Censura de literatura infantil bajo dictadura: el caso de la Colección Cuncuna, de Quimantú
25.09.2023
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25.09.2023
Parte de la más importante colección de libros para niños editados en los años del gobierno de la Unidad Popular se encuentra desaparecida. Es probable que varios títulos hayan sido no solo censurados por la dictadura sino, según se explica en esta columna para CIPER, «desarticulados».
*La siguiente columna adelanta los resultados del proyecto de investigación «Infancia y censura en la producción y recepción de literatura infantil en Chile (1973-1989)», Fondo del Libro folio 634892, financiado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Contacto: <censuralij@gmail.com>
La Editora Nacional Quimantú (1971-1973) fue una de las iniciativas culturales más relevantes de la Unidad Popular. Con miras a democratizar el acceso a los libros y la lectura, Quimantú se enfocó en mantener sus publicaciones accesibles a la clase obrera —con tirajes amplios comercializados a precios bajos— y expandir el circuito de distribución en librerías, kioscos, unidades vecinales, jardines infantiles y sindicatos. Además de publicar clásicos de la literatura universal, se desarrollaron colecciones con obras producidas localmente. Entre las publicaciones orientadas a infancia, destacan las colecciones Cuncuna y Pintamonos, dedicadas a poner en valor la niñez y la ilustración nacional.
Hoy, a cincuenta años del Golpe de Estado, el acceso a la colección Cuncuna de Editorial Quimantú resulta parcial, pues de los veinte libros que la conforman, sólo quince de ellos se encuentran disponibles para consulta física en bibliotecas públicas, mientras que hay dos completamente desaparecidos, sin rastro siquiera de sus portadas. En tanto, el acceso digital a la colección a través de la Biblioteca Nacional Digital se limita a solo cuatro títulos íntegros y seis otras portadas en alta resolución. Muchos de los ejemplares no digitalizados, actualmente accesibles en modalidad de préstamo en sala en la Biblioteca Nacional, han sido compilados y empastados junto a otras publicaciones, con el fin —suponemos— de amortiguar la dispersión y el deterioro de los libros.
La Colección Cuncuna tuvo la particularidad de que incorporó cuentos populares tanto chilenos como de otros países. Pero si bien el origen de los textos seleccionados era diverso, estos fueron ilustrados por profesionales nacionales. Cuncuna fue una colección pionera en conjurar virtuosamente texto e ilustraciones, lo que ha llevado a considerarla como antecedente del libro álbum chileno [AGUILERA y MOLINA 2022].
Hasta ahora se ha entendido que la dictadura ejerció censura sobre la Colección Cuncuna enfocándose en una guerra más bien ideológica —o un «golpe estético-cultural», como lo denomina Errázuriz (2009)— al intentar ocultar y reemplazar simbólicamente la existencia de la editorial Quimantú. Sin embargo, hallazgos recientes nos demuestran que unos pocos libros de la Colección Cuncuna continuaron transitando durante la dictadura, timbrados con el sello de la nueva Editorial Gabriela Mistral, creada por la Junta Militar luego de que las dependencias de Quimantú fuesen intervenidas por efectivos militares [ver]. En el campo de los estudios de la literatura infantil se ha utilizado el término «censura soterrada» para referirse a mecanismos que entorpecen o dificultan el acceso a conocimientos y contenidos, producto del control que adultos desean tener sobre las obras culturales dirigidas a niño/as, basándose en supuestos que romantizan la infancia como una etapa cándida e inocente que debe ser protegida [SOTOMAYOR y CERRILLO 2016]. En este sentido, Llorens y Díaz (2016) han señalado que en la dictadura chilena la literatura infantil y juvenil fue regulada de forma descentralizada, opaca y bajo argumentos no siempre conocidos. A esto, podemos agregar como mecanismo de censura soterrada disposiciones ocasionales, como por ejemplo un documento hallado por Maricio Weibel entre material de archivo que fue enviado en 1984 desde el Ministerio de Educación a la Subdirección de Carabineros, indicando que «se han tomado las providencias necesarias para evitar el uso de esta obra como lectura complementaria en II° y IV° medio», refiriéndose a Hijo de ladrón, de Manuel Rojas [ver aquí].
Lamentablemente no existe un registro sistematizado de los libros que fueron autorizados ni de los que fueron vetados como lectura complementaria o material didáctico por el Ministerio de Educación de la época, lo que sin duda sería de gran utilidad para desenmarañar las estrategias censoras del régimen. De todos modos, sí puede afirmarse que estos distintos mecanismos jugaron un rol fundamental en el desplazamientode los imaginarios y discursos pedagógicos que se habían desplegado hacia las niñeces durante la UP; en particular, aquellos referidos a las clases sociales, el pueblo, la solidaridad o a movimientos comunitarios para la emancipación [RIQUELME 2017]. De manera soterrada se estableció qué discursos e imaginarios serían inapropiados, permeando así la producción de literatura infantil. Este modo de operar se opone a casos como, por ejemplo, el de las últimas dictaduras en Argentina y en España, donde la existencia de listas de libros censurados da cuenta de esfuerzos institucionales por catalogarlos, registrarlos, describirlos, evaluarlos y prohibirlos. Pero a los libros censurados en Chile no se les concedió dejar un registro de su existencia, aunque sea para justificar su ocultamiento. Además, la autocensura tuvo un rol esencial, contribuyendo a lo que creemos fue una política de desaparición que impulsó a quienes poseían estos títulos a destruirlos u ocultarlos como estrategia de supervivencia.
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Una de las primeras hipótesis respecto a lo que sucedió y continúa sucediendo con los libros de la Colección Cuncuna es que sus lectores principales, niños y niñas, habrían contribuido a su desaparición al manipularlos de maneras que atentan contra su permanencia en el tiempo (al mancharlos, mojarlos, arrugarlos, etc). Sin embargo, esto resulta difícil de sostener si se considera que la cantidad de ejemplares publicados fue de dimensiones mayores a las acostumbradas, llegando a treinta mil ejemplares por título, además de contar con reimpresiones de algunos ejemplares dentro del periodo 1972-1973. Muchos otros libros y revistas infantiles de la misma época e incluso anteriores sí se encuentran disponibles fácilmente en colecciones públicas, privadas y en el mercado de libros usados. Aunque ciertos aspectos de la materialidad de la Colección Cuncuna —como su tapa blanda y el uso de corchetes metálicos en el lomo— pudieron facilitar su deterioro, resulta al menos curioso que ciertos títulos continúen sin rastro alguno. Este es el caso de los libros El loro pelado y El medio pollo, de los que no se tiene registro, ni siquiera en sus portadas.
Es por ello que consideramos que lo sucedido con la Colección Cuncuna de editorial Quimantú responde a un tipo de desarticulación (Richard Burt habla de una forma de censura a través de dispersión y desplazamiento) llevada a cabo de dos formas: primero, la colección se desarticuló como cuerpo editorial (su identidad, su logo, su continuidad), sobre el cual se ejerció la censura más clásica, destinada a borrar simbólicamente determinados rastros de la Unidad Popular; segundo, se desarticuló una de sus principales características, que era la relación imagen / texto.
En la última década se han materializado en Chile algunos intentos de rescate editorial de Cuncuna, entendido esto como la publicación posterior de algunos de sus títulos por parte de editoriales distintas a Quimantú. Dos títulos de Cuncuna fueron publicados en 2013 (El príncipe feliz y El rabanito que volvió, ambos ilustrados por Marta Carrasco) por parte de editorial Amanuta. En 2017, en tanto, editorial Planeta editó Cielografía de Chile (con texto de Floridor Pérez e ilustraciones de Julio Moreno); y en 2022 la editorial universitaria USACh publicó ediciones facsimilares de cinco títulos (La flor de cobre, El gigante egoísta, El tigre, el brahman y el chacal, Los geniecillos laboriosos y La guerra de los yacarés).
Si una colección de libros censurada supondría registros de su prohibición, una colección desaparecida implicaría que los títulos que la componen también se hubiesen perdido. Pero el caso de Cuncuna resulta en extremo peculiar: unos títulos continúan desaparecidos, otros fueron apropiados (con el timbre sobrepuesto de la nueva editorial Gabriela Mistral), otros fueron mutilados (se editaron solo los textos, sin las ilustraciones) y otros han vuelto a circulación de la mano de nuevas editoriales, con o sin las ilustraciones desarrolladas originalmente. Así, y a cincuenta años de la instalación de la evaluación censora y prácticas de biblioclastia en Chile, continuamos no solo con la más emblemática colección de literatura infantil completamente desarticulada y dispersa, sino que también perdura el desconocimiento sobre la totalidad de los mecanismos y los agentes involucrados en este procedimiento. Conocer quiénes y bajo qué lógicas estamparon en algunos libros el timbre de una editorial sobre la otra podría tener importantes impactos en lo que conocemos como el canon de la literatura infantil en Chile. Al mismo tiempo, recuperar los libros que continúan desaparecidos sigue siendo una tarea pendiente, en un país donde la memoria se convierte en algo frágil y escurridizo.