El «politicidio de masas» de la dictadura
10.08.2023
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10.08.2023
No es la definición de ‘genocidio’ la que se aplica al terrorismo de Estado perpetrado en Chile luego del 11 de septiembre de 1973, sino el de ‘politicidio’, según explica en esta columna para CIPER un académico especializado en sociología política. Se trata de un fenómeno reciente en la historia de la humanidad, pues exige de ciertas condiciones políticas y sociales, que el autor detalla en su texto.
Entre las muchas consecuencias de la dictadura de la que fue víctima nuestro país en el período 1973-1990 se encuentra el intento de exterminar a un grupo de personas por su ideología política. Se encuentra certificado que el gobierno cívico-militar a cargo del Estado durante ese período mató, secuestró, encarceló y/o torturó a varios miles de personas que adscribían (o así se sospechaba) a ideologías de izquierda. Esto explica que la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado en Chile haya motivado una intensa discusión sobre responsabilidades políticas tanto en el quiebre de la democracia como en las violaciones a los derechos humanos que le sucedieron. Sin embargo, se trata de un debate que podríamos llamar «Chile-céntrico», y que dificulta ver las condiciones más generales que hicieron posible el terrorismo de Estado.
En la siguiente columna intento dos aportes al respecto: primero, propongo que la tragedia de esos años puede ser entendida con el concepto de «politicidio de masas», distinto de otros tipos de intentos de exterminio de grupos humanos. Segundo, planteo que los politicidios de masas son fenómenos muy recientes en la historia humana, pues recién durante los dos últimos siglos se han combinado tres condiciones que los permiten: ideologías políticas (a) de masas, (b) globalizables y (c) polarizantes. Al final discuto brevemente cómo estas condiciones cambiaron en las últimas décadas, y cómo podrían seguir cambiando en las que siguen.
En 1948, una convención internacional definió al genocidio como una serie de actos «perpretados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal». Tales actos pueden incluir matanzas, lesiones graves (físicas o mentales) y sometimiento a condiciones extremas de existencia, entre otros. Según esta definición, los crímenes cometidos por la dictadura chilena no constituyeron genocidio, pues apuntaron a un sector político, y no a los grupos recién mencionados. Pueden, sí, conceptualizarse como un politicidio, que es lo que ocurre cuando el Estado lleva a cabo planes sistemáticos e intencionales para erradicar y destruir físicamente a ciertos grupos políticos debido a su ideología [HARFF y GURR 1988; UZONYI 2018].
En el caso chileno posterior al Golpe, el politicidio ocurrió mayormente contra civiles desarmados, y tuvo un carácter masivo dada la cantidad de víctimas, por lo que podemos afinar la definición y hablar de un «politicidio de masas». No se trata de contextos de guerra civil, en los que el Estado lucha contra grupos militares rebeldes; pues no lo eran los estudiantes, trabajadores, pobladores y demás simpatizantes del gobierno de la Unidad Popular que fueron aniquilados. El caso chileno tampoco corresponde a un politicidio de élites, cuando se intenta exterminar a un pequeño grupo de opositores políticos que disputan el poder (pensemos en los innumerables conflictos históricos entre ramas de una dinastía real, en que una extermina a la otra para quedarse con el poder: he ahí politicidios de élites).
Cuesta encontrar ejemplos de politicidios de masas previos a los siglos XIX y XX, y ello no es casual: estos requieren tres condiciones que se dan plenamente recién en el siglo pasado, tal como explico a continuación.
•CONDICIÓN 1: Ideologías políticas de masas. A lo largo de la historia han existido múltiples ideologías políticas, pero, y con la excepción parcial de lo que Stasavage [2020] llama «democracias tempranas», las doctrinas premodernas no incorporaban a la vida política a las masas populares, que debían contentarse con tener un rol pasivo como súbditos. Esto cambió en la Era Moderna con el surgimiento de dos tipos de ideologías políticas «incorporadoras» o inclusivas: el nacionalismo, y el socialismo (por poner un nombre rápido a una amplia gama que incluye el anarquismo, comunismo, socialismo utópico, marxismo, socialdemocracia, etc). Tanto el nacionalismo como el socialismo buscaban la participación de las masas en organizaciones políticas, aunque de maneras muy distintas.
Los gobernantes europeos utilizaron el nacionalismo para contar con el apoyo del pueblo en un contexto de crecientes tensiones entre potencias, aplastar a las resistencias sub- regionales y centralizar el poder en las capitales. A través de la masificación de las escuelas y el servicio militar obligatorio, lograron infundir en las masas un sentimiento de identificación colectiva que era completamente extraño hasta ese momento. Las personas ya no eran miembros de aldeas y ciudades, sino ciudadanos (después, ciudadanas), y esto se expresaba en la membresía a organizaciones tales como escuelas, ejércitos y oficinas civiles, todo dentro de un territorio claramente delimitado [GELLNER 2008]. El socialismo también buscaba incorporar a las masas a proyectos políticos de gran alcance. Pero, a diferencia del nacionalismo, lo hizo «desde abajo»: primero a partir de las fábricas, los sindicatos, mutualistas y cooperativas, y posteriormente a partir de partidos que incorporaron a las masas proletarias a la vida política (tanto en Europa como América Latina).
Ambas ideologías politizaron a las masas, liberándolas de las ataduras particularistas de la familia, la aldea y la región, y conectándolas con grupos de referencia mayores y «comunidades imaginadas», según la famosa expresión de Benedict Anderson. Pero, al mismo tiempo, esto volvía a tales masas identificables (pertenecían a organizaciones públicamente conocidas), y por tanto vulnerables a potenciales politicidas. En otras palabras, recién cuando las masas se incorporaron a la vida política fue posible que los gobernantes (propios o ajenos) usaran la fuerza militar contra ellas por el hecho de pertenecer a una comunidad política; y no ya por su condición étnica, religiosa ni lingüística. Así, una consecuencia perversa del nacionalismo es que millones de hombres incorporados a los ejércitos de los Estados-nación perecieron en guerras internacionales. Y una consecuencia (no buscada ni predecible) de las ideologías de izquierda, es que pusieron a miles de trabajadores y trabajadoras en manos de la represión policial durante las primeras décadas del movimiento obrero, previo al desarrollo del derecho a huelga.
Lo mismo ocurriría durante la dictadura chilena: le bastaba al gobierno militar con conseguir las listas de integrantes de organizaciones estudiantiles, laborales y políticas de izquierda para planificar su exterminio. Por eso, la épica y el triunfalismo de la politización de las masas durante el siglo XIX dejaron ver su cara más amarga durante el siglo XX. Ahora que las masas participaban en política podían ser víctimas de politicidas como Pinochet, Videla, Stroessner o Banzer.
•CONDICIÓN 2: Ideologías globalizables. La segunda condición para los politicidios de masas es que estas ideologías políticas sean no solo masivas «hacia dentro» del territorio de los Estados, sino también globalizables «hacia fuera». Esto refiere a que sus principios y valores sean suficientemente generales para producir adhesión en varias sociedades, permitiendo alianzas entre gobiernos de distintas partes del globo. El nacionalismo y el socialismo eran muy diferentes en este sentido. El nacionalismo no era globalizable. Casi por definición, sus convocatorias tenían como límite infranqueable las fronteras del Estado-nación. El gobierno inglés no podía aspirar a que los ciudadanos franceses le obedecieran, aprendieran su idioma ni se emocionaran con su bandera.
Pero el socialismo, como ideología política (no necesariamente como modelo de sociedad), sí era enteramente globalizable; al igual que las ideologías religiosas del cristianismo y el islam siglos antes. Por eso Marx escribió «proletarios del mundo, uníos» en el Manifiesto Comunista en 1848. El lenguaje de la lucha de clases y la explotación capitalista era fácilmente comprensible y apropiable por las grandes masas de trabajadores que se sumaban al engranaje de la economía capitalista a medida que ésta se expandía [WALLERSTEIN 1974]. Así, los sindicatos podían organizarse a nivel mundial y los partidos de izquierda podían articularse entre sí mediante doctrinas, encuentros internacionales y figuras míticas comunes. Los únicos límites del proyecto de reformar o destruir el capitalismo (según la versión de la izquierda que se tratase) eran los del propio capitalismo, pero éste expandía sus tentáculos aceleradamente por todos los continentes. Estollevó a que, luego de la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo perdiera mucha fuerza en Occidente, pero el socialismo la mantuviera.
Esto último no se produjo fácilmente. Significó el quiebre del proyecto de la izquierda entre la versión occidental (que apoyaba la democracia liberal y trataba de reformar antes que destruir el capitalismo) y el totalitarismo comunista de la Unión Soviética y posteriormente la República Popular China. A pesar de las atrocidades de los dos grandes faros del comunismo autoritario, el proyecto de la izquierda revolucionaria se difundió con fuerza a medida que surgían nuevas naciones independientes en Africa y Asia desde los 50.
En América Latina el triunfo de Fidel Castro en Cuba en 1959 disparó la globalización de la izquierda revolucionaria. Estudiantes, obreros e intelectuales se dedicaron afanosamente a crear partidos, alianzas y movimientos de base para emular (por la vía armada o la electoral, como Allende) el proyecto socialista. Pero lo que desde La Habana era percibido como un éxito, también produjo una vulnerabilidad que nadie previó: las masas de jóvenes idealistas de izquierda crecían en un contexto capitalista-dependiente opuesto al modelo de sociedad que pregonaban. Y los politicidas estaban al acecho.
•CONDICIÓN 3: Ideologías polarizantes. La tercera condición para los politicidios de masas es que se produzca una polarización creciente entre ideologías globales contrapuestas. Esto nunca había existido en la historia humana, al menos en esta escala. El fortalecimiento del bloque comunista desde los años 50 produjo tal sentimiento de amenaza en Occidente que cohesionó al bloque liderado por Estados Unidos, desatando la caza de brujas en toda su zona de influencia. La ideología capitalista-liberal, que integraba a las masas a través del consumo y el ejercicio de las libertades civiles y políticas, pasó a definirse por oposición al comunismo. Este juego de espejos produjo una fuerza magnética irresistible en los países más débiles del Tercer Mundo. Un gobierno podía decirse «no alineado» —como lo hizo un grupo importante de países en las décadas de los 60 y 70—, pero en los hechos terminaba dependiendo económica, militar y culturalmente de uno de los polos.
Esta bipolarización sentó, de manera invisible, las bases para los politicidios de masas. En teoría las democracias occidentales permitían la organización de grupos de izquierda inspirados por el modelo cubano. Pero en los 50 el gobierno de Estados Unidos lanzó la caza de brujas anticomunista, derrocó a Jacobo Árbenz en Guatemala y empezó a tejer alianzas con los sectores locales conservadores latinoamericanos (militares, iglesias, empresarios, derecha política) para evitar la difusión del modelo cubano. La izquierda, buena parte de la cual estaba febrilmente radicalizada, quedó acorralada. En ese contexto, los militares que encabezaron los golpes de Estado en nuestra región se sintieron suficientemente legitimados para convertirse en politicidas. Contaban con el apoyo de las élites locales, el poderoso gobierno de los Estados Unidos, y sus contrapartes regionales a través del Plan Cóndor. Su poder militar les permitía fácilmente aplastar a sus enemigos. Y la misión de «extirpar el cáncer marxista» justificaba moralmente (a juicio suyo) ir contra los derechos humanos que, se suponía, eran un mínimo civilizatorio alcanzado tras la creación de las Naciones Unidas.
En el siglo pasado se desarrollaron ideologías políticas de masas (que incorporan a la vida política a los sectores populares), globalizables (que tejen alianzas internacionales entre gobiernos) y polarizantes (que crean cazas de brujas y justifican exterminios). Por primera vez en la historia estaban dadas las condiciones estructurales para que se produjeran politicidios de masas como el ocurrido en Chile desde 1973. Comprender las razones contextuales de estas tragedias, obviamente, no equivale a restar responsabilidad a quienes las llevaron a cabo. Mas bien, podría servir para anticipar cuándo una sociedad está ante semejante riesgo.
Las cosas cambiaron bastante en las últimas tres décadas. Si bien la globalización se intensificó en muchos sentidos, al menos en Occidente la política cada vez convoca menos a «las masas» a involucrarse intensamente en organizaciones que las visibilizan como categorías políticas [MAIR 1998; CATTERBERG y MORENO 2006]. El colapso del bloque soviético eliminó la dinámica polarizante y China transitó a una variante de capitalismo. En síntesis, al revertirse dos de las tres condiciones parecería que los politicidios de masas son menos probables que antes.
Sin embargo, estas tres condiciones pueden darse de otras maneras. La lucha por recursos naturales escasos en un planeta sobreexigido puede producir nuevos ejes de polarización y constitución de bloques rivales. Los nacionalismos están reemergiendo ante las inmigraciones masivas entre continentes, incorporando a las masas ideológica y afectivamente como lo hicieron hace más de un siglo. Estas condiciones pueden justificar discursos politicidas y nuevas tragedias humanas, como la que se abrió en Chile el 11 de septiembre de 1973.