Profanaciones y deterioro democrático
21.09.2023
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21.09.2023
«Dañar una tumba es dañar nuestra cultura», define en esta columna para CIPER una investigadora, especialista en patrimonio y conflictos sociales. «Lo que subyace en tal acto es un síntoma de precariedad y deterioro democrático. La profanación política de una tumba —la violación y ultraje del espacio sagrado del sepulcro de un muerto— debe ser siempre condenada.»
«Bien muerto». Vi esas palabras grafiteadas en la tumba de Jaime Guzmán, senador chileno asesinado en 1991, cuando, en el marco de la romería por las víctimas de la dictadura, llegué al Cementerio General a las 11:33 del pasado 10 de septiembre [foto superior, de la autora]. Para las 12:52, cuando ya me disponía a salir del Cementerio, la tumba se encontraba totalmente destruida, quemada y basureada, y luego me enteré por la prensa de que el mausoleo de Carabineros también había sido vandalizado. En este contexto, planteo un mensaje muy simple: independientemente de nuestra religión o color político, este tipo de actos debiesen escandalizar nuestras conciencias, así como también duelen las vandalizaciones brutales que han sufrido, en otras ocasiones, las tumbas de Víctor Jara o de Gladys Marín. Lo que subyace en tal acto es un síntoma de precariedad y deterioro democrático. La profanación política de una tumba —la violación y ultraje del espacio sagrado del sepulcro de un muerto— debe ser siempre condenada. Menciono «profanación política» para diferenciarla de otro tipo de profanaciones; por ejemplo, las de motivación económica que ocurrieron en Inglaterra durante los siglos XVIII y XIX, cuando el robo de cuerpos era un negocio muy lucrativo [BLAKE 1896]. La profanación política, en cambio, es la vulneración de la tumba de un oponente político precisamente por sus ideas o por representar alguna visión de mundo contraria a la que tienen sus profanadores.
¿Qué significa profanar una tumba? El diccionario de la RAE lo define como «tratar algo sagrado sin el debido respeto, o aplicarlo a usos profanos». Si bien cuando hablamos de «profanación de una tumba» el concepto se refiere a la rasgadura misma del sepulcro (quedan excluidos los peritajes forenses o la arqueología), acá utilizo el término de manera amplia, refiriéndome no sólo a su apertura sino, también, a los rayados, vandalizaciones, destrozos e insultos en la tumba y su entorno.
(1) Profanar significa interrumpir el descanso de alguien que ha partido. No en vano, cementerio viene del griego koimeterion (κοιμητήριον), que significa «dormitorio», vinculado a la idea cristiana sobre el descanso de los muertos. Así, al morir, nuestro cuerpo «descansa» en el cementerio. La profanación significa una interrupción inexcusable, un quiebre espiritual que afectaría el alma de la persona fenecida.
(2) La profanación de una tumba significa un daño emocional profundo a quienes amaron a esa persona; profanar es dañar la huella más sagrada de un ser querido, e implica vivir con el tortuoso pensamiento de que el ser amado sufre, incluso luego de su muerte.
(3) Una profanación es un acto cobarde. Nuevamente recurro a la etimología, que para estos casos es bastante útil: «cobarde» viene del latín cauda o cola, la cual es escondida por los animales —especialmente, los perros— cuando sienten miedo. Esconder la vergüenza. La cobardía del acto de profanación radica en que los muertos no se pueden defender, por lo que atacarlos es muy fácil. El acto de cobardía se agrava si el ataque se hace de manera encapuchada, escondiendo el rostro para evitar la responsabilidad legal y moral (y la vergüenza, como diría Levinas [1987]). Se trata, entonces, de una doble cobardía.
(4) La profanación de tumbas implica un daño patrimonial invaluable. En muchísimos países, el primer hito turístico y patrimonial a visitar es el cementerio, que refleja la belleza de las concepciones artísticas de una cultura, como también es el reflejo implícito del grado de respeto hacia el otro. Por cientos de años, los cementerios han sido repositorios de memorias individuales, locales y nacionales. Cada tumba, grande o pequeña, es un documento histórico que germina en el relieve de la tierra, un manifiesto de identidad y de cosmovisión cultural. Dañar una tumba es dañar nuestra cultura.
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Las profanaciones de la tumba de Guzmán, así como las vemos hoy, comenzaron el año 2015. El 2021, luego del funeral de Luisa Toledo, encapuchados no sólo rayaron, quemaron y lanzaron basura, sino que directamente profanaron la tumba (la abrieron) sacando el ánfora que contenía las cenizas de la madre de Guzmán, la cual fue quemada y luego esparcida por el cementerio. Este año (2023), destruyeron parte de la pared vertical de la tumba, hicieron una gran fogata quemando la cruz, y en el piso escribieron «bacteria culiá» (nótese el lenguaje, tan propio de la Junta Militar). Una búsqueda en Google con las palabras «tumba Jaime Guzmán Cementerio General», desde el año 2012 al 2023, arrojó lo siguiente:
i) Los mensajes sobre la tumba son profundamente ofensivos: «colador culiao», «colador inculiable», «abono pa la huerta», «bastardo CTM», «mea aki», «kabeceate esta pelao culiao», «nuestra venganza será la victoria», «Jaime culiao kabeceador de balas», «bien muerto estás», «ahora que barran tus cenizas colador qliao, mil veces morirás, no descansarás colador bastardo ctm, los gusanos vomitaron en el cementerio», «asesino culiao», «Guzmán Zamorano de las balas», «disparos a la nuca!», «bastardo culiao», «colador Guzmán hijo del pico», «Acab», «Kolador», «Se cabezea en el Reggetón, no las balas», «no descansarás colador», «te meo»; entre muchos otros. Lo más inquietante es que no son, en su mayoría, mensajes contra sus ideas políticas, sino que son reivindicatorios de su asesinato. Eso debiese asustarnos. Si él estuviese vivo, lo volverían a asesinar. Si llegase a existir alguien como él, ¿correrá entonces el riesgo de ser asesinado? Estas preguntas no tienen color político. Todos debiésemos reflexionar al respecto.
ii) Hay un patrón que se repite: llega la romería del 11 de septiembre en honor a las víctimas de la dictadura cívico-militar, grupos descolgados y encapuchados —que no son parte del sentir del núcleo de la romería vinculado a los DD.HH., lo he visto con mis propios ojos— vandalizan y profanan la tumba, rayando consignas especialmente ofensivas hacia la figura de Guzmán, deseando nuevamente su muerte, y advirtiéndole que si estuviese vivo, lo volverían a matar una y mil veces. Luego, la UDI condena los hechos (casi nadie más; pues si del lado opuesto condenan, es contra la violencia «en general»), y la Fundación Jaime Guzmán limpia el memorial. Al siguiente año sucede exactamente lo mismo, y al siguiente, y al siguiente, como un guión predeterminado. ¿Por qué no somos capaces de detenerlo? Vandalizar la tumba de Guzmán se ha transformado en una especie de «tradición». Las tradiciones van adquiriendo cierta «legitimidad» porque se van cimentando con el peso del tiempo.
iii) No es una vandalización azarosa: hay targets específicos dentro del Cementerio vinculados a historias traumáticas del pasado, y por eso hablamos de profanación política. Por lejos, algunas de las tumbas más rayadas son —además de la de Guzmán, que lleva la delantera— las tumbas del presidente Pedro Montt y del General Baquedano. Pedro Montt fue presidente de Chile entre 1906 y 1910, y durante su gobierno se produjo la Masacre de la Escuela de Santa María de Iquique en que fueron asesinados cientos de inocentes; el General Baquedano fue militar del Ejército de Chile (1838-1881) y participó activamente de la feroz ocupación de la Araucanía en las décadas de 1860 y 1870. Los grafiti más suaves en la tumba de Baquedano son «asesino cobarde», «venganza» y «ladrón»; mientras que en la tumba de Pedro Montt ahora se titula «Sta María No Olvida», «asesino», y «repudio». Así las cosas, los profanadores utilizan la historia para justificar sus actos de violencia, cuando en realidad ese conocimiento debiese ser movilizado para condenar las injusticias de hoy, y no estar dirigido a cuerpos indefensos en el cementerio y al patrimonio que nos pertenece a todos. Vale la pena recordarlo: el disenso es consustancial a la democracia, y es necesario condenar las fallas del pasado. Pero ese disenso debe ser expresado pacíficamente y no sobre personas que no se pueden defender.
¿Por qué lo hacen? Claramente hay una motivación política, al ser Guzmán símbolo de la Constitución de 1980 y de la dimensión civil de la dictadura. Es importante notar que esta visión extremadamente negativa hacia Guzmán tiene que ver, también, con las tensiones del sistema político del país en los últimos años. Hay que recordar que la figura de Guzmán fue parte del pacto de transición: algunos personeros de la Concertación asistieron a la inauguración del memorial de Guzmán en 2008 y, a fines de los 90, varios políticos de derecha consideraron muy factible e incluso deseable situar el memorial de Guzmán en Plaza Italia. Hoy en día, sin embargo, tal pacto transicional está quebrado, y síntoma de ese resquebrajamiento ha sido la vandalización de la tumba de Guzmán desde el año 2015 (y no antes), que puede fijarse como un año en que un sector de la izquierda comienza a radicalizarse (para, pocos años después, ver cómo la derecha asimismo se radicaliza virulentamente). Quienes incurren en la profanación de tumbas de enemigos políticos se sienten unos «pequeños héroes» que salvan al mundo, en este caso, del fascismo. No razonan sobre cómo el fascismo emana, precisamente, de este tipo de acciones: el fascismo que asoló el siglo XX se excitaba con la violencia y repudiaba el diálogo y el disenso pacífico que consideraba pusilánime. Es lamentable que este tipo de acciones no conlleve, hasta ahora, ninguna consecuencia, ni moral-social ni legal; no hay una condena social generalizada, ni nada que nos haga pensar «el próximo año no ocurrirá».