Ideas que defender, ideas que atacar
13.06.2012
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13.06.2012
“En tiempos en que la costumbre entre los intelectuales es poner sus credenciales académicas al servicio de sus egos y carreras individuales, el aporte de Atria aparece como una luz de esperanza”.
Cuando escucho a los medios y políticos incansablemente repetir, por ejemplo, que la gratuidad de la educación es regresiva, no puedo evitar recordar esa idea que nos repetían de niños según la cual no se podía tomar Coca Cola después de comer Peta-Zetas porque podía explotarnos el estómago. Es que algo tienen en común las ideas dominantes sobre educación en Chile y las ideas que se le cuentan a los niños para orientar su comportamiento. Ambas son en su mayoría falsas.
La diferencia, claro, está en que por más falsas que sean, las segundas se difunden con objetivos más bien nobles, como evitar que en la etapa más importante de nuestro crecimiento y formación de hábitos nos alimentemos en base a basura. La nobleza de las primeras, en cambio, merece ser puesta en duda a la luz de las consecuencias que han tenido: sostener en el sentido común las bases de un modelo educativo que beneficia a los ricos y reduce brutalmente los horizontes de vida de la gran mayoría.
La costumbre de crear y difundir ideas falsas que legitiman, de modo intencionado o no, determinadas formas de organizar la vida humana, es “más antigua que el hilo negro”. Desde hace un tiempo, sin embargo, se ha puesto de moda sostener que no se puede catalogar de falsa una idea porque eso implica creer en la existencia de ideas verdaderas, lo cual vendría siendo un acto profundamente autoritario. Lo que hay, dicen, son “puntos de vista”. A esta moda se han sumado las élites de nuestro país para defender su modelo de sociedad.
Mientras tanto en el planeta Tierra, como telón de fondo de ese crucial debate, hay gente que mata y muere por “puntos de vista”. Gente que se crucifica viva, gente que secuestra aviones y los choca contra edificios, gente que obliga a otra gente a creer en un tipo de relaciones humanas que la condena a la infelicidad. Hay puntos de vista que implican negarle a millones de jóvenes la posibilidad de ser sujetos de su propia vida. Renunciar por tanto a enfrentar esos puntos de vista es renunciar a incidir en nuestro propio futuro.
Allí hay un primer valor en los artículos contenidos en este libro, pues más allá de la utilidad contingente de su reflexión, Atria se la juega por demostrar que siempre habrán ideas verdaderas que defender e ideas falsas que atacar mientras ello aporte a que el bienestar, la felicidad y el desarrollo pleno de unos no dependa de la miseria, la infelicidad y la ignorancia de otros. En tiempos en que la ausencia de nuevas verdades humanas nos tiene de rodillas ante las verdades del dinero, un esfuerzo como este no resulta para nada trivial.
Pero poco importa la veracidad abstracta de una idea si no logra movilizar conciencias. Una idea es veraz si logra ser la expresión de movimientos subterráneos de la sociedad y toma fuerza si contribuye a que esos movimientos adquieran conciencia propia y puedan darse dirección.
En ese sentido, la batería de ideas críticas pero a la vez llenas de alternativa, que nos entrega Atria, rebosa veracidad. Se trata de una reflexión que articula y sistematiza verdades sentidas por miles de jóvenes que por varias generaciones no han cesado de luchar por hacer que la educación permita el desarrollo pleno de todos.
En tiempos en que la costumbre entre los intelectuales es poner sus credenciales académicas al servicio de sus egos y carreras individuales, el aporte de Atria aparece como una luz de esperanza. Es la íntima relación con la lucha y los anhelos de millones lo que hace de un ejercicio intelectual como el suyo una poderosísima herramienta política. ¿Herramienta para qué? Bueno, para que no puedan seguir tratando como niños a todos quienes se cansaron de bailar el baile de los que sobran y hoy trabajan por construir una nueva mayoría social y política que cambie Chile.