Más pruebas de que necesitamos una nueva educación sexual
31.05.2024
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Hoy son los usos de la inteligencia artificial, tal como antes se empleaban otras formas de menoscabo y violencia machista al interior de los colegios. La investigación judicial en desarrollo por un caso sucedido en el Saint George’s confirma que los escolares deben recibir una educación sexual actualizada y alerta, recuerda la siguiente columna de Opinión para CIPER: «Es urgente pensar un currículo nacional en la materia, dentro de una discusión que evite ser capturada por una batalla cultural o por la clausura de instituciones que piensan que tienen que inventar su propia rueda.»
La semana pasada se conoció una noticia que generó cierta conmoción en la opinión pública: estudiantes de un colegio privado capitalino, formador de parte de las élites del país, habían difundido imágenes de compañeras adolescentes desnudas creadas con inteligencia artificial. El incidente ha adquirido resonancia casi tres meses después de haber ocurrido, pues los apoderados de una de las afectadas interpusieron un recurso de protección contra las autoridades del colegio Saint George’s por su manejo del caso. Un fiscal está ya a cargo de la investigación.
Creer que un caso así sucede por primera vez en Chile o atribuir lo sucedido a otra expresión de la violencia machista en los espacios educativos parece reducido, e impide afinar la pregunta sobre el por qué persiste la ocurrencia de este tipo de agresiones, y qué pueden hacer los programas de educación sexual escolares por evitarlo. Como cualquier violencia, el machismo, la misoginia y el acoso obedecen a normas sociales que se reproducen siempre de una manera particular y situada, pues responden a normas sociales complejas que establecen qué es lo que un sujeto puede hacer o no, y qué beneficios recibe por respetar una determinada norma.
No deja de ser interesante que esto haya ocurrido en un establecimiento católico que en la historia reciente del país ha sido conocido por sus experiencias de inclusión [D’AGOSTINO y MADERO 2023]. El que allí se eduque a la clase alta del país probablemente explica la resonancia mediática del caso, pues la circulación virtual de fotos no consentidas es una práctica recurrente del acoso escolar actual [PARDO-GONZÁLEZ y SOUZA 2022]. En cambio, la idea de ser un colegio diferente (supuestamente abierto o progresista) puede explicar tal vez el por qué no hubo ningún tipo de dispositivo formativo que hubiera evitado lo que ocurrió, porque la idea misma de «apertura» afecta la manera en que se piensa la sexualidad adolescente y la educación sexual respectiva: lo que se ve y lo que se deja de ver.
En mi experiencia como investigador doctoral tuve la oportunidad de conocer varias instituciones con características similares, con mayor o menor grado de conservadurismo declarado. Al preguntar sobre la educación sexual que promovía cada una de ellas, se observaba siempre un debate interno que operaba sobre dos ejes: cómo educar católicamente la sexualidad, y cómo no hacer lo que otros hacen. En el primero de los casos, la tensión entre un discurso magisterial católico y las normas sobre la sexualidad que movilizan la cultura contemporánea da pie a largas discusiones, con respuestas que muchas veces operan de modo inestable [ASTUDILLO 2020]. Ahora bien, la manera específica de resolver esa primera tensión también se vincula con aquello que permitía distinguir un colegio de élite de otro, algo especialmente relevante dentro del mercado de la formación privada y para los procesos de doble selección que existen en tales establecimientos que son elegidos, pero también eligen familias que se ajusten a sus proyectos educativos [MADRID 2016; ILABACA y CORVALÁN 2020].
Como resultado, es posible afirmar que en estos establecimientos opera una clausura institucional que impide ver con mayor profundidad las ideas propias de cómo es una persona sexuada en cada institución. Es probable entonces que los sofisticados dispositivos y programas de educación sexual desarrollados por el colegio que protagoniza esta historia —que, como otros similares, cuenta con recursos para comprar programas externos y contratar profesionales ad-hoc— hayan pasado por alto cuestiones sobre cómo los adolescentes de ese lugar específico experimentan la sexualidad. Tal vez todavía existen sujetos que siguen pensando que otras personas pueden ser un objeto, pero quizás —a diferencias de otros casos comparables— estas fotos deepfake ocurrieron en un colegio en el que los adolescentes tienen el tiempo libre, el espacio privado y las tecnologías como para desarrollar un álbum de fotografías alteradas que reemplazan otras iniciativas igualmente desvergonzadas (como podría ser el uso de Photoshop en otros lugares del país). Lo mismo ocurre con la manera específica de construir la masculinidad en oposición a la autoridad escolar [AYRAL 2011]; de allí la necesidad de preguntarse si basta con discutir sobre la sexualidad sin vincularla a cómo las personas entienden también sus roles de género. En un colegio como el Saint George’s, el llamado «currículo gerencial» o la preparación para el liderazgo en la vida adulta [MADRID 2016] tiene consecuencias en cómo se desafían los discursos establecidos (entre los cuales está, sin duda, la condena a la violencia machista).
Cierto: una expulsión en ningún caso educa a quien ha cometido violencia, sobre todo si esa persona debe ver resguardado su derecho a la educación. Pero es inevitable que esa señal sea vista como una expresión de impunidad. El debate podría seguir por esa vereda eternamente, pero, y como este caso bien lo muestra, una vez más se constata la necesidad de una educación sexual distinta a la cual disponemos en el país. Por sí mismas, las familias nunca dispondrán de todos los conocimientos que necesitan, y tanto ellas como las escuelas tampoco tienen la posibilidad real de reflexionar sobre cómo sus prácticas, desafíos y sobresaltos no son representativos de la totalidad de las experiencias posibles en una sociedad. Por esta razón es urgente pensar un currículo nacional en la materia, dentro de una discusión que evite ser capturada por una batalla cultural o por la clausura de instituciones que piensan que tienen que inventar su propia rueda.
La educación sexual que hoy se necesita no es solo médica ni moral, sino también social. Cada día más, se necesitan personas conscientes de sus posiciones sociales y de cómo éstas afectan sus relaciones [ASTUDILLO 2022]. Las instituciones educativas deben salir de su relativo aislamiento para construir redes que permitan intercambiar experiencias y mirar los propios problemas de formas aún impensadas. Cuestionarse los supuestos con lo que hoy se miran la sexualidad y el género probablemente permitiría desarrollar nuevas formas de reflexividad y empatía, que prevengan, por ejemplo, que adolescentes que han recibido educación sexual sigan pensando que es posible falsear fotos de compañeras y difundirlas sin más en las redes sociales.