¿Podemos identificar a los “verdaderos indígenas” a través de un registro de ADN?
22.12.2014
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
22.12.2014
En la edición del 5 de diciembre de El Mercurio, la Fundación Aitue -presidida por Lorenzo Dubois y en cuyo directorio participa la senadora Ena Von Baer- ha propuesto que la genética resuelva quién es indígena y, por lo tanto, quién puede obtener los beneficios económicos que el Estado chileno ofrece a modo de compensación histórica. Para algunos, esta es una idea atractiva que incluso podría beneficiar a los “verdaderos indígenas” al evitar el abuso de aquellos que no lo son, apelando a una ancestralidad que requeriría una justificación “científica”. No obstante, hay una serie de aspectos relacionados con esta idea que deben ser aclarados. El aspecto más relevante es que el ser indígena no es equivalente a ser descendiente de indígenas. Por lo tanto, y para despejar de entrada la inquietud del lector, la respuesta a la pregunta del título de esta nota sería: “no, la genética no puede identificar a los indígenas”.
Pasaré, de todas formas, a revisar algunos aspectos de la genética y su relación con el análisis genealógico de las poblaciones, para contribuir a evitar lamentables propuestas como la recientemente presentada. Porque, efectivamente, existen enfoques teóricos y metodológicos que, desde la genética, permiten estudiar diferentes procesos poblacionales, como por ejemplo la migración y el mestizaje de los grupos humanos. Estos estudios tienen un enfoque estadístico, hipotético inductivo, pues de lo que se trata es, en definitiva, de estudiar la variabilidad de las poblaciones a partir de los individuos que las conforman.
Lamentablemente, el imaginario existente acerca de la genética se ha construido sobre bases erróneas, en desconexión con las teorías modernas de la evolución y de la genética. Se concibe a la genética, equivocadamente, como una disciplina capaz de describir e incluso predecir las características del individuo, en su sentido más amplio. Han aportado a esta imagen de la genética la dimensión determinista de los genes y, por otra parte, desde el ámbito forense, la capacidad de identificar al individuo a partir de sus evidencias biológicas. No obstante, ambas cualidades de la genética no tienen nada que ver con el tema planteado acerca de la herencia biológica desde ancestros a descendientes y, para qué decir, de la identidad étnica de los individuos.
Un ex estudiante me señaló: ‘En mi genoma encontraron un 20% de marcadores genéticos amerindios’. No obstante, uno de sus apellidos es de origen árabe y él se siente chileno. ¿Debería el Estado clasificarlo chileno, árabe o amerindio?
En Chile, la historia del mestizaje presenta características que deben ser consideradas para comprender la inutilidad de un registro genético en los términos planteados por la Fundación Aitue. Uno de los problemas, entre varios, es que esta propuesta parece ignorar el hecho de que el proceso de mestizaje en Chile y América se ha caracterizado por su complejidad y constante transformación. Un hecho que revela estas propiedades son los varios términos que, en la Colonia, fueron usados para designar a las diferentes categorías de mestizos.
Las barreras -tanto culturales como reproductivas- entre los mundos indígena y no indígena nunca han sido absolutas. Fuera de las fronteras indígenas nos encontraremos con una continuidad dada por la migración indígena y, por otra parte, por el mestizaje producido incluso al interior de esos territorios, como sucedió en los casos de los raptos y los malones.
Por otra parte, el conocimiento básico del mestizaje en nuestro territorio nos indica que si hoy aplicáramos un registro de ADN enfocado a la cuantificación del componente genético amerindio obtendríamos, sin lugar a dudas, un continuo entre amerindios y europeos “puros”. Es decir, incluso asumiendo que los derechos indígenas fueran adjudicables por la cuantía de “marcadores genéticos amerindios” que cada habitante posee, cuestión evidentemente fuera de todo enfoque razonable en políticas públicas, resultaría imposible establecer el límite para definir la categoría “indígena”. En la nota citada de El Mercurio se recuerda el concepto de “mapuchómetro”, propuesto por Pedro Melinao el 2006 para referirse, de forma tal vez justificadamente irónica, a las metodologías usadas para certificar la calidad de indígena por la Conadi. De aceptarse una idea como la del registro genético, el mapuchómetro tendría nombres de las máquinas secuenciadoras de ADN que se usan para estos fines; Abi370, por ejemplo.
Un ejemplo de estos reportes es el ofrecido por “23andme”, corporación privada de Estados Unidos. En dichos reportes, existe la categoría “native american”, dentro de la que se clasifican los marcadores genéticos propios de la población amerindia, estando ausente el detalle sobre las diferencias entre las muchas poblaciones amerindias existentes. Un ex estudiante me señaló: “En mi genoma encontraron un 20% de marcadores genéticos amerindios”. No obstante, uno de sus apellidos es de origen árabe y él se siente chileno. ¿Debería el Estado clasificarlo chileno, árabe o amerindio? Lo que está claro, es que la pregunta es del todo absurda, por decir lo menos.
El reporte genómico poblacional entregado por “23andme”explica: “La composición ancestral le informa qué porcentaje de su ADN proviene de cada una de las 31 poblaciones alrededor del mundo. El análisis incluye el ADN que usted recibió de todos sus ancestros, desde ambos lados de su familia. El resultado refleja dónde vivieron sus ancestros hace 500 años atrás, antes que los barcos interoceánicos y los aviones llegaran a escena”. Pueden existir críticas a la explicación del reporte de “23andme”, especialmente respecto de la definición arbitraria de 31 poblaciones en el mundo. Sin embargo, queda claramente establecido que estos marcadores (casi 600 mil sitios del genoma), de alta calidad y poder de resolución, no permitirían establecer quienes son los “verdaderos indígenas” en Chile.
Es curioso que una fundación como la señalada apele a la biología como árbitro ante una discusión que es propiamente cultural y política. Inevitablemente se vienen a la memoria lamentables prácticas que, durante el siglo pasado, instalaron desde la herencia biológica argumentos para una ideología racista.