Monos peludos y güiñas: animales para ser pensados
25.05.2023
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25.05.2023
«Parece ser que para algunas personas calificar a otras como radicales o fanáticas —o, simplemente, como ladronas— no es suficiente, y surge entonces la necesidad de remachar con alguna figura que subraye la criminalidad o brutalidad percibidas, lo que de alguna forma permite «pensar» y canalizar dichas emociones. Llama la atención cómo en el castellano de Chile abundan las alusiones a animales». Columna de Opinión para CIPER.
Revuelo causó a inicios de esta semana la presidenta del PPD, Natalia Piergentili, al referirse en una entrevista de prensa a un sector de la población nacional como «monos peludos» (por lo cual se disculpó posteriormente). Su expresión parece haber buscado apuntar a ciertas características de un grupo que, a su juicio, serían criticables, aunque no las especificó. Basándonos en asociaciones populares, se podría especular que buscó describir a ese grupo como irracional e impulsivo. Por esto habría buscado la figura de los «monos»: cercanos en apariencia, pero no humanos. Ruidosos y frecuentemente hiperactivos, no tendrían las capacidades «superiores» del Homo sapiens relacionadas con la racionalidad, que para ciertas visiones pareciera separarnos absolutamente del resto de los animales no humanos (en adelante, «animales»).
De todos modos, el caso no es excepcional en la política chilena. En 2017, cuando Sebastián Piñera hacía campaña por Valparaíso, se filmaron algunas iracundas reacciones de transeúntes en su contra, con gritos en que abundaban las referencias al robo: una persona lo calificó de «güiña», acompañado de calificativos denigrantes complementarios. Lo que se hacía era una asociación, bastante común en Chile, entre el felino silvestre nativo y un tipo de criminal. Poco después, el Ministerio del Medioambiente salió en su defensa –del felino, no del candidato–, aclarando que no era un ladrón, y que dicha asociación resultaba nociva para la supervivencia de la especie.
Aunque pueda parecer incluso pueril, utilizar referencias a animales como metáforas de ciertas conductas es un recurso frecuente en nuestros intercambios diarios, y se conecta con aspectos más profundos de nuestra manera de relacionarnos con los animales. Con ellas construimos fuertes dualismos e ignorantes menosprecios, que combinan aspectos concretos y abstractos provenientes sobre todo de interpretaciones, experiencias y proyecciones humanas. Emergen también ambigüedades, según los contextos y actores sociales involucrados.
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Desde la perspectiva de los HAS (Human-Animal Studies) [HARAWAY 2008; HURN 2010, 2012; DE MELLO 2012; TAYLOR 2013; TOBIAS y GRAY 2017], la humanidad se ha co-constituido con otras especies animales mediante relaciones íntimas y complejas. Si bien sólo recientemente el tema comenzó a tomar un rol central en la antropología [SHANKLIN 1985; INGOLD 1988; NOSKE 1993], hacía tiempo que existía investigación en torno a categorías animales y actitudes culturales hacia ellos, en relación a tabúes, a su uso ritual o prohibición como alimento, entre otros, incluyendo el lenguaje [ej. HALLOWELL 1926; EVANS-PRITCHARD 1940; DOUGLAS 1957].
Esto fue célebremente ilustrado en la frase del antropólogo estructuralista francés Claude Lévi-Strauss (1962), según la cual los animales «son buenos para ser pensados».
Así, en Anthropological aspects of language: Animal categories and verbal abuse, Edmund Leach (1964) propone explicaciones sobre el uso de términos ofensivos en el inglés británico de la época, que en algunos casos utilizaba animales conocidos y cercanos al hogar, pero en otros optaba por animales considerados alimañas, asociados con suciedad y daño. Términos tales como bitch (perra), ass (burro), cur (perro de mala raza) y swine (cerdo) se utilizan como insultos frecuentes en ese idioma.
En muchas sociedades son los perros los que se llevan la peor parte en cuanto a uso ofensivo de su nombre; a pesar de —o, quizás, debido a— su cercanía con la humanidad. En el noreste de Tailandia, el término sya (tigre) se aplica a bandidos [ej. TAMBIAH 1969]. Como se puede apreciar, este asunto es un fenómeno sociocultural extendido y persistente, pero con características particulares según lugar, cultura y época.
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Analizando las pasiones políticas nacionales, parece ser que para algunas personas calificar a otras como radicales o fanáticas —o, simplemente como ladronas— no es suficiente, y surge entonces la necesidad de remachar con alguna figura que subraye la criminalidad o brutalidad percibidas, lo que de alguna forma permite «pensar» y canalizar dichas emociones. Sin embargo, llama la atención cómo en el castellano de Chile abundan las alusiones a animales. Cabe destacar una muy completa sistematización de éstas en el Diccionario Chileno de la Animalengua (2017), de Eduardo Dussuel, María Luz Dussuel y Renato Lewin; así como el Bestiario del Reyno de Chile (1972), de Lukas.
Es un repertorio simbólico que parece ayudarnos a expresar ciertas ideas más elocuentemente que con la mera descripción neutra. Así, por ejemplo, lo pasamos chancho o como la mona; en ocasiones hacemos una vaca pero en otras el perro muerto. Abundan entre nosotros las gallas/gallos, cabras/cabros; así como los patiperros, y también más de algún pata de vaca. Podemos reaccionar como quique, defendernos como gato de espaldas y comer como caballo. Y si de tipos humanos se trata, tal individuo puede ser un sapo, otra es una yegua, aquel un picaflor o quizás un jote. Si alguien es experimentado, es un zorro viejo, y, en usos más recientes, un joven que cumple con cierto grupo de características es un zorrón. Cuando una situación es caótica, se habla de «un cumpleaños de monos», desde lo cual se puede conectar nuevamente al uso de los monos cada vez que hay referencias a falta de prolijidad, orden y racionalidad.
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La aludida utilización de la güiña se conecta con el dicho popular «más ladrón que gato de campo», que todavía se utiliza. El nombre del gato güiña o kod-kod, uno de los 5 felinos silvestres nativos del territorio, vendría del mapudungun wiñamn, que significa acarrear, trasladar y cambiar de morada [VILLAGRÁN et al. 1999]. Pero poco se sabe de él, y su fama [BENAVIDES 2013] se fundamenta más por la frase que por datos concretos (hay quienes incluso utilizan ‘güiña’ como sinónimo de ladrón, sin siquiera saber del gato silvestre nativo). Es cierto que el gato güiña ataca a las gallinas en las zonas rurales de nuestro país, pero investigaciones recientes en la Araucanía indican que los eventos de pérdidas de gallinas son esporádicos, incluso cuando el gato se ha detectado recientemente en el sector [GÁLVEZ et al., 2021]. Según análisis de fecas, la mayoría del tiempo el gato güiña se dedica a comer roedores, incluyendo vectores del virus Hanta, con todas las implicancias positivas que eso trae para el ser humano.
Los animales no humanos carecen de juicio moral y nociones de propiedad. Al mismo tiempo, la humanidad moderna occidental parece poco dispuesta a compartir lugares con otras criaturas (salvo ciertos animales domésticos, y dependiendo del contexto), ‘instalándose’ sin más en diversos espacios que éstas podrían reclamar como suyos. Es comparable a lo que hacemos con el lenguaje, imponiendo características humanas según caricaturas, o en el trato puramente utilitario que ha naturalizado la industria alimentaria. Esta dinámica nos priva no sólo de relacionarnos con los animales desde una reflexión más interesante y justa con su naturaleza, sino también de «pensarlos» y experimentarlos como compañeros de convivencia [HARAWAY 2003], en un mundo en el que la supervivencia de todas las criaturas está firmemente interconectada. Este debido respeto se extiende incluso, por supuesto, a los peludos monos.
Imagen superior: Letzte Vorstellung, Gabriel von Max, ca. 1885.