A un mes de las elecciones en EE. UU.: La radicalización de los republicanos; de Goldwater a la desmesura de Trump
08.10.2024
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08.10.2024
A un mes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el autor de esta columna para CIPER hace un repaso de la transformación que ha sufrido el Partido Republicano desembocando en la aparición de Donald Trump en el escenario. Pero, asegura, “el trumpismo, lejos de ser una anomalía, puede considerarse el resultado lógico de tendencias que han estado en juego durante décadas dentro del partido”.
Créditos imagen de portada: Instagram @realdonaldtrump
En el vasto paisaje de la política estadounidense, pocos fenómenos han sido tan dramáticos y relevantes como la transformación del Partido Republicano en las últimas décadas. Lo que una vez fue el partido de Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt, el primero un antiesclavista y el segundo un reformador social y medioambientalista, ha experimentado una metamorfosis radical, evolucionando desde un conservadurismo reformador y tradicional hacia posiciones cada vez más extremas. Este viaje, que se remonta a los turbulentos años 60, no solo ha redefinido al partido, sino al panorama político estadounidense en su totalidad, culminando en el surgimiento del fenómeno conocido como trumpismo.
Para comprender esta transformación, debemos remontarnos a la década de 1950, cuando William F. Buckley Jr. y la revista National Review intentaron establecerse como los guardianes del conservadurismo «respetable». Buckley buscaba distanciarse de elementos más extremistas, aunque mantenía vínculos con figuras controvertidas. Esta tensión entre el deseo de proyectar respetabilidad y la necesidad de mantener una amplia coalición de derecha sería una constante en la evolución del partido.
El punto de inflexión llegó en 1964, cuando Barry Goldwater se alzó como el abanderado republicano en las elecciones presidenciales. Goldwater se presentó como la antítesis del establishment republicano moderado. Su plataforma, que incluía una oposición férrea al Estado del bienestar, un anticomunismo agresivo en política exterior y una defensa acérrima de los derechos de los estados frente a la legislación federal de derechos civiles, resonó con una base conservadora que se sentía marginada por la dirección del partido.
La campaña de Goldwater atrajo el apoyo de elementos de extrema derecha, a pesar de los intentos del candidato de distanciarse de ellos. Este patrón se repetiría en futuras campañas republicanas, estableciendo una dinámica en la que el partido coqueteaba con ideas extremistas mientras intentaba mantener una fachada de moderación. Como señala David Austin Walsh, la campaña de Goldwater marcó un momento crucial en el que el movimiento ultraconservador, surgido como reacción al New Deal en los años 30, logró un importante avance en la política mainstream.
Aunque Goldwater fue derrotado de manera aplastante por Lyndon B. Johnson, su candidatura sembró las semillas de una revolución conservadora que germinaría en las décadas siguientes. Su famosa declaración, «el extremismo en defensa de la libertad no es un vicio», se convirtió en un grito de guerra para una nueva generación de conservadores.
Esta tendencia hacia la derecha encontró su expresión más poderosa y exitosa en la elección de Ronald Reagan en 1980. Reagan, que había sido un ferviente defensor de Goldwater en 1964, llevó muchas de las ideas del conservadurismo radical al corazón del gobierno federal. Su presidencia se caracterizó por una bajada masiva de impuestos, especialmente para los más ricos, una desregulación agresiva de la economía, la reducción de los programas de bienestar social y una postura confrontacional en política exterior, particularmente hacia la Unión Soviética.
La era Reagan fue verdaderamente transformadora. Legitimó ideas que antes se consideraban extremas dentro del partido y cambió fundamentalmente el discurso político nacional. El antiestatismo y la fe ciega en el libre mercado se convirtieron en la nueva ortodoxia republicana. Además, Reagan incorporó a los cristianos evangélicos a la coalición republicana, añadiendo un fuerte elemento de conservadurismo social a la plataforma del partido. Esta fusión de conservadurismo económico, social y de política exterior sentó las bases para la dirección futura del partido. El mismo Goldwater fue un crítico y advirtió a los republicanos sobre las consecuencias de incorporar a la militancia cristiana.
El mandato de George W. Bush, que abarcó de 2001 a 2009, representó otra etapa crucial en la radicalización del Partido Republicano. Aunque Bush inicialmente se presentó como un «conservador compasivo», su administración se caracterizó por políticas cada vez más polarizadoras. La respuesta al 11 de septiembre, que incluyó la Guerra contra el Terror y la invasión de Irak, intensificó el militarismo en la política exterior republicana. En el ámbito doméstico, los recortes de impuestos masivos exacerbaron la desigualdad económica, mientras que las apelaciones al conservadurismo social consolidaron el apoyo de la base evangélica. Fue el entierro definitivo para los moderados que alguna vez simbolizó su propio padre y una radicalización del reaganismo en una versión neoconservadora.
Así, durante la era Bush también surgió el movimiento Tea Party, una reacción de base contra las políticas de Obama que empujó al partido aún más a la derecha. Este movimiento, que combinaba libertarismo económico con nacionalismo cultural, prefiguró en muchos aspectos el trumpismo que estaba por llegar. La respuesta de la administración Bush al huracán Katrina también expuso las tensiones raciales subyacentes en la coalición republicana, un tema que se volvería cada vez más prominente en los años siguientes.
Es en este contexto de radicalización progresiva en el que debemos entender el surgimiento de Donald Trump. La elección de Trump en 2016 marcó la culminación de este largo proceso de transformación del partido. Trump, un político externo que se apoderó del partido con una retórica populista y nacionalista, representó una ruptura con el republicanismo tradicional. Su campaña y posterior presidencia se caracterizaron por un nacionalismo económico opuesto al libre comercio, una postura dura contra la inmigración, escepticismo hacia las instituciones internacionales y los aliados tradicionales de EE. UU., y una retórica divisiva y a menudo racialmente cargada.
El trumpismo puede considerarse una síntesis de varias tendencias que habían estado desarrollándose dentro del Partido Republicano durante décadas. Combina el antiestatismo de Goldwater y Reagan, el conservadurismo social de la era Reagan-Bush, el populismo y nacionalismo del movimiento Tea Party y una nueva cepa de nacionalismo blanco que había estado latente en la coalición republicana. Al mismo tiempo, Trump rompió con la ortodoxia republicana en áreas como el libre comercio y la política exterior intervencionista, lo que refleja un realineamiento significativo de las prioridades del partido.
El ascenso de Trump también estuvo acompañado por la emergencia de la llamada alt-right o derecha alternativa, un movimiento de extrema derecha que opera principalmente en la sombra en el ámbito político más visible del Partido. Como señala Angela Nagle, la contrarrevolución de la derecha radical posee un elemento fuertemente vinculado al mundo digital, donde una cultura de transgresión, ironía y provocación sirvió como caldo de cultivo para ideas extremistas. Nagle argumenta que el auge de estos movimientos de derecha es en parte una reacción contra la política de identidad de izquierda que se ha vuelto dominante en plataformas como Tumblr y en los campus universitarios.
Un aspecto clave que señala Nagle es cómo estos grupos de derecha han adoptado tácticas y estilos tradicionalmente asociados con movimientos contraculturales de izquierda, presentándose como rebeldes contra un establishment liberal percibido como dominante. Figuras como Milo Yiannopoulos han cultivado una imagen transgresora y provocadora para atraer a jóvenes descontentos con la corrección política.
Por su parte, Mike Cole, va más allá y describe la alt-right como esencialmente neofascista, pero adaptada a la era de internet. Cole examina la forma en que Trump y la alt-right utilizan una «pedagogía pública del odio» a través de discursos, tuits y foros en línea para promover visiones racistas y xenófobas.
Varios factores contribuyeron a la radicalización progresiva del Partido Republicano. Los cambios demográficos en Estados Unidos, con el crecimiento de las minorías raciales y étnicas, provocaron ansiedad entre algunos votantes blancos, una tendencia que el partido capitalizó cada vez más. La polarización mediática, con el auge de los medios conservadores desde Rush Limbaugh hasta Fox News, creó un ecosistema de información que reforzó y radicalizó las opiniones conservadoras. El estancamiento de los salarios y el aumento de la desigualdad económica crearon un caldo de cultivo para el populismo económico. Los avances en derechos civiles, igualdad de género y derechos LGBTQ+ provocaron una reacción conservadora. Y la estrategia republicana de apelar a los votantes blancos del sur, iniciada por Nixon y perfeccionada por Reagan, inyectó tensiones raciales en la política del partido.
Las consecuencias de esta radicalización han sido profundas y de largo alcance. La polarización política en Estados Unidos ha alcanzado niveles sin precedentes, y la brecha entre republicanos y demócratas es más amplia que en cualquier otro momento de la historia reciente. El estilo confrontacional de Trump y su disposición a desafiar los resultados electorales han puesto a prueba las instituciones democráticas de EE. UU., erosionando normas que antes se daban por sentadas. La composición de la coalición republicana ha cambiado, perdiendo apoyo entre votantes suburbanos educados, pero ganando terreno entre la clase trabajadora blanca.
Es importante señalar que este giro hacia la derecha en Estados Unidos no ocurre en el vacío, sino que forma parte de una tendencia global más amplia. Como señaló Antonio Costa Pinto en su análisis de los movimientos autoritarios en Europa durante la era del fascismo, las crisis económicas y sociales a menudo crean las condiciones para el surgimiento de movimientos de derecha radical que ofrecen soluciones simplistas a problemas complejos. Aunque el contexto histórico es diferente, existen paralelismos en cómo estos movimientos explotan el descontento popular y ofrecen una visión nostálgica de un pasado idealizado.
De cara al futuro, quedan numerosas preguntas abiertas sobre la trayectoria del Partido Republicano. Si son derrotados, ¿continuará el partido en la dirección establecida por Trump o habrá un retorno al conservadurismo más tradicional? Y lo más relevante, de llegar a ganar Trump y contar con mayoría en el Congreso: ¿intentará derrocar la Constitución?
En conclusión, la radicalización del Partido Republicano, desde Goldwater hasta Trump, representa una transformación profunda en la política estadounidense. Lo que comenzó como un movimiento conservador marginal en la década de 1960 se ha convertido en la corriente principal del partido, culminando en el fenómeno del trumpismo. Este proceso ha tenido consecuencias de gran alcance, reconfigurando el panorama político estadounidense y planteando desafíos significativos para el futuro de la democracia en el país.
La trayectoria del partido desde el conservadurismo tradicional hasta el populismo de derecha radical es un testimonio de cómo las fuerzas políticas pueden evolucionar y transformarse en respuesta a cambios sociales, económicos y culturales. El trumpismo, lejos de ser una anomalía, puede considerarse el resultado lógico de tendencias que han estado en juego durante décadas dentro del partido.
A medida que Estados Unidos se enfrenta a desafíos cada vez más complejos, tanto a nivel nacional como global, la dirección futura del Partido Republicano seguirá siendo un factor crucial en la configuración de la política y la sociedad estadounidenses. La forma en que el partido navegue por las tensiones entre su base radicalizada y la necesidad de apelar a un electorado más amplio determinará no solo su propio destino, sino también el curso de la democracia estadounidense en los años venideros.
Por eso, esta es, sin duda, una de las elecciones presidenciales más significativas en Estados Unidos en los últimos 100 años.