¿Se puede confiar en lo que dice The New York Times?
04.04.2008
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04.04.2008
En dos recientes ediciones del diario The New York Times han aparecido artículos que para decirlo francamente dejan mal parado a Chile. Primero, una investigación sobre problemas sanitarios en la industria salmonera; el otro, un editorial criticando los planes de construcción de represas hidroeléctricas en la Patagonia chilena.
No tengo ni expertise ni opinión con respecto al meollo de los temas de salmones y represas. Como decimos en ingles, I don’t have a dog in this fight (mi perro no compite en esta pelea). Entiendo que los cargos y críticas pueden tener consecuencias serias (y las han tenido en la cancelación de ventas de salmones en algunos supermercados de EEUU), y el gobierno de Chile tiene todo el derecho a responder.
Pero sí puedo aportar mi opinión y análisis sobre la manera en como algunos personeros del gobierno han respondido. Además, me parece apropiado comentar la rigurosidad del periodismo que está en juego en este caso y el duro cuestionamiento por parte de personalidades chilenas al rigor del diario neoyorquino.
Nunca he trabajado en The New York Times, y nunca he creído en las cualidades exageradas que a veces se le atribuyen al “prestigioso decano del periodismo norteamericano”. Fui periodista de su competidor, el Washington Post, el diario que publicó la mayoría de mis artículos durante los años en que fui su corresponsal en Chile. The New York Times no es infalible, y como todo otro diario, comete errores. Si hay errores en sus reportajes recientes, es importante apuntar cuáles son y si son tan de fondo para afirmar que las conclusiones de los artículos carecen de validez.
Me preocupa que el gobierno haya elegido una táctica no precisamente basada en hechos para refutar los artículos. El ministro de Energía, Marcelo Tokman, comentando el editorial sobre el proyecto HidroAysén, acusó al Times de «desinformación y sesgo”.
«Chile no necesita que desde el extranjero vengan a enseñarnos cómo hacer las cosas… Llama mucho la atención que se trate de dar lecciones desde un país que ha emitido muchos más gases de efecto invernadero que lo que hace Chile”, dijo Tokman.
Con respecto a la investigación sobre salmoneras, uno de los chilenos más conocidos en el ambiento oficial norteamericano, el ex canciller Juan Gabriel Valdés, rechazó la principal conclusión del artículo sobre condiciones sanitarias y ambientales diciendo que era “una falsedad completa”, sugiriendo además que éste haya sido escrito con una agenda malintencionada para “desprestigiar” a la industria chilena.
Lo anterior me parece insólito, mirado desde la perspectiva de un periodista que cubría a Chile durante la dictadura, cuando Chile estaba luchando para volver a la democracia representada por el actual gobierno. Entonces, The New York Times (y mi diario, el Washington Post, y otros medios “liberales” de Estados Unidos) eran los más fieles amigos de la verdad y la justicia durante el periodo en que muchas veces sólo se podía escribir la verdad de lo que estaba pasando en Chile desde afuera.
Pero eso no es sólo un paréntesis. El punto es si se puede confiar en los hechos presentados por The New York Times y si es valida la crítica de que sus artículos negativos sobre Chile tienen que ver con su calidad de extranjero por un lado o con malas intenciones por el otro. También es relevante otro punto: The New York Times ha sido uno de la más acérrimos críticos de la falta de acción del gobierno de Bush en cuanto a resolver el problema del calentamiento global. Su crítica editorial es coherente con esa línea editorial.
Lo que sí puedo afirmar es que el chequeo de datos en un diario como The New York Times es sistemático y riguroso. El periodista, tanto en una investigación en las páginas de noticias como en la pagina editorial, tiene que someterse a las preguntas a veces desafiantes y sumamente escépticas de sus editores. Y las preguntas también apuntan a un posible sesgo o agendas políticas no sólo del reportero sino también de sus fuentes. El principio es: mayor interés político, menor credibilidad. Hay “alergia” a las fuentes que son abogados de una sola causa, aunque sea la más noble, como el ambientalismo o la equidad social.
Al periodista puede parecerle una inquisición, pero no importa. Tiene que aguantar las preguntas sobre los hechos mas básicos de su reportaje: “¿De dónde sacaste esto?, ¿este estudio fue producido por una organización con cierta tendencia?, ¿tienes otros datos para confirmar tus conclusiones?”.
La idea de que soy un buen periodista, así que a mí no me vienen con dudas, simplemente no existe. Me corrijo. Sí ha existido: The New York Times cometió graves errores en varios artículos sobre las justificaciones para la guerra en Irak que se basaban en una periodista importante que se había convertido en canal no-critico de informaciones erradas del gobierno de Bush. El diario sufrió mucha perdida de credibilidad y durante mucho tiempo ha estado pagando sus pecados públicamente.
Ese es el punto: cuando hay errores, el diario los corrige. La página de correcciones se ha convertido en un régimen regular y casi obsesivo de los mejores diarios.
En las páginas de noticias, cada día se publica una sección en la página cuatro “Corrections: For the Record”. Para el periodista que comete un error, la publicación de una corrección es un balde de agua fría. Y en el archivo digital del diario, la corrección siempre aparece junto con el articulo original.
El rigor es aún más importante en la página editorial ya que la dosis de opinión y análisis pierde credibilidad por la presencia de errores que pueden aparecer insignificantes. El mismo día en que apareció el editorial sobre HidroAysén, la misma pagina editorial publicaba una corrección sobre un detalle tan chico como el nombre de un oficial que apareció mal escrito: “Nimitz” en vez de “Nimetz”.
En este contexto, el argumento de que los extranjeros no nos vengan a dar lecciones, es arrogante. Como extranjero que ha escrito mucho sobre Chile, es un argumento que han usado mucho contra mí (en otras épocas). Como si los hechos en la boca de un extranjero no son los mismos expresados por un chileno. Para mí, los hechos son los hechos. El argumento válido contra otro basado en hechos sólo puede ser la refutación de los hechos: mostrar que son erróneos o demostrar que el desarrollo lógico del argumento es erróneo.
Si no se puede hacer ninguna de las dos cosas, la táctica es “atacar al mensajero”. Una falacia, pero muy efectiva. Por eso que se usa tanto, especialmente en el mundo político. Tu argumento es falso porque eres ignorante, feo, eres comunista/pinochetista (¡elige uno!), o porque eres extranjero.
El embajador de Chile ha escrito una carta a The New York Times. Espero que se publique aunque sea como carta dando los argumentos que no aparecían adecuadamente en los artículos. Pero si se pueden presentar errores de hechos, pongo las mano al fuego de que The New York Times publicaría la corrección correspondiente en la página cuatro.
*John Dinges es profesor la Universidad de Columbia