La disyuntiva del pragmatismo: entre la izquierda brahmánica y la socialdemocracia adaptativa
21.04.2025
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
21.04.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER recorre las experiencias de las socialdemocracias nórdicas que tuvieron que ajustar sus programas a la realidad de la inmigración o la defensa, para analizar las críticas que sectores de izquierda han hecho al gobierno del Presidente Boric, incluso diciendo que se ha “derechizado”. Sostiene que “el pragmatismo demostrado por Boric en ciertos ámbitos no representa necesariamente una traición a los principios progresistas, sino un reconocimiento maduro de que la transformación social es un proceso complejo que requiere flexibilidad táctica y sensibilidad a las resistencias sociales e institucionales”.
Imagen de portada: Sebastián Beltrán / Agencia Uno
El debate sobre si el gobierno de Gabriel Boric se ha derechizado o si, por el contrario, ha dado muestras de un pragmatismo necesario frente al cambio experimentado en las condiciones políticas y económicas que le ha tocado enfrentar, dice relación, con un fenómeno que refleja una disputa más profunda y compleja que atraviesa a las izquierdas globales en el siglo XXI: la tensión entre lo que Thomas Piketty denomina una “izquierda brahmánica” —elitista, académica y axiológicamente rígida— y otra izquierda que, sin renunciar a sus principios fundamentales, comprende que la política no puede divorciarse de las contingencias y desafíos de la realidad.
El economista francés utiliza este término —aludiendo al estrato superior del sistema de castas hindú— para describir la transformación de ciertos segmentos de la izquierda, que han transitado desde sus raíces obreras hacia una versión más elitista, académica y culturalmente centrada. Esta nueva izquierda ha desplazado su foco desde las preocupaciones económicas tradicionales hacia cuestiones identitarias y culturales, alejándose progresivamente de su base electoral histórica: los trabajadores sin educación universitaria.
En contraste con esta aproximación, las socialdemocracias nórdicas ofrecen ejemplos paradigmáticos de adaptación. Quizás el ejemplo más elocuente lo encontramos en la Dinamarca de Mette Frederiksen.
Como señala David Leonhardt en el NYT, desde 2019 los socialdemócratas daneses han implementado un programa progresista que incluye: jubilación anticipada para trabajadores de cuello azul, la “ley Blackstone” contra la especulación inmobiliaria, el primer impuesto mundial al carbono para ganado, conservación del 15% de tierras agrícolas, y ampliación del acceso al aborto.
Sin embargo, hay un ámbito en el que Frederiksen y su partido adoptan un enfoque radicalmente diferente al de la mayoría de la izquierda global: la inmigración. Hace casi una década, tras una oleada migratoria provocada por las guerras en Libia y Siria, ella y sus aliados modificaron la posición de los socialdemócratas para hacerla mucho más restrictiva. Abogaron por niveles más bajos de inmigración, esfuerzos más decididos para integrar a los inmigrantes y la deportación rápida de quienes entraran ilegalmente. Una vez en el poder, el partido ha implementado estas políticas.
Como explicó la propia primera ministra: “La política de izquierda depende de soluciones colectivas en las que los votantes se sienten parte de una comunidad o nación compartida. De lo contrario, no aceptarán los altos impuestos que financian un sólido Estado de bienestar”. Según su perspectiva, altos niveles de inmigración pueden socavar esta cohesión, imponiendo cargas a la clase trabajadora que los votantes más acomodados logran eludir en gran medida: programas de beneficios sobrecargados, escuelas masificadas y mayor competencia por vivienda y empleos no cualificados.
Los resultados electorales parecen darle la razón. El Partido Popular Danés (extrema derecha) ha tenido un desempeño tan pobre en las últimas elecciones que se ha formado un partido rival de extrema derecha, que también ha tenido dificultades. Mientras tanto, en la vecina Suecia, políticos que alguna vez criticaron el enfoque de Frederiksen han comenzado a emularlo tras un aumento significativo de la violencia armada, con inmigrantes cometiendo una proporción desproporcionada de estos delitos.
Por su parte, Noruega presenta otro caso ilustrativo de adaptación pragmática frente a circunstancias cambiantes. El Partido Laborista noruego, uno de los pilares históricos de la socialdemocracia nórdica, ha sabido recalibrar sus posiciones en materia de defensa y política económica para responder a un escenario internacional incierto.
Ante el desacoplamiento de los Estados Unidos bajo la administración Trump y la consiguiente incertidumbre sobre la protección europea, los laboristas noruegos han dado un paso significativo: permitir que los fondos de pensiones del país —el mayor fondo soberano del mundo, valorado en más de un billón de dólares— puedan invertir en empresas de defensa, rompiendo con un tabú histórico que vetaba estas inversiones por razones éticas. Este giro, lejos de representar una traición a los principios socialdemócratas, refleja una comprensión más matizada de la necesidad de garantizar la seguridad nacional y regional en un contexto geopolítico inestable.
Esta adaptación pragmática no ha implicado, sin embargo, el abandono del compromiso con el Estado de bienestar, sino que ha buscado garantizar su sostenibilidad a largo plazo en un escenario geopolítico cambiante. Los socialdemócratas noruegos han comprendido que, en última instancia, la viabilidad del modelo de bienestar depende también de la estabilidad y seguridad del país y su entorno inmediato.
Quizás el ejemplo más notable de adaptación pragmática lo encontramos en la reciente decisión de Suecia y Finlandia de solicitar su ingreso en la OTAN, rompiendo con décadas de neutralidad oficial. Tras la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, ambos países —especialmente Finlandia, con sus 1.340 kilómetros de frontera compartida con Rusia— percibieron una amenaza potencial a su futura independencia que no podía ignorarse en aras de mantener una postura de neutralidad que había sido un pilar de su identidad nacional. Sanna Marin, entonces primera ministra socialdemócrata de Finlandia, y Magdalena Andersson, su homóloga sueca, no trepidaron en impulsar la adhesión a la OTAN, conscientes de que la protección de la soberanía nacional y la seguridad de sus ciudadanos requerían una reconsideración profunda de posturas históricas.
Esta decisión, lejos de representar una capitulación ideológica, demostró la capacidad de la socialdemocracia para adaptar sus principios a realidades cambiantes sin perder su esencia. El compromiso con la paz y la cooperación internacional no se abandona, sino que se reinterpreta en un contexto donde las amenazas existenciales demandan nuevas estrategias y alianzas.
La rigidez de la izquierda brahmánica, su incapacidad para reconocer las preocupaciones legítimas de sectores importantes de la población y su tendencia a moralizar cuestiones complejas, ha contribuido significativamente al ascenso de movimientos de extrema derecha en Europa y otras regiones. Al desdeñar inquietudes genuinas relacionadas con la inmigración, la seguridad o las transformaciones culturales aceleradas, calificándolas simplemente como expresiones de xenofobia o racismo, esta izquierda elitista ha dejado un vacío que los movimientos populistas de derecha han sabido ocupar hábilmente.
La experiencia danesa resulta particularmente instructiva en este sentido. Al adoptar una postura clara y matizada sobre la inmigración, reconociendo tanto sus beneficios como sus potenciales desafíos para la cohesión social y el Estado de bienestar, los socialdemócratas lograron neutralizar a la extrema derecha, evitando el ascenso meteórico de fuerzas populistas que han sacudido a países como Francia, Italia o la misma Suecia.
En contraste, la izquierda brahmánica suele presentar la inmigración en términos binarios: más es bueno, menos es racista. Esta simplificación no sólo ignora las complejidades sociales, económicas y culturales del fenómeno migratorio, sino que aliena a votantes que perciben una desconexión entre el discurso político y su experiencia cotidiana.
Por eso, el caso del gobierno de Boric presenta interesantes paralelismos con estos debates europeos. El frenteamplismo, surgido de los movimientos estudiantiles y representante de una nueva izquierda más identitaria y culturalmente enfocada, ha debido enfrentarse a la tensión entre la pureza ideológica y las exigencias de la gobernabilidad.
Las acusaciones de “derechización”, reflejan precisamente la dificultad de la izquierda brahmánica para comprender que la política efectiva requiere adaptación a las circunstancias, negociación con fuerzas diversas y reconocimiento de las limitaciones objetivas. El pragmatismo demostrado por Boric en ciertos ámbitos no representa necesariamente una traición a los principios progresistas, sino un reconocimiento maduro de que la transformación social es un proceso complejo que requiere flexibilidad táctica y sensibilidad a las resistencias sociales e institucionales.
Al igual que las socialdemocracias nórdicas, Boric parece estar aprendiendo que el éxito político no reside en la intransigencia dogmática, sino en la capacidad para traducir principios abstractos en políticas viables que conecten con las preocupaciones concretas de la ciudadanía.
Las socialdemocracias nórdicas han comprendido que las condiciones políticas, económicas y tecnológicas del siglo XXI hacen imposible mantener inalteradas las políticas del siglo XX. La autenticidad ideológica no reside en la reproducción mecánica de fórmulas pretéritas, sino en la capacidad para reinterpretar principios perennes a la luz de circunstancias cambiantes.
La disyuntiva entre la izquierda brahmánica y la socialdemocracia adaptativa no es meramente teórica, sino que tiene profundas implicaciones prácticas para la viabilidad de los proyectos progresistas en el siglo XXI. Esta misma disyuntiva se proyecta inevitablemente sobre quien gane las primarias de la coalición de gobierno, quien deberá navegar las turbulentas aguas entre la pureza doctrinaria que exigen los sectores más ideologizados de la coalición y el pragmatismo necesario para construir mayorías electorales y gobernar efectivamente. En su capacidad para resolver esta ecuación —como lo han hecho las socialdemocracias nórdicas más exitosas— residirá en buena medida su viabilidad como alternativa de continuidad renovada para el progresismo chileno.