupo son los trabajadores manuales, como vendedores de malls, secretarias y empleados de oficina poco calificados. Creen ser de clase media, pero son en realidad los grandes perdedores del sistema por sus bajos sueldos, la alta rotación en sus puestos de trabajo y la poca protección social que reciben. Hasta el momento no han sido representados por ningún movimiento social proactivo ni reactivo, ni ven sus demandas específicas tomadas en consideración por partidos políticos, a los que ven más interesados en su auto-reproducción que en representarlos a ellos. En sus relatos, rechazan fuertemente la clase política.
Estos grupos son sin lugar a dudas los que presentan los principales desafíos para la salud del sistema político chileno, pues tienden a considerar la ayuda del Estado como un estigma sobre los sectores pobres -de los cuales se quieren diferenciar a toda costa- y a la vez una injusticia, pues se quejan de que ellos no reciben ninguna ayuda. Quizá este sea el segmento que más debería preocuparnos. No están movilizados y uno los podría considerar apáticos.
¿Qué ofrecen entonces los actuales candidatos a estos diversos sectores de la sociedad chilena? Aunque no estén definidos los programas de los conglomerados políticos, ya se conocen sus propuestas generales, por lo que podemos aventurar algunos elementos.
Las propuestas de derecha o de centro derecha, desde Sebastián Piñera, pasando por Felipe Kast y Carolina Goic, que se plantean desde el discurso de la igualdad de oportunidades y la libertad de emprender, pueden calar hondo en los sectores más alejados del Estado que ven con susto las promesas igualitarias de la izquierda y, por lo tanto, optarían por votar más que abstenerse.
Al frente está la propuesta de un Estado más interventor, sea en su versión más suave al estilo Alejando Guillier o más radical mientras más nos movemos hacia la izquierda. Las opciones más radicales y nuevas pueden ser opciones atractivas para sectores más educados y ya politizados. Recordemos, sin embargo, que existe mucha fragmentación de las demandas en estos sectores, lo que puede dificultar la conformación en los próximos meses de un Frente Amplio coherente, particularmente en su búsqueda de representación de los sectores de clase media y los sectores populares. Esta alianza entre la mesocracia y el sector popular, soñada por muchos, ya tuvo rupturas, como la de 1973, particularmente cuando las clases medias han sentido que sus intereses pueden ser desplazados o amenazados por la expansión de los derechos de los sectores populares.
En resumen, no se puede establecer un solo tipo de relación o de demanda al hablar de la clase media. La gama de grupos dentro de ella es muy amplia, y va desde sectores con una fuerte integración y tratamiento de sus demandas, hasta otros con una clara ausencia de relación con el Estado.
Aunque las protestan sean ejercicios sanos de democracia, los que están muy integrados y repletan las calles cada cierto tiempo, son relativamente preocupantes, sobre todo si el sistema político no puede tratar sus demandas, como ha ocurrido en parte en los últimos años. Sin embargo, aquellos que más deben inquietarnos son los sectores con escasa o nula relación con el sistema político y que consideran que su integración social pasa primero por su inserción económica en el mercado laboral.
A estos grupos la desaceleración de la economía los golpea en su línea de flotación. Recordemos además, que esto no sólo es crucial para los grupos más vulnerables en la clase media, sino para todo este sector, pues no cuenta con patrimonio que le permita amortiguar una crisis y recibe escasa ayuda de un Estado que centra su esfuerzo en los sectores más des protegidos.
Es por ello que los integrantes de la clase media en general están muy receptivos al buen o mal desempeño económico del gobierno de turno. De ahí su pragmatismo político, elemento que tendemos a olvidar en la ecuación política que plantea cada elección. En este esquema, son las clases medias bajas las más expuestas a cualquier degradación de la economía y podrían contribuir al “invierno de la democracia” (Hermet, 2007), si no cuidamos sus intereses y necesidades.
FIN DE LA SERIE
La autora quiere agradecer el financiamiento que recibió para su trabajo académico, en particular los fondos Fondecyt 1160984 y Conicyt/Fondap/15130009. Además, esta serie ha sido elaborada en el contexto de la red Incasi, un proyecto europeo que ha recibido financiación del programa de investigación e innovación Horizon 2020 de la Unión Europea Marie Skłodowska-Curie GA Nº 691004 y coordinado por el Dr. Pedro López-Roldán. Las columnas reflejan la opinión de la autora y la agencia no es responsable del uso que se pueda hacer de la información que contiene. Una versión más extensa de este texto ha sido publicada en Barozet, Emmanuelle, and Vicente Espinoza (2016), Current Issues on the Political Representation of Middle Classes in Chile, Journal of Politics in Latin America, 8, 3, 95–123. Esta columna ha sido actualizada en relación con esta versión anterior. Agradezco particularmente a CIPER por el espacio brindado y al periodista Juan Andrés Guzmán por las orientaciones y comentarios.
Referencias
Barrueto, Felipe, y Patricio Navia (2015), Preferencias políticas y de políticas públicas entre el sector popular Chile 1990–2012, in: Perfiles Latinoamericanos, 23, 46, 61–89.
Castiglioni, Rossana, and Cristóbal Rovira Kaltwasser (2016), Introduction. Challenges to Political Representation in Contemporary Chile, in: Journal of Politics in Latin America, 8, 3, 3–24.
Contreras, Gonzalo, Alfredo Joignant, y Mauricio Morales (2015), The Return of Censitary Suffrage? The Effects of Automatic Voter Registration and Voluntary Voting in Chile, in: Democratization, 23, 3, 1–25.
Hermet, Guy (2007), L’hiver de la démocratie ou le nouveau régime, Paris: Armand Colin.
Minujin, Alberto (2010), Vulnerabilidad y resiliencia de la clase media en América Latina, in: Alicia Bárcena and Narcís Serra (eds), Clases Medias y Desarrollo en América Latina, Santiago de Chile: CEPAL – CIDOB, 71–141.
Norris, Pippa (2011), Democratic Deficit. Critical Citizens Revisited, Cambridge: Cambridge University Press.
Observatorio de Huelgas laborales , OHL (2016), Informe Anual de Huelgas Laborales en Chile Año 2015,
Paramio, Ludolfo (ed.) (2010), Clases medias y gobernabilidad en América Latina, Madrid: Pablo Iglesias.