40 años de «La voz de los 80»: síntesis y bisagra del pop chileno
05.12.2024
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El autor de esta columna escrita para CIPER, doctor en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte, analiza el significado fundamental del primer disco de Los Prisioneros. Sostiene que “un renacer pop significó La voz de los 80 para la música chilena, pues más que inventar un estilo o género particular, constituyó un ejercicio de sobrevivencia de una música que inconscientemente había desaparecido”.
En una entrevista del año 2008 Jorge González comentaba sobre la grabación de “La Voz de los 80”, advirtiendo que su música, en definitiva, no tenía tanto que ver con el punk ni menos con el rock: “La leyenda podría decir que yo pensé en Johnny Rotten o en Joe Strummer para grabar ‘Brigada de negro’, pero en verdad estaba pensando en Miguel Bosé (…) y cuando grabamos las voces de ‘Sexo’ pensaba más bien en Cecilia”.
Ya en las entrevistas compiladas y editadas tres años antes por Emiliano Aguayo se percibía una cierta incomodidad, provocada no tanto por “los micrófonos y la carta de Narea” sino por la inscripción que había tenido su propia música. Con perspectiva, tenemos la idea que ese libro (“Maldito Sudaca”) tuvo como objetivo primero desmarcarse del lugar que la prensa, el medio y el público en general, lo ubicó tradicionalmente. Ahora, esta mención de Cecilia no será la primera ni la única, porque en otros momentos expresó una profunda admiración e influencia para su propia música, así como también con el movimiento al cual perteneció (la Nueva Ola) y que para los oídos de la postdictadura no tenía legitimidad crítica.
Se tenía una imagen prejuiciosa sobre este movimiento, nada más allá del cliché existente, es decir, de cierta visión heredada de la dictadura y la televisión, que situaba a ese conjunto de músicos, intérpretes y compositores en el lugar de la mera nostalgia y de ser serviles de los años más oscuros de nuestro país (el caso de los Hermanos Zabaleta, de Luis Dimas, o de directores o arreglistas como Horacio Saavedra). Aunque, para ser más precisos, ya antes del golpe existía una distancia por parte de los sectores progresistas y de izquierda con este puñado de artistas y músicos, pues se encontraban alejados de una toma de posición definida. Si bien existía respeto mutuo entre los músicos, Víctor Jara respetaba al “Pollo” Fuentes y viceversa (según cuenta Mauricio Jürgensen en “Dulce Patria”) luego del golpe muchos de ellos pasaron a ser cómplices manifiestos de lo consumado con la refundación militar-neoliberal. Este acontecimiento o big bang de la historia de Chile, incluso repercutió en la legibilidad de los albores de la música pop chilena.
El pasado baladístico y pop que encarnara la Nueva Ola quedó reducida a ser decoración de las lentejuelas del autoritarismo de los 80, objeto de estelares televisivos, convirtiéndose en nostalgia kitsch. Esta influencia pop, e incluso de un pop que iría en la línea de lo que el crítico Carl Wilson llamó “música de mierda”, fue mucho más determinante que la música en la cual se inscribía “La voz de los 80”. Sin embargo, existe también otra cercanía entre la irrupción de la Nueva Ola y el contexto de aparición del primer disco de Los Prisioneros. Cuando “La voz de los 80” fue editado y comenzó a ser distribuido en casetes, originales y piratas, de fiesta en fiesta, de mano en mano, en un momento histórico en que también se modificaba el modo en cómo recepcionamos y escuchamos la música (dispositivos de reproducción sonora y acceso comercial a la música).
Entre 1984 y 1985 “La voz de los 80” produjo más de un extrañamiento en los oyentes de la época, pues las canciones no se asemejaban a nada que estuviese sonando en Chile. Algo similar debió ocurrir con la masa de adolescentes que por primera vez escuchó la música nueva que permitía el sonido estereofónico, introducido al país en 1958 de la mano de RCA Víctor, acontecimiento que funda la expresión juvenil en nuestro país. El rock & roll, pero también el pop elaborado en Brill Building, produjo que la juventud chilena tuviera como referentes a esos jóvenes del norte que cantaban, bailaban y se convertían en estrellas, para después, desde su propio contexto emularlos, o traducirlos. El forado o descampado que dejó el golpe o los seis primeros años de golpe y luego la instalación neoliberal, partió en dos la psiquis del país e instaló el imperativo que lo de ayer debía ser rápidamente olvidado. De ahí el novum que significaron Los Prisioneros y también la lectura fundante que tiene hasta el día de hoy la irrupción de su primer disco.
Un renacer pop significó “La voz de los 80” para la música chilena, pues más que inventar un estilo o género particular, constituyó un ejercicio de sobrevivencia de una música que inconscientemente había desaparecido. “La voz de los 80” reafirma que en Chile desde los albores de la industria discográfica había sido muy importante, por ejemplo, la música para bailar. La creación de orquestas para el baile era la regla a mediados del siglo pasado, así también lo fue la música que había conectado con toda una generación de jóvenes donde lo principal era el baile, sea el rock & roll, el twist, el shake, el a go a go, etc. Es este también, el otro claro vínculo con la Nueva Ola, por el carácter bailable de “La voz de los 80”, es ante todo una música rítmica y con una impronta melódica que de una u otra manera, conectaba afectivamente con sus contemporáneos.
Ya lo decía Jorge González en 1986, en una icónica mesa redonda que organizó la revista “La Bicicleta”, donde se confrontaba al llamado Canto Nuevo con el Nuevo Pop, y que ante la discusión de una música hecha para la reflexión (asociada al Canto Nuevo) versus una música para entretener (asociada al Nuevo Pop), señala lo siguiente: “No son necesariamente separables la música para bailar de las letras que tengan alguna finalidad. Tenemos canciones como ‘Sexo’ que tienen una idea pesada y que más encima se pueden bailar. No creemos que haya momentos para la cultura y momentos para pasarlo bien. Los dos momentos son lo mismo”. Frente a estos datos es un poco ingenuo ver en “La voz de los 80” el primer disco de rock chileno, ya que encarna desde los primeros segundos de iniciado una música que incita al baile pero sin dejar de ser un llamado a una movilización total. Hasta el día de hoy, canciones como la que da título al disco, la misma “Sexo”, “¿Quién mató a Marilyn?” o “Mentalidad televisiva”, son bailadas en discotecas de provincias y en varios lugares de Latinoamérica, y se han convertido en un folclor de una naturaleza ante la cual habría que detenerse. La relación con el espíritu de la Nueva Ola no pasa tan solo por el aspecto alegre o divertido de la música hecha para bailar, también hay similitudes a nivel de arreglos. Los solos de guitarra de la gran mayoría de las canciones, poseen un atisbo sesentero, un rock & roll similar al que inconscientemente González escuchó cuando niño. “La voz de los 80” no es un disco inspirado lisa y llanamente en el rock & roll, sino que en su traducción local. La voz, el fraseo de González, habría que escucharlo en una dirección criolla y plebeya, en una cierta agudeza “chillona”, en la línea de una Cecilia o un Luis Dimas.
A esto se debe añadir la influencia de la música pop angloparlante de principios de los 80 que González absorbía de primera mano por su propia curiosidad y después por el fácil acceso que le proporcionaba ser amigo de Carlos Fonseca, que administraba la tienda de discos Fusión. De modo que los discos de The Cars, Devo, Gary Numan y, por cierto, The Clash son puestos en relación con el inconsciente sonoro del propio González. Se podría pensar en qué medida existe, en esta operación que realiza González con sus influencias tanto manifiestas como inconscientes, una suerte de traducción. Pablo Oyarzun en el contexto de los años 80, se preguntaba por la singularidad de las prácticas artísticas y visuales realizadas en Dictadura, de si en ellas existía realmente la producción de un novum. De algo que la distinguiera, por sobre todo, del dato artístico externo o lo que llamó “el dato internacional”.
Ante este problema, este filósofo chileno – en el campo de las artes visuales – propone el concepto de traducción, ya que ella más allá de ser un mero ejercicio textual, opera como un filtro o flujo que produce una obra singular y poseedora de un novum (novedad artística). A partir de ahí habría que pensar a “La voz de los 80”, es decir, como el efecto de una operación traductiva que sitúa una música en el contexto local donde se observa en una cierta gestualidad asociada a la música misma pero también a lo lírico y la voz. Paradigmático sería Jorge González, pero también –como para volver a los años 60 y puntualmente a la Nueva Ola –Cecilia, ya que en ambos existiría una suerte de criollismo en la composición e interpretación de la música pop local. Constituyen una cúspide donde este concepto de traducción se enuncia como decisivo, y propicia un nuevo paradigma en torno a la música popular. De ahí que, también, florezca una cierta “independencia cultural”, para ocupar la seña del mismo González, tanto en Cecilia como en Los Prisioneros, pues nunca se trató de encarnar la versión de un “artista internacional”. Cecilia no era simplemente la versión chilena de una Brenda Lee, ni Los Prisioneros de The Clash. En ambos casos existen, evidentemente, elementos musicales anglos o en rigor internacionales, pero todos ellos son llevados, a partir de una traducción, hacia una sonoridad local que ha producido una identificación popular indiscutible.
Se ha dicho que en la música chilena la voz es un elemento singular, los gritos y susurros de Cecilia, el falsete desgarrado de González, no son elementos menores para dicha traducción, y quizás constituyan una muestra palpable de lo que queremos advertir. Por eso es curioso que alguien como Fabio Salas en su interesante artículo «Gritos y susurros…» en “Revista Musical Chilena” no rescate la figura de Cecilia en los tempranos años 60, ni de otras voces como la de Luis Dimas y Germán Casas, que tienen una función casi fundacional para lo que vendrá en el futuro de la música chilena. Aunque sea muchas veces denegado en beneficio de una imagen más conveniente, casi proselitista, de lo que “debería” ser la música nacional.
Si “La voz de los 80” no es simplemente una copia del “dato internacional”, se debe a que esas influencias foráneas son traducidas efectuando aquella música irreconocible en un primero momento, pero después sumamente identificable y situada en nuestro contexto local. Es el postpunk inglés, pero con arreglos vocales que solo podían provenir de alguien como Cecilia, Luis Dimas o la experiencia folclórica con la radio de la frecuencia AM en los años 70, de Adamo, Hammond o Camilo Sesto en los arreglos melódicos. Pero también, con una línea casi inconsciente, que ligó la expresión lírica a la canción y que tendría en Manns, Jara o Violeta Parra sus principales exponentes. Constituyendo la particular síntesis de líneas heterogéneas de la música chilena, pero al mismo tiempo la bisagra de lo que sería su porvenir.