En el nombre del padre
07.04.2017
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07.04.2017
Esta semana recién pasada hemos celebrado en San Salvador una jornada que viene a ser un preámbulo de Centroamérica Cuenta, el encuentro internacional de escritores que tendremos por quinta vez en Managua en mayo de este año. A esta primera jornada la hemos llamamos En el nombre del padre, y sus fundamentos vale la pena contarlos.
En el encuentro de hace dos años tuvimos en Managua a los escritores colombianos Héctor Abad Faciolince y Juan Gabriel Vásquez, y una tarde, después de almorzar juntos, me tocó llevarlos a una entrevista con Carlos Fernando Chamorro, quien conduce el programa independiente de televisión Esta Semana.
En las paredes de la oficina de Carlos Fernando hay fotos de su padre, el periodista Pedro Joaquín Chamorro, asesinado el 10 de enero de 1978 en una calle solitaria de las ruinas de Managua, devastada tras el terremoto de 1972. Viajaba siempre al volante de su auto, sin ninguna escolta, a pesar de ser el enemigo número uno marcado por la dictadura de la familia Somoza, y unos sicarios le cortaron el paso y lo mataron a escopetazos. Ese asesinato encendió la chispa que haría posible el triunfo de la revolución al año siguiente, y el derrocamiento del asesino intelectual de Pedro Joaquín, el propio Anastasio Somoza.
Héctor recorrió las paredes, mirando cuidadosamente aquellas fotos. Estaba en la oficina de un hermano de sangre. Su padre, Héctor Abad Gómez, médico, profesor universitario, defensor apasionado de los derechos humanos, fue asesinado en las calles de Medellín, por órdenes del jefe paramilitar Carlos Castaño, el 25 de agosto de 1987.
Su muerte, como el mismo Héctor dice, no provocó una revolución; fue un asesinato entre miles durante aquel período terrible de la historia de Colombia. Pero sí dio pie a su formidable libro El olvido que seremos, que busca fijar en su propia memoria, y en la de los demás, la historia de aquel médico que pagó con la vida su tarea humanista de defender y proteger a las víctimas de la violencia y la represión, cuando la guerra sucia estaba instalada en las calles de Medellín.
Carlos Fernando pudo ver el cadáver de su padre acribillado de perdigones, en la morgue del hospital de Managua. Héctor corrió junto con su madre al lugar del crimen al saber la noticia de que habían abatido al suyo, y alcanzó a retirar de uno de sus bolsillos un papelito donde había copiado a mano un soneto de Jorge Luis Borges que empieza: “ya somos el olvido que seremos…”. Ahora este poema sirve como epitafio en su tumba.
Héctor le pidió entonces a Carlos Fernando que le contara cómo habían matado a su padre, y Carlos Fernando le hizo la narración. Escuchaba ávido, volvía a preguntar. Uno quiere saber siempre los detalles, nos dijo. Como en un espejo ensangrentado, la historia que Carlos Fernando le contaba, reflejaba la suya propia. Eran hermanos de sangre.
En la mesa inaugural de la jornada que organizamos en San Salvador, y que me tocó moderar, sumamos a un tercer hermano de sangre, Alejandro Poma, para un diálogo entre los tres. Su padre, el empresario Roberto Poma, fue secuestrado el 27 de enero de 1977, en un operativo organizado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), una de las facciones de la guerrilla salvadoreña, cuando estaba por estallar la guerra civil.
Herido durante el secuestro, murió en cautiverio, y aun así sus captores siguieron adelante las negociaciones con su familia para el cobro del rescate, que fue pagado. Casi dos meses después, fue descubierto el sitio donde había sido enterrado su cadáver.
En una de sus intervenciones durante la mesa, frente a un público variado y nutrido, Alejandro dijo que cuando asesinaron a su padre apenas tenía cuatros años, y a tan corta edad no es posible fijar detalles que uno pueda después recordar. Pero hay una diferencia, para él sustancial, entre recuerdo y memoria. Él guarda la memoria de aquellos hechos, aunque no los recuerda, una memoria construida a lo largo de los años, cultivada con el ánimo de mirar hacia el futuro. Su convicción es que el futuro entre todos, en un país por años polarizado, no se puede construir con rencor.
En 2012, al celebrarse el vigésimo aniversario de los Acuerdos de Paz de Chapultepec que pusieron fin a la guerra civil, Alejandro había escrito en un artículo titulado Dejemos a la Paz en paz: “Rompamos el ciclo vicioso del resentimiento y la acritud; rechacemos a todos aquellos que lo fomentan y manipulan en detrimento de la sociedad. Librémonos de las actitudes y prejuicios que nos mantienen anclados a los aspectos nocivos del pasado. Actuemos juntos para que éste sea el mejor legado a las futuras generaciones y un homenaje a los que se fueron y que hoy gozan de la Gloria de Dios”.
Héctor, cuando se dio la amnistía que beneficiaba a los paramilitares, entre ellos los asesinos de su padre, la respaldó como una necesidad para conseguir la paz, igual que promovió el sí en el plebiscito de los Acuerdos de Paz negociados en La Habana entre el gobierno del presidente Santos y las FARC.
Aquella vez del primer encuentro en Managua entre Héctor y Carlos Fernando, antes de que entraran al estudio, Daniel Mordzinski, quién es el fotógrafo oficial de Centroamérica Cuenta, hizo salir a Carlos Fernando y a Héctor a un patio, y pidió a los dos hermanos de sangre que se situaran frente a frente, mirándose a los ojos, y que se agarraran de los brazos. Y tomó la foto.
Ahora los hermanos de sangre son tres. Daniel está otra vez allí. Les pide que permanezcan en el escenario del teatro, vestido con cortinajes de cámara oscura, y que se agarren de los brazos, mirando a la cámara que va a dejarnos esta imagen para siempre. Los hijos que han hablado en el nombre del padre.
San Salvador, abril 2017