Todos los días son el Día de Muertos y, sin embargo, no los vemos
30.10.2024
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30.10.2024
Cuando millones de personas se preparan para la tradicional visita a los cementerios como cada 1 de noviembre, la autora de esta columna, escrita para CIPER, señala que “después del funeral, las empresas funerarias retiran sus implementos, las hojas con las palabras de despedida quedan arrugadas en los bolsillos y la ciudad continúa palpitando y, a pesar del doliente, olvidando. Pero además, todos los días son de duelos, de duelos anticipados y no autorizados, los que no tienen nombres ni reconocimientos sociales disponibles para las y los deudos, en los que se subestiman las relaciones o las pérdidas, y en los que los lutos son profundamente solitarios”.
En 2023 se contabilizaron 121.270 defunciones en Chile, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Considerando que la composición promedio de las familias en nuestro país es de tres personas, un cálculo simple nos permite estimar, entonces, que el año pasado 375.937 personas atravesaron un proceso de duelo, si es que hoy por hoy, no están aún en ello.
La muerte y el duelo, junto con el nacimiento, son hitos ineludibles del transcurso de nuestra vida. Si bien no son exclusivos de nuestra especie —estudios han sugerido que, por ejemplo, chimpancés, elefantes, ballenas y animales domésticos de compañía, distinguen la muerte y, ante ella, muestran comportamientos compatibles con el duelo, lo que nos hace únicos es el lío que hemos hecho con estos hitos en nuestros 300 mil años de existencia.
La muerte, que nos parece un estado evidente, irreversible, no lo es del todo. Así como es difícil identificar con claridad el momento en que se inicia la vida, lo mismo vale al declarar que una persona ha fallecido solo considerando su dimensión biológica. La antropóloga forense, Sue Black, en su libro “All That Remains: A Life in Death”, ofrece una reflexión sobre esta experiencia que es, además, profundamente cultural. Aunque desde una perspectiva biomédica, la muerte se declara por la ausencia irreversible de actividad cerebral, actividad cardíaca o respiratoria, esto, no obstante sus efectos pragmáticos, es insuficiente para dar cuenta de sus implicancias emocionales, culturales y sociales.
La periodista estadounidense, Joan Didion, en su libro “El año del pensamiento mágico”, que escribió luego de enviudar, reflexiona sobre el cambio en la mirada de las personas que han perdido a alguien por fallecimiento. Una mirada, dice, extremadamente vulnerable y desnuda. El psicoanalista y escritor frances Jean Allouch agrega que el duelo no es solo perder a alguien, sino que con ello se pierde también un trozo de sí. Es por esto que el duelo, duele.
Así, el dolor psíquico es quizás una de las características centrales del duelo, que se encuentra tanto en su sentido etimológico como fenomenológico, que muchas veces es acompañado por la tristeza, aunque más importante es su equivalencia al dolor corporal. Tanto es así, que la evidencia indica la convergencia en las bases neurofisiológicas del dolor somático y emocional y, aún más, demuestra que tratamientos destinados a aliviar un tipo de dolor, también pueden tener un impacto en el otro.
Con todo, hemos convenido que, así como la muerte, el proceso de duelo es un evento vital normal, siempre y cuando, claro está, se conforme a los criterios de oportunidad, pertinencia, intensidad y temporalidad que la comunidad psiquiátrica ha establecido como frontera entre un duelo normal y uno complicado. Entre los factores que protegen de cruzar esa frontera, el apoyo social -el antídoto al aislamiento-, es quizás uno de los más importantes.
Todos los días son Día de Muertos y, sin embargo, no los vemos. Después del funeral, las empresas funerarias retiran sus implementos, las hojas con las palabras de despedida quedan arrugadas en los bolsillos y la ciudad continúa palpitando y, a pesar del doliente, olvidando. Pero además, todos los días son de duelos, de duelos anticipados y no autorizados, los que no tienen nombres ni reconocimientos sociales disponibles para las y los deudos, en los que se subestiman las relaciones o las pérdidas, y en los que los lutos son profundamente solitarios.
Tony Walter, sociólogo y experto sobre estudios de la muerte, acuñó el concepto de “muertos permeables” para mostrar cómo, de forma espontánea, hacemos que alguien a quien hemos perdido no se separe del todo de quienes seguimos vivos, resistiéndose a “dejar ir” al fallecido, desafiando el fin que antaño era tan definitivo con la muerte. Los memoriales en redes sociales o las cuentas que se mantienen “vivas”, apaciguan el dolor con el establecimiento de vínculos continuos, la creación de comunidades de apoyo, la representación activa del fallecido en la vida cotidiana y la reconfiguración de la memoria y el recuerdo.
Si los “muertos permeables” ayudan o no a salir del dolor y hacer el trabajo de duelo, a aprender a vivir sin la persona fallecida y sin la parte nuestra que se ha llevado, es materia de discusión, así como también si es que hay una única secuencia de etapas que debemos recorrer para lograr aquello. En lo que no hay duda es en lo que el escritor Patrick Ness nos enseña en la novela «Un monstruo viene a verme«: “Si no hablamos de ello, los demonios se quedan contigo, encerrados, y no hay forma de echarles. Es como abrir una puerta en una tarde soleada y dejar que entre el viento para que se lleve el miedo”.