Crisis del Sename: Testimonio del “niño 101”
16.11.2016
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16.11.2016
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Lo primero que nos recalca la noticia que publicó CIPER en la columna “NI UN NIÑO (A) MENOS” respecto de la crisis del Servicio Nacional de Menores (Sename), es nuestra ceguera como sociedad frente a los vulnerados derechos de los niños institucionalizados. Desde mi experiencia de haber vivido por 16 años (desde los 3 años y medio hasta los 19 años) en ese sistema, sé lo que significa haber sido privado de la paz de un hogar en familia, del derecho a la salud; de crecer sin una madre ni padre ni abuelos; de haber sido privado de la infancia. Por lo mismo, me es difícil aceptar que hasta hoy estos hechos continúen ocurriendo.
Cuando tenía 8 años, huí del hogar en el que estaba internado. Conocí el frío de la noche y también la cara de una sociedad que permanece indiferente a la infancia vulnerada y que se mantiene así hasta nuestros días. Fue Rosita, una niña de la calle, una de las tres rosas que marcarían mi camino, quien me devolvería días después al hogar. A partir de ese momento, un número fue mi compañero en ese hogar. Un número fue mi marca: era “el niño 101”.
Quisiera que sintieran o entendieran parte de este relato, porque a partir de ese momento, cada día que pasó marcó un nuevo comienzo.
Toda nuestra juventud y el inicio de nuestra vida adulta experimentando de cerca las consecuencias de que el Estado siga considerando como óptimo que el niño sea tratado como objeto más que sujeto, pese a haber ratificado Chile la Convención de los Derechos del Niño. A diario debíamos lidiar con un sistema que inhabilita y encapsula las esperanzas y sueños de quienes se les priva de vivir. Un sistema de duelos permanentes y que siempre te recuerda que somos los “guachos”, los marginados.
¿A quién le importábamos? ¿A quién teníamos cerca frente a tantas irregularidades e injusticias? ¿Al Estado a través del Sename? ¿A la Iglesia Católica a través de los curas o personeros de otros credos? ¿A quiénes hacen de la vulnerabilidad un lucro o un patrimonio? ¿A los que en muchos casos no dan cuenta de su gestión ni de su desempeño? ¿A los que creen que los derechos humanos solo están para los detenidos desaparecidos y no para los niños olvidados?
A mis 19 años fijé este camino para ir en auxilio de aquellos niños y niñas olvidados: los vulnerados e institucionalizados. Con el tiempo nos fuimos convirtiendo en la Fundación de Egresados de Casas de Menores (ECAM). Fue una sorpresa para organismos internacionales, decían que cómo los menores institucionalizados asumían las responsabilidades que el Estado cedía a otros organismos llamados “colaboradores del Estado”.
Recién en 2012 -y luego de años de silencio- el “Informe Jeldres” detalló a nivel nacional las graves fallas del sistema de protección de menores. Lo que allí se reveló se convirtió para muchos en una sorpresa, pues a través de ese informe y por primera vez conocieron cuán vulnerable se encontraba la infancia en nuestro país. Y ello pese a los reiterados anuncios por parte de la Unicef solicitando al Estado de Chile cambios que garantizaran la atención a los niños más desprotegidos.
El “Informe Jeldres” se convirtió así en un duro golpe a la cátedra oficial institucional. Mostró que Chile no actuó política ni moralmente en responsabilidad con nuestros niños, niñas y adolescentes más vulnerados. Otro efecto del “Informe Jeldres” fue validar la existencia de la Fundación ECAM, porque de alguna manera en estos 29 años de vida nos posicionamos en el sistema protegiendo a unos pocos entre tantos niños y niñas descuidados.
Aún recuerdo el egreso masivo de niños de los centros de protección que se produjo en los años 90, cuando la población por hogar fluctuaba entre 100 y 200 niños. Entonces, no se consideró si estos niños, niñas y adolescentes se encontraban en condiciones óptimas para ser devueltos a sus padres biológicos; tampoco importó si éstos ya tenían una situación económica estable y/o habían subsanado las condiciones que provocaron que sus hijos fueran desvinculados de su familia.
Lo peor de aquello es que el Chile de hoy, para muchos de los niños y niñas que viven al interior del sistema, no es mejor que el del ayer. Un solo ejemplo: fuimos testigos de cómo la delincuencia juvenil en ese entonces se fue transformando año a año en delincuencia infantil. Un patrón que muchos aún se niegan a evaluar.
Si la situación de vulnerabilidad de estos niños y niñas se ha mantenido en el tiempo es porque como sociedad hemos también fallado a nuestros niños al negarnos a ver su realidad. Todos somos culpables. En primer lugar, el Estado, al alimentar un sistema que prometió protección y terminó por vulnerar aún más a los niños más desprotegidos, reduciendo sus oportunidades a su máxima expresión. Permitiendo errores, como el que está cometiendo este gobierno, al encapsular las violaciones a los derechos de los niños al período 2005-2016. Y se resumen en una cifra total de muertos: 1.313 niños y niñas fallecidos.
¿Por qué no se consideran todos los datos y cifras desde la creación del Sename en1979? ¿Será por qué no tenemos esos datos o porque esos niños no importan?
Me quedo con la mejor impresión de esta jueza de Familia Mónica Jeldres. Ella tuvo el coraje de marcar la diferencia entre sus pares al cumplir su rol a cabalidad desde la humanidad y profesionalismo, haciendo valer los derechos de los niños como se comprometió Chile al firmar la Convención de los Derechos del Niño en 1990. A usted Mónica, gracias por su voz, gracias por el llamado a sus pares a hacer valer su rol, gracias por mostrarnos al país entero esta realidad.
Sobrevivir a este mal sistema no es un mérito, es una opción que no todos pueden alcanzar.