Ya nadie llorará por ti, Kapuscinski
06.02.2013
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06.02.2013
Autor: Guadi Calvo, publicado en Revista Cultural Centroamericana «CARATULA» www.caratula.net
La frontera entre literatura y periodismo, debe ser una de las más transitadas del mundo, tanto como la de México con los Estados Unidos y casi debe provocar la misma cantidad de muertos.
Cuando en diciembre de 1956 en un viejo café de la ciudad bonaerense de La Plata, donde se jugaba ajedrez, alguien “frente a un vaso de cerveza” le revela, con la contundencia de un disparo, al escritor argentino Rodolfo Walsh, que: “hay un fusilado que vive”, sin saberlo estaba sembrando en Walsh, su obra más importante, Operación Masacre, donde reconstruye los hechos que comienzan la noche del 9 de junio de 1956 en unos basurales de los extramuros de la ciudad de Buenos Aires, cuando un grupo de militantes peronistas, sin juicio previo, son fusilados por el mismo ejército que había derrocado a Perón unos meses antes. En la construcción de ese texto Walsh, periodista y escritor, iba aplicar las leyes de la novela para narrar una historia real.
Operación Masacre, se anticiparía varios años a un nuevo género literario la Non-Fiction (resultado de la unión de dos palabras inglesas que parecerían oponerse Fact: hecho – Fiction: ficción) y al New Journalism, donde abrevarían periodistas y escritores como Truman Capote, Normam Mailer, Tom Wolf y Hunter Stockton Thompson entre otros.
Desde entonces son miles las páginas que se han escrito sobre la porosa frontera entre la ficción y el periodismo. Borges, se refirió alguna vez a la novela como: “ese género tan peligrosamente parecido a periodismo”. Cuando le preguntaron al valenciano Manuel Vicent acerca del momento en que un periodista comienza a convertirse en escritor, contundente como suele serlo, contestó: “cuando se detiene a pensar un adjetivo”.
No sólo la controversia se ha generado acerca de cuanto puede o debe influir la ficción en el periodismo a secas, también entre la ficción y el fotoperiodismo el altercado se ha iniciado mucho tiempo antes con la famosa foto que tomó Robert Capa, Muerte de un Miliciano, en el cerro Murano de Córdoba, en plena guerra civil española, el 5 de septiembre de 1936. La discusión ya lleva décadas, centenares de artículos, algún libro y hasta un documental (La sombra del iceberg, 2007) sobre la autenticidad de la toma, si ese miliciano murió o simplemente posó para el genial fundador de Magnum. Capa nunca contestó a aquella pregunta, pero, en mayo del 1954 pisó una mina en la guerra de Indochina, por si alguien necesitaba un muerto de verdad.
En 1994 el fotógrafo sudafricano, Kevin Carter, hace una de las tomas más crueles de la historia: un famélico niño sudanés, todavía vivo, está a punto de ser atacado por un buitre, la foto fue tapa del The New York Times, ganó el Pulitzer, y dio la vuelta al mundo como la síntesis más absoluta de los daños “colaterales” de una guerra. La foto de Carter acarreó indignación mundial al conocerse que había esperado veinte minutos a que el buitre abriera sus alas y así conseguir más dramatismo todavía. Apenas dos meses después de aquella foto Carter se suicidaría con el monóxido de carbono de su auto. Investigaciones posteriores descubren que el niño ya estaba a cuidado de la Cruz Roja francesa y que fotógrafo solo había elegido un encuadre que favoreciera a su historia. Sí, “ficcionó” la toma, pero qué duda cabe que esa foto dice más contra “La Guerra” que cualquier protesta alrededor del mundo.
Sobre periodistas y escritores, sobre cuanto la ficción puede inmiscuirse en la realidad, pareciera ser también el tema del libro de Artur Domoslawski (Varsovia 1967)Kapuscinski Non-Fiction, (editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores. Barcelona – España 2010). Un monumental trabajo de más de seiscientas páginas sobre Ryszard Kapuscinski, la última gran leyenda del periodismo del siglo XX.
Kapuscinski, (Pinsk, 1932 – Varsovia, 2007) pasó la mayor parte de su vida cubriendo para medios como Sztandar Mlodych, Polytika, la Agencia Polaca de Prensa y el semanario Kultura, las guerras, revoluciones, golpes de estados y revueltas de Asia, África y América Latina. Kapuscinski presenció y dio testimonio, en varios de sus libros, de cómo África abandona su estado colonial para acceder a diferentes estadios de independencia, desde dictaduras aberrantes como la de Idi Amin, a revoluciones de todo cuño, guerras tribales y el surgimiento de maltrechas democracias. Sus primeros viajes habían sido a India y China. Pasó largas temporadas en Tangañica, Zimbabwe, Mozambique, Zanzíbar, Congo, Ghana, Etiopía, Kenia, Rhodesia, Uganda, Irán, Chile, Brasil, México y Centro América, todos ellos lugares en conflicto, zonas de guerras, frentes definidos más por el azar que por la estrategia y sin sucursales de Club Med. Sitios donde los periodistas además de información caliente podían procurase un disparo que le termine la carrera o toda clase de enfermedades que lo llevaran al mismo lugar.
Kapuscinski, lamentablemente, para muchos, que lo querían un mito, no murió de un disparo de Kalashnikov en ninguna calle de Lilongwe ni de Mombasa, o frente a algún pelotón de fusilamiento, murió a los setenta y cinco años en una aséptica cama del hospital Banacha de Varsovia. Sin duda los treinta años de corresponsal de guerra habrían colaboraron mucho en el asunto.
Esa prodigiosa carrera, con más trazos de leyenda como su amistad con Salvador Allende, Ernesto Guevara y Patrice Lumumba, que haya estado cuatro veces por ser fusilado, que alguna vez haya tenido que empuñar un arma y elegir trinchera; que varias enfermedades tropicales lo llevaran al borde de la muerte, su cobertura de la masacre de Tlatelolco, en México, el derrocamiento de Allende, la revoluciones de los Ayatollah, hicieron que se ganara el mote de “el cronista del siglo XX”. Sus libros y sus artículos, han sido traducidos a casi todas las lenguas y lo convirtieron en una celebridad mundial, en candidato al Nobel de Literatura en varias oportunidades, quizás como Borges, Proust, Nabokov o Kafka, hizo lo suficiente para no merecerlo.
Sus artículos han pasado a conformar libros que se evaporan de todas las librerías del mundo: La Jungla Polaca (1962); La Guerra del Fútbol (1969); Cristo con un fusil al hombro (1975); Un día más con vida (1976); El emperador (1978); El Sha o la desmesura del poder (1982); Ébano (2000); Viajes con Herodoto (2004); El Imperio(2007); entre algunos más, se convierten en incunables para cualquier buen lector. A pesar del respeto de intelectuales que van desde García Márquez a Alvin Toffler o John Updike quién escribirá: “sólo después de leer esta descripción (Ejercicios de la memoria) había entendido el significado del caballo en el Guernica de Picasso”. (Pág. 34), los innumerables premios y menciones a su febril actividad como reportero y escritor, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias en comunicación en 2003, su amigo y discípulo Arthur Domoslawski, toma el riesgo de discutir la leyenda y quedar peligrosamente a tiro de la legión de admiradores que Kapuscinski tiene en el mundo. Según lo que se extrae su exhaustiva investigación, quizás algunos de sus textos deberíamos cambiarlos de estantería del ensayo periodístico y trasladarlos a la sección ficción. Aunque Salman Rushdie lo denominaría como “El descifrador de un siglo oscuro y complejo”.
Domoslawski, teoriza sobre las posibilidades de que Kapuscinski fabulara en mucho de los acontecimientos que narró, usando los testimonios de distintos personajes que lo han tratado, que con cierta particular inquina tienden a desautorizar el trabajo de Kapuscinski en diecisiete guerras en tres continentes, a más de fabulador le achacan haber sido muchas veces cobarde y ciertamente acomodaticio, en su relación con el poder en Polonia y su vinculación con el Partido Comunista, según Jerzy Nowak, su mejor amigo por 46 años, dice que“siempre que Ryszard hablaba de esto guiñaba un ojo… Los amigos más cercanos supieron bien que no estuvo a punto de ser fusilado. ¿Por qué lo hacía? Porque sabía que no existe literatura sin las leyendas sobre los escritores”.
Según Domoslawski nunca conoció a Guevara, ni a Lumumba y que a Salvador Allende sólo lo trató muy oficialmente y que a México llegó tiempo después de la masacre de Tlatelolco.
Andrzej Czcibor-Piotrowski escritor traductor y compañero de Kapuscinski, dice: “Muchos escritores se sienten tentados por la autocreación, es decir añadir a su biografía acontecimientos inventados o semi inventados o pintar los hechos reales con colores más vivos –comenta- No hay en ello nada extraordinario. Y a Rysiek, tal como lo recuerdo, le gustaba fabular. (Pág. 53). Todo lo que él decía yo lo dividía cuanto menos por dos- Comenta sonriendo Adam Daniel Rotfeld” (Pág. 170). Un actual jerarca del servicio exterior polaco.
En las seiscientas trece páginas de Kapuscinski Non-Fiction, muchas de las opiniones tienden a demoler con artillería gruesa la leyenda que se creó alrededor de las vivencias del periodista y la finísima prosa del escritor. Las fuentes de Domoslawski, que intenta desacralizan la figura de su biografiado, por momentos no parecen del todo muy exactas.
«Es un desertor- declararon algunos (Pág. 175). Muchos años después los viejos camaradas le guardarán rencor a su antiguo amigo por darles la espalda cuando el comunismo se vino abajo y llegaron otros tiempos.” (Pág. 350).
Domoslawski, intentando darle carnadura humana a la leyenda Kapuscinski, aportará trascendidos y fuentes difíciles de rechequear, pero jamás cruzará a la vereda de su detractores. Honestamente se pregunta, Domoslawski y pregunta.
“Cuando hablaba de su propia vida, “¿escribía” un libro más? El Ryszard Kapuscinski protagonista de los libros de Ryszard Kapuscinski (pues él mismo es el protagonista de casi todos sus libros) ¿es un personaje real? ¿En qué medida lo es también literario? ¿Creó Kapuscinski su propia leyenda? ¿De qué manera? ¿Con qué fin?”(Pág. 51) “- ¿Por que las personas se inventan cosas? Le pregunto a Wiktor Osiatynski.”(Abogado, profesor en distintas universidades de Estados Unidos) “-Para convencerse a sí mismas de que son mejores de lo que en realidad son, para demostrárselo a alguien, para ocultar algún punto débil… Por ejemplo, un cobarde se inventara su valentía; alguien agresivo, su tolerancia. Por lo general falseamos aquello que nos duele.”
“En el caso de un escritor de no ficción como Rysiek hay un motivo añadido. Como el deseo de hacer más atractivo aquello sobre lo que escribe, para animar la lectura para llamare la atención sobre su persona. Las fabulaciones suelen aparecer cuando alguien no tiene la seguridad en sí mismo y debe infundirse algún sentimiento o simular algo. No significa que lo necesite forzosamente, pero él así lo siente. Por lo que usted ha podido determinar, diría que Rysiek inventó cosas todo el tiempo, o en algún momento de su vida las fabulaciones desaparecieron.”
“-Más bien desaparecieron, aunque hay alguna excepción…”
“-Eso confirmaría mis presentimientos. Cuando se hizo famoso y le llegó el reconocimiento, cuando se sintió más seguro y no tuvo que demostrarle nada a nadie ni a sí mismo, entonces dejó de inventarse cosas.” (Pág. 262).
Claro, un escritor que fabula hace a su oficio; para un periodista, el adjetivo suena un tanto descalificador, en otro tramo se dice:
“Sin embargo, dijo tener reservas en cuanto a la exactitud de las descripciones de Kapuscinski. La hierba, por ejemplo: Según Pike (William, periodista británico) apenas alcanza el metro de altura, mientras que en la narración de Kapuscinski crece hasta los dos metros. O como en el caso de la carretera, ancha y plana, que pasó a ser senda peligrosa y bacheada”.(Pág. 171)
Alguien podría preguntarse: ¿Cuál es la razón para confiar en la opinión del señor William Pike y desconfiar de Kapuscinski? ¿Es fundamental la altura de unos pastos en un viaje de cientos de kilómetros? ¿Se asocia a un país africano, en guerra, con carreteras anchas y planas? Domoslawski, ha visto fotografías de aquella carretera ancha y plana. Será la misma que transitaron juntos Kapuscinski y Pike en Uganda en 1988?
Otro de los grandes ejes de conflicto del texto de Domoslawski es en cuanto la vinculación de Kapuscinski con los servicios de inteligencia polacos de la era socialista, aunque Domoslawski deja muy claro que sus informes referían respecto a la situación política de algún país que le tocara visitar y que jamás denunció a ningún compatriota a la muy temida Sluzba Bezpieczenstwàlos (S.B).
No es Kapuscinski el primer periodista en colaborar con la Inteligencia de su país, nunca se ha enjuiciado roles mucho más comprometidos como Graham Greene o William Somerset Maugham, entre otros que han servido a Imperio Británico, responsable de innumerables matanzas a lo ancho del mundo, en lo largo de la historia. Es sabido que casi todos los periodistas norteamericanos, de cierta trascendencia, han debido rendir informes a los servicios de inteligencia como la CIA o el FBI. ¿Por qué en Kapuscinski estaría mal?
“Según se desprende de los documentos del IMN (¿?), durante los más de cuatro años que Kapuscinski permaneció en América Latina apenas facilitó a los servicios secretos unas cuantas notas. Lo firmaba con el seudónimo de Vera Cruz” (Pág. 538).
En los años finales de Kapuscinski, ya caído el socialismo en casi todo el mundo, había quedado a merced de la difamación, el escarnio, la venganza y el revanchismo de los nuevos triunfadores, para un escritor, que deja tras de sí una gigantesca obra como Kapuscinski, no es válido entender que se hubiera inquietado de que finalmente sus libros no fueran sepultados juntos a él.
“Cuando Kazimierz Wolny-Zmorzynskim catedrático de la Universidad de Jagellona de Cracovia y experto en literatura y medios de comunicación, informa a Kapuscinski, poco antes de su muerte, de que en uno de los libros a él dedicados habrá fragmentos biográficos referentes, entre otros a la evolución de sus ideas política, éste estalla: “No va usted a hurgar en mi vida” y amenaza con llevarlo ante los tribunales al investigador que ha dedicado años a estudiar su obra.”(Pág. 95).
El hecho que un escritor ya muerto, quizás el más internacional y conocido del siglo XX de su país, con treinta años de afiliación al Partido Comunista, que nunca abjuró de sus ideas de izquierda en Polonia, un país, hoy controlado por una derecha furibunda, prosternada frente al omnímodo poder de la iglesia católica, se constituya en mito o leyenda es sin duda muy incómodo al poder de hoy. Todo puede ser usado para desacreditarlo.
Finalmente para quienes hayan sido sus lectores, seguidores y admiradores él ya lo había advertido:
“Cuando hay un conflicto bélico de por medio, la objetividad formal puede incluso causar desinformación. Los más grandes reporteros como Orwell o García Márquez, siempre han ejercido un “periodismo intencional” es decir, el que “lucha por una causa”. (¡En ese aspecto no cambió de opinión en toda su vida!)” (Pág. 576).
¿Habrá ficcionado más de lo conveniente, tendrá un lugar genuino la ficción en el periodismo? Quizás sea una discusión para dar a fondo. Quizá de ser cierto lo aportado por Domoslawski, ya nadie llorará por Kapuscinski.