Elecciones municipales y regionales: palabras al cierre (de campaña)
25.10.2024
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25.10.2024
El cierre de las campañas de cara a las elecciones municipales y regionales de este fin de semana es el tema de esta columna escrita para CIPER en la que el autor sostiene que la sensación de que no hay propaganda es la ilusión de lo que denomina sesgo de disponibilidad. “Porque lo que antes se hacía de manera hiper masiva, hoy se despliega de forma quirúrgica en los territorios en disputa, adoptando la forma de folleto puerta a puerta, pasacalles y banderazos en avenidas importantes o salidas del Metro, y palomas en parques y plazas. Es decir, las tácticas de guerrilla de toda la vida”, dice.
Créditos imagen de portada: Mauricio Ávila
Por estos días, circulan múltiples opiniones sobre las elecciones para alcaldías y gobernaciones de 2024, cada una con sus propios sesgos. Escuchamos que la campaña ha pasado desapercibida (sesgo de selección) o que la propaganda ha sido insuficiente en las calles (sesgo de disponibilidad), hasta llegar a la madre de todas las relaciones de causa y efecto: el caso Hermosilla y el hastío generalizado en el electorado. Sin embargo, más allá del polémico abogado y de episodios como el de la exjueza Vivanco, gran parte de las interpretaciones que se difunden obedecen más a percepciones distorsionadas que a realidades objetivas. De los sesgos conviene cuidarse.
Para contrarrestar lo anterior, ofrezco algunas certezas. La primera de ellas es que la ansiedad cunde por los pasillos de los comandos electorales por estos días. Nadie puede estar tranquilo cuando se enfrenta un acto eleccionario que incluye nuevas variables. No hay sondeo que se adelante al comportamiento de quien sufragará en dos días en una municipal. Se sabe que la ley electoral es dura cuando se trata de propaganda tradicional, pero funciona como el dedo índice tapando el sol cuando se trata de formatos digitales. Con seguridad veremos casos de picaresca nacional en clave de bot, Whatsapp o Telegram entre sábado y domingo. Claramente aquí hay amplio margen para el error demoscópico, por lo que con seguridad las tertulias políticas oscilarán entre los márgenes estrechos y las victorias contundentes ese domingo.
Otra certeza es la ansiedad por el voto obligatorio. Cuando no terminábamos de acostumbrarnos a la libertad que suponía el voto voluntario, más europeo y norteamericano que chileno, la experiencia fallida del cambio constitucional le deja este regalo envenenado a la proyección electoral, que además se debe conjugar con el comportamiento del voto inmigrante. Y tal como se dio la discusión del proyecto de ley que estableció la obligatoriedad universal y las consabidas multas, es razonable que un sector ideológico haya terminado sacando cuentas alegres. Más razones para llenar las páginas de los diarios con frases hechas tales como que la elección está abierta o que es altamente competitiva. ¿Será?
Ahora hablemos del hastío como certeza electoral. El distanciamiento de la ciudadanía con las instituciones no comenzó con el caso Hermosilla. Más bien, es parte de un proceso sostenido que ha atravesado múltiples episodios escandalosos, todos amplificados por la resonancia mediática y la viralidad digital. El tráfico de influencias tampoco es una novedad. Lo que parece haber cambiado no es la sorpresa ante el delito, sino el apetito por los detalles que condimentan la cobertura, especialmente cuando se trata de los entretelones de un juicio público. Desde este punto de vista, el caso Hermosilla y sus ramificaciones, como el caso Cubillos, se constituyen en agentes desmovilizadores. ¿Para qué sirve el voto individual y secreto?, se debe preguntar el ciudadano y con bastante razón. Ahora bien, en el entendido de que concurrir a la urna es obligatorio, lo que se prevé como otra certeza es el aumento del voto nulo y blanco. Pero la pregunta en este caso es, ¿en qué espectro ideológico tendrá impacto ese voto?
CERTEZAS SOBRE LAS CAMPAÑAS
Con seguridad los recursos invertidos en propaganda en esta elección serán mayores que en 2021. Por tanto, lo de que no hay propaganda en la calle, corresponde a un sesgo de disponibilidad, probablemente de cierta gente mayor que añora esos cierres electorales de fines de los 80, con carteles, banderas, panfletos, brigadas muralistas, concentraciones multitudinarias y retórica aristotélica.
En el año 24 del siglo 21 el paradigma es otro y, como se sabe, los gastos de campañas son mayormente públicos. “Mayormente”. Parte significativa de esos recursos se van a las manos de Zuckerberg y Musk, aunque en China también celebran por TikTok. La propaganda digital oficial y extraoficial domina el panorama y eso tiene como efecto colateral el uso extra racional de la propaganda callejera. Por eso surgen las generalizaciones apresuradas que señalan que no hay carteles en el espacio público. Porque lo que antes se hacía de manera intensiva, hiper masiva y redundante, hoy se despliega de forma quirúrgica en los territorios en disputa, adoptando la forma de folleto puerta a puerta, pasacalles y banderazos en avenidas importantes o salidas del Metro, y palomas en parques y plazas. Es decir, las tácticas de guerrilla de toda la vida.
Probablemente, el conflicto esté en la expresión de esos mensajes. Porque lo que se termina apreciando en una esquina, es un revuelto de colores confusos e indistinguibles que se suman a frases y conceptos que carecen de sentido en los tiempos que vivimos (como, por ejemplo, “Santiago en tu corazón”; “Chileno todo el año”; “Ñuñoa, te quiero de verdad; “Gobernar es hacer”). Lo que sucede en la calle durante las horas punta es una psicodelia cromática que anula las posibilidades de crear identidades singulares para que movilicen. El resultado de esta batalla por el espacio es, sencillamente, una pérdida de recursos y tiempo. Porque no existe posibilidad de consolidar una idea, un propósito, ni siquiera existe la posibilidad de conectar de manera honesta con esa pulsión paradigmática del Chile de hoy: la seguridad. El resultado de sumar todos los colores es blanco, metáfora precisa para definir esta campaña: la ausencia de ideas. Es decir, la nada misma.
En parte, esto se explica porque en la cultura de los partidos o movimientos políticos no prevalece la simbología cromática o conceptual determinada por el espectro al que se pertenece. Faltan elementos visuales unificadores, faltan los límites políticos. Porque esta elección será la menos política de todas, pero, al fin y al cabo, es política. Lo que prevalece, es el afán de cada candidato o candidata por diferenciarse y, en esa búsqueda, se termina convergiendo hacia la entropía.
Por eso, la idea de que no hay campaña prevalece en la conversación cotidiana. Por eso, y por Hermosilla. La conclusión es desoladora: el efecto de los mensajes en el espacio público es casi nulo. Mensajes que son financiados -mayormente- con dinero público. Y esto, debería preocuparnos.