La carta enviada al Vaticano que acusa al obispo Barros de ser cómplice de Karadima
09.02.2015
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09.02.2015
Llama la atención la rapidez con que los obispos critican hechos de la vida de Chile, como las personas que optan por el divorcio, las mujeres que optan por tomar anticonceptivos, la Unión Civil -recientemente promulgada- y también la posible despenalización del aborto. Sin embargo, cuando se trata de abusos sexuales, violación de niños y atropellos a la dignidad de menores e incluso de adultos por parte de sacerdotes y algunos obispos, la Conferencia Episcopal de Chile mantiene un silencio que sólo se hace público cuando los periodistas ya están pidiendo información a las puertas de sus casas o palacios episcopales. Es más, todavía resuena en mis oídos cuando, al presentar nuestras denuncias de abuso al cardenal Errázuriz y al no ver nada concreto después de meses, a pesar de que Karadima seguía abusando, me dijo: “Recuerde que los tiempos del mundo no son los tiempos de la Iglesia”.
Aunque muchos católicos hemos tenido altas expectativas sobre el Papa Francisco, nos ha decepcionado mucho que haya nombrado dentro de sus cardenales reformadores al cardenal Francisco Javier Errázuriz, un hombre que encubrió los abusos del sacerdote Fernando Karadima y desestimó muchos otros casos, como el del sacerdote condenado por la justicia chilena Richard Aguinaldo, después de súplicas de los padres para que hiciese algo.
El nombramiento del cardenal Ezzati fue otro golpe duro para las víctimas de abuso, no sólo para las del caso Karadima, sino las de al menos tres salesianos encubiertos por él, como es el caso del salesiano Rimsky Rojas y compañeros. Esto no es consecuente con lo que oímos de Roma, en cuanto a que no se tolerará el abuso ni el encubrimiento a nadie.
Karadima, dentro de su manipulación y conexiones, logró instalar a al menos cuatro de sus más cercanos como obispos de la iglesia católica chilena: Horacio Valenzuela en Talca, Andrés Arteaga como auxiliar de Santiago, Tomislav Koljatic en Linares y Juan Barros hasta el mes pasado vicario General Castrense. Hoy Barros ha sido nombrado obispo de Osorno, lo que ha re-victimizado a tantos que sabemos todo el mal que han hecho estos obispos y conocemos su participación en los abusos de Karadima, lo que niegan hasta hoy.
Muchos hemos testificado contando su participación en los abusos de Karadima, pero desgraciadamente en Chile los obispos tienen fuero y no son juzgados como todos los chilenos, pudiendo declarar por oficio o en sus casas. No es lo mismo tener al juez sentado al frente, junto a las víctimas y testigos, que estar cómodamente sentados en sus casas donde pueden pensar las respuestas que los exculpan, como ha sido el caso de estos cuatro hombres que colectivamente “nunca vieron nada”, “nunca supieron nada” y que admiten que Karadima siempre fue un verdadero mentor para ellos. Hoy, los sitios donde le agradecían al padre Karadima su guía y dirección han desaparecido después que fueron mostrados en Twitter u otras redes sociales. Los mensajes de Juan Barros ya no se pueden ver en el sitio oficial del Obispado Castrense de Chile (www.iglesia.cl/castrense), pues se bloqueó la sección “mensaje obispo”, donde Juan Barros agradecía a Karadima cuando fue destinado desde Iquique al Vicariato Castrense y que hace algunos días publiqué en las redes sociales.
El Papa Francisco pidió a los obispos y responsables religiosos católicos en todo el mundo que no encubran los casos de pederastia en una carta difundida la semana pasada por la Santa Sede, pero enviada el pasado lunes a los presidentes de las conferencias episcopales, a los superiores de institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica. En ella, instó a los obispos a garantizar la seguridad de los menores en las parroquias, que deben ser «casas seguras» para las familias, y les recordó que «no hay absolutamente lugar en el ministerio para quienes abusan de los menores».
«Corresponde al obispo diocesano y a los superiores mayores la tarea de verificar que en las parroquias y en otras instituciones de la Iglesia se garantice la seguridad de los menores y los adultos vulnerables», apunta.
Asimismo, el Papa llama a las diócesis a establecer programas de atención pastoral para las víctimas de pederastia, «que podrán contar con la aportación de servicios psicológicos y espirituales»
«Las familias deben saber que la Iglesia no escatima esfuerzo alguno para proteger a sus hijos, y tienen el derecho de dirigirse a ella con plena confianza, porque es una casa segura», aseveró.
Y añadió: «Por tanto, no se podrá dar prioridad a ningún otro tipo de consideración, de la naturaleza que sea, como, por ejemplo, el deseo de evitar el escándalo, porque no hay absolutamente lugar en el ministerio para los que abusan de los menores».
Nada de lo que pide el Papa se hace en Chile. Su “tolerancia cero contra el abuso” no se aplica en Chile. No es necesario que me detenga acá, puesto que es cosa de ver lo que ha pasado en el país en este tema. Apoyo a las víctimas, incluso con psicólogos, jamás. En fin, los obispos de Chile encabezados por los cardenales Errázuriz y Ezzati parecen vivir en un universo paralelo. Es cosa de ver las encuestas y darse cuenta que la iglesia y parroquias en Chile están lejos de verse como “casas seguras”, todo lo contrario. Nadie cree que en Chile los obispos encabezados por sus cardenales piensan “que la Iglesia no escatima esfuerzo alguno para proteger a sus hijos, y tienen el derecho de dirigirse a ella con plena confianza, porque es una casa segura”. Y menos que las víctimas “podrán contar con la aportación de servicios psicológicos y espirituales».
Fernando Karadima: vive en un convento, en una “vida de penitencia y oración”, donde hace lo que quiere. Cuando aparecieron sus fotos celebrando misa públicamente y no con gente del hogar -lo que también estaría prohibido-, después de mucha presión de las víctimas y de los medios, el cardenal Ezzati manda los antecedentes al Vaticano y meses después Karadima recibe una “amonestación canónica”. Es decir…nada. Molesto. Ezzati nos encara por los medios y furioso dice que “él no es el carcelero de Karadima”, cuando, según el derecho canónico, el arzobispo de la arquidiócesis sí es el responsable y garante de que la sentencia se cumpla en el lugar debido y protegiendo a las víctimas. Ezzati no lo cree así.
Cristián Precht: después de ser condenado por el Vaticano por abusos sexuales a menores y adultos, recibe del cardenal Ezzati una “pena” de cinco años alejado del ministerio, al que podrá volver después de cumplida esa pena, como si mágicamente lo que se le comprobó va a desaparecer, lo que es contrario a la recomendación del Vaticano de una “vida de penitencia y oración” o “expulsión del estado clerical” (fuente P. Jaime Ortiz de Lazcano, vicario Judicial). Sin embargo, Precht desafía y participa en los retiros del clero, donde algunos miembros del clero se escandalizan, pero callan, por miedo a represalias del cardenal.
John O’Reilly: Condenado por la justicia chilena por abusos reiterados a al menos una menor e inscrito en el registro nacional de pedófilos. Sigue oficiando como sacerdote sin ningún castigo de la Santa Sede.
Así hay muchos más casos. ¿Dónde está la tolerancia cero que exige el Papa? En Chile, no se conoce.
En vista de la carta que ha enviado el Santo Padre y en vista de que nuestras denuncias ante los cardenales encubridores Errázuriz y Ezzati, respecto de la actuación de estos cuatro obispos salidos del seno de Karadima, no llegaron a ninguna parte, hice una denuncia formal en la Nunciatura contando más detalles de la participación del obispo Barros en los abusos sexuales de Karadima y su trabajo sucio, exponiendo sus falsas declaraciones. Los cardenales Errázuriz y Ezzati siempre nos han impedido a las víctimas hablar directamente con el Nuncio. Por su parte, el Nuncio hace caso omiso de la realidad chilena y de lo que vivimos decenas de personas que hemos sido víctimas de sacerdotes pederastas y de abuso psicológico. Una especia de pacto entre todos ellos. Está vez recibí una nota que decía: “La Nunciatura Apostólica acusa recepción del mensaje y asegura que se ha tomado la debida nota”, sin firma, sin nada.
Como no veo que mi denuncia formal vaya a ninguna parte y para apoyar a los fieles de Osorno, que no se merecen un obispo “encubridor”, como nos dice el Papa, he decidido hacer pública mi carta al Nuncio y quizá eso ayude a la opinión pública y se sepa lo que está pasando en Chile, que nada tiene que ver con lo que está diciendo el Santo Padre en Roma.
Esta es mi denuncia presentada ante la Nunciatura Apostólica en Santiago de Chile:
3 de febrero de 2015
Su Excelencia
Monseñor Ivo Scapolo
Nuncio Apostólico en Chile
Estimado Señor Nuncio,
Junto con saludarlo, espero al recibo de la presente se encuentre bien. Monseñor, muchas veces hemos tratado de hablar con usted, ya sea junto a mis compañeros Jimmy Hamilton y José Andrés Murillo, o yo solo. Por alguna razón ha sido imposible. Cuando le mandé las fotos del padre Karadima, el padre Ortiz de Lazcano me prometió que usted nos contestaría, hecho que no sucedió.
Monseñor, no me sé todos los protocolos, pero hoy le escribo como un católico más que espera una respuesta del representante del Santo Padre y obispo ordenado para ayudar a los que sufren. He copiado al Santo Padre y a otras Congregaciones en el Vaticano.
Quería referirme al nombramiento del obispo Juan Barros a la diócesis de Osorno. Monseñor, quiero que esta sea una denuncia o testimonio formal por algo que me parece una tristeza enorme debido a todo lo que viví personalmente y muchos otros vivieron con el obispo Barros.
Conozco a Juan Barros desde el año 1980, desde que era seminarista y unos de los más cercanos al padre Fernando Karadima. El problema no es que haya sido cercano a Karadima, como mucha gente critica, hay muchos que lo fuimos y nos vimos abusados, utilizados y otros hasta arrepentidos se alejaron. Juan Barros fue un hombre, un seminarista, un sacerdote y un obispo que hizo todo el trabajo sucio de Fernando Karadima. Como seminarista y bajo los movimientos e influencias de Karadima, y después de haberle hecho la vida absolutamente imposible al padre Benjamín Pereira, rector del seminario a fines de los 70 y principio de los 80, Juan Barros se fue como secretario privado del cardenal Juan Francisco Fresno, influido por Karadima.
Monseñor, yo veía y oía las órdenes que Karadima le daba para conseguir cosas del cardenal Fresno. Logró que monseñor Fresno lo ordenara sacerdote nada menos que en la Parroquia El Bosque, en 1984. Fui testigo de todo el politiqueo que hubo para que eso se lograra y fuera una especie de afrenta al padre Pereira y a todo el clero de Santiago, que no se atrevía a decir nada. Una vez conseguido eso, siguió una seguidilla de nombramientos hechos por el cardenal Fresno y que eran manipulados desde El Bosque. Gracias a la información que Barros le proporcionaba ya que tenía acceso a todo en la arquidiócesis y en general en la Iglesia en Chile, Karadima siempre contaba con la última información y andaba varios pasos adelante que los mismos obispos y para qué decir del clero. Lo sé porque lo vi y lo oí. Nombramientos como el de Andrés Arteaga, de diácono en tránsito al sacerdocio a formador del seminario, o el de Rodrigo Polanco, de seminarista de último año a formador del propedéutico, entre otros. Para qué decir lo que ocurría a sacerdotes que estaban en la lista negra de Karadima. Yo lo oía hablar con Juan Barros y planear estrategias para acusarlos.
Juan Francisco Gómez Barroilhet testificó en el juicio contra Karadima que entregó una carta a Juan Barros en el año 1980-1981 que contenía acusaciones de abusos, para que el cardenal Fresno hiciese algo. Esa carta, dice Gómez, nunca llegó a manos del cardenal y testigos cuentan que Juan Barros la habría destruido. Cada vez que alguien trataba de hablar, Juan Barros, Tomislav Koljatic, Horacio Valenzuela y Andrés Arteaga, entre otros, nos amenazaban o trataban de destruir nuestras vidas.
Monseñor, yo era amigo de Juan Barros, muchas veces fui a misiones con él y, específicamente, me pedía que yo estuviese en su grupo. Es por eso que sé tanto y que vi y además oí tantas cosas, puesto que siendo cercano a Karadima y amigo de Barros oía cosas por ambos lados. Juan Barros me conocía y apreciaba mucho y tuve durante años accesos que otros no tenían.
Cuando en 1987 decidí no ir más al El Bosque ni estar cerca de Karadima, por las razones ya conocidas, y como he declarado en los juicios canónico y penal, se desató toda la maquinaria que Karadima tenía cada vez que uno de sus cercanos se alejaba. Por miedo a que contase algo de lo que se vivía al interior de El Bosque, esa persona tenía que ser destruida.
La noche anterior, el 25 de Octubre de 1987, Karadima llamó a una “corrección fraterna” contra mí. Un eufemismo para un verdadero juicio. Participaron Karadima, presidiéndolo, y doce personas más, entre ellos Juan Barros, como testifiqué y quedó constancia y fue comprobado como verdadero en los juicios penal y canónico. Todos sentados alrededor de una mesa y yo en una silla un poco alejado de la mesa, como un tribunal de la inquisición. Karadima me amenazó con contar cosas que solo él sabía bajo secreto de confesión si yo no “mejoraba” y le hacía más caso y obedecía en todo. Yo miraba con desesperación a los que creía eran mis amigos, pero me ignoraban, es más, le echaban más leña al fuego con acusaciones que enfurecían a Karadima, como que yo era amigo de otros sacerdotes que no eran de El Bosque y que me confesaba con ellos entre otras que hoy suenan ridículas, pero que a mí en ese momento me destrozaban.
Una vez terminado “el juicio”, Juan Barros y otros se me acercaron para decirme que hiciese caso y que me iría bien. Sin embargo, llegué al Seminario esa noche y le conté todo al padre Juan de Castro, el rector, y a mi director espiritual, monseñor Vicente Ahumada. Ellos me acogieron con mucha caridad -ya que fueron testigos de mi angustia- y me ayudaron a pasar esos primeros días, ya que cuando se supo que yo conté todo, Karadima, a través de los formadores Arteaga y Polanco, dio orden de que nadie me hablase nunca más y empezó la máquina para destrozarme como yo había visto hacer con otros. El padre Arteaga me dijo textualmente: “No sabes el daño que has hecho y esto te va a costar”. Más o menos lo mismo que le dijo a José Andrés Murillo cuando ya era obispo y estaba en la Universidad Católica y éste le fue a hablar de los abusos de Karadima y Arteaga lo amenazó con que si hablaba le mandarían un ejército de abogados.
Como si el sufrimiento que yo estaba viviendo fuese poco, se concretó a través de Barros que escribieron una carta al cardenal y al rector del seminario para que me echasen por homosexual. Solamente Karadima sabía, en secreto de confesión, mis angustias con ese tema y los detalles de situaciones de las que yo había sufrido mucho, hecho penitencia y de las que estaba tremendamente arrepentido. Nada tan tremendo, diría alguien hoy, pero en esos días yo me habría suicidado si se llegaba a saber. Juan Barros “misteriosamente” se enteró de esos secretos y además le agregaron de su propia cosecha, lo que plasmó en una carta escrita a mano en tinta negra que le mostró al cardenal Fresno y luego llevaron al Seminario. Algo que sólo Karadima sabía en secreto de confesión y que llegó a Juan Barros, que lo trató de usar para mi destrucción. Los padres De Castro y Ahumada leyeron la carta y me citaron en la oficina del padre Ahumada. Me dejaron leer la carta y me di cuenta que mi secreto de confesión estaba escrito en esa carta, pero que además había muchas cosas que inventaban y agrandaban. Yo les dije toda la verdad a los formadores y ellos me creyeron y hablaron con el cardenal, el cual optó por dejarme en el seminario, del cual salí dos años después por decisión mía, ya que me di cuenta que no tenía vocación y que aunque la tuviese, no daba más con la constante presión y agresión de Karadima a través de sus seguidores, en especial Juan Barros.
Monseñor, estas son cosas que vi, oí y me pasaron a mí. No son de segunda mano. Es más, se corrobora durante un careo que me hizo la jueza González -que llevó el juicio penal- con el laico Guillermo Ovalle Chadwick, cercano a Karadima y amigo de Juan Barros, que testificó que había oído como Juan Barros y Karadima hablaban de que había que echarme del seminario y sacarme de circulación.
Señor Nuncio, también testifiqué, además de estos hechos, de los que puedo profundizar y detallar más si usted así lo requiere, cómo yo veía al padre Fernando Karadima y a Juan Barros besarse y tocarse mutuamente. Generalmente, más de parte del padre Karadima venían los toqueteos en los genitales por encima del pantalón de Juan Barros, al igual que hacía con el hoy también obispo Koljatic. En el caso de Juan Barros, éste jugaba a una especie de celos entre sus más cercanos y se turnaban por sentarse al lado de Karadima, estar solos con él en su cuarto y desplazar a otros. Como yo era bastante menor, veía esto entre horrorizado y a la vez paralizado, ya que yo estaba viviendo mi parte del abuso de Karadima, lo que ya fue comprobado en los juicios canónico y penal. Juan Barros se sentaba en la mesa al lado de Karadima y le ponía la cabeza en el hombro para que lo acariciase. Disimuladamente le daba besos. Más difícil y fuerte era cuando estábamos en la habitación de Karadima y Juan Barros, si no se estaba besando con Karadima, veía cuando a alguno de nosotros, los menores, éramos tocados por Karadima y nos hacía darle besos diciéndome: “Pon tu boca cerca de la mía y saca tu lengua”. Él sacaba la suya y nos besaba con su lengua. Juan Barros era testigo de todo esto y lo fue incontables veces, no solo conmigo sino con otros también.
Al ser interrogado, Juan Barros, al igual que los otros obispos, negó haber visto esto y lo atribuye a una especie de vendetta en su contra y en contra del padre Karadima. Monseñor, esto lo he hablado, contado y dicho innumerables veces, hasta en los juicios canónico y penal, pero hoy lo hago como una denuncia ante usted, porque creo que el Santo Padre no sabe estos detalles, ya que si es cierto todo lo que está diciendo, hombres como Juan Barros no tendrían que estar a cargo de una diócesis. Juan Barros ha encubierto todo lo que le cuento, señor Nuncio. Lo testificaré también en el juicio civil en marzo.
Espero se reconsidere este nombramiento, que más que unir a los católicos, tan separados por el daño que se nos ha hecho mediante el abuso sexual y el encubrimiento, nos separa aún más y contradice todo lo que está saliendo de la boca del Santo Padre. Hay tantos sacerdotes buenos que podrían ser grandes pastores, pero no hombres encubridores como Juan Barros.
Juro ante el Señor y Su Santísima Madre que todo lo que digo en esta carta es verdad. Quedo a su disposición si necesita más detalles o profundizar en algo.
Confiado en el Señor, me despido respetuosamente y atento a su respuesta.
Juan Carlos Cruz Chellew