La utilidad de una «radiografía» sobre las Humanidades
03.07.2024
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03.07.2024
En columna para CIPER, un académico comenta el valor del primer estudio del Ministerio de Ciencia sobre la situación de las Humanidades, Artes y Ciencias Sociales (HACS) en Chile: «Nuestro país se encuentra por debajo de los estándares internacionales en algunas de estas materias, si bien [el documento] señala un camino desde la identificación del déficit hacia el parámetro deseado».
Hace unos días, el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación presentó [imagen superior] la primera Radiografía de las Humanidades, Artes y Ciencias Sociales (HACS), un documento que provee una robusta primera imagen de la situación actual de dichas áreas. Se trata de una exposición estructurada de diversas estadísticas locales respecto a educación de pre y posgrado, empleabilidad e ingresos, fondos de investigación y producción académica, con el fin de, en palabras del ministerio, ofrecer «una nueva perspectiva sobre la investigación en nuestro país; una mirada que pone de relieve la presencia de los conocimientos sociales, humanistas y artísticos, y las capacidades que nos permitirán navegar en el actual escenario de incertidumbres y desafíos contemporáneos –seguridad, migración, confianzas, convivencia, diversidad, igualdad y equidad–, con vistas a forjar un camino sostenible e inclusivo para el desarrollo de Chile».
La lectura del documento permite concluir que nuestro país se encuentra por debajo de los estándares internacionales en algunas de estas materias, si bien señala un camino desde la identificación del déficit hacia el parámetro deseado. La presencia y relevancia de las HACS han sido abordados en recientes debates públicos [ver nota previa en CIPER-Opinión: «La expulsión del jardín de Beauchef: ¿podemos imaginar un futuro sin Humanidades?»], que en parte muestran cómo suele confundirse el cultivo de la disciplina con el activismo político, al mismo tiempo que el aporte de estas disciplinas, en todas sus dimensiones, no deja de estar cuestionado. Es una perspectiva reduccionista que indica la gran miopía que presentan los polemistas en estas materias: confusión de planos, ideas, conceptos —en fin, realidades—, en materias tales como el cultivo de las disciplinas, el desarrollo de conocimientos y la provisión de servicios educacionales e intelectuales para el mercado nacional.
En este sentido, el debate que en estas semanas se ha tomado a las humanidades es síntoma de una crisis mayor (nada nueva, por cierto) respecto al rol de las universidades en el país; y que se debate entre el cultivo de la disciplina y generación de conocimientos, y la aproximación mercantilista orientada al mercado laboral, y visiones esencialistas del quehacer público del conocimiento.
Así, se confunden títulos profesionales y carreras, con el cultivo y validación de sus conocimientos disciplinares; en otras palabras, al sociólogo con la sociología, al ingeniero comercial con la economía, al intérprete con la música, al profesor con la pedagogía, etc. Lo que subyace a las críticas a las HACS es un entendimiento del rol económico o práctico de las profesiones vinculado con los largos debates que se han sostenido en torno al desarrollo económico y político del país.
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Esta nueva radiografía HACS nos ofrece una mirada del presente a la que le convendría considerar las trayectorias y derroteros que nos deja el pasado; al menos, para limitar la ambigüedad en las posturas retratadas. En el fragor de la discusión se nos olvida que la masificación de la educación superior en Chile es un proceso reciente, que, incluso con amplios cuestionamientos a la solución del financiamiento de la matrícula vía CAE, logró en seis años igualar la composición de género en la educación técnico-profesional (CFT e IPs); en ocho, la participación en la matrícula universitaria; y, en un poco más de una década, la participación en la matrícula de posgrado (magíster).
También se nos olvida que esta expansión vino de la mano de universidades docentes, y no a través de las universidades complejas (docencia, investigación y extensión), que son las que también cultivan intelectuales públicos para la discusión social. Aparece también en esta lista de elementos olvidados que las propias universidades docentes iniciaron sus operaciones apalancadas mayoritariamente a las HACS en programas de pregrado en carreras de tiza y pizarrón —perdón por el anacronismo—, lo que genera hasta hoy un desequilibrio en la calidad de diversos programas de formación, no necesariamente así de sus disciplinas y sus investigadore. Es decir, incluso en el Chile reciente las HACS también fueron parte del motor que impulsó el desarrollo de las instituciones educativas nacionales.
De ese modo es evidente que por fijarnos prioritariamente en la acumulación actual de «capital humano avanzado», se pase por alto que sólo a través de la larga y sostenida inversión del Estado se ha logrado aumentar el número de doctores y doctoras (y el tiempo que toma en que se conviertan en tales), entre quienes aún persisten sistemáticos problemas para su inserción como investigadores/as [ver columna previa en CIPER-OPINIÓN: «Diagnosticar y repensar la inserción de posgraduados»]. De igual manera, la creación de conocimientos y los espacios en que el cultivo de las diferentes disciplinas ocurren suelen estar medidos aún por lógicas economicistas respecto de su productividad e impacto, que además son reforzadas por procesos de acreditación institucional y de programas normadas por la Comisión Nacional de Evaluación que nos alejan de la diversidad de formas de producción del conocimiento en áreas basadas, por ejemplo, en la creación (artes) o la reflexión.
Dado que esta «Radiografía» nos muestra datos superpuestos respecto de la formación de profesionales, especialización y generación de conocimientos, no se puede sino advertir que el debate se mantendrá en la misma confusión arriba descrita. Empero, el rol de lo académicos en el ámbito de los asuntos públicos es clave para diferenciar las políticas educacionales, de las económicas y de aquellas vinculadas a ciencia, tecnología e innovación. De no hacerlo, caeremos en el mismo problema evidenciado por los detractores de las HACS, que no asignan a estas valor, en la medida que las disocian de un contexto productivo.