#8M Sacar la voz, un acto feminista
06.03.2024
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
06.03.2024
«La voz de las mujeres ha estado limitada en los últimos siglos, y eso tiene como consecuencia una pérdida de la belleza y la experiencia que la mitad de la población humana tiene por compartir. […] Nos parece fundamental poder celebrar, conocer y difundir el trabajo de mujeres chilenas que están haciendo el ejercicio feminista de sacar la voz, y compartir su talento, pensamiento y mirada del mundo.»*
Que una mujer escriba es un acto feminista. Si vamos a la definición básica de feminismo, que lo describe como un movimiento político y social que pide para la mujer el reconocimiento de las mismas capacidades y derechos que para el hombre, el hecho de que una mujer escriba es un gesto hacia ese destino de equidad. Por siglos, a las mujeres se les negó la posibilidad de estudiar y acceder a las letras. De hecho, aun —y según cifras de Unesco—más de dos tercios de la población analfabeta son mujeres, lo que significa que en nuestro mundo hay cerca de quinientos millones de niñas y mujeres que no tienen acceso a la palabra escrita.
Una de las trampas del patriarcado es normalizar esta situación, y naturalizar la idea de la distancia entre mujeres y letras. Esto se ha hecho también a través del canon de la literatura, organizado históricamente por hombres para ubicar la producción literaria de mujeres como un género menor, vinculándolo a las características en que la ideología de género ha situado «lo femenino». A pesar del mal uso que los grupos conservadores han hecho del concepto de ideología de género, recordemos que ésta es, por definición, la mayor herramienta del orden patriarcal, ya que se define como el sistema de representación que instala y perpetúa la idea de la diferencia, complementariedad y jerarquía entre lo masculino y lo femenino. En ese sentido, se ha construido una imagen de lo masculino como lo activo, lo fuerte, lo poderoso, lo asertivo, lo racional, mandatando a los hombres a conquistar, dominar y controlar tanto lo público como lo privado. Las mujeres, en cambio, quedan en la subordinación y el cuidado; y se revisten de características femeninas la sensibilidad, la ternura, la empatía, el sacrificio, la generosidad, etc. No es casual que de grandes escritoras de los siglos XIX y XX se dijeran cosas como «escribe tan bien como un hombre», o que por décadas se haya querido instalar la idea de que literaturas diversas y poderosas en Chile, como las de Gabriela Mistral o Marta Brunet, se reducen a lo infantil (además, como si escribir para las infancias fuera un género menor). Asociar la producción literaria de mujeres con los mandatos de género ha sido una estrategia eficiente de parte del canon para limitar el quehacer intelectual de las mujeres y ningunear el discurso de estas autoras, calificándolo despectivamente de suave, intimista, romántico o infantil.
Otro mito que se ha querido instalar respecto a la escritura de mujeres es que las escritoras son unas recién llegadas a la literatura. Gracias a los movimientos de mujeres en las últimas décadas ha existido un potente revisionismo de lo que sabemos respecto al pasado, y se ha podido cuestionar —incluso considerando que las huellas de muchas mujeres artistas han sido borradas por el tiempo y la desidia del canon— la idea de que las mujeres han estado mayormente ausentes del ejercicio creativo. Con los datos que tenemos hoy, podemos decir que el primer autor literario de la historia de la humanidad fue una ella: Enheduanna (c. 2300 a. C.). Su obra Exaltación de Inanna es el primer texto firmado que se conoce, una obra escrita en tablas cuneiformes que fue replicada en diversas copias, incluso después de su muerte. Hoy sabemos también que la novela más antigua de la que tengamos referencias también fue escrita por una mujer: Lady Murasaki Shibiku (978-1014) [imagen superior] redactó un libro de 4.200 páginas, La novela de Genji, considerado la obra clásica más importante de la literatura japonesa.
***
Una trampa del discurso patriarcal es instalar la idea de su naturalidad, y de que siempre y en todo tiempo las comunidades humanas se han organizado subyugando a las mujeres a los hombres. Pero no es cierto que todas las comunidades que se asentaron a causa de la revolución agrícola se organizaran patriarcalmente. Entre el 9.000 a.C, e incluso hasta la actualidad, existe evidencia de que han existido diversas formas de organización social, y que no en todas ellas las mujeres han estado consideradas como un sujeto menor. La voz de las mujeres ha estado limitada en los últimos siglos, y eso tiene como consecuencia una pérdida de la belleza y la experiencia que la mitad de la población humana tiene por compartir. Si las cosas siguen su curso actual la equidad de género se logrará recién en trescientos años más, ha establecido la ONU, ya que la pandemia y las crisis sociales actuales han hecho retroceder de manera impresionante los avances que se habían hecho en materia de equidad, en muchos territorios. Por todo lo anterior, nos parece fundamental poder celebrar, conocer y difundir el trabajo de mujeres chilenas que están haciendo el ejercicio feminista de sacar la voz, y compartir su talento, pensamiento y mirada del mundo.
Un elemento que suele ser común a la producción cultural desarrollada por mujeres y que también caracteriza la metodología de las organizaciones feministas es la escucha. Podríamos teorizar que, por nuestro entrenamiento cultural patriarcal —que busca formar en las mujeres sujetos enfocados en el cuidado—, desarrollamos mayor capacidad para ver y entender al otro en su complejidad, lo cual puede definir una manera de acercarse a la otredad, y de crearla y describirla cuando se trata de construir relatos. Quisiera acá hacer una pausa para instalar que, para mí, la lucha feminista profunda tiene que ver con la conquista de la complejidad de lo humano que ha sido cercenado en una lógica binominal instalada por la ideología de género que —como explicábamos al inicio—señala que frente a un tipo de genitalidad existen «naturalmente» características de personalidad humanas. En esa lógica, los sujetos con pene serían más poderosos, protectores, activos y competitivos, mientras que aquellos con vagina seríamos más dulces, cuidadosos, sumisas y empáticos. Además de la reducción de toda la diversidad humana a este par de categorías, lo que hace la ideología de género es limitar las posibilidades de lo humano en cada unx de nosotrxs, a través de la socialización de género. Quizá a estas alturas resulte una obviedad decirlo, pero, desde acá, creemos que todos los seres humanos tenemos la potencia de ser poderosos y frágiles, activos y pasivos, sensibles y racionales; y que no son éstas características que se oponen, sino que se develan y desarrollan en distintos momentos de la vida, e incluso del mismo día. Entonces, volviendo a la idea anterior, la capacidad de escucha y empatía no es una habilidad única de las mujeres, sino una que se ha potenciado culturalmente para entrenarnos en los roles de cuidado. Pero es evidente que hombres y diversidades también poseen esa capacidad, que puede —y requiere urgentemente— ser desarrollada culturalmente.
Y ahí volvemos a la importancia de la diversidad de miradas e historias que llegan a ser contadas, y que nos pueden ayudar en el desarrollo de estas habilidades tan urgentes para la convivencia social. Sabemos que, históricamente, los autores han tenido mayor posibilidad de escribir y ser publicados que las escritoras, y que aún hoy, cuando hay una efervescente producción literaria y mucho más acceso a libros escritos por mujeres, los lectores hombres siguen leyendo mayormente autores hombres, mientras que las lectoras mujeres solemos leer tanto a autoras como a autores. Frente a este escenario la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie ha señalado que, si más hombres leyeran autoras mujeres, mayores serían las posibilidades de entendimiento entre unos y otras. Esto, porque sabemos que la literatura nos da un acceso privilegiado al mundo interior de los personajes y nos invita a un profundo ejercicio de empatía. En un mundo con una crisis profunda, debido a los radicalismos y el aumento de la desconfianza, poder contar con herramientas que nos acerquen a lxs otrxs desde lo personal de la experiencia es un elemento de profundo valor, y una herramienta clave para el desarrollo de diálogos sociales que hoy aparecen como fundamentales.
Como hemos dicho más arriba, el entrenamiento cultural y el orden social de género de los últimos siglos ha relegado a las mujeres a la esfera de lo privado y a las labores de cuidado, de ahí que desarrollar una voz propia y compartirla en el espacio de lo público ha sido un desafío histórico para las escritoras. Como periodista de cultura y entrevistadora de creadoras/es y artistas por más de dos décadas, nunca ha dejado de llamar mi atención el proceso mediante el cual se desarrolla una identidad creativa y una voz personal. Estoy segura de que en teoría literaria existen muchas definiciones interesantes respecto a autoría, pero en este punto me apoyaré en la teoría de autor cinematográfica —que me resulta mucho más familiar—, que señala que, frente a un cuerpo de obra, se puede reconocer a un/a autor/a la por su caligrafía cinematográfica y su recurrencia temática. Forma y fondo es lo que permite identificar a un/a creador/a a partir de un grupo de sus obras. Cuáles son los temas que le interesan y a los que retornan una y otra vez, y cuál es la manera particular que tienen de adentrarse en esos temas y desarrollarlos. Así, en el desarrollo de una voz personal aparece la urgencia de encontrarse en las palabras. La literatura, tanto para lectoras como para escritoras, es un lugar de existencia básico, un espacio para encontrarse consigo mismas y con lxs otrxs.
A pesar de todas las evidencias a favor del talento y la relevancia de las publicaciones hechas por mujeres, el reconocimiento del establishment sigue siendo escaso. No olvidemos que Diamela Eltit, se transformó (en 2018) recién en la quinta ganadora del Premio Nacional de Literatura desde la creación de esa distinción en 1942. Las anteriores fueron Gabriela Mistral (1951), Marta Brunet (1961), Marcela Paz (1982) e Isabel Allende (2010). Aún existe una brecha significativa en términos de libros de autoras y autores, tanto en el currículo escolar como en el universitario. Sobre todo, siguen existiendo prejuicios en los medios de comunicación, e incluso en parte del mundo editorial, la crítica y la academia respecto a las posibilidades de la producción literaria de mujeres.
(*) Esta columna es un extracto de la introducción del libro de entrevistas a escritoras chilenas Cuestión de gustos (2024, La Pollera Ediciones).