La reforma pendiente del SENAME: deudas del sistema de protección de niños
07.04.2014
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07.04.2014
Recientemente asumió una nueva dirección del Servicio Nacional de Menores (Sename) ante la expectativa de las organizaciones que trabajamos por la promoción, protección y reparación de los derechos de niños, niñas y jóvenes. Con este nombramiento, se da inicio a un nuevo periodo en la administración de una institución profundamente cuestionada por la opinión pública y por los diferentes poderes del Estado.
Parte de estos cuestionamientos se relacionan con que durante el año pasado se develó la crítica situación del sistema de protección residencial que atiende anualmente cerca de 15.000 niños. Dicha situación no sólo derivó en la visibilización de graves vulneraciones de derechos ejercidas por las mismas instituciones que debían garantizar la protección de los niños, sino que también en la conformación de una comisión investigadora de la Cámara de Diputados cuyo informe fue presentado el pasado 5 de marzo y en el cual se exponen los principales problemas del sistema y un amplio marco de propuestas para su mejoramiento.
El escenario de críticas no dista mucho de los históricos cuestionamientos que recibe el Sename cada año. Sin embargo, comienza a ser altamente preocupante que una institución del Estado, cuya misión es contribuir activamente al respeto y cuidado de los derechos de los niños, esté siendo frecuentemente enjuiciada o haciendo noticia por su insuficiente desempeño en el ámbito de la atención residencial.
Si bien más del 90% de las cerca de 330 residencias no son de administración directa del servicio, ya que son gestionadas por organismos colaboradores privados, es responsabilidad del Sename supervisar la calidad de las prestaciones que los hogares entregan y hacer cumplir las orientaciones técnicas que son, en último término, el marco común de la intervención elaborado a partir de la Convención Internacional de los Derecho del Niño (CIDN). Desde esta perspectiva, ¿cuál es el diagnóstico internacional de la situación residencial en nuestro país?
Chile no sólo sigue siendo uno de los países de América Latina con mayores tasas de internación de niños al año. La realidad de la atención de los hogares también está muy lejos de los estándares y normativas internacionales que se han diseñado para intervenir, desde el respeto y la dignidad, con los niños que se ven enfrentados a la privación del cuidado parental de forma transitoria o permanente. Así lo señala el informe de la UNICEF La situación de los niños, niñas y adolescentes en las instituciones de protección y cuidado en América Latina y el Caribe (2013). En este documento se reiteran varios compromisos pendientes de nuestro sistema: la urgencia por reformular los sistemas residenciales poniendo fin al uso masivo de la internación como una forma de proteger a los niños que han sido vulnerados en sus derechos; la importancia de diseñar e implementar nuevos sistema de supervisión de las residencias, considerando que la gran mayoría son privadas y utilizan fondos del Estado para realizar su intervención. Por sobre todo, se pone énfasis en la necesidad de diseñar una política pública nacional de desinternación centrada en la implementación de programas expresamente dirigidos a la revinculación y al egreso de los niños que se encuentran en los hogares, promoviendo el respeto por el derecho a la identidad y al restablecimiento de los vínculos familiares.
Ahora bien, no se puede desconocer que desde hace algunos años se ha consensuado que parte del problema radica, sin duda alguna, en un significativo déficit -por sobre el 60%- del financiamiento de las residencias de protección. Actualmente las residencias reciben cerca de $130.000 por niño al mes, cifra claramente insuficiente, ya que se estima que el costo real de la atención debiese ser cercano a los $350.000. No obstante, estos recursos no serán suficientes si no somos capaces de reformular los cimientos sobre los que tradicionalmente ha descansado el sistema de protección residencial: formas de atención basadas en la caridad y el asistencialismo que sustituyen a la familia de origen, sin posibilitar condiciones mínimas para que ésta pueda asumir progresivamente el cuidado y protección del niño.
Es importante insistir, según las directrices internacionales y los propios lineamientos técnicos del Sename, que la internación de niños en residencias es una situación excepcional y transitoria frente a graves vulneraciones de derechos. Es aquello lo que justifica su acción, no sólo en la atención de las necesidades básicas y la protección del niño privado de su familia, sino que tiene sentido cuando se asume como tarea fundamental la ejecución de un trabajo, desde el ingreso del niño, claramente dirigido hacia el egreso en el marco de restituir el derecho a vivir en familia consignado en la CIDN.
La tarea es entonces compleja. Por una parte, se requiere establecer nuevas formas de intervención, previas a las situaciones de internación, en donde sea posible abrir espacios de acompañamiento a la familia y puedan ser trabajadas aquellas dificultades relacionadas a la crianza y al cuidado de los niños desde una lógica distinta a la del control social y la desconfianza que generan este tipo de intervenciones. A su vez, es fundamental promover modelos de intervención que trabajen por la restitución del vínculo en aquellos casos de niños internados poniendo especial énfasis en que el trabajo con la familia es posible de sostener sólo cuando se establece un contexto de intervención que no estigmatice o devalúe a los padres, señalándolos a priori como incapaces o inhábiles.
En definitiva, el actual sistema de protección residencial está atravesado por un conjunto de nudos críticos, por lo que una verdadera reforma de este sistema requiere, por una parte, de mayores recursos y de nuevas formas de gestión desde el Sename, que permitan realizar un acompañamiento permanente sobre la labor que realizan cotidianamente los organismos colaboradores a través, por ejemplo, de una mayor supervisión y capacitación de los profesionales que intervienen con los niños y sus familias. Pero por sobre todo, se requiere de la transformación, desde lo administrativo y desde los modelos de intervención, del paradigma de atención tutelar y asistencial que persiste aun sobre la niñez vulnerada y vulnerable. Esta forma de entender la infancia, que históricamente ha privilegiado formas de intervención centradas en la segregación, la normalización y el control, ha sido en definitiva el mayor obstáculo en la promoción, el ejercicio y la restitución de los derechos vulnerados en los contextos residenciales. No hay restitución de derechos si no somos capaces de garantizar desde lo más cotidiano el bienestar y la justicia de los niños y niñas más vulnerados.