Corrupción en el fútbol (más allá de Roldán)
03.07.2024
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
03.07.2024
Los cuestionamientos y sospechas actuales contra la probidad en la organización de la Copa América son parte de una extendida red de recelos contra los controladores de un deporte que, inevitablemente, concentra muchos tipos de intereses e influencias. La siguiente columna para CIPER revisa el tema desde un enfoque sistémico: «La integridad del fútbol depende de su capacidad para mantener la primacía del código deportivo sobre consideraciones externas. Esto no significa ignorar las realidades económicas o políticas (entre otras), sino procesarlas de una manera que no comprometa la esencia del fútbol, protegiendo el juego.» [foto: ©sitio web Copa América]
El reciente partido Chile-Canadá reavivó el debate sobre la integridad del fútbol. Más allá de polémicas arbitrales puntuales, la corrupción en el fútbol es de naturaleza sistémica, y en torno a ella y las eventuales irregularidades de esta Copa América 2024 circulan al menos tres hipótesis: i) que la Copa está «armada» para Messi y Argentina (sobre la base de un supuesto acuerdo que involucra al Inter de Miami, la Copa América actual y el Mundial de 2026 en EE.UU.); ii) que se benefició a Canadá por motivos comerciales, como parte de una estrategia para posicionarlo en su rol de anfitrión del próximo mundial; y iii) que la CONMEBOL está castigando a Chile por las acciones de Sergio Jadue, quien delató a los dirigentes del organismo durante el FIFA Gate.
Son hipótesis especulativas, pero que señalan un problema más profundo que la mera acción de un árbitro en particular: la corrupción en el fútbol no sería simplemente un problema moral de individuos «malos», sino un fenómeno emergente de las interacciones complejas entre diversos sistemas sociales. Lo crucial aquí, entonces, no es determinar si un árbitro está «comprado», sino comprender la red de interconexiones que permite y potencialmente promueve la emergencia de la corrupción. Se trata de un sistema que lucha por mantener su coherencia en un entorno altamente complejo, donde múltiples intereses y lógicas se interceptan. Este enfoque nos permite examinar cómo el fútbol, en cuanto subsistema del deporte, se relaciona con otros ámbitos, y cómo tales relaciones pueden dar lugar a distorsiones en su funcionamiento.
La complejidad de cualquier deporte va más allá del campo de juego. El fútbol, en particular, se vincula con la economía, la política y los medios, entre otros ámbitos que generan influencias que el fútbol mismo debe adaptar y acomodar a su lógica, a fin de mantener su integridad y coherencia. Organizaciones como la FIFA y la CONMEBOL ocupan una posición central dentro de este subsistema, como sus principales organismos reguladores. Esta centralidad les otorga un poder significativo, pero también las expone a mayores escrutinios y críticas. Su legitimidad se ve constantemente desafiada, creando una dinámica en la que sus acciones, destinadas a gestionar la complejidad del sistema, a menudo terminan generando —paradójicamente— más complejidad y desconfianza. Es lo que le sucede a organizaciones tan extendidas y de tantos intereses en juego: que su propio funcionamiento puede llegar a ser, bajo el escrutinio público, fuente de inestabilidad. El dinero, el poder y la influencia funcionan en nuestra sociedad como mecanismos que facilitan las operaciones, pero que también pueden distorsionarlas, como hemos visto en varios casos a lo largo de la historia.
Los públicos del fútbol esperan que éste mantenga su lógica mientras interactúa con otros sistemas, lo que inevitablemente tensiona y pone en riesgo su integridad. La lógica económica, por ejemplo, puede entrar en conflicto con la deportiva, generando sospechas de favoritismo por razones comerciales, como sucede con el negocio de los derechos de televisión, los patrocinios, o, por ejemplo, la conveniencia de que las selecciones anfitrionas continúen en los torneos (la hipótesis 2). La política, en tanto, influye en la toma de decisiones de las federaciones, como la elección de sedes de los torneos o de los árbitros. De hecho, una de las principales quejas desde las redes sociales y la prensa en estos días ha sido que Chile tiene «poco peso» dentro de las definiciones de la CONMEBOL (hipótesis 1 y 3).
Este tipo de transgresión en la autonomía del fútbol no es novedoso. Ya en 1966, los organizadores del Mundial se vieron envueltos en polémicas por las decisiones de las semifinales, en la que se les acusó de beneficiar a las selecciones que atraían más público a los estadios. En palabras del exfutbolista uruguayo Jorge Manicera: «Cuando vimos que nos ponían un juez inglés a nosotros con Alemania y un alemán a Argentina con Inglaterra, sabíamos que éramos boleta, y lo fuimos. Estábamos cocinados».
Manicera se refiere a la eliminación del Mundial de Inglaterra de las selecciones de Argentina y Uruguay. Aquella vez, la FIFA designó un árbitro inglés para el duelo Uruguay/Alemania, y a un alemán para el partido Argentina/Inglaterra. La final se jugó entre alemanes e ingleses, y le dejó la copa a los anfitriones. El caso ha sido largamente documentado como sospechoso de corrupción, y muestra cómo la autonomía del fútbol puede ser desplazada por consideraciones económicas y políticas, ejemplificando la interferencia de otros sistemas en la lógica deportiva.
***
Las acusaciones actuales en torno a que la Copa América «está hecha para Messi» o de que en ella se beneficia a Canadá muestran cómo los públicos interpretan tensiones que en el fútbol internacional resultan inevitables. A lo largo de su historia, el fútbol ha evolucionado en respuesta a estas presiones, como lo muestra, más recientemente, la introducción del VAR. Este complemento al arbitraje surgió como un intento de reducir las intervenciones externas poniendo énfasis en la justicia deportiva; en otras palabras, buscando reforzar la lógica interna del fútbol (ganar/perder) frente a influencias externas. Sin embargo, la persistencia de controversias sugiere que incluso este tipo de evoluciones han sido insuficientes; y que, por sí sola, la tecnología no es la solución. Este proceso nos permite entender cómo el sistema del fútbol interpreta y responde a las presiones externas. Por otro lado, revela las tensiones internas que surgen cuando el sistema intenta mantener su integridad frente a influencias divergentes.
¿Qué camino puede tomar el fútbol? La solución tiene que emerger del propio sistema futbolístico, incluyendo una reformulación del papel de organizaciones como la FIFA y la CONMEBOL. El sistema necesita evolucionar para procesar más efectivamente las irritaciones de su entorno, pero sin comprometer su autonomía fundamental. Esto implica nuevos mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, coherentes con la lógica interna del fútbol, y el reconocimiento y redefinición de sus relaciones con otros sistemas sociales. Ignorar tales irritaciones, pretendiendo que el fútbol es solo deporte, es lo que ha impedido crear los mecanismos de autolimitación necesarios, lo que ha llevado a muchos de los problemas actuales. La integridad del fútbol depende de su capacidad para mantener la primacía del código deportivo sobre consideraciones externas. Esto no significa ignorar las realidades económicas o políticas (entre otras), sino procesarlas de una manera que no comprometa la esencia del fútbol, protegiendo el juego. Es decir, el fútbol debe aprender a coexistir con estos otros sistemas sin perder su identidad fundamental. Intervenciones externas, como la persecución anticorrupción que hace EE.UU. a la FIFA, no resuelven el problema de fondo. En su lugar, se requieren intervenciones contextuales que estimulen la autorregulación del sistema sin comprometer su autonomía.
El futuro del fútbol dependerá de su capacidad para reinventarse continuamente, manteniendo su esencia mientras se adapta a los cambios de su entorno complejo. Y esto también puede implicar eliminar a árbitros deficientes, como Roldán.