Instintos Primarios
28.04.2016
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28.04.2016
Entusiasmados no se les ve. Ni la semana pasada, cuando llegaron sobre la hora al Servicio Electoral (Servel), sólo para encerrarse en una oficina a seguir negociando. Ni esta semana, cuando en otra noche bochornosa presentaron un escrito indigno del más vulgar picapleitos, con siete firmas cuando la ley les exigía catorce.
La cadena de ¿errores? de la Nueva Mayoría en su fallida inscripción para las primarias desnuda una realidad repetida. Los partidos no quieren hacer primarias. O prefieren hacerlas en sus propios términos. No en las condiciones de transparencia que garantiza la presencia del Servel.
Pruebas al canto: el oficialismo apenas intentaba inscribir 95 primarias, dejando a los otros 250 municipios del país al arbitrio de sus designaciones. Asunto similar en Chile Vamos, que inscribió 43 comunas, dejando a las otras 307 para el incombustible “dedazo”, aderezado a veces con encuestas o proclamaciones incontestadas.
¿Se acuerdan de las primarias legales de la Nueva Mayoría para las parlamentarias de 2013? ¿No? Debe ser porque tampoco las hicieron. La explicación esa vez fue más transparente: simplemente, dijeron, no llegamos a acuerdo. Tampoco las hizo la UDI. Estas se limitaron a 10 competencias de diputados en RN y, claro, a las primarias presidenciales de ambos bloques. En la Nueva Mayoría no había problema, porque el ganador era conocido: Michelle Bachelet. En la entonces Alianza sí hubo competencia cerrada: los electores votaron a Pablo Longueira por sobre Andrés Allamand, resultado que no tuvo ninguna importancia, porque de inmediato el ganador se retiró, y los partidos nominaron a dedo a alguien que ni siquiera había competido (Evelyn Matthei).
Las ventajas prácticas de las primarias para los partidos políticos son evidentes: permiten a los candidatos posicionarse haciendo precampaña legal. Solucionan de manera transparente los conflictos internos. Movilizan a su electorado. Legitiman a los ganadores. Y todo ello, financiado graciosamente por el Estado.
Sin embargo, las cúpulas de los partidos se resisten a implementarlas. ¿Por qué? Simple: porque las elecciones primarias son un vehículo para trasladar poder, de las dirigencias a los ciudadanos.
Y el instinto primario de cualquier grupo que acumula poder es defenderlo, no cederlo.
Esa es la única verdad, más allá de las carreritas de medianoche, las firmas faltantes o los acuerdos que no son tales.
Por eso, mientras puedan, las cúpulas partidistas seguirán prefiriendo el “dedazo”, con esa fraseología insultante para la democracia de “el que tiene mantiene”, repartiéndose el país y asignado tal comuna, tal distrito o tal circunscripción a un partido, un lote, un caudillo o una máquina favorecida.
Si el país se indigna por la colusión económica, es bueno usar la misma vara cuando se trata de colusión política. Porque sí, es inaceptable que se nos pretenda quitar el derecho a elegir, en una competencia abierta, la pechuga de pollo o el papel confort de nuestra preferencia. Pero muchísimo más grave es cuando se nos intenta imponer, sin competencia alguna, a un político dejando fuera de la cancha a los demás.
Y como los partidos ya han demostrado de sobra que prefieren la colusión política a la participación, el siguiente paso es inevitable. Ya que desde este año el Estado financia a los partidos (medida impopular con la que estoy de acuerdo), como contraparte se deben implementar primarias legales obligatorias para cada partido, cada comuna, cada distrito y cada circunscripción del país.
Así, las primarias dejarán de ser un instrumento al arbitrio de los partidos y pasarán a ser una herramienta al servicio de los ciudadanos. Y de paso, nos ahorramos meses de trabajosas negociaciones y bochornos de medianoche. Es la única manera de romper ese instinto primario.