El pueblo habló en las elecciones regionales y municipales: ¿Y qué dijo?
03.12.2024
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03.12.2024
Con la tranquilidad y la perspectiva que dan los días, el autor de esta columna escrita para CIPER identifica tres tendencias que marcaron las dos vueltas de las elecciones municipales y regionales. Concluye que “Chile continúa en una diacrónica tendencia de progresivo distanciamiento ciudadano de los partidos, fragmentación endémica y empate electoral de fuerzas electorales en busca de rostros que les permitan permanecer o alternarse en el poder”.
Llega la hora de interpretar los resultados de las elecciones 2024. Aunque la gran mayoría de los actores políticos se declaró como vencedora , sostengo que al menos los partidos políticos no tienen motivos para abrir botellas de champagne ni celebrar. Aunque los partidos campeones salieron a sacar cuentas alegres, los principales triunfadores fueron los independientes. A pesar de que los partidos celebran el número de alcaldes o concejales alcanzados, en términos de votos y cantidad de partidos el nivel de fragmentación es inaudito. Existen muchos más motivos para preocuparse pues la política promete seguir en un “business as usual”, seguir haciendo las cosas que han venido haciendo y que saben hacer. Las tres tendencias dominantes en este proceso fueron las siguientes:
Los partidos políticos no tienen nada de qué alegrarse. Si hubo una fuerza política claramente ganadora fue la opción de los independientes-tendencia que por lo demás viene acentuándose en la última década-. A nivel de gobernaciones, 9 de 16 (56%) serán lideradas por figuras políticas que se desmarcaron de sus tiendas políticas originales. Aunque la gran mayoría de estos liderazgos tiene una trayectoria de militancia partidista, ellos optaron por abandonar la marca partidista. Lo mismo ha sucedido a nivel de alcaldías, donde el 60% de las autoridades electas o postuló como independiente fuera de pacto o bien como independiente apoyado por una lista.
El fenómeno tiene su explicación en la pérdida reputacional de los partidos políticos que generan alta desconfianza ciudadana. Sin embargo, sus efectos son negativos para la gobernabilidad del sistema democrático. Se hará más difícil establecer coordinaciones inter-comunales e inter-regionales; se privilegiarán las soluciones individuales y personalistas. En teoría, los partidos debiesen permitir que determinadas orientaciones políticas y programáticas se plasmen a nivel regional y local y es precisamente lo que se desdibuja en una república dominada por independientes. En este nuevo espacio político predominan los atributos personales de cada individuo que asume una gobernación o una alcaldía. Pero, además, se pierde el sentido de rendir cuentas frente a una institucionalidad partidista o gubernamental. Cada autoridad responde ante sí mismo y respecto de sus electores.
El segundo fenómeno es la fragmentación política que nos viene acompañando ya por más de una década. A nivel de concejales, fueron 22 partidos los que compitieron y si observamos los resultados son paupérrimos. Si somos generosos y a la votación de candidaturas partidistas le sumamos las votaciones de los independientes que compitieron bajo el paraguas del partido, la fuerza política que obtuvo un mayor porcentaje de votación apenas llegó al 15%. Solo en tres casos superaron el 10% de las votaciones (RN 15,48%, Republicanos 13,7%, y la UDI 10,08%), y otras cuatro tiendas políticas alcanzaron un 6-7% (Frente Amplio 7,18%, Partido Radical 6,4%, PC 6,23%, PS 6,05%). Diez partidos obtuvieron cifras entre un 1 y 4% (DC, PPD, PSC, FRVS, Demócratas, PDG, Evopoli, IEP, Ecologistas y PL) y cinco partidos obtuvieron menos de un 1,5% (Acción Humanista, Partido popular, Partido Humanista, PTR, Amarillos).
El nivel de fragmentación es extrema y el peso específico de cada tienda política es muy poco relevante a nivel nacional. Lo anterior tiene importantes consecuencias para el futuro inmediato de la presidencial y respecto del modo en que los partidos políticos negociarán sus espacios de poder. Lo primero que llama la atención es una suerte de espejismo político donde los partidos actúan como si ellos representaran a las grandes mayorías sociales cuando en realidad se trata de un cúmulo de nichos electorales muy consistentes en el tiempo, pero muy pequeños. Esta fragmentación es reflejo de una fuerte crisis de representación en la que ninguna fuerza política es capaz de estructurar grandes relatos nacionales que capturen la atención de una mayoría social. La política desde la trincheras es el efecto inmediato de este desolador panorama.
En segundo lugar, en este escenario de tan alta fragmentación, los partidos políticos representados en el Congreso Nacional tienen muy bajos incentivos para avanzar en reformas políticas que reduzcan la cantidad de partidos y así generar mayor gobernabilidad del sistema. Si se siguiera la regla de permitir la representación de los partidos que superen la barrera del 5% por ejemplo, con suerte sobrevivirían siete partidos y quince otros colectivos tendrían que fusionarse o desaparecer incluyendo al PDC, PPD, Evopoli, Partido Liberal, Amarillos, Partido Humanista, Acción Humanista, FRVS, Demócratas, y tantos otros. La vocación de poder en estas fuerzas políticas es más grande que el interés de agregar intereses y sumar voluntades. Se trata de una lógica perversa de anotarse un “chiringuito” para asegurar financiamiento para campañas, cargos en el gobierno de turno o pequeños espacios de poder en la toma de decisiones.
La sumatoria de votos deja a un país empatado. A nivel de alcaldías y concejales, los partidos de derecha (desde el PSC hasta Demócratas), todos sumados. aventajan por poco más de un millón de votos a las fuerzas políticas que se agrupan en la centro-izquierda (del PDC hasta el PC). Pero a nivel de gobernaciones, la votación de ambos segmentos del espectro político de primera y segunda vuelta según corresponda los dejó en un virtual empate (5,6 millones para cada uno aproximadamente). Así las cosas, aunque en la carrera presidencial existe una evidente ventaja de la derecha, el escenario político está abierto y esto por varios motivos.
Primero, en el mundo de la derecha deberá clarificarse si avanzarán con candidaturas presidenciales a todo evento o buscarán reducir la excesiva fragmentación que enfrentan y que los divide en cinco grupos: Partido Social Cristiano, Republicanos, PDG, ChileVamos, y Amarillos-Demócratas. La experiencia de la pasada elección demostró que la fragmentación es una pésima estrategia electoral en cargos unipersonales, particularmente si se enfrenta a una sola fuerza electoral. Pero la lucha política no se basa solo y exclusivamente en cálculos racionales y estratégicos. Acá existe también una lucha hegemónica entre varios proyectos ideológicos que pugna por conquistar a un electorado que observa con cierta distancia pero que a la hora de votar, concurre a las urnas y marca una preferencia. La pugna ideológica entre Republicanos y Chile Vamos es evidente y alude a ciertas ideas fuerza programáticas (libertad, nacionalismo, autonomía personal), y a ciertos estilos de hacer política.
Segundo, en la centro-izquierda hasta el momento se evidencia una carencia de liderazgos que puedan encarnar un proyecto progresista y atractivo electoralmente. Aquellos líderes que resuenan en la opinión pública hasta el momento han rechazado la idea de aventurarse a competir en una elección presidencial (Michelle Bachelet, Tomás Vodanovic, Claudio Castro, Claudio Orrego). Esta ausencia de figuras que encarnen un proyecto político es sintomática de la fragmentación recién comentada y del distanciamiento que la ciudadanía observa respecto de la política tradicional. Y si hay algo que caracteriza al actual momento político y social es esta aversión a los partidos. La paradoja para el mundo progresista es que tienen un caudal electoral interesante, existen líderes que podrían ser atractivos para la población, pero ninguno de ellos(as) se atreve a asumir este desafío.
La tercera parte de la ecuación es el rol que el gobierno cumplirá el próximo año. Es sabido que el último año de gobierno es crucial para proyectar un estado de ánimo social, económico y político que favorezca a la coalición de gobierno. El problema es el actual estado de crisis que se respira en la gestión gubernamental, particularmente en el centro de toma de decisiones que rodea al Presidente Boric. El gobierno debiese propiciar un acuerdo en materia de pensiones; generar una nueva institucionalidad en materia de seguridad; propiciar condiciones para un mayor crecimiento económico y resolver la crisis de salud y de la educación. ¿Será capaz de generar condiciones políticas para avanzar en estas materias urgentes? Mucho de la batalla electoral que se avecina dependerá de la gestión que realice el gobierno en estas esferas y, hasta el momento, se observa una gestión debilitada en áreas críticas que afectan el diario vivir de las personas.
Así las cosas, Chile continúa en una diacrónica tendencia de progresivo distanciamiento ciudadano de los partidos, fragmentación endémica y empate electoral de fuerzas electorales en busca de rostros que les permitan permanecer o alternarse en el poder.