Informe sobre la “felicidad”: El bienestar en tiempos de malestar
24.08.2012
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24.08.2012
Durante los últimos años ha habido un creciente interés por desarrollar métricas para estudiar la satisfacción, la felicidad y el bienestar subjetivo. Ello se puede entender como un intento de estar en sintonía con las nuevas demandas “postmateriales” (es decir, aquellas que se sitúan más allá de las necesidades físicas y materiales básicas) que posicionan a la subjetividad misma como “cuestión social”, o -paradojalmente- como un efecto de la declinación del “Estado de Bienestar” en la historia reciente de las sociedades. La denominada “economía de felicidad”, de la mano de la “psicología positiva”, ha intentado replantear el diseño de las políticas públicas para introducir el bienestar de las personas como objetivo del desarrollo. De ahí que distintos países de la OCDE intenten construir nuevos indicadores de progreso y bienestar alternativos al PIB (el caso paradigmático es la “comisión Stiglitz” formada por Nicolás Sarkozy en Francia).
Ya lo decía Robert Kennedy en 1968: “El PIB lo mide todo, excepto aquello que hace que valga la pena vivir la vida”. Sin embargo, aún no es claro cómo las políticas públicas pueden impactar directamente en el bienestar subjetivo de las personas (salvo por algunos estudios en salud mental en Inglaterra).
Estos antecedentes son el contexto en el que se inscribe la realización del último Informe de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): «Bienestar Subjetivo: el desafío de repensar el desarrollo», así como la decisión de incluir la medición de la satisfacción en la última encuesta CASEN. Todo indica que Chile ha decidido incluir la medición del bienestar subjetivo en las estadísticas oficiales.
Pero ¿qué concluyeron estas mediciones? En la encuesta del PNUD, en una escala de 1 a 10, Chile obtiene un promedio nacional de 7,3 puntos (7,2 en la CASEN); en la encuesta CASEN el 63,1% de los chilenos se declara “alta y completamente” satisfecho con su vida, mientras que sólo un 9,8% declara estar “completamente insatisfecho y poco satisfecho”. Sin embargo, el bienestar y la satisfacción se encontrarían desigualmente distribuidos: según el PNUD, la satisfacción con la vida aumenta con el nivel socioeconómico (el 90% de las personas del grupo ABC1 se encuentran muy satisfechas con sus vidas, mientras sólo el 56% del grupo E declara lo mismo); según la CASEN, el 20% más pobre se declara más insatisfecho (6,5) que el 20% más rico (8,0), y los hombres tienen mejores índices que las mujeres.
Estos resultados abren nuevas preguntas sobre las cuales quisiéramos detenernos.
¿Cómo medir el bienestar subjetivo?
Que las políticas públicas se preocupen por la felicidad y el bienestar subjetivo puede ser pensado como un síntoma del desplazamiento contemporáneo de los conflictos desde el espacio político y social hacia el espacio de la intimidad; es decir, la pregunta por la felicidad y el bienestar subjetivo puede derivar perfectamente en un ejercicio (propio de la ideología neoliberal) de despolitización.
En términos generales, existen tres grandes enfoques para construir un “termómetro del bienestar”: (a) la “imputación de bienestar”, donde la vida de una persona y su bienestar es juzgada por terceros; (b) la “presunción del bienestar”, que mide aquellos factores que se presuponen relevantes para el bienestar (tradicionalmente se le asigna un mayor peso al ingreso); y (c) el enfoque del “bienestar subjetivo”, el cual se basa en preguntar directamente a las personas acerca de su bienestar y satisfacción.
Al tratarse fundamentalmente de una experiencia, este último enfoque utiliza como variable el bienestar declarado por las personas, lo cual se ha tendido a privilegiar en las métricas contemporáneas. Este es precisamente el enfoque que han asumido la encuesta CASEN y el PNUD. Si bien es posible levantar una serie de críticas metodológicas al modo como fue elaborado el “termómetro del bienestar” en la encuesta CASEN (la pregunta incluida fue: “¿Cuán satisfecho está con su vida en este momento tomando en consideración todas las cosas?”), no viene al caso discutir aquello aquí. Sí nos gustaría destacar que el PNUD logra desmarcarse del discurso (y la “industria”) de la felicidad, insistiendo en los determinantes sociales del bienestar subjetivo.
¿Qué ventajas presenta introducir mediciones del bienestar subjetivo?
Sin duda, una primera ventaja es que permite desmitificar una serie de creencias economicistas. Bajo el mito de que sólo importa el crecimiento económico, generalmente se presume que hay una relación estrecha entre ingreso y bienestar, que esa relación es idéntica para todas las personas y que el bienestar es comparable. Sin embargo, los estudios de corte transversal sugieren que si bien los ingresos económicos contribuyen a aumentar el bienestar, no es pertinente hacer la inferencia del bienestar de las personas sólo en base a ellos. Es lo que se conoce como la “paradoja de Easterlin”: el ingreso presenta rendimientos marginales decrecientes en el bienestar. Dicho de otro modo, el dinero importa, pero más allá de cierto umbral, no hace la felicidad. De hecho, es posible que el PIB se triplique, y sin embargo no aumenten los índices de bienestar subjetivo (incluso pueden disminuir). Al ser un país en vías de desarrollo, Chile parece encontrarse aún en un período de relación positiva entre ingreso y felicidad, aunque esto es algo que es necesario analizar en más detalle (el primer “Informe de Felicidad en el Mundo”, elaborado recientemente por la Universidad de Columbia, bajo encargo de la ONU, sitúa a Chile por debajo de países con menor ingreso per capita).
Esto ha sido relevado de manera acertada por el PNUD: el bienestar subjetivo depende tanto del acceso a bienes económicos como de la disponibilidad de bienes relacionales y del desarrollo de “capacidades” (gozar de una buena salud, desarrollar un proyecto de vida, etc.), las cuáles también se encuentran desigualmente distribuidas en Chile.
¿Cuál es la especificidad del bienestar de los chilenos?
El de Chile parece ser un bienestar en el malestar. Parece cómico que la presentación del informe sobre bienestar se haya realizado mientras en paralelo presenciábamos una masiva manifestación de malestar social por parte de los estudiantes. Ahora bien, en un Chile marcado recientemente por la manifestación de un difuso “malestar” social, ¿cómo explicar que altos niveles de bienestar subjetivo vayan acompañados de un profundo malestar social? En efecto, llama la atención la discontinuidad entre bienestar subjetivo y malestar social (e incluso sufrimiento psíquico). Por ejemplo, según la encuesta CASEN, Aysén aparece como una de las regiones con mayor satisfacción (7,7); sin embargo, fue el foco de grandes movilizaciones de descontento o malestar ciudadano y es la zona con mayor tasa de suicidio en Chile. Asimismo, los jóvenes de entre 15 y 24 años aparecen como los más satisfechos con su vida (7,4); sin embargo, poseen la mayor tendencia al alza en las tasas de suicidio, lo cual los ha transformado en objeto prioritario de uno de los objetivos sanitarios de la década.
Por su parte, el informe del PNUD muestra que la satisfacción de los chilenos con sus vidas personales ha aumentado (77% se siente muy satisfecho y satisfecho), la mayoría (55%) considera que hoy su vida es mucho mejor que hace diez años; sin embargo, aumenta la desconfianza en las instituciones (sólo un 20% tiene mucha y bastante confianza en las instituciones) y se ha incrementado el malestar de las personas con la sociedad. En síntesis, “satisfechos y descontentos”: tal es el diagnóstico de la subjetividad en Chile.
La tesis del PNUD es simple: los chilenos están cada vez más satisfechos con sus vidas, pero son cada vez más críticos con la sociedad. Lo que no resulta tan simple es explicar esta aparente paradoja. De hecho, en la presentación oficial del informe, el gobierno insistió en la primera parte de la tesis, ensombreciendo la segunda.
Los resultados del Informe PNUD nos colocan precisamente en el desafío de comprender la diferencia cualitativa que existe entre la valoración de la propia vida y la que se hace de la sociedad en la que convivimos. ¿Cómo es posible que satisfacción personal y malestar con la sociedad puedan coexistir? Ensayamos aquí algunas hipótesis. La más sencilla -y es aparentemente la clave de lectura que utiliza el PNUD- es que las personas no utilizan los mismos criterios para evaluar su vida y para evaluar a la sociedad; es decir, los individuos utilizarían distintos “códigos semánticos” al momento de evaluar su propia situación, escindiendo las dimensiones individual/social.
Una segunda hipótesis es que -dado que los chilenos declaran que su vida es mucho mejor que antes- las respuestas se sostienen en cierta “inflación de expectativas”, las cuales se cristalizan en una fantasía respecto al futuro, la cual construye la imagen de que se llegará a tener una mejor posición social individual, pero que la sociedad impone límites a dicha realización. En efecto, en una sociedad de consumo, podemos ser felices mientras no perdamos la esperanza de llegar a ser felices.
Una tercera hipótesis es que en el momento en que las personas elaboran sus respuestas se ven confrontadas a cierto “imperativo de felicidad” que, en tanto ideal social, las interpela a declararse satisfechas con su propia vida; dicho de otro modo, la sociedad simplemente no nos permite reconocer que podemos sentirnos tristes con nuestra propia vida.
No es claro cuál de estas hipótesis es la que mejor explica la paradoja. Pero el hecho es que la paradoja existe.
¿Es realmente posible conocer mejor los niveles de desarrollo individual y social midiendo el bienestar subjetivo?
Dicho en otras palabras, lo que se está midiendo con una batería determinada de preguntas individuales sobre la satisfacción con la propia vida, ¿corresponde para la población chilena a un indicador de mejor calidad de vida o de desarrollo humano y social? ¿O nuestra sociedad no ubica, como en Europa, el bienestar como principal sentido de vida, sino que se desarrolla en función de otros valores como la vergüenza y el rechazo a ser sujetos de políticas públicas? En sociedades tan particulares como la nuestra, las personas pueden estar satisfechas con la propia vida y, a la vez, vivir movilizadas por sentidos tan diametralmente diversos como el mérito personal o la justicia social, emprendiendo estilos de vida que además pueden ser objetivamente dañados.
Por cierto, no deja de ser evidente la impronta del sociólogo Norbert Lechner en éste último informe del PNUD: ya sea incorporando la subjetividad en la discusión sobre el desarrollo, insistiendo en el desajuste entre subjetividad e instituciones como efecto del particular proceso modernizador chileno, o promoviendo la necesidad de considerar otras dimensiones además del crecimiento económico. Pero lo que resulta más llamativo, es su llamado a no descuidar el “potencial transformador del malestar”, la capacidad de expresarlo y encausarlo para generar cambios en la sociedad. Uno se ve tentado a leer entre líneas que el PNUD habla de la posibilidad cierta de politizar el malestar. ¿Se habrá percatado el gobierno de ello?
No cabe duda que las sociedades deben preguntarse por los niveles de bienestar subjetivo de sus miembros y por su relación con una serie de variables (bienestar material, previsión social, salud mental, etc.). Ello es fundamental desde la perspectiva del desarrollo humano. Sin embargo, este énfasis no debe ser asumido de manera ingenua, puesto que existe el peligro de celebrar la felicidad en la pobreza o el bienestar en la vulnerabilidad; una mala interpretación del conjunto de resultados de la CASEN y el PNUD puede intentar convencernos que siendo pobres podemos igualmente ser felices y que, para estar bien, basta tener la disposición a valorar las cosas buenas de la vida y las propias capacidades, aunque éstas estén latentes, esperando a ser descubiertas. Se pueden desatender una serie de problemas estructurales que no son “postmateriales”, sino estrictamente materiales (por ejemplo, la alarmante precariedad laboral que sufren nuestros trabajadores).
Además, el hecho de que las políticas públicas se preocupen por la felicidad y el bienestar subjetivo puede ser pensado como un síntoma del desplazamiento contemporáneo de los conflictos desde el espacio político y social hacia el espacio de la intimidad; es decir, la pregunta por la felicidad y el bienestar subjetivo puede derivar perfectamente en un ejercicio (propio de la ideología neoliberal) de despolitización. No es casualidad, entonces, que todos los días nos inviten a “destapar la felicidad” en una botella de Coca-Cola.