¿Si somos más ricos, por qué debe importarnos la desigualdad?
04.02.2015
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04.02.2015
La encuesta Casen 2013 indica que, como sea que la midamos, la pobreza ha disminuido sistemáticamente desde 1990 a la fecha. La misma encuesta ratifica que la desigualdad se mantiene constante, algo que damos por descontado como un muy mal resultado.
Por esta razón, por años se ha planteado como un gran objetivo para el país disminuir la inequidad de ingresos y se ha intentado implementar diversas políticas para cumplir esta meta, como las actuales reformas, las que han sido foco de críticas porque atentarían contra el crecimiento económico.
A pesar de lo álgido de esta discusión, poco se dice respecto de por qué es importante disminuir la desigualdad y si de verdad vale la pena el esfuerzo, en particular si la pobreza es cada vez menor. Para dar una idea de lo pertinente de esta pregunta, el índice de Gini (*) de Afganistán, según el Banco Mundial, es de 27, mientras que el de Chile es 54. Es decir, Chile es mucho más desigual que Afganistán.
Sin duda, se puede argumentar que la desigualdad es inmoral e injusta, pero eso depende de lo que creamos qué es justo y moral, algo que recae en la esfera de la filosofía o la política o, incluso, la Religión. Mi intención, mucho más modesta, es presentar algunos elementos de juicio a partir de lo que el análisis económico ha dicho sobre este fenómeno.
Sin pretensión de misterio, diré de inmediato que la respuesta desde la perspectiva de la economía es: sí, importa disminuir la desigualdad porque afecta negativamente variables que inciden en la productividad.
Para comenzar, la desigualdad aumenta la tasa de criminalidad. Gary Becker, premio Nobel de Economía, publicó en 1968 un artículo en el cual investiga las motivaciones económicas para cometer un crimen. Si los ingresos de la actividad criminal son mayores a los de un trabajo legítimo, el individuo escogerá delinquir. El valor esperado de la actividad criminal depende del botín obtenido, la probabilidad de ser atrapado y el esfuerzo. Mientras más difícil sea delinquir y mayor la probabilidad de ser atrapado, bajará el valor esperado de la delincuencia y, por lo tanto, habrá menos crímenes, pero si aumenta el botín, mayor será el valor esperado y habrá más delincuencia.
Si la riqueza del país sube por igual, todos serán más ricos, de manera que habrá más individuos cuyo ingreso supere el umbral y, por esa razón, habrá menos delincuencia. Pero si el ingreso de los más ricos aumenta en mayor proporción que el de los más pobres, el valor esperado de la delincuencia se incrementa, pues aumentará el botín, es decir, el ingreso de los más ricos, pero no así el de los más pobres, haciendo más atractivas las actividades ilícitas.
Por lo tanto, según uno de los pilares de las Escuela de Chicago, a mayor desigualdad, mayor será la criminalidad.
Samuel Bowles en su libro de 2012 “The New Economics of Inequality and Redistribution”, presenta una taxonomía de las fallas de coordinación asociadas a la desigualdad que redundan en una disminución de la productividad social. Este tipo de problemas tiene como consecuencia que los resultados obtenidos de un proceso de interacción entre individuos sean menos deseables para alguien y no mejores para nadie. En jerga de economista: el resultado es ineficiente desde la perspectiva de Pareto. Algunos ejemplos son la contaminación, el desempleo o la congestión vehicular.
Los problemas de coordinación surgen cuando los contratos entre individuos son incompletos o difíciles de hacer cumplir, lo que depende de la gobernanza económica del país: derechos de propiedad, formas de competencia y las normas que regulan los incentivos y restricciones de los agentes económicos.
Para Bowles, la desigualdad será un impedimento para el desempeño económico cuando se transforma en un obstáculo para mejoras en la gobernanza que fomenten y estimulen la productividad. Existen tres circunstancias, según este autor, bajos las cuales esto se verifica.
Primero, si la distribución de la propiedad de activos es altamente desigual. En este contexto los trabajadores, que no son propietarios de los activos, no tienen incentivos para comportarse de forma que la productividad aumente, pues estos comportamientos son difíciles de monitorear y, por lo tanto, que se lleven a cabo o no depende en parte importante de la motivación intrínseca. En particular, estos comportamientos tienen que ver con el trabajo duro, la mantención del capital físico, la disposición a asumir riesgos, la adquisición y uso de conocimiento y otros similares. De esta manera, la elevada concentración de la propiedad de los bienes de capital es ineficiente. Por supuesto, la solución no es la estatización y siempre habrá grandes empresas y concentración de los bienes de capital, pero sociedades con una mayor cantidad de empresas de tamaño medio en manos, por ejemplo, de emprendedores e innovadores, o la existencia de cooperativismo, en donde los trabajadores se transforman en propietarios de los bienes de capital, tendrán mejores condiciones para resolver los problemas de incentivos mencionados.
Moverse desde un estado de ineficiente distribución de los derechos de propiedad no es sencillo, pues los trabajadores de bajos ingresos no estarán en condiciones de acceder al mercado financiero para adquirir activos productivos o no estarán dispuestos a asumir el riesgo en un mercado con una alta concentración de la propiedad.
La segunda circunstancia descrita por Bowles ocurre cuando los contratos son incompletos y difíciles de monitorear. En tales casos, será mucho más probable que éstos se cumplan si los individuos confían entre sí. En palabras de Kenneth Arrow: “Normas de comportamiento social, incluyendo los códigos morales y éticos, pueden ser reacciones de la sociedad para compensar las fallas de mercado”. La confianza y solidaridad frecuentemente proveen soluciones de bajo costo a las fallas de coordinación.
Una tercera situación en que la desigualdad afecta negativamente la productividad, está relacionada con los elevados costos que implica mantener una sociedad con estructuras institucionales que sostienen elevados niveles de inequidad. Sociedades altamente desiguales requieren comprometer una parte importante de recursos con la finalidad de hacer cumplir las normas y reglas: policías, cárceles, guardias privados o supervisores laborales, los que corresponden a un porcentaje significativo de la mano de obra productiva. Incluso, en estos casos podría observarse un nivel de desempleo de equilibrio mayor, debido a que éste se usaría como una amenaza para hacer cumplir los contratos. En uno de sus libros, Bowles compara el porcentaje de fuerza de trabajo destinada a la seguridad de una serie de países con un nivel de ingreso per cápita similar, pero con un distinto nivel de desigualdad. El resultado no deja espacio a la ambigüedad: los países con mayor desigualdad destinan una mayor fracción de la fuerza laboral a la seguridad.
Resumiendo, la desigualdad, en teoría, atenta contra la productividad y, en consecuencia, debería tener un efecto negativo en el crecimiento económico.
¿Qué es lo que la evidencia empírica indica al respecto? Los estudios empíricos mostraron por años una relación negativa entre desigualdad y crecimiento, como por ejemplo el trabajo de Alesina y Rodrick de 1994. Sin embargo, en 2000 Kristin Forbes publicó un artículo donde encuentra evidencia de una relación positiva entre desigualdad y crecimiento económico, esgrimiendo como argumento a favor de sus resultados el uso de una mejor base de datos que las utilizadas por sus predecesores. Este hallazgo dio sustento a la idea que se existe una solución de compromiso entre equidad y crecimiento.
No obstante, en 2003 Banerjee y Duflo publicaron un estudio en el cual se señala que existe una relación no lineal entre desigualdad y crecimiento, la cual hace que ante cualquier cambio en la desigualdad, sea un aumento o una disminución, habrá una caída en la tasa de crecimiento en el siguiente período, lo que explicaría que haya artículos que encuentren una relación positiva entre estas variables y otros una relación negativa.
De manera más reciente, un estudio de la OCDE de 2014 muestra que existe una relación negativa entre la desigualdad y el crecimiento.
En conclusión, la desigualdad tiene un efecto negativo en variables que afectan al crecimiento económico. Esto se respalda en el análisis teórico y también en evidencia empírica. Dada la naturaleza no lineal de esta relación, debe existir un nivel óptimo de desigualdad, distinto de cero, que maximice el bienestar social y, aunque desconozcamos la cifra, dista de ser el elevado nivel que se observa en nuestro país. Por lo tanto, sólo desde el punto de vista de la economía, es perentorio hallar la forma de reducir la desigualdad si queremos seguir creciendo y optar al desarrollo económico que tanto anhelamos.
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Referencias:
Banerjee, A. y Duflo, E. “Inequality and Growth: What Data Can Say?” Journal of Economic Growth, 8(3), Págs. 267-99
Alesina, A. y Rodrick, D. (1994) “Distributive Politics and Economic Growth” Quarterly Journal of Economics, vol. (109), 2. Págs 465-490
Becker, G. (1968) “Crime and Punishment: An Economic Approach”, Journal of Political Economy, vol. 76.
Bowles, S. “The New Economics of Inequality and Redistribution”. Cambridge University Press.
Cingano, F. (2014) “Trends in Income Inequality and its Impact on Economic Growth”, OECD SEM WorkingPaper No. 163.
Forbes, K. (2000) “A Reassessment of the Relationship between Inequality and Growth” American EconomicReview, 90(4), Pags. 869-887
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(*) N. de la R: El índice de Gini es una medida de desigualdad que, aunque se puede aplicar a cualquier tipo de distribución no equitativa, generalmente se usa para medir la desigualdad de los ingresos en un país o región. Según la definición que entrega el Banco Mundial: “El índice de Gini mide hasta qué punto la distribución del ingreso (o, en algunos casos, el gasto de consumo) entre individuos u hogares dentro de una economía se aleja de una distribución perfectamente equitativa”.