Música y narcocultura: ¿Escuchando voces?
11.01.2024
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11.01.2024
No es novedad que la canción popular aborde asuntos incómodos e incluso amenazantes, recuerda en columna para CIPER un investigador en música, a propósito de la polémica levantada estos días por la invitación al Festival de Viña de un cantante mexicano de supuestos vínculos con la cultura narco: «Es magnífico que la música popular despierte debates y fomente todo tipo de análisis. Pero estos deben hacerse en serio, como se hace cuando se estudia cualquier expresión de la cultura en la que siempre hay varias capas. Googlear letras y citar tuits no es suficiente para captar el carácter de un fenómeno pop.»
Como Alberto Mayol, el que escribe estas líneas tampoco es un experto en Peso Pluma, el cantante nacido en Jalisco hace 24 años que hoy recorre Occidente como rey del nuevo género de los «corridos tumbados». Pero sí puedo, desde el oficio en la investigación sobre música, relevar algunas curiosidades de la polémica que ha desencadenado la opinión del sociólogo y académico al respecto. De hecho, no es algo demasiado novedoso: casi cada verano aparecen discusiones similares alimentadas desde prejuicios y simplismos que evidencian la poca comprensión que en general existe sobre los fenómenos de la música popular, y que suelen dejar a los involucrados como interlocutores un poquito cándidos, por usar una palabra suave (cuando no, como ignorantes).
La comentada columna publicada el lunes pasado por Mayol (quien goza de todo mi respeto) acusa que las canciones de Peso Pluma —«todas ellas», subraya—, «promueven la cultura narco (entre otras barbaridades)». El hecho de que el mexicano sea estrella invitada al próximo Festival de Viña del Mar es comparable, según el texto, a que un apologista de la pedofilia se presente en la Quinta Vergara ante la inepta mirada de autoridades municipales y televisivas. En el contexto actual, Peso Pluma representa, asegura Mayol, la llegada de «la voz del narco» al principal escenario chileno.
Los mayores de 40 sabemos que la frase es una cita a ese bullado episodio del Festival de 1988 en el que el venezolano José Luis Rodríguez recordó que «a veces, hay que escuchar la voz del pueblo», para que la alcaldesa de Viña accediera a darle la Gaviota que pedía el público. Como ese era el año del plebiscito del SÍ y el NO, algunos entusiastas leyeron en esa frase referencias a la situación política nacional, pero en honor a la verdad, José Luis Rodríguez nunca fue un cantante de veta política. Él solo estaba pidiendo su premio, y el Festival sumaba otra polémica a su historia. Ni más ni menos que eso.
Como esos antiguos entusiastas que quisieron ver en «El Puma» a un activista contra la dictadura chilena, Mayol le da a Peso Pluma una relevancia delictual que en realidad no tiene. Buscando desentrañar una suerte de infiltración del narcotráfico global en un certamen municipal, la opinión del sociólogo ha conseguido que algunas autoridades se alarmen por la presencia del mexicano, y que incluso haya ahora quienes quieren cancelar su presentación.
Es magnífico que la música popular despierte debates y fomente todo tipo de análisis. Pero estos deben hacerse en serio, como se hace cuando se estudia cualquier expresión de la cultura en la que siempre hay varias capas. Googlear letras y citar tuits no es suficiente para captar el carácter de un fenómeno pop. Ni el vínculo entre canciones y márgenes sociales es tan simple como para creer que se trata de una novedad alarmante.
Peso Pluma (Hassan Emilio Kabande Laija es su nombre civil) tiene hasta ahora canciones y episodios que lo vinculan a la cultura narco, eso es innegable, y Alberto Mayol no es el primero que lo hace notar. En algunos de sus versos hay menciones al Chapo Guzmán, por ejemplo, y además ha reconocido cercanía con fiestas y líderes narco, además del consumo de drogas. Grandes figuras de la historia de la música popular se han acercado en algún momento a las corrientes oscuras de la mafia, la apología del terrorismo o hasta el satanismo, pero sin que su fama provenga de todo ello, sino de sus canciones.
En contexto: “Ella baila sola” –que Peso Pluma canta a dúo con sus compatriotas de Eslabon Armado– fue, en 2023, la canción más escuchada de América Latina y una de las cinco más escuchadas del mundo en plataformas de streaming (con casi 500 millones de reproducciones de su videoclip). Su estilo bailable articula sonidos del corrido, guitarras y elementos electrónicos, en un cóctel que es muy común en la música mexicana joven de esta década; y su letra no habla del narco (porque no todas sus canciones hablan del tema), sino que alude a una conversación entre dos amigos sobre una atractiva mujer a la que miran en una fiesta, discutiendo estrategias para abordarla. Es un hit mundial, que probablemente explique la invitación a Viña del Mar; no obstante, Mayol considera que «el artista no sabe cantar, el artista no sabe bailar, el artista no sabe moverse, el artista apenas tiene alguna canción propia (“con dinero baila el perro” es la más profunda), el artista no sabe redactar, el artista no sabe componer, el artista no es artista.»
Tal como Beatriz Hevia sabía distinguir a «los verdaderos chilenos», el analista se permite calificar a los verdaderos artistas. Sus palabras son válidas, como toda opinión, pero resultan un poco apresuradas, considerando no solo el arrastre que Peso Pluma ha tenido en el mundo, sino que además la música popular permite precisamente disentir de las categorías de calidad que, en el parecer del sociólogo, debiesen ser determinantes (tampoco Bob Dylan sabe bailar ni moverse, por ejemplo; y lo de componer canciones es algo que se saltaron Frank Sinatra y Enrico Caruso, entre miles).
Lo que quiero decir es que hay muchas cosas que, pareciendo disruptivas o amenazantes, no lo son en lo absoluto. Sin ir más lejos, ya en 2014 estuvieron en el mismo Festival de Viña Los Tigres del Norte, y abrieron su show con “Jefe de jefes”, una canción que se ha dicho está dedicada a Miguel Ángel Félix, el fundador del Cartel de Guadalajara. Esa misma canción, de hecho, tuvo una versión chilena (y notable) cuando Álvaro Henríquez la grabó para su disco solista (y sonó hasta en las radios… ¡qué horror!).
Muchas canciones chilenas recientes del género urbano también hablan sobre estos temas, incluyendo algunas de nombres que ya han pasado por la Quinta Vergara y otros grandes shows con financiamiento público. Son canciones que suenan en la radio. Hay una de Pablo Chil-e que nombra a Pablo Escobar; otra de Marcianeke dedicada al tusi; y una foto de carátula de Jere Klein (fenómeno urbano del 2023) tomada en la casa de un líder del narcotráfico local. Hay muchos ejemplos más.
Desde el blues en adelante, la música popular ha lidiado con asuntos que no son gratos. Antes y ahora hay canciones que reflejan su entorno, sin intentar suavizarlo. Desde esa perspectiva, no se entiende que alguien crea que la presencia o ausencia de Peso Pluma en Viña del Mar tenga más que ver con el poder del narco, que con el arrastre medible de su música entre el público latinoamericano, que es el que ve el Festival. Horrorizarse ante ese arrastre desde un análisis puramente intelectual es no ver las muchas capas de este fenómeno, que parte en discotecas y termina en los audífonos de una audiencia demasiado diversa como para reducirla a un solo grupo social.
Históricamente, quienes condenan determinadas canciones es porque justamente no las entienden. Tal como El Puma no era la voz del pueblo, Peso Pluma no representa la voz del narco; en parte, porque es un chico que hoy vive su éxito pop y no es tan importante como para desestabilizar a la justicia continental. No perdamos tiempo en polémicas absurdas, que lo que está pasando en Ecuador revela que el tema del narcotráfico sí hay que tomárselo en serio. La columna que ha desencadenado esta polémica —que ya alcanzó ribetes internacionales— es un punto de partida para un debate interesante, pero el análisis de la música popular requiere más profundidad: conocer la industria, las tendencias que explican alzas y bajas en popularidad, los muchos elementos creativos que contiene y, sobre todo, cómo, quién y dónde se escucha lo que se escucha. Sin esa mirada amplia, se entiende que algunos solo escuchen voces. Y que les teman.