Libros: Mil miradas
25.04.2024
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25.04.2024
Cuál es el retrato de nuestras ciudades cuando la escritura se ve obligada a un relato excepcionalmente breve.
En los veinte años del concurso “Santiago en 100 Palabras” se ha ido formando una verdadera cordillera de historias que describen nuestra vida social. El público lector solo ha podido visualizar sus cumbres más altas, pero son miles los relatos que año a año se suman a este repositorio narrativo. El análisis «geológico» de estos miles de pequeños textos –una verdadera minería de datos– nos dice que todos los años y en todas las comunas predomina la categoría «reflexión». Me parece interesante detenerse en sobre qué se reflexiona.
Propongo que estas historias proyectan una mirada reflexiva sobre la ciudad, su entorno y las relaciones que se dan en ella, y lo hacen en al menos en tres sentidos. En el nivel más básico, estableciendo el objeto de nuestra mirada. Las historias nos llevan una y otra vez al río Mapocho, a sus puentes y las calles céntricas, a nuestros cerros y las construcciones en altura, a nuestros barrios y parques más emblemáticos. Más recurrente aun es la vida que emerge en el metro y sus estaciones. La red del metro es el verdadero sistema circulatorio de nuestra vida social en estos textos, aquella que mueve la mirada urbana de un lugar a otro.
Pero no son solo lugares que se miran, sino espacios desde donde miramos. Estas narraciones abren una segunda dimensión de la mirada, la de cómo nos observamos mutuamente. En los relatos de Santiago en 100 Palabras se despliega una serie de configuraciones de la mirada que describen el tipo de interacción que desarrollamos en Santiago: «… en su mirada me vi con tres hijos»; «el guardia tenía ojos vidriosos»; «ellos me miran y se ríen conmigo»; «me ven [y] cierran las cortinas»; «veo con satisfacción su cara de incertidumbre»; «mirándote cómo te llevas mi cartera»; «desvestía con la mirada a las escolares».
Si hacemos una revisión en el tiempo, el total de relatos recibidos durante estos veinte años muestra una marcada carga negativa. Y al releer las narraciones galardonadas uno no puede sino vislumbrar como figura central una mirada desoladora. No es que no existan el humor, la ironía, el amor, pero queda la sensación de que hablan especialmente de la soledad, la enfermedad y el abuso. Esto se ejemplifica en el emblemático cuento «El cansancio» («el pito nos salvó de llorar…») o en «El Cementerio» («ya no quería llorar más…»). Quizás esta marca narrativa precede por mucho al marco temporal de este concurso. Ya Gabriela Mistral en Desolación cristalizaba este sentir: «… miro morir inmensos ocasos dolorosos».
Pero también hay en estos relatos una reflexividad en torno a cómo cambia la mirada. Sin duda los espacios, las personas y los objetos mutan con los años. La investigación refleja bien al menos dos transformaciones. Por un lado, la consolidación de una mirada mediatizada. Los relatos se van poblando de tecnologías de la comunicación en movimiento. La pantalla se interpone entre nuestro ojo y la ciudad, y así emergen en los textos los mensajes de celular, Messenger, Facebook, Tinder, WhatsApp. Esta mirada nos contrae y nos fija (y, en el metro, nos hace bajar permanentemente la cabeza hacia los dispositivos), así como nos expande y nos conecta simultáneamente con múltiples eventualidades de la ciudad y el mundo.
Por último, nos hablan de una mirada movilizada. Porque son frecuentes los relatos sobre Santiago repoblándose –antes, desde los campos y regiones, ahora con población migrante extranjera, la que moviliza cuerpos distintos y ajenos–, pero, sobre todo, porque nos recuerdan cómo las calles de Santiago estaban llenas de escolares, universitarias y grupos heterogéneos hasta que la pandemia obligó a la reclusión. Respecto de esta mirada movilizada, uno de los hallazgos más interesantes de esta investigación es que los años de mayor negatividad en los escritos de estos miles de narradores no fue el del estallido social o los siguientes, sino precisamente los dos años que lo precedieron (2017 y 2018, especialmente en hombres y mujeres jóvenes).
Esta prefiguración narrativa de lo que vivimos el 2019 nos permite pensar que esta cordillera de relatos realmente sigue el pulso de nuestra mirada urbana. Nada bueno hace pensar que ahora la ira y la negatividad se trasladen a hombres mayores de 55 años, y las figuras rabiosas que emanan de ese perfil en países cercanos y lejanos.