La guerra de Galio
18.01.2011
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18.01.2011
La novela de Héctor Aguilar Camín es ya un clásico. Fue publicada por primera vez en 1990. Mientras en Chile los escritores de esos años se dedicaban a novelas de papá y mamá y a mirarse el ombligo, Aguilar Camín puso en escena las miserias de la política latinoamericana, las pequeñeces del poder y la forma cómo nuestros países succionan y muelen a sus mejores generaciones. A 20 años de su lanzamiento es un clásico de la literatura moderna y sigue siendo constantemente pedida en las librerías. De ahí la decisión de Catalonia de reimprimirla en Chile.
García Vigil, el inolvidable protagonista de La Guerra de Galio, es un intelectual que fracasa en su matrimonio. Pero en vez de concentrarse en lo que siente, en sus procesos internos, es arrastrado por el agujero negro que es la política mexicana.
El Gatopardo de Lampedussa se puede valorar y recordar por muchos elementos, pero también porque le regaló a las sociedades el concepto del gatopardismo, el cambio que permite que todo siga en lo esencial, igual. La guerra de Galio nos entrega una imagen clave para entender a las sociedades latinoamericanas, violentas y cínicas. Es la idea de una paz social conseguida a punta de matanzas. Esta idea cruza toda la novela pero está sintetizada en una perorata que le lanza Galio a Vigil cuando éste parece encaminarse a los placeres amatorios.
“Hemos echado un velo institucional sobre el origen de nuestra paz, que no es otro que la violencia ejercida contra los que la ponen en peligro: los locos, los criminales, los disidentes. ¿Dónde se administran esas segregaciones? En los sótanos. ¿Me comprende usted? Vea esa hilera de señoras que van al supermercado y ponen en su camino chuletas, costillas, filetes. ¿Cuántas podrían soportar el olor a sangre fresca de los rastros donde se preparan esas carnes? ¿Cuántas podrían soportar la mirada melancólica de la vaca a punto de ser sacrificada y presenciar sin desmayarse la escena del puntillazo sobre el animal? ¿Y cuántas podrían asistir al destazamiento, el corte de las chuletas, etcétera? ¿Cuántas de ellas o cuántos de nosotros, ciudadanos carnívoros, seríamos capaces de empuñar el cuchillo del carnicero y matar, destazar, limpiar las vacas necesarias para que haya filetes en el supermercado? Si viéramos al matarife ejecutando su labor, la gran mayoría de los que usufructuamos su trabajo, encontraríamos su oficio repugnante, inhumano, siniestro, como en efecto lo es. Pero sin ese repugnante oficio de matar y destazar vacas, no habría los limpísimos trozos de carne para uso de los limpísimos ciudadanos que aborrecen el proceso pero aman el resultado. Pues así como todos comen la carne limpia, cuyo proceso de matanza y destazamiento no soportarían ver, los que comemos filete público de la paz nos rehusamos a mirar el proceso de matanza y destazamiento que la produce”.
Aquí, el memorable prólogo de la novela donde el historiador, maestro de Vigil, argumenta en contra de la actualidad; y el primer capítulo de una novela que hay que llevarse de vacaciones.