Bitácora de un médico que trabaja como voluntario en la tragedia de Copiapó
20.04.2015
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20.04.2015
Llegando a Copiapó lo primero que llama la atención son los cerros, arenas y piedras que rodean la ciudad. Pero lo que verdaderamente sorprende es ver la ciudad. Desde algunos kilómetros antes de llegar ya se ve el barro que invade los alrededores de galpones, construcciones, etc., y desde que uno ingresa a la ciudad, incluida la Universidad de Atacama y la Santo Tomás, emblemas además por estar instaladas en construcciones históricas, se observa el barro con grietas que cubre sus patios y ensucia sus murallas hasta medio metro de altura. El recorrido por el centro, si bien es posible, se hace sobre algunas calles con barro y agua y en otras sobre barro sólido de aspecto pedregoso. A los lados de las calles que han sido reabiertas, hay barro y agua de un color amarillo similar a la orina.
En el Servicio de Salud nos recibe la directora y partimos de inmediato al hospital. No es fácil llegar hasta allí por las mismas dificultades en las calles ya mencionadas, aunque ahora se observan muchas más retroexcavadoras que autos. Pocas personas y algunas -no todas- portan botas y/o mascarillas (pese a que en varias zonas el polvo vuela con el paso de los vehículos). Comercio abierto hay muy poco. Sólo algunos negocios de barrio y kioscos están funcionando. Insolente en este escenario, aparecen algunas grandes tiendas que se ven muy limpias y casi asépticas.
El Hospital de Copiapó es nuevo: tiene apenas un año de uso y aún está en construcción en algunas áreas. Sufrió con el aluvión al igual que otras construcciones, presentando inundación en su subterráneo y primer piso, justamente donde se ubican las áreas de Urgencia y Pabellones, que quedaron fuera de uso. Urgencia debió ser instalada en el área del Consultorio, donde se cuenta con uno a uno y medio pabellón (según lo benigno del análisis) donde se hacen las cirugías.
El equipo de TAC funciona, pero no hay ascensores, y como los pacientes se encuentran en los pisos 5º y 6º deben ser trasladados a mano por las escaleras tanto para subir como para bajar. También se inundaron los pisos 1º y 2º. En el primero se ubicaban los casilleros de los funcionarios (muchos de los cuales perdieron sus cosas personales), equipos de ascensores y otros; y en el segundo, los estacionamientos, hoy inutilizables y en los que por ahora no se extraerá el barro.
Hay agua disponible en el hospital, solo fría, pero el sistema de alcantarillado está con problemas y al subir y bajar las escalas se huele el olor a descomposición.
Lo más notable es que la gente intenta hacer que todo funcione. Los funcionarios del hospital llegan a trabajar todos los días, caminando a través del barro, algunos con sus casas inundadas aún. El neurocirujano que me recibe y presenta al resto del personal no puede ingresar a su departamento porque el subterráneo y casi todo el primer piso se llenaron de agua y barro, y el edificio no tiene agua, ni luz ni alcantarillado, o cualquier otro servicio, y por tanto se queda en el hospital.
Muchas familias han enviado a los niños fuera de la ciudad. No se ven niños. Por lo demás, los colegios no funcionan, porque los que están en situación de ser habilitados han sido acondicionados como albergues. De hecho, la mayoría de los profesionales que viajaron conmigo están albergados en un liceo.
El primer día después del desastre fue caótico en el hospital. Cortes de luz, imposibilidad de entrar y salir y, por tanto, pocas consultas de Urgencia y nada en Consultorio porque la gente no podía llegar. Muchos funcionarios -médicos, enfermeras, técnicos de enfermería, auxiliares, administrativos- prolongando sus turnos, porque no llegaron los que debían reemplazarlos.
Como se mojaron los refrigeradores y hubo cortes de luz, se perdieron todas las vacunas, lo que dejó, entre otros detalles, ante la imposibilidad por varios días de colocar antitetánica a los heridos. Además de la pérdida de los pabellones, hay ausencia de ascensores, obligada redistribución de pacientes a los pisos superiores, evacuación de los niños de Neonatología a otras ciudades por imposibilidad de controlarlos. Todo ello fue parte de ese caos inicial, al cual sin embargo sobrevivieron porque la gente nunca bajó ni ha pensado en bajar los brazos. Pese a ello, se advierte la desesperanza, y la sensación que de esto Copiapó no se recuperará…
Copiapó es una ciudad curiosa. La capital de la Tercera Región “sólo” tiene alrededor de 150.000 habitantes, lo cual hace que muchas iniciativas de desarrollo de proyectos médicos hayan quedado sin respaldo en el nivel central, pues los análisis demostraron que con esa población no se justificaban. Un ejemplo es lo que ocurre con las enfermedades cardiovasculares, área en la que en la región no se cuenta con posibilidad de efectuar una coronariografía, ni una angioplastia, ni menos pensar en cirugía coronaria. No hay un equipo de hemodinamia, tampoco cardiólogos hemodinamistas ni personal entrenado, porque no ha existido la decisión de implementarlo dado lo expuesto. Así, todos los infartos son manejados, cuando es posible y corresponde, solo con trombolisis, es decir, fármacos que intentan detener la evolución al infarto reperfundiendo la o las arterias comprometidas, disolviendo el coágulo que termina por ocluirlas. Cuando el procedimiento no es exitoso, se produce un grave problema, porque la posibilidad de derivar al paciente a otro centro, que necesariamente será de otra región, es remota, y debe ser en avión-ambulancia.
Tampoco, obviamente, hay posibilidades para los estudios coronariográficos diagnósticos y pacientes que podrían ser rescatados finalmente fallecen por falta de diagnóstico completo y procedimientos de rescate adecuados.
Tampoco hay UCI Pediátrica en la región y solo hospitalización básica, incluso en el Hospital Regional de Copiapó. La Neonatología tampoco es fuerte y, por tanto, hay un ambiente de preocupación, al menos en el entorno profesional, sobre todo el relacionado a salud, sobre la atención de partos en la ciudad. Varios médicos aconsejan que si se puede hacer que las parejas o esposas den a luz en otra ciudad, lo hagan.
Un capítulo aparte, entre muchos otros que se podría mencionar, es lo ocurrido con el estadio de la ciudad. Recién remodelado, con un costo de varios miles de millones de pesos, quedó inundado bajo tres metros de agua y barro y no podrá ser utilizado en la Copa América ni en los partidos del Campeonato Nacional. Nadie sabe hasta cuándo.
La tragedia ocurrida provoca una serie de otros efectos. Hay un evidente deterioro del comercio en general, de la actividad productiva minera, detenida actualmente (las mineras tienen a sus equipos colaborando en la limpieza de la ciudad), de la actividad agrícola, muy dañada; también de la actividad de los profesionales, incluidos los médicos. Un colega me comenta que por primera vez en su vida se está conectando a Netflix y viendo películas completas en la consulta, ya que no llegan pacientes. Los únicos que ha visto, que no han sido pocos, han sido sin costo, derivados por su hijo, que en un operativo de ayuda seleccionó y se los derivó con una nota, evidentemente para que sólo los atendiese.
Ese último punto no es menor, porque para muchos médicos el único incentivo de permanecer en la ciudad es económico y si éste se pierde, genera de inmediato ausencia de interés por quedarse. Eso explica que en toda la región exista solo un neurocirujano -que obviamente solo puede hacer cirugías simples, pero no puede operar tumores o aneurismas, ni ninguna cirugía compleja neuroquirúrgica que requiere de al menos dos cirujanos-, una dermatóloga, que llegó al hospital ofreciéndose para ser contratada por 33 horas semanales y, pese su insistencia, se le señaló porfiadamente que solo tenían 22 horas para ofrecerle, con lo cual se quedó en el área privada y tres días a la semana se va a Santiago a trabajar en un hospital público. Una muestra de la máxima torpeza del sistema público de salud.
Además, se cuenta con solo dos médicos broncopulmonares. Poco y nada de todo. Y lo más dramático es que de los médicos que están, la mayoría, por no decir todos, quiere irse. Y eso ya era una realidad antes de lo que ocurrió.
Conversando con mis colegas, me describen que en ese contexto, ya antes de la tragedia, se trabajaba en el hospital de la ciudad como si fuese un hospital de campaña, casi en situación de guerra. Ahora, con el desastre instalado, terminó por ocupar el espacio, además, la desesperanza. Nadie cree que normalizar lo que había tome menos de un año. Y bien podrían ser varios…
Bajo las escalas y salgo caminando por la entrada del hospital. Me encuentro con mucha gente, hartas mascarillas, sol y calor, el Consultorio acomodado como Urgencia y un cartel que dice: “No se atienden consultas médicas en Policlínico”. Recorro la cuadra que queda delante del hospital: grandes “cototos” de barro cubren las veredas, y al caminar por ella se levanta polvo. Compro en el kiosco (el típico que se ubica en la entrada de cada hospital, donde se vende desde diarios hasta calzones rotos) el diario El Chañarcillo para leerlo en algún momento, y vuelvo a la UCI.
Al llegar a las escalas por donde debo subir me encuentro con una matrona y su paciente, una joven morena de evidente embarazo de término, con una auxiliar que lleva dos maletas, que de seguro pertenecen a la paciente. Me ofrezco a ayudarles y tomo la maleta más grande. Subimos a la Maternidad que está en el 7º piso. ¡De no creerlo! Y todas las embarazadas que ingresan al hospital suben caminando los siete pisos…
Conversando con los colegas -lo mismo se escucha del personal de la unidad- manifiestan repetidamente su agradecimiento por estar con ellos. Sin embargo, sienten que el país se está olvidando de la Tercera Región y con fuerza señalan que las noticias reflejan una panorámica que no es representativa de la realidad. Grandes sectores de la ciudad aún están sin agua (algunos colegas solo pueden ducharse en el hospital), la circulación por las calles si bien es posible, resulta lenta y laboriosa, y por algunas zonas es aún imposible. El barro permanece por toneladas acumulado y lentamente una nube de polvo se extiende en la medida que se circula por la ciudad.
Sobre el mismo hospital dicen que no se dice la verdad, ya que no se informa de lo que ocurre con el primer piso, la Urgencia, los Pabellones, la odisea de las embarazadas que suben por la escala hasta el 7º piso, la falta de agua caliente, las colaciones al personal que son desde hace tres semanas jugo y galletas, etc. Leyendo El Chañarcillo puedo comprobarlo: a pesar de que en varias páginas se lee en el título “Desastre en Atacama”, no ocurre así con los medios de circulación nacional.
En la UCI, enfermeras y TENS traen su comida, incluidos todo tipo de alimentos que se preparan solo con el microondas o con agua caliente (igual que los que yo traigo). Todos están cansados ya de subir y bajar escaleras, la movilización de los pacientes por esa vía es un caos y la solidaridad inicial para colaborar en dicha tarea se ha diluido y debió acudirse a los militares los cuales son convocados cada vez que se debe movilizar un paciente. Por esa misma razón, muchos exámenes solo se efectúan en casos de necesidad extrema y aún así, muchos pacientes no están en condiciones de bajar de la UCI para esos efectos.
Volviendo a los colegas, lo único que me piden es que cuente lo que he observado y que ayude a quitarle la venda al entorno sobre lo que les ocurre. Lamentan la poca solidaridad médica, incluso de regiones cercanas, lo que ha llevado a que colegas de otras zonas les digan que exageran y se quejan de más.
Capítulo aparte es lo relacionado al nuevo hospital, que en este escenario debiera ser un aporte. Sin embargo, resulta que, por ejemplo, el helipuerto no funciona ni funcionaba antes de la tragedia, porque los ascensores llegan solo hasta el piso inferior y quedan pisos a subir con escalas; los televisores no han funcionado nunca porque no hay antena ni sistemas adecuados y con suerte se ve un canal; el equipo de resonancia magnética, que es nuevo, no puede utilizarse para los pacientes de la UCI porque los ventiladores mecánicos, bombas de infusión y otros elementos complejos no son compatibles con el resonador y no pueden ser ingresados a la sala, con lo cual solo pueden ingresar pacientes que sean manejados ventilándose a mano y a los que se pueda dejar sin infusiones endovenosas durante el tiempo que dure el examen.
El recambio de enfermeras, que tradicionalmente es muy alto, es decir con permanencias cortas y ausencia de fidelidad, se cree que aumentará con lo ocurrido. Muchas de las enfermeras y técnicos de enfermería (TENS) son muy jóvenes, algunas recién recibidas, y luego de un período de trabajo y capacitación prácticamente todas emigran, sobre todo a Santiago, incentivadas por mejores expectativas de capacitación, experiencia profesional y residencia en regiones más amigables para vivir. Así, el acervo cultural relacionado a la salud será difícil de sostener y retener en las actuales condiciones.
Incluso, el actual médico jefe de la unidad, aunque extraordinariamente comprometido, recibe periódicos llamados invitándolo a irse. Su esposa se va el fin de semana a La Serena, a vivir en la nueva casa que compraron. La posibilidad de que este médico permanezca en Copiapó por tanto, lejos de su familia, es remota, y seguramente también terminará por irse. Es parte de la desesperanza que hizo evidente la catástrofe y la acentuó, sobre todo al quitar mucho del incentivo que existía para quedarse, sobre todo en el plano económico.
Hoy tomo el turno de noche en la Unidad de Pacientes Críticos, para cubrir a uno de los colegas ya muy agotado de hacer doble turno. Del equipo de seis residentes, un colega está fuera y probablemente otra también lo estará porque está por salir con prenatal, lo que sobrecarga al resto (Andrés me comenta que estuvo seis meses con otro colega haciendo turnos día por medio por falta de médicos). Afuera, mirando desde el quinto piso, todo en la ciudad se ve tranquilo. Destaca en el horizonte una nube similar al smog de Santiago y cuando pregunto por ella me explican que es el polvo que flota, ya que en Copiapó no existe contaminación como en la capital.
Sin duda, el barro es un problema enorme. Me preguntó por qué se acabó el estado de excepción, cuando para limpiar todo y acercar la ciudad a su imagen previa a la catástrofe se requeriría trabajo permanente y organizado de mucha gente, de todo el personal del Ejército que se pudiera incorporar, de participación de más camiones, etc. No solo para permitir la circulación de los vehículos, sino realmente para sacar el barro de las calles, muchas de las cuales ya están cubiertas por una capa de barro sólido; para sacar el barro de las entradas, de las veredas, de las plazas. Ni hablar del estadio, que tiene miles de litros de agua y toneladas de lodo que se aconchó como sedimento al fondo.
Con los medios que se disponen, ni una posibilidad de que la municipalidad logre llevar a un nivel cercano a la normalidad a la ciudad ni en un año. Claramente se requiere de una decisión política no solo para reiniciar las tareas de limpieza, sino para reiterar la urgencia de hacerlo. Pero, parece que transmitir la sensación de tranquilidad fuese más importante. Mientras, la rabia y desesperanza invaden los espíritus de las personas.
Casi todo está dicho. Es fundamental que se sepa que no está resuelto el problema, que no puede quitarse la urgencia al trabajo de apoyo a las personas y de remoción de barro, suciedad y escombros; que recuperar los servicios básicos es una tarea pendiente porque falta agua potable y porque el sistema de alcantarillado está colapsado (y brotan de las cámaras en forma periódica desechos orgánicos en las esquinas); que falta apoyo de maquinarias y cuadrillas de trabajadores y de uniformados para el trabajo de limpieza de la ciudad si se pretende que dentro de un año quede realmente resuelto el problema; que los enfermos requieren urgentemente que el hospital recupere su capacidad de pabellones y hospitalización, de uso de ascensores; que se recupere la Urgencia y la nueva Unidad de Pacientes Críticos que se inundaron; que se tome de una vez la decisión de dotar al hospital de una Unidad de Hemodinamia y pueda existir solución en la región a los problemas cardiovasculares; que se defina a nivel central una política de reposición de especialistas falentes de al menos 15 por año a contar del año 2016 y por los siguientes cuatro años, incluyendo anestesistas, internistas, neonatólogos, pediatras formados en UCI, dermatólogo, neurocirujano, etc., y todo lo que falte, de manera de dar respuesta real a las necesidades en salud para fortalecer una región que para todos los efectos, al menos en el nivel profesional que me tocó conocer, se siente olvidada y sin esperanza.
Ayer en la tarde el Servicio de Urgencia volvió a instalarse en sus dependencias originales. Seguimos, sin embargo, sin ascensores, sin calderas (por tanto, sin agua caliente), con las embarazadas subiendo por las escaleras hasta el 7º piso, sin pabellones (solo el habilitado en el box de procedimientos dentales), con serios problemas para movilizar pacientes desde la Unidad de Pacientes Críticos que por estar ubicada “transitoriamente” en el 5º piso (lo está hace más de un año) obliga a bajarlos por las escaleras, en tablas espinales, con ayuda de los militares porque de otro modo sería imposible…
Curioso Copiapó. Pareciera, por la información oficial, que está todo controlado y sigo viendo los ductos de los ascensores con agua al fondo. Y desde el piso -1 hacia abajo, barro. Y el -2 cubierto por agua y barro al bajar la escalera. Y pareciera, y esto es lo más increíble, que en el nivel central, ministerios y gobierno, realmente creen que todo está controlado. Bastaría que le preguntaran a la gente común, a los funcionarios del Hospital, incluso yo me ofrezco, y tendrían la foto real de la catástrofe en la que está inmersa la ciudad y sobre todo su Hospital Regional.
Pero como la idea es que todo debe funcionar, el hospital está declarado como “operativo” por sus autoridades. Una enfermera amable, mientras me encuentro de turno en la UPC hoy, pasa revisando las camas disponibles para informar al Ministerio. Le pregunto si considera que las camas están disponibles, dadas las condiciones descritas del hospital y que ella conoce bien. Se encoge de hombros y me señala que es lo que le piden informar y debe hacerlo, sin hacer mención de las condiciones en las que esas camas se encuentran insertas…
Por otro lado, la confusión interna, que más propiamente parece ser un fenómeno psicológico adaptativo (sino lo considerara adaptativo, debiera creer que acá hay un brote colectivo de esquizofrenia y falta de reconocimiento de la realidad ), hace que desde Urgencia llamen pidiendo camas para pacientes graves, que con alta probabilidad requerirán de cirugía y estudios de imagenología (que para efectuarse deberá el paciente ser bajado por las escaleras), casi olvidando que no hay ascensores, agua caliente, pabellones ad hoc, etc. Curioso Copiapó.
La polémica está instalada en los medios acerca si hay o no crisis sanitaria en el Hospital Regional. Parece que debiera aclararse qué debiera entenderse como crisis sanitaria primero, pero aún con la definición más benigna, este hospital califica sin dudas como en crisis. Y estamos hablando del principal centro de salud de la región.
Curioso Copiapó. A unos 140 kilómetros se encuentra el Hospital de Vallenar que, me informan, tiene la posibilidad de generar en este momento 15 a 20 camas, que tiene Unidad de Cuidados Intensivos, que tiene TAC (Tomografía Computada), exámenes radiológicos, laboratorio clínico y condiciones perfectas de climatización, agua potable y agua caliente, etc. Está todo dado para que se tome la decisión de trasladar todo lo hospitalizado allá y, si fuese necesario, reforzar el Hospital de Vallenar con un hospital de campaña, dejando al hospital de Copiapó solo funcionando en su área de Consultorio y Urgencia (como decimos en salud, equivalente a un CDT ó Centro Diagnóstico y Terapéutico, que son centros ambulatorios de atención) y generando un puente para que los pacientes graves que lleguen a la Urgencia y requieran pabellón, UCI u hospitalización, se trasladen a Vallenar en ambulancias o por puente aéreo. ¿Por qué no se ha considerado? Curioso Copiapó.