El proyecto de las 40 horas y los efectos de reducir la jornada laboral en Chile
11.05.2017
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11.05.2017
La propuesta de la diputada Camila Vallejo (PC) de reducir la jornada laboral de 45 a 40 horas ha causado bastante rechazo entre algunos expertos que participan en el debate público, incluyendo al ministro de Hacienda. En esta columna, dos economistas de la Universidad de Chile analizan técnicamente la propuesta desde los supuestos de la teoría económica moderna, considerando factores como productividad, desempleo y salarios. El efecto neto de esta medida, concluyen Ramón López y Javiera Petersen, sería positivo para el país.
El proyecto de disminución de la jornada laboral de 45 a 40 horas propuesto recientemente en el Congreso ha significado una intensa discusión entre economistas. Una de las voces opositoras que sonó con más fuerzas fue la del ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, quién negó su apoyo al proyecto por la carga que recaería en la economía, agregando: “Es bien importante reconocer que trabajamos muchas horas en Chile, pero lo que hay que hacer es ser más productivo para trabajar menos horas”. Las palabras del ministro resumen muy bien la postura de los economistas que están en contra del proyecto que busca reducir la jornada laboral principalmente por dos razones: el decaído estado de la economía y la baja productividad del país.
El objetivo de este artículo es proyectar los posibles efectos de dicho proyecto sobre el empleo, la eficiencia económica y la productividad, a través de un análisis técnico que utiliza supuestos clásicos de la teoría económica combinados con evidencia empírica disponible para Chile. Los resultados se presentan de la forma más intuitiva posible, con el fin de hacer parte al país, y no sólo al pequeñísimo grupo de economistas, de este debate.
En términos generales, el proyecto propone la reducción de 45 a 40 horas de la jornada laboral. Esto puede resultar en un aumento directo del salario real por hora, dependiendo de los efectos indirectos sobre la demanda por trabajo. Lo anterior afecta fundamentalmente al sector formal de la economía (es imposible regular el sector informal) pero puede afectar indirectamente el sector informal. Según las últimas cifras publicadas por el INE, el 62% de los asalariados declaró haber trabajado más de 45 horas semanales.
A continuación se presentan los efectos más relevantes que produciría la disminución de la jornada laboral en la economía:
El efecto sobre el empleo depende de lo que los economistas llamamos “elasticidad de demanda” por trabajo, que mide la tasa en que la demanda por trabajo de las empresas, medida en horas, cambia cuando varía el salario. Varios estudios han calculado esta variable para Chile encontrando valores entre -0,5 y -0,2 (Eyzaguirre, 1981; Marcel, 1987; Martínez, Morales, Valdés, 2001; Fajnzylber, Malone, 2005). Según estos valores, una disminución de la jornada de un 10% (de 45 a 40 horas aproximado) y el consecuente aumento del salario por hora, hará que la demanda total en horas de trabajo disminuya entre 5% y 2%. Sin embargo, dado que ahora cada empleado trabaja 10% menos horas por semana, habrá un aumento en el número de trabajadores empleados (notar diferencia con horas de trabajo) entre 5% y 8%. Esto implicaría un aumento del número de empleos en el sector formal de la economía entre 200.000 y 300.000 trabajadores.
Las características del mercado del trabajo antes descritas, a la que se le suma una oferta laboral flexible en el sector formal con una elasticidad de oferta de trabajadores al sector formal verosímil (entre 0,5 y 1), derivarían en un aumento significativo del salario por hora luego de la reducción de la jornada laboral. El ingreso semanal puede caer entre un 3% y 4%, esto si es que las horas trabajadas por semana bajan en una proporción mayor que el aumento del salario por hora. Sin embargo, los aumentos de productividad laboral que puede traer esta reforma pueden revertir esta caída. Entonces, si los efectos positivos sobre la productividad son suficientemente altos -tal como se demuestra a continuación- el proyecto estudiado aseguraría un aumento no solo del salario por hora sino también del ingreso semanal medio del trabajador.
¿Cuál es la relación entre la disminución de la jornada laboral y la productividad laboral? Los economistas conocemos muy bien la famosa wage efficiency hypothesis (hipótesis de salarios de eficiencia) desarrollada por Carl Shapiro y el Nobel de economía Joseph Stiglitz. El postulado básico de esta teoría dice que la productividad de los trabajadores depende positivamente del salario recibido. De esto se desprende que el salario que a la firma le conviene pagar (el que logra la máxima productividad con los menores costos) puede ser más alto que el que el mercado sugiere al equilibrar la oferta con la demanda. Según esta hipótesis, no solo aumentos salariales resultarían en mayor eficiencia, sino que las mejoras en las condiciones laborales derivarían en aumentos de productividad laboral.
Son varias las explicaciones que dan sustento a la hipótesis de salarios de eficiencia, una de las más reconocidas tiene relación con el efecto de satisfacción y cuidado del puesto de trabajo (Akenlof, Yelen, 1988; Stiglitz, 1976; Weiss, 1976). Con mejores condiciones laborales, los trabajadores estarán más satisfechos y apreciarán más su puesto de trabajo, por lo que estarán dispuestos a proveer un mayor esfuerzo en su actividad, lo que a su vez redundará en una mayor productividad laboral. Esta hipótesis ha sido probada en varios contextos laborales (ver por ejemplo el estudio de Raff y Summers (1987) que analiza el famoso caso de Henry Ford cuando decidió doblar los salarios por hora, causando un aumento en una proporción aún mayor en la productividad de sus trabajadores), además de ser coherente con las particularidades de los mercados laborales de las economías en desarrollo (Bulow, Summers, 1986; Albrecht, Vroman, 1992).
La hipótesis de los salarios de eficiencia permite inferir que el proyecto de reducción de la jornada laboral tendrá efectos más potentes que una mera subida de los salarios. Así, la liberación de horas para disfrutar en actividades personales en conjunto con un mayor salario por hora, amplifica los efectos positivos derivados de la teoría estudiada.
Una parte importante de la economía nacional está dominada por monopolios u oligopolios coludidos con claro poder de mercado; es decir, por mercados donde predomina una sola empresa o dónde existen 3 o 4 empresas que se reparten el mercado de manera más o menos coludida. Los mediáticos casos de colusión en las farmacias, en el mercado de los pollos, supermercados, del papel confort, pañales, entre muchos otros, son ejemplo de esto; también lo son aquellas industrias dónde hay muy pocas empresas participantes, como las que entregan servicios de telefonía e internet, salud privada, supermercados, o las AFP’s cuyas tasas de rentabilidad sobre el patrimonio superan el 24% en promedio los últimos 10 años[1].
Ahora bien, los economistas hemos sabido por mucho tiempo que el poder de mercado de las empresas en el producto final se propaga hacia el mercado laboral (aun cuando las empresas no tengan directamente poder en el mercado de trabajo); esto implica que las empresas pagan un salario menor al que resultaría de un mercado competitivo. En otras palabras, el poder que tienen las empresas les permite generar una brecha entre el salario y el valor productivo añadido por cada trabajador (se rompe la igualdad “salario=productividad marginal del trabajo” que profesa la teoría neoclásica). Esta discrepancia no solo implica una explotación del trabajador en un sentido estrictamente neoclásico (no marxista), sino que causa distorsiones adicionales y pérdidas de eficiencia económica.
En general se puede demostrar que una reducción de la jornada laboral como la que propone el proyecto en cuestión, reduciría la brecha entre el producto marginal del trabajador y su salario efectivo[2]. Esto, a su vez, conduciría a disminuir las pérdidas de productividad causadas por la existencia de monopolios. Por consiguiente, es posible concluir que la eficiencia económica y la productividad del trabajo en los sectores dominados por monopolios u oligopolios aumentarían como consecuencia de la política propuesta en el congreso.
Algo similar ocurre en los sectores productores de materias primas basados en la extracción de recursos naturales, tales como el cobre, la pesca, forestales, entre otros. La naturaleza de estas actividades hace que las empresas participantes obtengan rentas (ingresos sobre los costos) excepcionales que originan altísimas tasas de rentabilidad (sobre un 80% anual de retorno al capital en la gran minería del cobre según un reciente estudio de López y Sturla). Esto les da espacio suficiente para absorber el modesto aumento del salario por hora que conlleva el proyecto estudiado, sin siquiera comprometer la rentabilidad de su negocio.
Finalmente, no deja de ser necesario, incluso en un análisis de economistas, plantear el sentido común que resulta tan solo pensar los beneficios (ampliamente definidos) de disminuir la jornada laboral dada las actuales condiciones laborales del país. Según la última edición de Workmonitor, Chile es el quinto peor país (de 33 que son parte del estudio) en cuanto a la satisfacción laboral de los trabajadores, lo que sin duda afecta negativamente la productividad laboral. Una forma efectiva de reducir tal nivel de insatisfacción y por lo tanto de aumentar la productividad es reduciendo la actual larguísima jornada laboral. El ingreso del país no se condice con una jornada semanal tan extensa como la existente, a la que se le pueden sumar incluso 3 horas adicionales por motivo de transporte. El hecho de cambiar una condición de tan larga jornada laboral hace que muchos de los beneficios de acortarla sean mayores y que sus posibles costos sean de menor cuantía.
Cabe mencionar que en la medida que la jornada se siga cortando a niveles por debajo de 40 horas semanales, los beneficios de reducciones adicionales de la jornada laboral irían bajando y los costos aumentarían. Es útil pensar que la relación entre el largo de la jornada laboral y el bienestar de la población es de una forma de U invertida, lo cual implica que hay un largo de la jornada que es óptima para inducir el máximo beneficio social. La condiciones laborales en Chile implican que actualmente con 45 horas semanales estamos en la parte descendente de la U invertida y por lo tanto una reducción moderada como la propuesta traería como consecuencia una mejora del bienestar social.
Ahora bien, si tales son los beneficios de disminuir la jornada laboral, la pregunta obvia sería: ¿por qué el mercado no lo ha hecho por sí solo? Las razones son similares al por qué las empresas chilenas gastan tan poco en investigación y desarrollo (ubicándonos en el último puesto de los países OCDE según datos de la última Encuesta Nacional sobre Gasto y Persona en I+D del Ministerio de Economía) a pesar de que se sabe que dicha inversión tiene altas tasas esperadas de retorno en el largo plazo: debido a la alta adversidad al riesgo que caracteriza a las empresas en Chile y a la presencia de altas rentas económicas y bajos niveles de competencia inversiones que no prometan una alta rentabilidad en el corto plazo con mínimo riesgo son rara vez implementadas. Tal como la I+D, una reducción de la jornada laboral puede considerarse una inversión que implica ciertos riesgos pero que tienen una alta tasa de retorno esperada en el largo plazo tanto desde un punto de vista social como desde el punto de vista de la rentabilidad privada de las empresas.
En resumen, el efecto neto de la medida propuesta sería positivo, constituyéndose en una política muy deseable para Chile. Las preocupaciones planteadas por quienes están en contra del proyecto, en particular ocupando argumentos en torno al momento económico y la baja productividad, parecen inadecuadas e inconsistentes con la teoría económica moderna. Lo anterior no deja de ser curioso, en tanto la teoría económica utilizada para el análisis aquí presentado es la misma con la que se formaron los economistas que rechazan esta medida.
Retomando las palabras del ministro Valdés, su preocupación sobre los efectos de la disminución de la jornada laboral en la economía parece ser el producto de un análisis estático. El bajo nivel de la productividad actual no puede ser un argumento válido para desestimar una política que precisamente proyecta aumentarla.