Caso Miguel Woodward: Otra oportunidad para la justicia
20.05.2015
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20.05.2015
La Armada se enfrenta por estos días al escenario judicial que ha intentado siempre evitar. Actualmente, son 18 los ex uniformados procesados por el asesinato y posterior desaparición del cuerpo de Miguel Woodward en el Buque Escuela Esmeralda. Son tres de sus ex altos mandos los que se encuentran en prisión preventiva efectiva esperando la resolución final de los tribunales. Una causa judicial que se vuelve a abrir, rechazando la figura de sobreseídos de los ex agentes.
Conocí la historia de Miguel al interesarme por el estudio del centro de secuestro, castigo y exterminio que funcionó al interior del Buque Escuela Esmeralda durante los primeros meses de la dictadura cívico-militar chilena en la ciudad de Valparaíso. Dicha práctica investigativa me posicionó para escribir el presente texto.
Mi trayecto investigativo, como cualquiera que uno emprende, fue siempre un avance desde la ignorancia al conocimiento. Las preguntas que me motivaban a escribir mi tesis para postular al grado de sociólogo se cruzaban con las historias cotidianas que lograba recolectar en los sectores de Playa Ancha, Cerro Barón y Esperanza. “Mi abuelo estuvo ahí, algo te puedo contar”. Así se abrió el primer testimonio intergeneracional que pude ubicar y desde ahí, una bola de nieve que no terminaba por formarse entre relatos de personas que sobrevivieron su paso por el Buque, sus familiares en primer o segundo grado, y el escaso material que arrojaban bibliotecas y centros de estudio.
Correspondiente a la primera jurisdicción Naval, el puerto de Valparaíso fue escenario de la principal arremetida golpista de la Armada de Chile y de la instauración de diversos centros de secuestro, castigo y exterminio que se distribuían por toda la región. Atracado en el molo de la bahía de Valparaíso, el Buque Escuela de la Armada se erigió como un lugar de castigo hacia los militantes más activos de la Unidad Popular de la Quinta Región.
El Esmeralda se configuró como un lugar de distinción adonde fueron trasladados regidores, concejales, alcaldes, altos funcionarios públicos y de partidos políticos. Haciendo parte de un horroroso y racional decálogo de centros de la Armada, el Esmeralda, se hermanó con los demás buques de la institución para cumplir así objetivos de interrogatorios, golpizas, encierros, insultos, violaciones, asesinatos y traslado de detenidos al interior del territorio nacional. Los buques de la Armada se transformaron así en centros secretos de castigo con una función móvil que los hacía doblemente rentables.
Miguel Woodward era ingeniero civil de la Universidad de Londres. Al terminar sus estudios universitarios, volvió a Chile para hacerse sacerdote. Siempre rechazó la figura del religioso detrás de un escritorio. A fines de los ‘70 se conmovió con la pobreza rural de Peñablanca, poblado cercano a Viña del Mar, donde ejerció sus primeras labores sociales. Ahí enseñó a jóvenes y niños que faltar a la misa del domingo no era ningún pecado, sobre todo si como reemplazo a ella iban a la piscina o las playas cercanas. En una ocasión, Miguel le hizo saber al dueño del bar central de Peñablanca que las cuentas que le abría a los trabajadores era una forma de explotación, ya que estaba generando un estado de alcoholismo estructural. Siempre se caracterizó por demostrar sus disgustos de forma clara y directa.
Al comienzo del gobierno de Salvador Allende, y en calidad de obrero del Astillero Las Habas y poblador del Cerro Placeres, Miguel fue elegido el coordinador de las JAP de todo su cerro. Se hizo un personaje marcado por los grandes comerciantes del sector, los que no demoraron en llamarlo “el cura rojo”. Esos comerciantes fueron quienes organizaron reuniones con la Armada para delatar a Miguel que, por esos meses, era el blanco de los sectores reaccionarios del Cerro Placeres, quienes no dudaban en insultarlo y escupirlo en la vía pública. Llegado el “Golpe”, los infantes de Marina allanaron la casa que compartía con Jaime Contreras. Se llevaron bultos con el material de ambos; se llevaron todo. Miguel, al volver a su casa, después de estar escondido en el sector de Recreo, aseguró con maderas puertas y ventanas con la ayuda de un vecino. Dijo que no tenía nada que temer y que ese era su hogar.
La noche del sábado 22 de septiembre de 1973, Miguel fue secuestrado por aparatos del régimen de Pinochet. Fue delatado por un ex marino que vivía cerca de su casa: al ver las luces encendidas, no dudó en dar aviso a la autoridad Naval. Miguel fue a parar primero a la Universidad Técnica Federico Santa María, donde comenzaron las torturas en su contra. La universidad, por esos días, estaba controlada por la Armada y fue su piscina el principal lugar donde los detenidos fueros sometidos a castigos. Al día siguiente, lo trasladaron hasta la Academia de Guerra Naval, donde la tortura lo dejó moribundo. Desde ahí fue llevado en una furgoneta de la institución hasta el Buque Escuela Esmeralda.
Una vez allí, lo sometieron a un castigo principalmente moralizador. En él encarnaron las peores categorías atribuibles a los militantes y activistas sociales de la época. Lo llamaron “extranjero marxista”, pedófilo (a propósito de su condición de religioso y educador), etcétera. La Armada hacía lo que podía para justificar la muerte del ciudadano anglo chileno, llegando incluso a generar un certificado de defunción falso que caracterizaba la muerte de Woodward como una situación ocurrida en la vía pública, intentando así, sostener la tesis de la “muerte en combate” del detenido.
El coronel Carlos Fanta, en reemplazo del comandante Merino –que se encontraba constituyendo la Junta Militar de Gobierno en Santiago–, gritaba desesperado: “Viene una horda a liberarlos, pero no van a poder. Quieren llegar hasta aquí pero no van a poder, y si llegan, aquí encontraran cadáveres”.
El delirio del coronel estaba provocado por los disparos que a unos ocho kilómetros se habían desatado en la Universidad de Playa Ancha. Era un conato de resistencia estudiantil al “Golpe”. Eran los tres o cuatro disparos que se lograron percutir y que desataron el castigo deliberado contra los detenidos en los distintos centros de la Armada en Valparaíso. Miguel no logró resistir los golpes de los agentes que con toallas mojadas en sus manos (para no dejar marcas en el detenido y de paso no dañar sus propias extremidades) y en conjunto con otras técnicas de tortura, lo asesinaron. Su cuerpo delgado y alto no soportó. Se generó en él un dañó interno que terminó con rotura de órganos. Miguel era la primera víctima fatal al interior del Buque Escuela Esmeralda.
La Armada no ha querido nunca realizar un acto de desagravio al interior del Esmeralda y sólo se ha referido a la posibilidad de efectuarlo ante la presión de grupos populares que se lo exigen. Patricia Woodward, hermana de Miguel, en entrevista con la televisión chilena, declaró que les ha escrito a todos los presidentes en ejercicio post-dictadura y que ninguno le respondió. Hoy la justicia tiene una nueva posibilidad de indagar y de dar un castigo a los responsables de estos hechos, poniendo en el centro de la decisión la inacabada tarea de justicia para con Miguel y los suyos.
*El autor de esta carta es integrante del Núcleo de Investigación Sociología del Cuerpo y las Emociones, de la Universidad de Chile.