Libros: Lo que Susan Neiman no aborda en su crítica a lo ‘woke’
28.03.2024
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28.03.2024
La filósofa estadounidense ha conseguido uno de los ensayos más comentados del año, presentado hace poco en Santiago y con varias traducciones en el mundo entero. La siguiente columna para CIPER analiza el libro Izquierda no es woke, en el aporte de sus definiciones y, también, en la deuda de lo que el autor considera sus parcialidades
Gran cobertura está teniendo en medios y espacios de debate un nuevo libro de la filósofa estadounidense Susan Neiman, quien incluso llegó hasta Santiago para la presentación de la traducción al castellano de Izquierda no es woke (Debate, 2024), un esclarecedor trabajo que llega a nutrir el debate público, estableciendo un vínculo entre reflexión teórica y acción política para abordar el término de moda. En su sentido original, lo ‘woke’ es una palabra inglesa que alude a estar alerta y atento a problemas sociales relacionados con el racismo, el sexismo y distintas desigualdades. Por supuesto, su uso y abuso en los últimos años ha terminado por cargarlo de una acepción negativa y hasta peyorativa [ver columna previa en CIPER-Opinión: “Qué es lo «woke»: estrategia, críticas y límites para la nueva izquierda”].
En su libro, Neiman afirma que la izquierda contemporánea ha dejado de lado de forma progresiva ideales universales, para centrarse en cambio en las distintas formas de opresión, abusos y maltratos que las personas sufren en razón de sus identidades particulares. Esta sensibilidad woke transforma la política en una lucha tribal por el poder, allí donde los ideales de justicia y progreso se vuelven inalcanzables. Tal enfoque podría hacer a la izquierda vulnerable ante tendencias autoritarias, como el facsismo. Otros autores que han abordado el wokismo con ánimo crítico han hecho ver su carácter contraproducente [MOUNK 2023], destacando la fragmentación de la política en identidades y la multiplicidad de víctimas [PEÑA 2023] y han apelado a la necesidad de categorías que generen unidad en lugar de división [JOIGNANT 2023].
Neiman no niega que la izquierda deba ponerse del lado de los oprimidos, ni que ciertas identidades o grupos sociales hayan sido marginados históricamente. Existe una demanda universal de justicia, pero el término «universal» no significa que todos seamos exactamente iguales. Su problema es el enfoque woke para abordar tales demandas y por esto es una pena que no se encuentre lo suficientemente definido en su trabajo.
En mi opinión, esta ambigüedad da lugar a un malentendido importante: no se trata de abandonar las demandas de justicia de los grupos así llamados «identitarios», sino de hallar principios universales que enmarquen sus luchas sociales de forma constructiva. Creo que es sencillo malinterpretar a Neiman y llegar a la conclusión apresurada de que deberíamos rechazar por completo las políticas de la identidad, cuando en realidad la discusión debería centrarse en cómo integrar estas demandas en una visión más amplia de justicia social, sin caer en los extremos del identitarismo o el universalismo simplista, pues entre ambos existe una amplia gama de matices.
La ambigüedad del término woke y su carácter peyorativo podría subsanarse volviendo al estudio de la teoría política contemporánea. Varios problemas relacionados con la identidad, el multiculturalismo y la diferencia han sido tratados por autores cuyo pensamiento se aleja mucho de los autores citados por Neiman, tales como Schmitt y Foucault. Sólo por sumar algunos ejemplos notables: el liberalismo político de Rawls, el enfoque de las capacidades de Sen y Nussbaum, el multiculturalismo de Kymlicka o el debate sobre redistribución o reconocimiento llevado a cabo por Fraser y Honneth. Es posible que volver al exámen de aquellas discusiones ilumine nuestro camino, para ir más allá del universalismo simple en nuestra concepción de la ciudadanía y nuestros comunes derechos.
Podríamos considerar que el estatus político de la ciudadanía igualitaria deriva de nuestra condición de igualdad moral como seres humanos, y que esto trasciende nuestras diferencias culturales o sociales, aunque no las elimina. Dado que estas diferencias pueden tener efectos marcados en nuestras expectativas de vida, deben tomarse medidas para que las personas puedan alcanzar su autorrealización sin importar su sexo, género, orientación sexual, etnia, discapacidad, etc., lo que en ocasiones requerirá de un trato diferenciado [YOUNG 1996]. Debe notarse que esta clase de argumentos no es tribalista. Su fundamento es que existe una exigencia de justicia en que cada persona pueda perseguir su propio proyecto de vida sin ser afectada por consideraciones arbitrarias desde el punto de vista moral.
En conclusión, defender ciertas luchas sociales vinculadas a identidades particulares no tiene por qué ser un acto de tribalismo, sino un reconocimiento de la justicia como una exigencia universal que respeta las diferencias individuales y colectivas. Esta defensa de la justidad debe ser inclusiva y amplia, permitiendo a cada persona perseguir su proyecto de vida libre de discriminación y opresión. Tal enfoque no solo refuerza los valores democráticos fundamentales, sino que también promueve una sociedad más justa y equitativa, por la cual vale la pena trabajar.