U. del Mar y el derrumbe del modelo que ignora la investigación científica
15.01.2013
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15.01.2013
Las investigaciones judiciales que afectan a universidades privadas y que tienen a dos ex rectores acusados de soborno y cohecho han encendido el debate respecto a cómo se ha desvirtuado el concepto de universidad en nuestro sistema de educación superior.
En el último ranking de publicaciones científicas “Scimago”, la UDM ocupó el lugar 608º a nivel latinoamericano pues publicó menos de 50 artículos en el período 2006-2010. En ese ranking aparecen otras instituciones chilenas en posiciones aún peores. Nadie se escandaliza
En el caso de la Universidad del Mar, tras una década de funcionamiento con autorización del Estado, miles de alumnos han visto su futuro coartado. Y los que lograron egresar antes del naufragio, deberán cargar con el estigma de haberse formado en una casa de estudios sobre la que es razonable dudar de su calidad formativa.
Estas constataciones, sin embargo, parecen importar poco a los operadores de un sistema plagado de planteles que, como la U. del Mar y las otras investigadas, buscan maximizar su rentabilidad y maquillan sus credenciales académicas ante un aparato público que les exige el mínimo. Dentro de ese mínimo no está, por supuesto, la exigencia de hacer investigación. El sistema nos ha acostumbrado a pensar que la investigación científica y la generación de conocimiento, es una opción, un lujo innecesario incluso, y no un pilar del concepto de universidad.
No es extraño entonces que cuando se cuestiona la viabilidad de la UDM, se enumeren muchos problemas pero no se mencione su triste desempeño en materia de investigación científica. En el último ranking de publicaciones científicas “Scimago”, la UDM ocupó el lugar 608º a nivel latinoamericano pues publicó menos de 50 artículos en el período 2006-2010. En ese ranking aparecen otras instituciones chilenas en posiciones aún peores. Nadie se escandaliza. Pero lo cierto es que en estas instituciones y en muchas otras del sistema la palabra “universidad” ha sido vaciada de su significado, de lo que cualquier ciudadano esperaría que hiciera un ente llamado «universidad».
Hoy sufrimos las consecuencias de haber masificado sin freno este modelo de institución. No está claro qué beneficios obtiene el país de instituciones que no crean conocimiento, y cuya formación es dudosa.
Las consecuencias de olvidar el concepto mismo de universidad ya se están haciendo presentes. La calidad de la enseñanza científica en Chile es una de las más deficientes del mundo. De acuerdo al Global Competitiveness Report 2012-2013 en “calidad de la enseñanza en Matemáticas y Ciencias”, nuestro país se ubica 117 de 144 países
En un reciente artículo del Dr. Bernabé Santelices, Premio Nacional de Ciencias 2012 (“Cumplimiento de las misiones Universitarias por las Universidades Chilenas”), se muestra que sólo cinco de las más de 50 universidades del país cumplen las tres «misiones» universitarias: Enseñanza, Creación de Conocimiento y Transferencia Tecnológica. ¿Es esto aceptable? ¿No debiera la investigación científica estar en un lugar principal de relevancia, y no relegado a un «atributo» deseable en las universidades o sólo requerido para forzar su «vinculación con el sector productivo»?
Es evidente que los gobiernos, los de ayer y el de hoy, no han mostrado interés por solucionar esta carencia. Más que exigir a las universidades que se transformen en agentes generadores de conocimiento, las autoridades han «reconocido la diversidad» de tipos de instituciones y han creado fondos que acentúan aun más el problema, a través de rankings y métricas que poco guardan relación con las necesidades del país. En esa “diversidad” se incluía la UDM cuya última acreditación estaba vigente hasta el año pasado.
Las consecuencias de olvidar el concepto mismo de universidad ya se están haciendo presentes. La calidad de la enseñanza científica en Chile es una de las más deficientes del mundo. De acuerdo al “Global Competitiveness Report 2012-2013” en “calidad de la enseñanza en Matemáticas y Ciencias”, nuestro país se ubica 117 de 144 países.
No es extraño tampoco que sólo 3 universidades chilenas aparezcan entre las primeras 50 del ranking Scimago (Universidad de Chile, 10º; Pontificia Universidad Católica de Chile, 14º; Universidad de Concepción, 28º). Ni que el 60% de las publicaciones científicas de los últimos 5 años hayan sido producidas sólo por estas mismas 3 universidades.
Nuestro país ha hecho una enorme inversión en los últimos años, becando a 13.000 estudiantes de Doctorado en los últimos 5 años. ¿Dónde encontrarán nicho laboral estos graduados? ¿Por qué hemos invertido dinero en formar doctores, cuyo trabajo central es investigar, generar nuevo conocimiento, si no hemos creado los espacios donde hacer esa investigación?
En este escenario de poca preocupación por la investigación científica pasa algo contradictorio: nuestro país ha hecho una enorme inversión en los últimos años, becando a miles de estudiantes para que cursen doctorados en Chile y en el extranjero (vía el programa de Becas Chile). Son 13.000 estudiantes de Doctorado becados en los últimos 5 años, una cantidad importante considerando que hoy en todo el sistema de educación superior no existen más de 6.000 académicos con el grado de doctor .
La preparación del capital humano de un país nunca es una mala noticia y, sin embargo, el escenario que se aproxima es de suma gravedad. Si consideramos que la inserción efectiva de Doctores en el sector productivo es marginal, ¿dónde encontrarán nicho laboral estos graduados en los que el país ha gastado muchos recursos de los años de bonanza del cobre? ¿Por qué hemos invertido dinero en formar doctores, cuyo trabajo central es investigar, generar nuevo conocimiento, si no hemos creado los espacios donde hacer esa investigación?
Esta situación genera una lamentable realidad que ya comienza a constatarse: académicos con jornadas parciales, llamados «taxi», contratados por universidades «de docencia» (que no tienen la menor intención de realizar actividades de investigación) o por otras universidades que sí hacen investigación pero no tienen recursos y esperan años para montar laboratorios debidamente equipados para realizar actividades a nivel competitivo. A esto hay que sumar la reciente contratación masiva por parte de varios planteles privados de científicos y académicos (especialmente extranjeros) para realizar exclusivamente actividades de docencia de pregrado, todo para mejorar las credenciales de la universidad y mejorar sus posibilidades de alcanzar la tan preciada acreditación institucional.
Frente a estos problemas aún no hay una respuesta clara de las autoridades. En algunos círculos se discute la idea o «ideal» de que «los graduados reemplacen a los académicos sin grado de Doctor», o fomentando su “inserción” a través de concursos que discriminan a los Doctores formados en Chile, otorgándoles menos beneficios que a aquellos formados en el extranjero. En otros, se debate la idea de que los académicos busquen oportunidades en el mundo empresarial, en un país que se acostumbra muy rápidamente a tildar todo de «innovación», incluyendo avances con escaso contenido derivado de la investigación científica, creando de paso una cuestionable idea de un país que hace e invierte en ciencia.
Es necesario derribar el mito de la investigación científica como un “pasatiempo” de universidades de cierto tipo, y comenzar a exigir al sistema universitario un mayor compromiso en la materia. Universidades como la UDM difícilmente existirían si fueran exigibles algunos estándares básicos en materia de investigación científica
Pero en el plano de la innovación real, aquella que cambia los paradigmas de las disciplinas, Chile retrocede inapelablemente. Si bien el actual gobierno ha hecho esfuerzos por mejorar en aspectos burocráticos, reglamentarios y de condiciones macroeconómicas y políticas, fundamentales en los rankings habitualmente elaborados por diversos organismos, en los pilares de ciencia e innovación la caída es evidente y se siente la carencia de una política de Estado.
Es difícil imaginar una solución al problema por la vía de exigir a las universidades que realicen investigación multidisciplinaria. Hacerlo sería atentar contra la «libertad» concebida desde una ideología económica, y es seguro que el mercado universitario está preparado para dar una dura batalla en su defensa. Ante esa libertad queremos anteponer otra, la libertad creativa del investigador y de la ciencia, que es donde se encuentra el real potencial de la investigación científica como elemento de transformación social. La libertad que entrega nuevo conocimiento a los ciudadanos para que puedan comparar, decidir y demandar a los Gobiernos políticas públicas sustentadas en evidencia empírica y verificable, y la libertad que permite a las universidades formar profesionales mejor capacitados y con mayores oportunidades de realizar una contribución significativa al desarrollo del país.
Para ello, sin duda es necesario derribar el mito de la investigación científica como un “pasatiempo” de universidades de cierto tipo, y comenzar a exigir al sistema universitario un mayor compromiso en la materia. Y, por cierto, necesitamos incorporar a la investigación científica como un requisito sine qua non en la acreditación de calidad de las casas de estudio. Universidades como la UDM difícilmente existirían si fueran exigibles algunos estándares básicos en materia de investigación científica.