Por qué debieran importarnos las elecciones europeas
10.06.2024
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10.06.2024
También en nuestro país los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo pueden ofrecer algunas pistas políticas, comenta el autor de la siguiente columna para CIPER: «La falta de legitimidad de las instituciones democráticas y la profunda sensación de desconexión entre los representantes y la ciudadanía es un poderoso motor para la fuerza de la derecha radical. La impugnación a lo establecido puede lograr empatizar con un ciudadano que se ve a sí mismo como una persona de segunda clase, excluida de las consideraciones políticas y ajena a los valores de quienes toman las decisiones.»
Las recientes elecciones del Parlamento Europeo están siendo noticia sobre todo por el buen desempeño de los partidos asociados a la derecha radical populista, con aumento de escaños para representantes de Francia, Italia, Alemania, Hungría, Austria y Países Bajos. Lo que se agrupa en este sector político son conglomerados políticos que, con matices y sutilezas, comparten rasgos tales como el nativismo, el autoritarismo y la demagogia [MUDDE 2010]. Son partidos de tendencia nacionalista, que, por ejemplo, afirman que cada Estado debe ser habitado sólo por quienes nacieron dentro de sus fronteras, lo cual se traduce en posiciones fuertes contra la inmigración y la integración europea.
Son grupos que simplifican la diversidad de opiniones en una sociedad dividiendo a la población entre una «élite corrupta» y un «pueblo puro» [MUDDE & ROVIRA 2017].
Aunque los equilibrios de poder en el Parlamento siguen siendo similares a los de años anteriores, con una mayoría proeuropeísta, el crecimiento de la derecha radical es una señal de advertencia para la clase política hoy vigente en Europa, pues entre otras cosas expresa un descontento hacia la democracia liberal y ciertos temas asociados a un Estado fuerte y de promoción de libertades ciudadanas, y nada hace parecer que su expansión haya tocado techo.
Creo que es un error concebir este nuevo auge de la derecha extrema como una fiebre del momento; por el contrario, adhiero a quienes la ven como una representación radical de valores que hoy son mayoritarios en las democracias occidentales, los cuales refuerzan la pertenencia a la nación como forma fundamental de comunidad, y que cobran mayor relevancia en circunstancias de crisis económicas, sociales, de seguridad, escándalos de corrupción e inmigración. En estas ocasiones, el lazo que vincula las creencias de las personas con la oferta programática del populismo se vuelve más estrecho, como por ejemplo demuestra el fortalecimiento de las actitudes nacionalistas en sujetos que en el pasado apoyaron la integración europea [CLARK & ROHRSCHNEIDER 2021] .
Lo más llamativo en este panorama es la estructuración de la política como una contienda entre amigos y enemigos [SCHMITT 1998]. Consideremos algunos ejemplos de ello: la reacción contra el cambio cultural progresista y los avances en los derechos de género, planteados como amenazas a la familia y la tradición; la fuerte defensa de la identidad nacional, entendida en términos étnicos y culturales, que debe ser protegida del multiculturalismo; y la oposición entre valores universales y nacionales, acusando a los primeros (como la llamada «Agenda 2020») de ser imposiciones de intereses extranjeros.
Todas estas contraposiciones expresan la clásica definición de una élite política, económica y cultural corrupta, distanciada de las «verdaderas preocupaciones» del pueblo puro. Los populistas se autoproclaman sus representantes legítimos, articulando la defensa de sus posiciones particulares como una defensa de las personas [MUDDE 2004]. La falta de legitimidad de las instituciones democráticas y la profunda sensación de desconexión entre los representantes y la ciudadanía es un poderoso motor para la fuerza de la derecha radical. La impugnación a lo establecido puede lograr empatizar con un ciudadano que se ve a sí mismo como una persona de segunda clase, excluida de las consideraciones políticas y ajena a los valores de quienes toman las decisiones [NORRIS e INGLEHART 2019].
El ciudadano contemporáneo no ve en los complejos procesos de la democracia procedimental ningún atisbo de soberanía popular. En un extremo, esta contradicción puede resolverse con un llamado populista de «volver al pueblo», sacando del poder a las élites corruptas y eliminando sus instituciones [CANOVAN 1999]. Algunos autores han visto en estas tensiones un nuevo clivaje, según el cual el eje izquierda-derecha está siendo gradualmente reemplazado por el de cosmopolitas-etnonacionalistas, que lleva al extremo las diferencias entre el liberalismo y el nacionalismo identitario [LEVITSKY 2024]. A fin de cuentas, se trata de una colisión entre los ideales que inspiran los regímenes políticos. Por un lado, está la democracia liberal; por el lado, un régimen nacionalista con jerarquías naturales bien definidas bajo la dirección una autoridad fuerte.
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Debo reconocer que aún me sorprende que a menudo se interprete el auge del populismo de derecha como un simple efecto de las demandas ciudadanas, en lugar de un esfuerzo consciente por generar una necesidad que atender, mediante el uso hábil de las agendas públicas. Por ello, es importante identificar qué clase de sentimientos impulsan a las personas a inclinarse por opciones de derecha radical.
Me parece que uno de ellos es la preocupación sobre los hábitos que definen una forma de vida tradicional, y cómo esta se ve afectada por fenómenos tales como la inmigración o el cambio cultural. No se trata de simples preferencias, sino de maneras de ver el mundo que las personas perciben valiosas en sí mismas. En un extremo, existe un miedo por la pérdida del estatus y los valores tradicionales, y nadie quiere ser señalado con el dedo como una mala persona por su forma de pensar. Ante ello, puede entenderse que la restauración de un pasado idealizado sea atractiva para algunas personas.
A un nivel más profundo, la popularidad de la derecha radical puede responder a un miedo existencial: ya no solo el temor a perder una forma de vida, sino el terror a perder la vida misma. En Europa, lo anterior se explica por la cercanía de la guerra y la amenaza latente del terrorismo; en América Latina, por el crimen organizado. El temor de sufrir una muerte violenta incrementa la demanda por el uso de la fuerza del Estado, y aquí es donde los equilibrios institucionales de la democracia liberal pueden parecer un obstáculo. La derecha radical promete ir más allá de estas reglas procedimentales, debilitándolas para emplear la fuerza para suprimir las amenazas a la seguridad.
De esta forma, la derecha populista radical pretende encarnar el poder del pueblo usando la fuerza del Estado para proteger su seguridad y forma de vida frente al abuso de las élites liberales. Creo que esta es una promesa democrática vacía, y que debe verse con cuidado. La impugnación que hace la derecha populista radical no se limita a las alternativas disponibles en las elecciones, sino a la democracia liberal en sí; paradójicamente, a través de sus mismas herramientas (como el ataque a las instituciones que dispersan el poder y protegen los derechos de las personas, como ha sucedido en Hungría, Polonia, Turquía y Serbia [ZIBLATT & LEVITSKY 2018].
Debería importarnos el crecimiento de la derecha populista radical porque pone en riesgo los fundamentos de la democracia liberal. Chile no ha sido la excepción a esta tendencia, pues a raíz de los serios problemas de seguridad, corrupción y desigualdad, la simpatía hacia ideas de esta matriz ha cobrado fuerza. El abrumador triunfo del Partido Republicano en las elecciones del Consejo Constitucional de 2023 fue una advertencia de ello, aunque la propuesta en cuestión fuese al final rechazada. La historia no está escrita: la democracia chilena continúa siendo resiliente, pese al descontento. Su futuro dependerá de nuestra capacidad para entender y responder a estos desafíos cruciales.