#8M Lo que hemos descuidado
06.03.2024
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06.03.2024
«No cabe duda que quienes desarrollamos labores de cuidado no remunerado lo hacemos mirando el bienestar familiar, cuestión que encuentra eco en un discurso romantizador —expresiones que sugieren que esta labor ‘no tiene precio’ o ‘se hace por amor’—, que tiene como consecuencia restar relevancia y minimizar la influencia que esta carga laboral produce en un sector de la población.»
Soy abogada, trabajo como relatora en una Corte de Apelaciones de tamaño pequeño, tengo una jornada remunerada que fluctúa entre ocho a nueve horas diarias seis días a la semana. Además, tengo una hija de 12 años, que es bastante independiente y que, afortunadamente para las dos, no tiene problemas de aprendizaje ni alguna otra condición que haya que atender mayormente. El tiempo que dedico a su crianza y a las demás labores que requerimos para funcionar cada día —es decir, salir a trabajar-estudiar, alimentarnos, estar sanas, vivir en un lugar limpio y asistir a nuestras actividades de ocio y esparcimiento— es más difícil de calcular. Entre estos dos mundos, el laboral y el doméstico reparto mi tiempo, como tantas otras mujeres.
Mi madre, por el contrario, nunca ingresó al mercado laboral. Dedicó su vida desde la adolescencia a las labores de su casa paterna, siendo mujer en una familia nuclear compuesta por sus padres, tres hermanos mayores y una hermana menor. Se vio en la obligación de asumir los quehaceres domésticos colaborando con su madre, carga que jamás recayó en los hombres del hogar. Terminando sus estudios medios entró a la universidad; sin embargo, no terminó su carrera. Se casó joven y tuvo tres hijas a las que crió hasta que llegó el momento de cuidar a sus padres ancianos. Recuerdo que, siendo ella más joven, si le preguntaban a qué se dedicaba respondía, sin titubear: «Yo no trabajo».
El trabajo de cuidados consistente en las labores del hogar (como preparación de comida, lavado y planchado de ropa, aseo, etc.), la atención de niños y niñas, así como de personas enfermas o que requieren alguna asistencia, ha sido invisibilizado a lo largo de la historia, quedando radicado mayormente en las mujeres a quienes el sistema patriarcal les ha asignado el espacio doméstico que conlleva, casi por una cuestión de naturaleza, el rol de cuidadora. Esta división entre lo público y lo privado, que se refleja en la distinción entre labores productivas y reproductivas, ha traído como consecuencia la invisibilización de la actividad de cuidados no remunerados que se presta al interior de las familias y de los hogares, en tanto trabajo.
En ese panorama, entonces, ¿qué es lo que no estamos viendo?
En Chile, el trabajo de cuidados no remunerado representa el 25,6% del Producto Interno Bruto ampliado [BANCO CENTRAL 2021; con datos actualizados para COMUNIDAD MUJER 2019]; es decir, estamos pasando por alto una actividad que en números representa una cuarta parte de las actividades «productivas».
Por lo tanto, y aun más relevante: ¿a quiénes no estamos viendo?
Según el estudio recién citado [ver también COMUNIDAD MUJER 2021], estas labores son desarrolladas en un 67% por mujeres. Es decir, una actividad que monetariamente es equivalente un cuarto del PIB, es realizada en forma gratuita por una inmensa mayoría de mujeres.
Finalmente, ¿cómo impacta esta carga en la vida de quienes realizan estas labores no remuneradas?
En Chile, las mujeres desempleadas informan como principales razones de no búsqueda de algún empleo la realización de quehaceres del hogar (34,6%) y el cuidado de algún miembro del hogar (37,7%) [MINISTERIO DE DESARROLLO SOCIAL Y FAMILIA 2022]. En el caso de los hombres, en cambio, la principal razón para no buscar un empleo es «estar enfermo o tener una discapacidad» (55%). Es decir que la carga de asumir labores de cuidado impuesta mayoritariamente sobre las mujeres impacta directamente en sus posibilidades de inserción laboral, cuestión que no ocurre en el caso de los hombres.
No cabe duda de que quienes desarrollamos labores de cuidado no remunerado lo hacemos mirando el bienestar familiar, cuestión que encuentra eco en un discurso romantizador —expresiones que sugieren que esta labor «no tiene precio» o «se hace por amor»—, que tiene como consecuencia restar relevancia y minimizar la influencia que esta carga laboral produce en un sector de la población. Como ya señalé, estas labores invisibilizadas y no remuneradas impactan el PIB —según cifras oficiales, en un 25%—, pero incluso más allá de eso (que no es poco), ¿es posible el desarrollo de la economía, de la vida cotidiana, y de las jornadas laborales y académicas sin tener cubiertas las necesidades de subsistencia física, bienestar emocional, recuperación de la energía y cuidado de personas dependientes?
Desde un punto de vista estructural del funcionamiento de nuestras sociedades y sistemas económicos, creo que la única respuesta sincera es un rotundo no.
Aparece entonces evidente la utilidad que reporta a la sociedad y a la economía el desarrollo del trabajo doméstico no remunerado, así como el cuidado no remunerado de integrantes del hogar. ¿Resulta justo que esta carga sea soportada casi exclusivamente por un sector de la población en beneficio de todos? ¿Basta el discurso romántico para justificar esta asimetría?
La búsqueda de una igualdad real entre hombres y mujeres impone la necesidad de avanzar hacia un sistema que reconozca la labor de cuidados no remunerados llevada a cabo diariamente por muchísimas mujeres, la cual restringe sus posibilidades de inserción laboral y de perfeccionamiento profesional o técnico; así como también disminuye sus tiempos personales para dedicarlos al bienestar, descanso y ocio; y establecer mecanismos que, además del reconocimiento, entregue herramientas para impulsar una ética de la corresponsabilidad entre hombres y mujeres, y subsane los perjuicios que la distribución desigual de estas obligaciones causa a tantas mujeres.
Comencé estas líneas comentando un aspecto personal sobre cómo impacta el trabajo no remunerado en mi vida y la de mis cercanas, porque a la luz del positivo impacto de las labores de cuidado en la sociedad y en la economía, que contrasta con el alto costo que debemos soportar quienes las desarrollamos, no podemos negar que lo personal es lo político.