Niños en hogares: El castigo por ser pobre
31.07.2013
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31.07.2013
No hay condición de mayor vulnerabilidad para un niño que tener que dejar a sus padres para ir a un hogar. Es un golpe a su autoestima. Más terrible aún es cuando sucede porque sus padres viven en condición de pobreza.
El tema de los abusos cometidos contra menores ya sea en el Sename o en casas de acogidas licitadas por esta institución del Estado no es nuevo ni tampoco es la primera vez que nace preocupación por esta dolorosa situación. Hace algunos días, conversando con una persona muy cercana, me enteré que ya en 2002 se hicieron- al menos en la ciudad de Rancagua- los primeros reportajes en los que se denunciaba que la razón por la cual muchos menores iban a parar a estos centros era simplemente porque sus padres eran pobres. Han pasado más de 10 años y las denuncias siguen llegando a las salas de prensa de pequeños diarios regionales. Algunos salen a la luz pública y otros se quedan olvidados en los escritorios de los editores, quienes muchas veces privilegian otros temas. Al menos yo creo que los periodistas sí podemos hacer un pequeño aporte: usando el olfato periodístico y el talento que Dios nos ha dado para investigar y escribir, podemos hacer que un niño deje de llorar en soledad entre las oscuras paredes de un mal llamado “hogar”.
Era el invierno de 2011 y yo trabajaba en el diario El Rancagüino. Siempre hacía reportajes basados en historias de personas que se acercaban al diario a pedir ayuda, o que escuchaba en la calle; testimonios que a mi juicio había que mostrar a la opinión pública; y que por lo general, causaban impacto y terminaban siendo información de portada.
Una mañana, una mujer muy pobremente vestida y que se expresaba con claridad, se acercó al diario para pedir que escucharan su horrible drama. Coincidimos en la entrada y la invité a pasar. Silvana, comenzó el relato de su historia:
-Era domingo y yo salí a vender a la feria ropa usada que me regalaban. Mi esposo, que trabaja en un supermercado cercano, había salido temprano y nos juntaríamos a las dos a almorzar en casa con los niños. Lo que ganaba los domingos vendiendo la ropa que me regalaban me servía para el pan y para pagar la movilización de mis hijos mayores al colegio, ya que mi esposo gana poco más que el mínimo. Ese día estuvo un poco más lento por ser invierno y me demoré en llegar. Mis dos hijos más pequeños comenzaron a llorar en casa (vivía en un departamento de primer piso propio) y una vecina, con quien yo no tenía ninguna relación de amistad, llamó a los carabineros para denunciar que yo había abandonado a mis niños. Me acusaron de alcohólica y se los llevaron al Sename.
Silvana comenzó un largo peregrinar por los hogares, buscando a sus cuatro hijos menores –tiene seis de un único matrimonio- porque habían sido destinados a distintos centros. Decidí iniciar la investigación, con los antecedentes que nos aportó. El primer centro que visité estaba en Rengo y lo administraba una organización evangélica. Las madres visitaban a sus hijos en condiciones muy similares a las que se dan en la cárcel. Les destinaban una sala fría y oscura para el encuentro. Ellas podían tomarlos y jugar con ellos, pero siempre a la vista del personal del centro. Cuando se cumplía el tiempo asignado para la visita, las madres debían salir. Inevitablemente, tras la despedida, todos los niños quedaban llorando. Era un panorama desolador e impactante. A mí no me cabía en la cabeza que esas madres, estando sanas y en muchos casos con un trabajo, sufrieran ese calvario.
Según lo que pude observar, las madres llevaban leche en caja, yogurt y golosinas; además debían colaborar con pañales, y disponer de dinero para el pasaje. En el caso de Silvana, la situación era peor aún, ya que sus otros dos niños más grandes estaban en otro hogar en la comuna de Quinta de Tilcoco.
Comencé entrevistando a la directora del centro YMCA de Rengo. Era una joven asistente social. Ella me dijo que esas familias debían cambiar, mejorar, y recién ahí se les devolvía a los niños. Yo le pregunté: ¿cómo pueden mejorar sus condiciones si esas mujeres deben acudir a tribunales de familia y visitar a sus hijos, ya que si no lo hacen las acusan de abandono, y a la vez trabajar para demostrar que están en condiciones de dar una mejor vida a sus niños? No hubo una respuesta lógica.
Tras la conversación, en ese centro YMCA de Rengo me explicaron que la administración de estos recintos es licitada a fundaciones u organizaciones sin fines de lucro. Más allá de si hay o no lucro, los autos de las funcionarias del centro que observé estacionados afuera denotan que sus sueldos no son bajos. Investigando sobre el financiamiento de esos centros entendí que entre más niños tienen, mejor, ya que hacen al Estado dependiente de ellos. Eso explica el por qué de los malos informes sobre la condición de las familias de los niños que reciben y el nulo trabajo con sus madres.
Al regresar de Rengo, traje en mi auto a otra mujer cuya hija estaba en el hogar: Paulina Brito (39 años) ya había perdido antes a una hija a través de una adopción. Según lo que me contó, le impedían visitarla y de ese modo les fue fácil acusarla de abandono y dar a la pequeña Magdalena en adopción. La hija menor nació prematura y debido a que era una niña muy delicada y con problemas de salud, el Sename habría pedido su custodia, aludiendo a que la casa de Paulina era de cartón, por lo que su salud corría riesgo. Ahora a Paulina le habían quitado a su tercera hija, Javiera (2 años), acusada de ser cómplice del abuso sexual del que fue víctima su hija por parte del padre. Ella lo negaba, pero aun así colaboró con la investigación de la fiscal del caso, quien con el tiempo desestimó la acusación y lo cerró. Es más, el padre de la niña jamás estuvo detenido por esta causa.
Visité la casa de Paulina y pude constatar que vivía en la extrema pobreza. Se las ingeniaba para trabajar y a la vez hacía esfuerzos sobrehumanos para visitar a su hija para que así no la acusaran de abandono. Su otro hijo de 8 años estaba en otro hogar de Rancagua, ya que, a consecuencias del problema de la niña, la acusaron de madre negligente.
El entonces director regional del Sename, Francisco Moreno, me señaló en una entrevista que esas madres eran muy “cuestionables”, ya que para que un niño llegara a un hogar de su institución se requería la existencia de una justificación grave.
-La condición de vulnerabilidad de un niño en un hogar es muy grande y se produce un intenso sufrimiento. No hay nada más terrible para un menor que llegar a esa condición de abandono. Es un tremendo golpe a su autoestima – dijo.
Sin embargo, a pesar de sus palabras de compasión y lástima por esos niños, en ningún caso habló de buscar una solución.
Fui al hogar de Quinta de Tilcoco, donde estaban los niños más grandes de Silvana, la mujer que se acercó al diario a pedirnos ayuda. Ese hogar, pertenecía a una congregación italiana que años atrás estuvo cuestionada por llevar niños en adopción a Italia. La directora me atendió sólo en la puerta. Al consultarla sobre la situación de los hijos de Silvana, me habló muy mal de ella diciendo que había denunciado malos tratos, abusos de distinta índole y hasta la ingestión de alcohol al interior de esa casa de acogida. La directora dijo que Silvana había puesto pruebas falsas para sacar las fotos con las que hizo la acusación. En esa ocasión, yo vi niños del hogar que estaban cerca de la calle y observé, en general, una despreocupación hacia ellos. Salí de ese hogar defraudada y muy confundida.
Para ayudar a Silvana con su situación personal, le presenté al abogado Marcelo Figueroa para que la asesorara en forma gratuita y así pudiera recuperar a sus hijos. Ella siguió aportando más datos de padres cuyos hijos habían sido arrebatados de manera injusta.
Me presentó a Juan, un hombre de San Vicente de Tagua Tagua, quien vivía un drama similar al suyo. Años atrás había perdido a un hijo, el que -según contó- entregaron en adopción mediante engaños y lo enviaron al extranjero. Según su relato, esta situación ocurrió hace quince años, en un periodo en que él estuvo preso por un robo simple y en que luego salió en libertad por buena conducta. Hacía unos meses le habían quitado a los dos hijos menores de su matrimonio. Juan creía que la razón era porque su mujer carecía de un brazo y al parecer no la encontraban idónea para atenderlos. Pero su casa estaba limpia y ordenada y se ganaba la vida vendiendo ensaladas frescas. Sentía que, en el fondo, lo estaban discriminando por ser pobre.
Juan sí tenía un problema: había castigado a la hija mayor de su esposa por salir sin permiso y llegar a las dos de la madrugada. La menor, de 13 años, tenía fama de rebelde en el barrio en el que vivían en San Vicente, y por lo mismo, había acusado al padrastro de maltrato en su colegio lo que le significó que la llevaran a un centro del Sename. Ese problema con su hijastra gatilló que le quitaran a los otros dos niños. El más pequeño tenía meses y aún tomaba pecho cuando lo arrancaron del alero de su madre. Este padre estaba tan desesperado que hasta mandó a hacer poleras con los rostros de sus hijos para reclamarlos. Toda la comunidad del sector La Puntilla lo apoyaba. Vivía en una mediagua instalada en la sede del club deportivo de su barrio, ya que su casa se había caído con el terremoto.
Publicamos dos reportajes en el diario, con estas historias. Comprobé que era efectivo que los niños vivían en condiciones precarias en los hogares a los que habían sido destinados. Sus padres, al menos les daban amor y una casa pobre pero cálida. En ninguno de los tres casos había justificación real para que esos niños estuvieran en los hogares. Eran familias pobres y muy vulnerables y por eso se les había acusado de malos tratos, abandono y hasta abuso sexual en el caso de Paulina, cuyo hijo mayor vivía en un hogar que posteriormente se cerró.
A partir de la publicación de estas historias, recibimos muchos testimonios anónimos. Una profesora de un colegio del sector norte de Rancagua me contó que los niños de los hogares que iban a su colegio a estudiar, sólo comían la ración que aportaba la JUNAEB en los colegios. Las profesoras juntaban lo que quedaba y les regalaban una colación para la noche. Los niños pasaban hambre en los hogares.
Esta profesora también relató que niños pequeños se trasladaban a pie desde un hogar al colegio por zonas peligrosas. Del hogar nadie se preocupaba de corroborar si realmente iban a clases, si necesitaban algo o si les había pasado algo por el camino. Las profesoras habían recibido denuncias de que los niños sufrían abuso sexual por parte de los niños más grandes. También les quitaban la comida a los más chicos y éstos vivían eternas noches sintiendo hambre y sobre todo soledad. Niños pequeños y adolescentes, todos abandonados a un sistema injusto y lleno de vicios, con jueces de familia indolentes y personas que decían protegerlos y no sabían lo que realmente pasaba.
Pude constatar que nada es más terrible para un niño que lo arranquen de los brazos de su madre. Es ahí donde hay que dedicar todos los recursos del Estado y los privados para intervenir.
El abogado Marcelo Figueroa tomó todos los casos que le llevé, presentó quejas en los tribunales e incluso recuperó a todos los niños, incluyendo a los de Silvana. No llegó a conocer a Paulina, la mujer que conocí en el hogar de Rengo, sino hasta el año siguiente cuando la contactamos para un programa de Megavisión. Nos contó que su hija Javiera estaba perdida y nadie le daba respuestas. Al parecer la estaban preparando para darla en adopción. El abogado Marcelo Figueroa tomó el caso y comenzó a trabajar contra el tiempo para tratar de evitarlo. Hasta hoy, Paulina no recupera a su hija y no tiene información certera sobre ella. Yo, sigo investigando y el abogado también.
Creo de verdad que muchos niños no debieran pasar por los centros del Sename. Es más fácil intervenir a las familias o en último caso, entregar a los niños a custodia de otros familiares o a guardadores, antes que someterlos a ese nivel de vulnerabilidad.
Los niños de Silvana eran hermosos en todo sentido, los dos mayores buenos alumnos y muy disciplinados. No parecían hijos de una madre negligente. Casi todos estos padres eran muy cristianos y participaban activamente en iglesias. Eso los mantuvo fuertes y enteros para enfrentar esta dolorosa situación. De todo esto no me quedó otra cosa que concluir que no hay condición de mayor vulnerabilidad para un niño que tener que dejar a sus padres para ir a un hogar. Es un golpe a su autoestima. Más terrible aún es cuando sucede porque sus padres viven en condición de pobreza.