EE. UU.: Los nuevos desafíos del Partido Demócrata
25.07.2024
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25.07.2024
La renuncia de Joe Biden a una nueva candidatura presidencial le trajo a su coalición un momento de alivio. Pero será sólo una pausa breve en una carrera eleccionaria que promete ser radicalizada y probablemente violenta, advierte la siguiente columna de opinión para CIPER: «Kamala Harris no puede arriesgarse a ensuciar todo el proceso con una contienda demasiado impugnadora, pues Trump no se medirá en sus respuestas.»
La renuncia de Joseph Biden a su repostulación a la presidencia de los Estados Unidos era una decisión ya esperada. Su pésima performance en el debate frente a Donald Trump —el que en sí mismo resultaba extraño, pues ninguno de ellos era un candidato confirmado aún oficialmente por sus respectivas coaliciones— implicó, en la práctica, proyectar la imagen de una persona con dificultades inapelables.
Sin embargo, que su «bajada» fuese esperada no la hizo necesariamente coordinada. La impresión que dejó la carta de renuncia de Biden a su candidatura es que el Presidente se encuentra molesto con el Partido Demócrata, del cual está dispuesto a desacoplarse, al nivel de ungir por cuenta propia como eventual sucesora a su vicepresidenta, Kamala Harris, sin siquiera conversarlo con su coalición.
Todo lo anterior es comprensible en lo personal, pues, además de ser blanco de hirientes comentarios, la última vez que en Estados Unidos un presidente en ejercicio renunció a su segundo período fue hace 55 años (1968), y lo que ahora ha sucedido con Biden abre una peligrosa brecha en términos de gestión. En una situación como la suya, lo óptimo habría sido planificar una renuncia a la candidatura no sólo de forma coordinada con su partido, sino además con una definición de reemplazante ya conversada y consensuada con los factótum Demócratas y los financistas fundamentales para la campaña.
La situación que hemos visto en estos días contenía una potencial tragedia, pues Kamala Harris —acaso, con una impetuosidad excesiva— apareció de inmediato pidiendo apoyo económico. En otras circunstancias, esto habría sido un gran chasco, pero el suspiro de alivio de la comunidad Demócrata con la salida de Biden pudo más: tan sólo en la primera noche tras la noticia, se recaudaron más de USD$50 millones para el sector.
Sin embargo, cuando todo parecía enrielarse para los demócratas, surgen nuevos problemas. El primero es que aún quedan más de tres semanas para la Convención (o «caucus») demócrata, por lo que, si bien Harris tiene por lejos la ventaja, no es descartable que surjan otras desafiantes alternativas que busquen un posicionamiento rumbo al futuro. Hay varios gobernadores estatales —especialmente, J. B. Pritzker— que tienen buena gestión local y necesitan dar un salto a su proyección nacional. Aparecer ahora desafiando a Harris, aunque tan sólo sea por algunas semanas, puede ser muy tentador. En circunstancias normales esto no tendría nada de malo y permitiría relevar liderazgos, pero, en una escena como la actual, cualquier desorden solo abre nuevos flancos ante un Trump desbocado después del atentado en Pensilvania.
Un segundo elemento a tener en consideración en estas semanas es el carácter de la precandidata. Kamala Harris tiene fama de ser una polemista brillante —recordemos su pasado como fiscal general de California—, aunque de carácter encendido. Es algo que hoy muchos celebran, considerando que los dichos de Trump se verán disputados punto a punto, y que la propia vicepresidenta dice estar dispuesta a detener las actitudes de trampa y sinvergüenzura de su contrincante. Pero Harris no puede arriesgarse a ensuciar todo el proceso electoral con una contienda demasiado impugnadora, pues Trump no se medirá en sus respuestas (ya la trató de deshonesta por supuestamente encubrir una incapacidad mental en Biden, y hasta la ha calificado como «crazy» y «nuts» por su risa, que a veces es intensa).
Si este termina siendo el camino elegido por ambos candidatos, tendremos una campaña bastante ruda. El actual panorama de la campaña presidencial estadounidense muestra problemas graves de polarización del sistema institucional federal norteamericano, pero también de puerilización y vulgaridad de parte de diversos grupos antidemocráticos que amenazan el orden completo (con falacias como aquellas que difunden la idea de que las elecciones solo favorecen «a los privilegiados de siempre»).
El compañero de Donald Trump en la papeleta, el joven republicano J.D. Vance, es alguien de inobjetables credenciales de clase media-baja, y representa una historia de superación personal sencillamente impresionante, que incluso se convirtió en libro y luego serie de alto ráting. Con ello, tenemos que el nicho de los sectores medios populares está siendo enfrentado de mucho mejor manera hasta ahora por los republicanos, y entonces el adversario de los demócratas, ya no es solo Trump, sino una oferta de elementos más compleja. Kamala Harris repite el retrato de privilegio de Barack Obama: mestiza hija de profesores de universidades de élite.
Es por esto que la selección de un segundo nombre para la candidatura demócrata sigue siendo una tarea desafiante, y que debe pensarse lo más rápidamente posible. Opciones hay; pero tiempo, no.