A 5 AÑOS DEL 18-O: ¿Quiénes son y dónde están los nuevos manifestantes de las protestas del Estallido Social?
28.10.2024
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28.10.2024
Los autores de esta columna escrita para CIPER comparten sus conclusiones sobre quiénes fueron los ciudadanos que se movilizaron hace cinco años, que eran distintos a los que ese momento se movilizaban por distintas causas. Concluyen que “el perfil probable de los nuevos manifestantes fue el de personas con un nivel educacional bajo, que se consideraban ideológicamente de centro, que se movilizaban junto a personas de las que no eran tan cercanas, y que no pertenecían a organizaciones sociales ni políticas”. Vale decir, no eran politizadas.
Créditos imagen de portada: Mauricio Ávila
El estallido social de octubre de 2019, catalizado por el aumento del costo del transporte, desató una ola de movilizaciones que involucró a millones de chilenos y posicionó un set diverso de demandas. A cinco años de este fenómeno, la discusión sobre sus consecuencias y la percepción ciudadana ha cobrado nueva vida, revelando un aumento en la percepción negativa del estallido y su impacto en la política chilena. A pesar de esta creciente percepción negativa, los análisis sobre el estallido social han prestado menos atención a revisar cuál es el carácter social de las personas que se sintieron convocadas a participar en esta movilización y que no lo habían hecho antes. ¿Quiénes fueron los nuevos manifestantes que se unieron a estas protestas? ¿Cuáles han sido las implicancias de la entrada de estos nuevos manifestantes para la cohesión social? Esta columna busca explorar estas interrogantes y dinamizar la discusión acerca del estallido social.
De acuerdo con un estudio efectuado por los autores de esta columna e investigadores del Núcleo de Sociología Contingente (NUDESOC), en base a encuestas a manifestantes efectuadas in situ en cuatro protestas en Plaza Italia durante noviembre de 2019, el perfil probable de los nuevos manifestantes fue el de personas con un nivel educacional bajo, que se consideraban ideológicamente de centro, que se movilizaban junto a personas de las que no eran tan cercanas, y que no pertenecían a organizaciones sociales ni políticas. Como señalamos en el artículo, este perfil de manifestante es interesante porque difiere respecto al manifestante chileno típico -que había estado movilizado por la educación, en contra de las AFP, el medioambiente o por reivindicaciones feministas en la década del 2010- el cual había tenido un perfil caracterizado por un nivel educacional alto, de izquierda, que participaba de manifestaciones con sus redes cercanas y que era parte de diversas organizaciones sociales y políticas. Este cambio en el perfil de los manifestantes sugiere que la convocatoria del estallido social se amplió hacia actores despolitizados de diferentes segmentos sociales y políticos, desbordando la movilización social.
Creemos que el perfilamiento de los nuevos manifestantes es producto de las características del estallido social. El ciclo de movilización que comenzó en octubre de 2019 tuvo en su centro una impugnación general al sistema político y económico del país, lo que hizo que su convocatoria haya sido más amplia e inorgánica que otras movilizaciones que la precedieron. El hecho de que el estallido haya involucrado diferentes demandas -desde la mejora de la educación y salud pública hasta el reconocimiento y mayor autonomía para los pueblos originarios, pasando por el fortalecimiento de la protección del medioambiente- habría facilitado la entrada de nuevos actores a la protesta, sin mediación del nivel educacional ni de la participación en organizaciones de cualquier tipo, porque era más fácil conectar el ciclo de protestas con cada demanda en particular. Dicho de otro modo, cada quien se movilizó por lo que más le molestaba del sistema chileno.
Este fenómeno de participación inorgánica también se refleja en la investigación cualitativa de Aguilera y otros, que destaca el carácter disruptivo del estallido social. Según su análisis, esta espontaneidad fue una respuesta directa a la desorganización social y al “ shock moral” generado por la violencia en las protestas. En este sentido, tanto el perfil de los nuevos manifestantes como el contexto de su participación están intrínsecamente conectados a las dinámicas políticas que emergieron tras el estallido.
Comprender el perfil de los nuevos manifestantes nos lleva a reflexionar sobre las implicancias de su participación en la cohesión social post estallido social. Aunque es un análisis complejo, hay evidencia que puede ofrecer algunas respuestas.
Un fenómeno que han registrado las encuestas de opinión pública en los años posteriores al estallido social es una suerte de «regresión a la media». Por ejemplo, la encuesta ELSOC-COES reporta que, si bien en 2019 hubo una caída drástica en la percepción del trato respetuoso de Carabineros, para 2023 se alcanzan niveles similares a los que existían antes del estallido social. Un fenómeno análogo se observa en la confianza hacia Carabineros: en 2018, el 70% de la población declaraba tener al menos algo de confianza en la institución, cifra que cayó al 42% en 2019, pero que se ha recuperado hasta un 74% en 2023. De manera similar, la última encuesta CEP muestra que el apoyo a las manifestaciones descendió del 55% en diciembre de 2019 al 23% en septiembre de 2024.
Una lectura rápida o intencionada de estos datos podría llevar a concluir que el estallido social fue solo un mal sueño o incluso que se trató únicamente de los episodios de delincuencia que se manifestaron en ese momento. No obstante, es crucial no perder de vista la frágil cohesión de la sociedad chilena, que fue el telón de fondo del estallido, asociado a la baja asociatividad expresada en el proceso, y que aún persiste. El informe de Cohesión Social desarrollado por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia revela, además de la deslegitimación de las élites y las instituciones políticas, que los chilenos reportan bajos niveles de confianza social, tienen pocos amigos y cuentan con redes de apoyo limitadas para enfrentar desafíos personales, ya sean estas de carácter personal, comunitario o institucional.
La descomposición del tejido social, caracterizada por la falta de confianza y la erosión de los valores morales, dificulta la coordinación en todos los niveles de la sociedad. Además, cuando las instituciones son percibidas como ilegítimas o ineficaces, se produce un quiebre en el liderazgo. Este desmoronamiento del tejido social y el colapso del liderazgo son conceptos que en sociología definen la anomia, la cual se refiere a la pérdida de normas y valores compartidos en una comunidad. Investigaciones en psicología social han demostrado que la anomia conlleva una reducción del bienestar psicológico, un aumento de ideologías autoritarias —donde las personas buscan más control y autoridad— y el surgimiento de tribalismo, donde se busca un sentido de pertenencia y protección en grupos pequeños. Sin embargo, esta búsqueda de pertenencia también puede llevar a posturas exclusivistas y radicalizadas. Si se mantiene el diagnóstico que gatilló los acontecimientos de octubre de 2019, no solo deberíamos preguntarnos qué fue este fenómeno, sino también en qué se convertirá a largo plazo.
Para cerrar, es importante destacar que existen varios puntos de discusión que no han sido del todo abordados y en los que es necesario avanzar para tener un entendimiento más cabal de las consecuencias políticas del estallido social. ¿De qué forma el estallido social politizó a las personas que por primera vez se aproximaban a la movilización social, y con ello a lo político? La politización, en tanto aprendizaje y aumento de interés por la política, no tiene una dirección unívoca (no es inherentemente de izquierda ni de derecha), y por ello es necesario explorar en qué se tradujo la politización de los nuevos manifestantes post estallido. A su vez, habría que explorar si los nuevos manifestantes se siguieron movilizando o si fue más bien una participación episódica, como también indagar si la participación en protestas se tradujo en participación electoral. Finalmente, vale preguntarse si las protestas de octubre generaron algún tipo de revinculación social o más bien profundizaron el proceso de desarticulación que posibilitó el estallido.